domingo, 21 de marzo de 2021

«Si alguno me sirve, que me siga» (Evangelio Dominical)

 



Hoy escuchamos un pasaje evangélico cuyas palabras —de la mano del discípulo amado— debieron transmitir un fuerte coraje en el camino de la fe durante las persecuciones que sufrieron los primeros cristianos. En aquellos días de las fiestas judías, algunos griegos acudieron a Jerusalén para rendir culto y quisieron ver a Jesús. Pidieron ayuda a los discípulos.


“Ver a Jesús” no significa simplemente mirarle, cosa que probablemente pretendían aquellos griegos. “Ver a Jesús” es entrar totalmente en su modo de pensar; significa entender por qué Él tenía que sufrir y morir para resucitar. Como el grano de trigo, Jesucristo tiene que dejarlo todo, incluso su propia vida, para poder traer vida para Él y para muchos otros.

Si no captamos esto como el núcleo de la vida de Cristo, entonces no le hemos visto realmente. En palabras de san Atanasio, sólo podemos ver a Jesús a través de la muerte mediante la Cruz con la cual Él trae muchos frutos para todos los siglos. “Ver a Jesús” quiere decir rendirse ante una inmerecida muerte que trae los dones de la fe y de la salvación para la humanidad (cf. Jn 12,25-26). Mahatma Gandhi refleja la misma idea diciendo que «el mejor camino para encontrarse con uno mismo es perderse en el servicio a los demás».




 

Las palabras de Jesús recuerdan a sus discípulos que deben seguir sus pasos, incluso hasta la muerte. El grano, por supuesto, realmente no muere sino que se transforma en algo completamente nuevo: raíces, hojas y frutos (la Pascua). De manera similar, la oruga deja de ser oruga para transformarse en algo distinto —y a la vez— frecuentemente mucho más bonito (una mariposa).

Y, si nosotros queremos “ver a Jesús”, tenemos que andar su camino. «Si alguno me sirve, que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor» (Jn 12,26). Esto supone recorrer con Jesucristo y con María todo el camino del Calvario, dondequiera que se encuentre cada uno de nosotros. Jesús, que dejó todas las cosas por nosotros, nos llama a estar con Él todo el recorrido, imitando su entrega y procurando que se cumpla la voluntad de su Padre.

 

 

Lectura del santo evangelio según san Juan (12,20-33):




En aquel tiempo, entre los que habían venido a celebrar la fiesta había algunos griegos; éstos, acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban: «Señor, quisiéramos ver a Jesús.»
Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús.
Jesús les contestó: «Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este. mundo se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo premiará. Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré?: Padre, líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora. Padre, glorifica tu nombre.»
Entonces vino una voz del cielo: «Lo he glorificado y volveré a glorificarlo.»
La gente que estaba allí y lo oyó decía que había sido un trueno; otros decían que le había hablado un ángel.
Jesús tomó la palabra y dijo: «Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el Príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí.»
Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir.

Palabra del Señor

 

 

COMENTARIO

 

                          



El Evangelio de hoy tiene lugar enseguida de la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén, donde iba a ser entregado para su Muerte en la cruz. Allí Jesús informó a sus discípulos y a algunos seguidores, lo que estaba a punto de suceder días después: su Pasión, Muerte y posterior Resurrección.

 

Para ello, utiliza la imagen de una semilla que debe morir al ser plantada para dar paso a una vida nueva. Nos habla el Señor de una semilla de trigo, fruto muy utilizado en su tierra, que además se aplicaba muy bien a Él, Quien se nos convertiría después en el mejor fruto que planta de trigo podía producir. Recordemos que, a partir del Jueves Santo, Jesús sería para nosotros el Pan Eucarístico.

 

Sin embargo, ¿cómo se aplican a nosotros esas palabras del Señor: “Yo les aseguro que si el grano de trigo sembrado en la tierra no muere, queda infecundo; pero si muere, producirá mucho fruto”? ¿Se aplican esas palabras sólo a Él o también a nosotros? ... Si hemos de seguir el ejemplo y las exigencias de Cristo, ciertamente también se aplican a nosotros.

 

Y para comprender el significado de esto debemos pasar a las siguientes palabras del Señor: “El que se ama a sí mismo, se pierde; el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se asegura para la vida eterna.” (Jn. 12, 20-33).

 

Otra traducción para entender mejor: “El que ama su vida la destruye, y el que desprecia su vida en este mundo la conserva para la vida eterna”. (Jn. 12, 20-33).

 

Ahora bien... ¿puede realizarse la paradoja, la aparente contradicción de perder para ganar, entregar para obtener, morir para vivir? ... Debe ser así, pues es lo que el Señor nos propone cuando nos advierte que quien pretenda conservar su vida la perderá, pero quien la entregue la conservará.


                        



En el diálogo del Señor que nos relata hoy el Evangelio de San Juan, vemos que se estaba dirigiendo a sus discípulos -que eran hebreos- y a unos griegos, seguramente abiertos al mensaje de Jesús, que habían llegado a Jerusalén y querían ver al Maestro.

 

Y sucedió que en este diálogo también interviene Dios Padre.

 

Notemos que Jesús muestra rasgos muy genuinos de su humanidad, pues confiesa a sus oyentes que tiene miedo. “Ahora que tengo miedo, ¿voy a decirle a mi Padre: ‘Padre, líbrame de esta hora’? Y se contesta enseguida: “No, si precisamente para esta hora he venido”.

 

Jesús no elude el sufrimiento y la muerte, sino que confirma su entrega por nosotros, su entrega a la Voluntad del Padre, Quien muestra su presencia en ese momento.

 

La voz del Padre parece ser una respuesta al Hijo, Quien le pide: “Padre, dale gloria tu nombre”. Jesús, luego confirma por qué el Padre se ha hecho presente: “Esta voz no ha venido por Mí, sino por ustedes”.

 

Es una nueva oportunidad para fortalecer la fe de los discípulos. Y qué dice el Padre: “Lo he glorificado y volveré a glorificarlo”. Alusión directa a la Resurrección de Cristo, que sucedería -como estaba prometido- al tercer día de su vergonzosa muerte en la cruz.

 

Poquísimas veces se ve la manifestación directa del Padre en los Evangelios, una de ellas –la menos conocida, tal vez- es ésta. Recordemos que allí estaban presentes hebreos y gentiles. Tal vez por ello Jesús luego hace alusión a que su Reino se extendería a todos, judíos y no judíos: “Cuando Yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia Mí”.

 

                                  



Nos dice el Evangelista que aludía a su muerte en la cruz. Y sabemos cómo se cumplieron las palabras del Señor, pues después de su Muerte, su Resurrección, su Ascensión y Pentecostés, la Iglesia por Él fundada se extendió por todas partes, con la predicación de los Apóstoles.

 

Nos dijo Jesús que su Reino se extendería a todos, porque iba a ser arrojado el príncipe de este mundo (el Demonio) ... y Él, a través de su muerte en cruz y por la gloria de su Resurrección, atraería a todos hacia Él.

 

Palabras de esperanza y seguridad para todos los que nos dejamos “atraer” por Él, por su doctrina y por su ejemplo.

 

Palabras también de compromiso, porque “dejarnos atraer por Él” significa seguirlo en todo ... como Él reiteradamente nos pide. Y “seguirlo en todo” significa seguirlo también en la muerte.

 

Por supuesto esto no significa que todos tengamos que morir en una cruz como Él. Tampoco significa que todos tengamos que sufrir un martirio violento … aunque a algunos sí les ha tocado.

 

Significa más bien ese “morir” cada día a nuestro propio yo. Significa ese “perder la vida” que Jesús nos pide en este pasaje de San Juan y que también nos lo requiere en otra oportunidad, con palabras similares: “El que quiera asegurar su vida la perderá, pero el que pierda su vida por Mí, la asegurará” (Mt. 16, 25 - Mc. 8, 35 - Lc. 9, 24).

 

Hay la idea de que morir cuesta mucho, de que el trance de la muerte es un trance muy difícil. En realidad, lo que más cuesta es la idea misma de “morir”. Pero la Palabra de Dios es clara, muy clara: debemos entregar nuestra vida, debemos morir a nosotros mismos, si realmente queremos vivir.

 

                     



¿Qué significa entregar nuestra vida y morir a nuestro yo?

 

Significa entregar nuestros modos de ver las cosas, para que los modos de Dios sean los que rijan nuestra vida, no los nuestros. Significa entregar nuestros planes, para pedirle a Dios que nos muestre Sus planes para nuestra vida, y realizar esos planes, no los nuestros.

 

Significa entregar nuestra voluntad a Dios, para que sea Su Voluntad y no la nuestra la que sigamos durante nuestra vida en la tierra.

Es, entonces, un continuo morir a lo que este mundo nos propone como deseable y hasta conveniente.

 

Pero pensemos: ¿quién es el dueño de este mundo? Ya Dios nos advierte en su Palabra quién rige el mundo: aquél que es llamado en este pasaje “príncipe (o amo) de este mundo”. Si observamos bien, los valores que nos propone el mundo son muy diferentes a los de Dios. Los criterios de este mundo son también muy diferentes a los de Dios.

 

Y cada vez que optamos por ese “perder la vida de este mundo”, cada vez que optamos por “morir” a nuestro yo, es decir, a nuestras propias inclinaciones, deseos, ideas, criterios, planes, etc., de hecho, estamos optando por el bando de Dios, que es el bando ganador.

 

De no vivir día a día esa continua renuncia a nosotros mismos, esa continua muerte a nuestro yo, no podremos dar fruto. Seremos “infecundos”. “Si el grano de trigo no muere, queda infecundo”. No dará fruto.

 

                                 



Y ¿cuál fue el fruto de Cristo? Lo sabemos bien y nos lo recuerda la Segunda Lectura (Hb. 5, 7-9): “se convirtió en la causa de la salvación eterna para todos los que lo obedecen”.

 

¿Cuál será nuestro fruto si optamos por ser fecundos, si optamos por morir con Cristo? Si morimos con Él, viviremos con Él ... y también salvaremos con Él, pues nuestra oblación, nuestra entrega, unida a Él, dará fruto para nosotros mismos y para los demás: nos salvaremos nosotros y salvaremos a otros. Serán frutos de Vida Eterna para nosotros mismos y para los demás.

 

Es lo que explica Juan Pablo II en su Encíclica “Salvifici Doloris” sobre el sufrimiento humano: que nuestro sufrimiento, nuestra ofrenda Jesús la convertirá en algo valioso. Es lo que llama este Papa “el valor redentor del sufrimiento”.

 

La Primera Lectura del Profeta Jeremías (Jr. 31, 31-34) nos habla de la Nueva Alianza que Dios establecería con su pueblo. El Señor pondría su Ley en lo más profundo de nuestras mentes y la grabaría en nuestros corazones.

 

Y nos dice: “Todos me van a conocer, desde el más pequeño hasta el mayor de todos, cuando Yo les perdone sus culpas y olvide para siempre sus pecados”. Nos dice que lo vamos a conocer porque nos va a perdonar y se va a olvidar nuestros pecados. No lo vamos a conocer por su castigo, sino por su perdón. Esa es su tarjeta de presentación: su Amor Infinito que perdona y olvida todo nuestro mal.

 

Cristo, entonces, se hizo Hombre y vivió y sufrió y murió y resucitó para que nuestros pecados fueran perdonados y pudiéramos tener acceso nosotros a la resurrección y a la Vida Eterna.

 

El Salmo de hoy es el #50, el Salmo de David arrepentido de su horrible y múltiple pecado. “Crea en mí un corazón puro ...Lávame de todos mis delitos y olvida mis ofensas ... Devuélveme la alegría de la salvación ...” Bellísimo Salmo propio para orar cuando nos queremos arrepentir de nuestros pecados. Muy apropiado para pedir nuestra conversión al Señor, para implorar su misericordia.





Próximos ya a la Semana Santa cuando conmemoraremos la entrega total que Cristo hizo de Sí mismo, perdiendo su vida para darnos una nueva Vida a todos nosotros, es tiempo propicio para una profunda conversión.

 

Reflexionando sobre las palabras del Evangelio y aplicándolas a nuestra vida espiritual, podríamos pedir al Señor esta gracia de conversión profunda que significa el poder comprender y realizar este ideal que nos propone y nos muestra Cristo: morir para vivir, perder para ganar, entregar para obtener.

 






Fuentes;

Sagradas Escrituras

Evangeli.org

Homilias.org

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