domingo, 25 de abril de 2021

«Yo soy el buen pastor» (Evangelio Dominical)

 



 Hoy celebramos el domingo del Buen Pastor. En primer lugar, la actitud de las ovejas ha de ser la de escuchar la voz del pastor y seguirlo. Escuchar con atención, ser dóciles a su palabra, seguirlo con una decisión que compromete a toda la existencia: el entendimiento, el corazón, todas las fuerzas y toda la acción, siguiendo sus pasos.


Por su parte, Jesús, el Buen Pastor, conoce a sus ovejas y les da la vida eterna, de tal manera que no se perderán nunca y, además, nadie las quitará de su mano. Cristo es el verdadero Buen Pastor que dio su vida por las ovejas (cf. Jn 10,11), por nosotros, inmolándose en la cruz. Él conoce a sus ovejas y sus ovejas le conocen a Él, como el Padre le conoce y Él conoce al Padre. No se trata de un conocimiento superficial y externo, ni tan sólo un conocimiento intelectual; se trata de una relación personal profunda, un conocimiento integral, del corazón, que acaba transformándose en amistad, porque ésta es la consecuencia lógica de la relación de quien ama y de quien es amado; de quien sabe que puede confiar plenamente.


                     





Es Dios Padre quien le ha confiado el cuidado de sus ovejas. Todo es fruto del amor de Dios Padre entregado a su Hijo Jesucristo. Jesús cumple la misión que le ha encomendado su Padre, que es la cura de sus ovejas, con una fidelidad que no permitirá que nadie se las arrebate de su mano, con un amor que le lleva a dar la vida por ellas, en comunión con el Padre porque «Yo y el Padre somos uno» (Jn 10,30).

Es aquí precisamente donde radica la fuente de nuestra esperanza: en Cristo Buen Pastor a quien queremos seguir y la voz del cual escuchamos porque sabemos que sólo en Él se encuentra la vida eterna. Aquí encontramos la fuerza ante las dificultades de la vida, nosotros, que somos un rebaño débil y que estamos sometidos a diversas tribulaciones.

 

 

Lectura del santo evangelio según san Juan (10,11-18):


                                                 


 



En aquel tiempo dijo Jesús: «Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas; el asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo hace estragos y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas. Yo soy el buen Pastor, que conozco a las mías y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas. Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a ésas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño, un solo Pastor. Por esto me ama el Padre, porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo poder para recuperarla: este mandato he recibido de mi Padre.»


Palabra del Señor

 



COMENTARIO

 

                                           


  


Jesucristo no sólo nos ha salvado, sino que nos ha dado mucho más que eso:  hacernos hijos de Dios y darnos derecho a una herencia, que es el Cielo.  Pero comencemos con lo de la salvación, revisando las Lecturas de este Domingo.

 

Nadie más que Jesucristo puede salvarnos, "pues en la tierra no existe ninguna otra persona a quien Dios haya constituido como salvador nuestro" (Hech. 4, 12).   Así vemos en la Primera Lectura cómo habló San Pedro, el primer Papa, al responder a quienes lo interrogaban pretendiendo juzgarlos por la curación de un lisiado y porque estaban predicando que Jesús había resucitado.  Pedro les echó en cara:  "Este hombre ha quedado sano en el nombre de Jesús de Nazaret, a quien ustedes crucificaron y a quien Dios resucitó de entre los muertos".

 

Jesucristo es el Salvador.  Eso se dice ¡tan fácil! y se ha repetido tantas veces ... pero no parece tan aceptado como debiera serlo.  Al menos, no parece tan aprovechado. Jesucristo nos ha salvado de gratis, sin ningún esfuerzo de nuestra parte.  Sólo debemos aprovechar las gracias que por esa salvación nos han sido dadas … igual que cualquier regalo:  si se nos da, hay que recibirlo.  Pero ... ¿realmente las aprovechamos?  ¿Aprovechamos todas las gracias que el Señor quiere darnos?

 

Además, si nos fijamos bien, no todos aceptamos la salvación que Jesús nos vino a traer.  Por citar sólo un ejemplo actual:  la re-encarnación.  La creencia en ese mito pagano no se queda en pensar que en nuevas vidas seremos otras personas ... si es que eso fuera posible. 


                       




Una de las consecuencias de este engaño que es la re-encarnación, es el pensar que nosotros nos podemos redimir nosotros mismos a través de sucesivas re-encarnaciones, purificándonos un poco más en cada una de esas supuestas vidas futuras.  Así que, al creer en la re-encarnación, por ejemplo, o al rechazar a Dios, a Jesucristo, de hecho, estamos rechazando la redención que sólo Cristo puede darnos.  Y los que así piensan quedan de su cuenta para salvarse … si es que eso fuera posible.

 

Ahora bien, nosotros estábamos secuestrados después del pecado de nuestros primeros progenitores.  Pero  Jesucristo vino a salvarnos, es decir, a rescatarnos de ese secuestro.  Y no sólo no ha rescatado, sino que además nos ha hecho hijos de Dios.  Y "no sólo nos llamamos hijos de Dios, sino que realmente lo somos" (1 Jn. 3, 1-2).  ¡Ser hijos de Dios!  ¡Y ser hijos de verdad!Es decir, Jesucristo no sólo nos ha salvado, sino que nos ha dado mucho más que eso:  nos ha hecho hijos de Dios.  Otra cosa que se repite y no parece nada de particular.

 

Y realmente lo somos, porque Dios nos comunica su Vida, su Gracia; porque, durante nuestra vida en la tierra nos guía como sus hijos que somos.  Y, además, porque recibiremos una herencia:  el Cielo prometido a aquéllos que se comporten como hijos, es decir, a los que aquí en esta vida seamos obedientes a la Voluntad del Padre.

 

¿Nos damos cuenta de este privilegio:  ser hijos de Dios y poder llamar a Dios "Padre", porque realmente somos sus hijos?  Ser “hijo(a) de Dios” se dice tan fácilmente...  Pero ¿nos damos cuenta que Jesucristo, el Hijo Único de Dios, no sólo nos ha salvado, sino que ha compartido Su Padre con nosotros, para que seamos también hijos(as)?  … ¿Agradecemos a Dios este altísimo privilegio … o lo tomamos como un derecho merecido?

 


                                     





Continúa San Juan explicándonos la dimensión y las consecuencias de este especialísimo privilegio de la filiación divina:    "Ahora somos hijos de Dios, pero aún no se ha manifestado cómo seremos al fin.  Y ya sabemos que, cuando El se manifieste, vamos a ser semejantes a El, porque lo veremos tal cual es". 

 

San Pablo nos explica así esto mismo en varias citas de sus cartas:

 

Al presente vemos como en un mal espejo y en forma confusa, pero luego será cara a cara.  Ahora solamente conozco en parte, pero luego le conoceré a El como El me conoce a mí." (1 Cor. 13, 12-13).

 

"Cuando se manifieste el que es nuestra vida, Cristo, ustedes también estarán en gloria y vendrán a la luz con El" (Col. 3, 4). 

 

"También los destinó a ser como su Hijo y semejantes a El ... y después de hacerlos justos, les dará la gloria" (Rom. 8, 29-30).En el Evangelio vemos por qué todo esto es así.  Jesús se nos identifica de diversas maneras.  Una de sus identificaciones favoritas de todos los que somos sus seguidores es ésta de hoy:  el Buen Pastor. "Yo soy el Buen Pastor que da la vida por sus ovejas” (Jn. 10, 11-17).

 

Y sabemos que Jesús cumplió con esta promesa de dar su vida por cada uno de nosotros, ovejas de su rebaño.   Sabemos que su vida la dio, pero, como nos dice en este Evangelio, también la recuperó.  Y la recuperó con gloria, porque resucitó.

 

                          




También nos ha prometido que nos resucitaría a nosotros también y que nos daría la gloria que Él tiene. Pero hay una condición:  tenemos que ser ovejas de su rebaño.

 

¿Quiénes son las ovejas de su rebaño?  Jesús las identifica en este Evangelio.  Son los que conocen su voz, porque lo conocen a El y le siguen.  Esos resucitarán como El resucitó y “serán semejantes a El”, como nos dice San Juan en la Segunda Lectura, porque tendrán la gloria que es suya y que conoceremos cuando lo veamos “cara a cara, tal cual es”.

 

 

 

 

 

 

 

Fuentes:

Sagradas Escrituras

Evangeli.org

Homilias.org

Mons. José Ángel SAIZ Meneses, Arzobispo de Sevilla (Sevilla, España)


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