domingo, 25 de noviembre de 2018

«Soy Rey... Todo el que es de la verdad, escucha mi voz» (Evangelio Dominical)





Hoy, Jesucristo nos es presentado como Rey del Universo. Siempre me ha llamado la atención el énfasis que la Biblia da al nombre de “Rey” cuando lo aplica al Señor. «El Señor reina, vestido de majestad», hemos cantado en el Salmo 92. «Soy rey» (Jn 18,37), hemos oído en boca de Jesús mismo. «Bendito el rey que viene en nombre del Señor» (Lc 19,14), decía la gente cuando Él entraba en Jerusalén. 

Ciertamente, la palabra “Rey”, aplicada a Dios y a Jesucristo, no tiene las connotaciones de la monarquía política tal como la conocemos. Pero, en cambio, sí que hay una cierta relación entre el lenguaje popular y el lenguaje bíblico respecto a la palabra “rey”. Por ejemplo, cuando una madre cuida a su bebé de pocos meses y le dice: —Tú eres el rey de la casa. ¿Qué está diciendo? Algo muy sencillo: que para ella este niñito ocupa el primer lugar, que lo es todo para ella. Cuando los jóvenes dicen que fulano es el rey del rock quieren decir que no hay nadie igual, lo mismo cuando hablan del rey del baloncesto. 





Entrad en el cuarto de un adolescente y veréis en la pared quiénes son sus “reyes”. Creo que estas expresiones populares se parecen más a lo que queremos decir cuando aclamamos a Dios como nuestro Rey y nos ayudan a entender la afirmación de Jesús sobre su realeza: «Mi Reino no es de este mundo» (Jn 18,36).

Para los cristianos nuestro Rey es el Señor, es decir, el centro hacia el que se dirige el sentido más profundo de nuestra vida. Al pedir en el Padrenuestro que venga a nosotros su reino, expresamos nuestro deseo de que crezca el número de personas que encuentren en Dios la fuente de la felicidad y se esfuercen por seguir el camino que Él nos ha enseñado, el camino de las bienaventuranzas. Pidámoslo de todo corazón, pues «dondequiera que esté Jesucristo, allí estará nuestra vida y nuestro reino» (San Ambrosio).




Lectura del santo evangelio según san Juan 

 (18,33b-37):




  


En aquel tiempo, dijo Pilato a Jesús: «¿Eres tú el rey de los judíos?»
Jesús le contestó: «¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?»
Pilato replicó: «¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?»
Jesús le contestó: «Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí.»
Pilato le dijo: «Conque, ¿tú eres rey?»
Jesús le contestó: «Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz.»


Palabra del Señor





COMENTARIO.


                    



Con esta fiesta de Jesucristo Rey del Universo concluimos el presente Año Litúrgico, para comenzar el próximo domingo con el Adviento, en preparación para la Navidad.

Las lecturas de hoy, entonces, nos hablan del reinado de Cristo.  El Evangelio nos trae el interrogatorio de Pilatos a Jesús y sus respuestas.  Poco, poquísimo, habló Jesús en el injustísimo juicio sumario a que fue sometido, pero algo de lo que sí habló fue de su Reino, el Reino del cual El es Rey.

A Jesús lo acusaron de que pretendía ser Rey, porque esa era la forma como sus enemigos lograrían que los Romanos lo crucificaran.  Por eso Pilato quiso precisarlo para ver si de verdad pretendía ser Rey de los judíos, cosa inaceptable por el Imperio Romano, cuyo único rey era el César.  “Tú lo has dicho”, respondió Jesús, “sí soy Rey ... pero mi Reino no es de aquí, no es de este mundo” (Jn. 18, 33-37).





Y, efectivamente, Jesús no es rey de este mundo.  El mismo lo dijo durante ese interrogatorio acelerado que tuvo lugar antes de ser condenado a muerte: “Si mi Reino fuera de este mundo, mis servidores habrían luchado para que no cayera en manos de los judíos”.

¿Qué querría decir Jesús con eso de que su reino no era de este mundo?  En los reinados temporales el poder es limitado en el espacio que ocupan y en el tiempo que duran, por más prolongados que sean, por más extensos que sean sus territorios o por más influencia que puedan tener en el mundo.  Y, efectivamente, el Reino de Cristo no tenía esas características, porque no es de este mundo.  El reinado de Cristo será diferente a los reinados de la tierra.

Su reinado será como es Dios:  eterno e infinito, sin límite de tiempo ni de espacio.  Su reinado nunca se acabará y su reino nunca será destruido. Y ese reinado ya comenzó, pero será establecido definitivamente y para siempre en la Parusía, en su segunda venida en gloria.

La Primera Lectura es del Profeta Daniel, quien desde el Antiguo Testamento hace ya referencia al reinado de Cristo: 

“Entonces recibió la soberanía, la gloria y el reino.  Y todos los pueblos y naciones de todas las lenguas lo servían.  Su poder nunca se acabará, porque es un poder eterno, y su reino jamás será destruido” (Dn. 7, 13-14).





Llegado el momento del reinado de Cristo, se acabarán todos los reinos de este mundo, todos los poderes temporales, y sólo existirá el poder de Dios.

Todos seremos sus súbditos, pero ¡qué clase de súbditos! Todos estaremos sometidos a El, pero ¡qué clase de sometimiento!  Pues seremos coherederos y reinaremos con El.  Es lo que nos quiere decir San Juan en la Segunda Lectura tomada del Apocalipsis: “Ha hecho de nosotros un reino de Sacerdotes para su Dios y Padre” (Ap.1, 5-8).

Esto mismo lo expresa muy bien San Pablo cuando nos dice que somos hijos de Dios y herederos con Cristo: “Ustedes recibieron el Espíritu que los hace exclamar’ ¡Abba, Padre!’.  El mismo Espíritu le asegura a nuestro espíritu que somos hijos de Dios.  Y si somos hijos, somos también herederos.  Y nuestra herencia es Dios, y la compartiremos con Cristo; pues si ahora sufrimos con El, con El recibiremos la Gloria” (Rom. 8, 15-17).

Ahora bien, ¿cómo será ese momento cuando Cristo venga a establecer su Reino?  La Sagrada Escritura nos trae repetidas descripciones de esa segunda venida de Cristo:

“Vi a alguien semejante a un hijo de hombre, que venía entre las nubes del cielo”, leemos en la Primera Lectura del Profeta Daniel. 

 “Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad” (Mc. 13, 26), nos decía el mismo Jesús en el Evangelio del domingo pasado.


       
     


“Miren:  El viene entre las nubes, y todos lo verán”, nos dice la Segunda Lectura de hoy.

Será ése el momento de la complementación definitiva del reinado de Cristo, aquel Reino que El mismo refirió a Pilatos. Pero Él también nos dijo cómo podemos ser parte de su Reino:

“Busquen primero el reino de Dios y su justicia y lo demás vendrá por añadidura” (Mt. 6, 33).

“No es el que dice ¡Señor! ¡Señor! el que entrará en el Reino de los Cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre” (Mt. 7, 21).

“Les aseguro que, si no cambian y vuelven a ser como niños, no podrán entrar al Reino de los Cielos” (Mt. 18, 3).

También el Apóstol San Juan nos da en la Segunda Lectura, tomada del Apocalipsis, algunas referencias del reinado de Cristo.  El es “el Alfa y el Omega”, principio y fin de todo.  Recordemos que a Moisés Dios se le reveló como “Yo soy el que soy” (Ex. 3, 14).   Y a San Juan, el discípulo amado, se le revela como “el que es, el que era y el que ha de venir, el Señor del universo” (Ap. 1, 8).


                          



Dios siempre ha sido, es y será.  Y vendrá de nuevo.  Sí, volverá para mostrar su realeza, para mostrar que es “el Señor del universo”, el Todopoderoso.   Y, tal como anunció el Arcángel Gabriel a la Santísima Virgen María “gobernará por siempre a su pueblo y su Reino no tendrá fin” (Lc. 1, 33).









Fuentes;
Sagradas Escrituras
Homilias.org
Evangeli.org

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