"Señor,
ayúdanos, danos fuerzas para sepultar nuestro egoísmo, nuestro Placer, la
infidelidad a nuestros compromisos, a nuestros principios, a nuestros valores,
a nuestros deberes.
Que
resucite nuestro amor al prójimo, nuestra entrega, nuestra fidelidad plena; que
resucite en nosotros el ser hijos tuyos, verdaderos cristianos como Tu nos has
enseñado y no como nosotros queremos ser.
Tú
has sepultado por nosotros nuestras miserias humanas hasta entregar la vida y
nos permites con tu infinita misericordia que volvamos nuestras vidas hacia Ti;
con una vida más humana, digna, servicial, con más expectativas y esperanzas,
llena de gozo.".
Hoy es el primer día de otra creación. En este día Dios crea
"un cielo nuevo y una tierra nueva" (Is 65,17; Ap 21,1)… En este día
es creado el hombre verdadero, el que es "a imagen y semejanza de
Dios" (Gn 1,26). Mira qué mundo se inaugura en este día, “este día que el
Señor ha hecho " (Sal. 117,24)… Este día abolió el dolor de la muerte y
dio a luz "al primogénito de entre los muertos" (Col 1,18). En este
día… la prisión de la muerte ha sido destruida, los ciegos recobran la vista,
"el sol que nace de lo alto, viene para socorrer a los que viven en
tinieblas y sombras de muerte" (Lc 1,78s)…
Apresurémonos, nosotros también, hacia la contemplación de
este espectáculo extraordinario, para no ser adelantados por las mujeres.
Tengamos en las manos los aromas que son la fe y la conciencia, porque allí
está "El buen olor del Cristo" (Lc 24,1; 2Co 2,15). No busquemos más
"Al Viviente entre los muertos" (Lc 24,5), porque el Señor rechaza al
que le busca así, diciendo: "No me retengas" (Jn 20,17)… No
representes más en tu fe su condición corporal de servidumbre, sino adora al
que está en la gloria del Padre, en "condición de Dios"; y olvida
"la condición del esclavo" (Ef. 2,6-7).
Escuchemos la buena noticia que nos trae María Magdalena,
más rápida que el hombre gracias a su fe… ¿Qué buena noticia nos trae? aquella
que no viene "de parte de los hombres, ni a través del hombre, sino por
medio de Jesucristo" (Ga 1,1). "Escucha, dice ella, lo que el Señor
nos ordenó deciros, a vosotros, a los que llama sus hermanos: ' subo al Padre
mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro ' " (Jn 20,17). ¡Qué bella
y buena noticia! El que, por nosotros se hizo como nosotros, con el fin de
hacernos sus hermanos… atrae a todo el género humano con Él hacia el Padre
verdadero… El, el primogénito de muchos hermanos (Rm 8,29), de la nueva
creación atrajo hacia él la naturaleza entera.
Lectura
del santo Evangelio según san Juan
El primer día después del sábado, estando todavía oscuro,
fue María Magdalena al sepulcro y vio removida la piedra que lo cerraba. Echó a
correr, llegó a la casa donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien
Jesús amaba, y les dijo: "Se han llevado del sepulcro al Señor y no
sabemos dónde lo habrán puesto”. Salieron Pedro y el otro discípulo camino del
sepulcro. Los dos iban corriendo juntos, pero el otro discípulo corrió más
aprisa que Pedro y llegó primero al sepulcro, e inclinándose, miró los lienzos
puestos en el suelo, pero no entró. En eso, llegó también Simón Pedro, que lo
venía siguiendo, y entró en el sepulcro. Contempló los lienzos puestos en el
suelo y el sudario, que había estado sobre la cabeza de Jesús, puesto no con
los lienzos en el suelo, sino doblado en sitio aparte. Entonces entró también
el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro, y vio y creyó,
porque hasta entonces no habían entendido las Escrituras, según las cuales
Jesús debía resucitar de entre los muertos.
Palabra del Señor.
COMENTARIO
La Resurrección de Jesucristo es el misterio más importante
de nuestra fe cristiana. En la Resurrección de Jesucristo está el centro de
nuestra fe cristiana y de nuestra salvación.
Por eso, la celebración de la fiesta de la Resurrección es la más grande
del Año Litúrgico, pues si Cristo no hubiera resucitado, vana sería nuestra
fe... y también nuestra esperanza.
Y esto es así, porque Jesucristo no sólo ha resucitado El,
sino que nos ha prometido que nos resucitará también a nosotros. En efecto, la Sagrada Escritura nos dice que
saldremos a una resurrección de vida o a una resurrección de condenación, según
hayan sido nuestras obras durante nuestra vida en la tierra (cfr. Juan 5,29).
Así pues, la Resurrección de Cristo nos anuncia nuestra
salvación; es decir, ser santificados por El para poder llegar al Cielo. Y además nos anuncia nuestra propia
resurrección, pues Cristo nos dice: “el que cree en Mí tendrá vida eterna: y yo
lo resucitaré en el último día” (Jn. 6,40).
La Resurrección del Señor recuerda un interrogante que
siempre ha estado en la mente de los seres humanos: ¿Qué habrá en el más
allá? ¿Cómo será la otra vida? ¿Habrá vida después de esta vida? ¿Qué sucede después de la muerte? ¿Qué es eso del Juicio Final? ¿Hay un futuro a pesar de que nuestro cuerpo
esté bajo tierra, o esté hecho cenizas?
La Resurrección de Jesucristo nos da respuesta a todas estas
preguntas. Y la respuesta es la
siguiente: seremos resucitados, tal como Cristo resucitó y tal como El lo tiene
prometido a todo el que cumpla la Voluntad del Padre (cfr. Juan 5,29 y
6,40). Su Resurrección es primicia de
nuestra propia resurrección y de nuestra futura inmortalidad.
¿Cuándo sucederá esa resurrección prometida por Cristo? No sucede enseguida de la muerte, porque en
la muerte quedan separados el alma del cuerpo.
La muerte consiste precisamente en esa separación. Pero la resurrección sí sucederá en el “último día” (Jn.6, 54 y 11, 25); “al
fin del mundo” (LG 48), es decir, en Segunda Venida de Cristo: “Cuando se dé la señal por la voz del
Arcángel, el propio Señor bajará del Cielo, al son de la trompeta divina. Los
que murieron en Cristo resucitarán en primer lugar” (1ª Tes. 4, 16) (Catecismo
de la Iglesia Católica #1001)
¿Quién conoce este
momento? Nadie. Ni los Ángeles del Cielo, dice el Señor: sólo
el Padre Celestial conoce el momento en que “el Hijo del Hombre vendrá entre
las nubes con gran poder y gloria”, para juzgar a vivos y muertos. En ese momento será nuestra resurrección:
resucitaremos para la vida eterna en el Cielo -los que hayamos obrado bien- y
resucitaremos para la condenación -los que hayamos obrado mal.
La vida de Jesucristo nos muestra el camino que hemos de
recorrer todos nosotros para poder alcanzar esa promesa de nuestra
resurrección. Su vida fue -y así debe
ser la nuestra- de una total identificación de nuestra voluntad con la Voluntad
de Dios durante esta vida. Sólo así
podremos dar el paso a la otra Vida, al Cielo que Dios Padre nos tiene preparado
desde toda la eternidad, donde estaremos en cuerpo y alma gloriosos, como está
Jesucristo y como está su Madre, la Santísima Virgen María.
Por todo esto, la Resurrección de Cristo y su promesa de
nuestra propia resurrección nos invita a cambiar nuestro modo de ser, nuestro
modo de pensar, de actuar, de vivir. Es
necesario “morir a nosotros mismos”; es
necesario morir a “nuestro viejo yo”.
Nuestro viejo yo debe quedar muerto, crucificado con Cristo, para dar
paso al “hombre nuevo”, de manera de poder vivir una vida nueva. Sin embargo, sabemos que todo cambio cuesta,
sabemos que toda muerte duele. Y la
muerte del propio “yo” va acompañada de dolor.
No hay otra forma. Pero no habrá
una vida nueva si no nos “despojamos del hombre viejo y de la manera de vivir
de ese hombre viejo” ( Rom 6, 3-11 y
Col. 3,5-10).
Y así como no puede alguien resucitar sin antes haber pasado
por la muerte física, así tampoco podemos resucitar a la vida eterna si no
hemos enterrado nuestro “yo”.
Y ¿qué es nuestro “yo”?
El “yo” incluye nuestras tendencias al pecado, nuestros vicios y
nuestras faltas de virtud. Y el “yo”
también incluye el apego a nuestros propios deseos y planes, a nuestras propias
maneras de ver las cosas, a nuestras propias ideas, a nuestros propios
razonamientos… cuando éstos no coinciden con la voluntad y los criterios de
Dios.
Durante toda la Cuaresma la Palabra de Dios nos ha estado
hablando de “conversión”, de cambio de vida.
A esto se refiere ese llamado: a cambiar de vida, a enterrar nuestro “yo”, para poder resucitar
con Cristo. Consiste todo esto -para
decirlo en una sola frase- en poner a Dios en primer lugar en nuestra vida y a
amarlo sobre todo lo demás. ¿No es esto
sencillamente el cumplimiento del primer mandamiento: Amar a Dios sobre todas
las cosas? Y amarlo significa
complacerlo en todo. Y complacer a Dios
en todo significa hacer sólo su Voluntad... no la nuestra.
Así, poniendo a Dios de primero en todo, muriendo a nuestro
“yo”, podremos estar seguros de esa resurrección de vida que Cristo promete a
aquéllos que hayan obrado bien, es decir, que hayan cumplido, como El, la
Voluntad del Padre (Juan 6, 37-40).
La Resurrección de Cristo nos invita también a estar alerta
ante el mito de la re-encarnación.
Sepamos los cristianos que nuestra esperanza no está en volver a
nacer. Mi esperanza no está en que mi
alma reaparezca en otro cuerpo que no es el mío, como se nos trata de convencer
con esa mentira que es el mito de la re-encarnación.
Los cristianos debemos tener claro que nuestra fe es
incompatible con la falsa creencia en la re-encarnación. La re-encarnación y otras falsas creencias
que nos vienen fuentes no cristianas, vienen a contaminar nuestra fe y podrían
llevarnos a perder la verdadera fe.
Porque cuando comenzamos a creer que es posible, o deseable, o
conveniente o agradable re-encarnar, ya -de hecho- estamos negando la
resurrección. Y nuestra esperanza no
está en re-encarnar, sino en resucitar con Cristo, como Cristo ha resucitado y
como nos ha prometido resucitarnos también a nosotros.
Recordemos, entonces, que la re-encarnación niega la
resurrección... y niega muchas otras cosas.
Parece muy atractiva esta falsa creencia. Sin embargo, si en realidad lo pensamos bien
... ¿cómo va a ser atractivo volver a nacer en un cuerpo igual al que ahora
tenemos, decadente y mortal, que se daña y que se enferma, que se envejece y
que sufre ... pero que además tampoco es el mío?
Y ¿qué significa resucitar?
Resurrección es la re-unión de nuestra alma con nuestro propio cuerpo, pero
glorificado. Resurrección no significa
que volveremos a una vida como la que tenemos ahora. Resurrección significa que Dios dará a
nuestros cuerpos una vida distinta a la que vivimos ahora, pues al reunirlos
con nuestras almas, serán cuerpos incorruptibles,
que ya no sufrirán, ni se enfermarán, ni envejecerán. ¡Serán cuerpos gloriosos!
La Resurrección de Cristo nos invita, entonces, a tener
nuestra mirada fija en el Cielo. Así nos
dice San Pablo: “Busquen los bienes de
arriba ... pongan todo el corazón en los bienes del cielo, no en los de la
tierra” (Col. 3, 1-4).
¿Qué significa este importante consejo de San Pablo? Significa que la vida en esta tierra es como
una antesala, como una preparación, para unos más breve que para otros.
Significa que en realidad no fuimos creados sólo para esta ante-sala, sino para
el Cielo, nuestra verdadera patria, donde estaremos con Cristo, resucitados
-como El- en cuerpos gloriosos.
Significa que, buscar la felicidad en esta tierra y
concentrar todos nuestros esfuerzos en ello, es perder de vista el Cielo. Significa que nuestra mirada debe estar en la
meta hacia donde vamos. Significa que
las cosas de la tierra deben verse a la luz de las cosas del Cielo. Significa que debiéramos tener los pies
firmes en la tierra, pero la mirada puesta en el Cielo.
Significa que, si la razón de nuestra vida es llegar a ese
sitio que Dios nuestro Padre ha preparado para aquéllos que hagamos su
Voluntad, es fácil deducir que hacia allá debemos dirigir todos nuestros
esfuerzos. Nuestro interés primordial
durante esta vida temporal debiera ser el logro de la Vida Eterna en el
Cielo. Lo demás, los logros temporales,
debieran quedar en lo que son: cosas que pasan, seres que mueren,
satisfacciones incompletas, cuestiones perecederas ... Todo lo que aquí
tengamos o podamos lograr pierde valor si se mira con ojos de eternidad, si
podemos captarlo con los ojos de Dios.
La resurrección de Cristo y la nuestra es un dogma central
de nuestra fe cristiana. ¡Vivamos esa
esperanza! No la dejemos enturbiar por
errores y falsedades, como la re-encarnación.
No nos quedemos deslumbrados con las cosas de la tierra, sino tengamos nuestra
mirada fija en el Cielo y nuestra esperanza anclada en la Resurrección de
Cristo y en nuestra futura resurrección.
Que así sea.
Fuentes:
Sagradas Escrituras.
ACI.Prenssa
Homilias.org
Ángel Corbalán.
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