El Domingo de Ramos se da inicio formal a la Semana
Santa. Y los que vamos a la Iglesia este
día, vemos que hay mucha más gente que otros domingos, porque van con mucho
interés a recoger las palmas benditas.
Esas palmas recuerdan las palmas y ramos de olivo que los habitantes de
Jerusalén batían y colocaban al paso de Jesús, aclamándolo como Rey.
La entrada triunfal de Jesús a Jerusalén, que conmemoramos
este domingo, a pocos días de su Pasión y Muerte, nos invita a reflexionar
sobre si Jesús es Rey. Más
precisamente: si Jesús es nuestro Rey.
La verdad es que Jesús, aun siendo el Mesías, siempre huyó
de la idea del Mesías que tenía la gran mayoría del pueblo de Israel: ellos
esperaban un Mesías poderoso, de acuerdo a criterios humanos y políticos, que
los libertara del colonialismo romano.
Jesús, por el contrario, va dejando bien claro que su misión es
diferente. Por ejemplo, cuando después
del milagro de la multiplicación de los panes, la multitud quiere aclamarlo
rey, ¿qué hace? Sencillamente desaparece.
Sin embargo, sólo en la ocasión de su entrada a Jerusalén,
que celebramos cada Domingo de Ramos, se deja aclamar como Mesías y como Rey de
Israel, como “el Rey que viene en nombre del Señor” (Lc. 19, 38).
Celebración
de Misa y bendición de ramos en San García Abad.
A 11:00
horas Misa de los niños
A 12:30
horas Misa adultos
A 20:00
horas Misa vespertina
Evangelio . Pasión
de nuestro Señor Jesucristo según San Mateo (26,14–27,66):
C. En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas
Iscariote, fue a los sumos sacerdotes y les propuso:
S. «¿Qué estáis dispuestos a darme, si os lo entrego?»
C. Ellos se ajustaron con él en treinta monedas. Y desde
entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo.
C. El primer día de los Ázimos se acercaron los discípulos a
Jesús y le preguntaron:
S. -«¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?»
C. Él contestó:
+ «Id a la ciudad, a casa de Fulano, y decidle: "El
Maestro dice: Mi momento está cerca; deseo celebrar la Pascua en tu casa con
mis discípulos."»
C. Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y
prepararon la Pascua.
C. Al atardecer se puso a la mesa con los Doce. Mientras
comían dijo:
+ «Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar.»
C. Ellos, consternados, se pusieron a preguntarle uno tras
otro:
S. «¿Soy yo acaso, Señor?»
C. Él respondió:
+ «El que ha mojado en la misma fuente que yo, ése me va a
entregar. El Hijo del hombre se va, como está escrito de él; pero, ¡ay del que
va a entregar al Hijo del hombre!; más le valdría no haber nacido.»
C. Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar:
S. «¿Soy yo acaso, Maestro?»
C. Él respondió:
+ «Tú lo has dicho.»
C. Durante la cena, Jesús cogió pan, pronunció la bendición,
lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo:
+ «Tomad, comed: esto es mi cuerpo.»
C.. Y, cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias y
se la dio diciendo:
+ «Bebed todos; porque ésta es mi sangre, sangre de la
alianza, derramada por todos para el perdón de los pecados. Y os digo que no
beberé más del fruto de la vid, hasta el día que beba con vosotros el vino
nuevo en el reino de mi Padre.»
C. Cantaron el salmo y salieron para el monte de los Olivos.
C. Entonces Jesús les dijo:
+ «Esta noche vais a caer todos por mi causa, porque está
escrito: "Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas del rebaño."
Pero cuando resucite, iré antes que vosotros a Galilea.»
C. Pedro replicó:
S. «Aunque todos caigan por tu causa, yo jamás caeré.»
C. Jesús le dijo:
+ «Te aseguro que esta noche, antes que el gallo cante, me
negarás tres veces.»
C . Pedro le replicó:
S. «Aunque tenga que morir contigo, no te negaré. »
C. Y lo mismo decían los demás discípulos.
C. Entonces Jesús fue con ellos a un huerto, llamado
Getsemaní, y les dijo:
+ «Sentaos aquí, mientras voy allá a orar.»
C. Y, llevándose a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo,
empezó a entristecerse y a angustiarse. Entonces dijo:
+ «Me muero de tristeza: quedaos aquí y velad conmigo.»
C. Y, adelantándose un poco, cayó rostro en tierra y oraba
diciendo:
+ «Padre mío, si es posible, que pase y se aleje de mí ese
cáliz. Pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que tú quieres.»
C. Y se acercó a los discípulos y los encontró dormidos.
Dijo a Pedro:
+ «¿No habéis podido velar una hora conmigo? Velad y orad
para no caer en la tentación, pues el espíritu es decidido, pero la carne es
débil.»
C. De nuevo se apartó por segunda vez y oraba diciendo:
+ «Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba,
hágase tu voluntad.»
C. Y, viniendo otra vez, los encontró dormidos, porque
tenían los ojos cargados. Dejándolos de nuevo, por tercera vez oraba,
repitiendo las mismas palabras. Luego se acercó a sus discípulos y les dijo:
+ «Ya podéis dormir y descansar. Mirad, está cerca la hora,
y el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levantaos,
vamos! Ya está cerca el que me entrega.»
C. Todavía estaba hablando, cuando apareció Judas, uno de
los Doce, acompañado de un tropel de gente, con espadas y palos, mandado por
los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo. El traidor les había dado esta
contraseña:
S. «Al que yo bese, ése es; detenedlo.»
C. Después se acercó a Jesús y le dijo:
S. «¡Salve, Maestro!»
C. Y lo besó. Pero Jesús le contestó:
+ «Amigo, ¿a qué vienes?»
C. Entonces se acercaron a Jesús y le echaron mano para
detenerlo. Uno de los que estaban con él agarró la espada, la desenvainó y de
un tajo le cortó la oreja al criado del sumo sacerdote. Jesús le dijo:
+ «Envaina la espada; quien usa espada, a espada morirá.
¿Piensas tú que no puedo acudir a mi Padre? Él me mandaría en seguida más de
doce legiones de ángeles. Pero entonces no se cumpliría la Escritura, que dice
que esto tiene que pasar.»
C. Entonces dijo Jesús a la gente:
+ «¿Habéis salido a prenderme con espadas y palos, como a un
bandido? A diario me sentaba en el templo a enseñar y, sin embargo, no me
detuvisteis.»
C. Todo esto ocurrió para que se cumpliera lo que
escribieron los profetas. En aquel momento todos los discípulos lo abandonaron
y huyeron. Los que detuvieron a Jesús lo llevaron a casa de Caifás, el sumo
sacerdote, donde se habían reunido los escribas y los ancianos. Pedro lo seguía
de lejos, hasta el palacio del sumo sacerdote, y, entrando dentro, se sentó con
los criados para ver en qué paraba aquello. Los sumos sacerdotes y el sanedrín
en pleno buscaban un falso testimonio contra Jesús para condenarlo a muerte y
no lo encontraban, a pesar de los muchos falsos testigos que comparecían.
Finalmente, comparecieron dos, que dijeron:
S. «Éste ha dicho: "Puedo destruir el templo de Dios y
reconstruirlo en tres días."»
C. El sumo sacerdote se puso en pie y le dijo:
S. «¿No tienes nada que responder? ¿Qué son estos cargos que
levantan contra ti?»
C. Pero Jesús callaba. Y el sumo sacerdote le dijo:
S. «Te conjuro por Dios vivo a que nos digas si tú eres el
Mesías, el Hijo de Dios.»
C. Jesús le respondió:
+ «Tú lo has dicho. Más aún, yo os digo: Desde ahora veréis
que el Hijo del hombre está sentado a la derecha del Todopoderoso y que viene
sobre las nubes del cielo.»
C. Entonces el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras,
diciendo:
S. «Ha blasfemado. ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos?
Acabáis de oír la blasfemia. ¿Qué decidís?»
C. Y ellos contestaron:
S. «Es reo de muerte.»
C. Entonces le escupieron a la cara y lo abofetearon; otros
lo golpearon, diciendo:
S. «Haz de profeta, Mesías; ¿quién te ha pegado?»
C. Pedro estaba sentado fuera en el patio, y se le acercó
una criada y le dijo:
S. «También tú andabas con Jesús el Galileo.»
C. Él lo negó delante de todos, diciendo:
S. «No sé qué quieres decir.»
C. Y, al salir al portal, lo vio otra y dijo a los que
estaban allí:
S. «Éste andaba con Jesús el Nazareno.»
C. Otra vez negó él con juramento:
S. «No conozco a ese hombre.»
C. Poco después se acercaron los que estaban allí y dijeron
a Pedro:
S. «Seguro; tú también eres de ellos, te delata tu acento.»
C. Entonces él se puso a echar maldiciones y a jurar,
diciendo:
S. «No conozco a ese hombre.»
C. Y en seguida cantó un gallo. Pedro se acordó de aquellas
palabras de Jesús: «Antes de que cante el gallo, me negarás tres veces.» Y,
saliendo afuera, lloró amargamente. Al hacerse de día, todos los sumos
sacerdotes y los ancianos del pueblo se reunieron para preparar la condena a
muerte de Jesús. Y, atándolo, lo llevaron y lo entregaron a Pilato, el
gobernador. Entonces Judas, el traidor, al ver que habían condenado a Jesús,
sintió remordimiento y devolvió las treinta monedas de plata a los sumos
sacerdotes y ancianos, diciendo:
S. «He pecado, he entregado a la muerte a un inocente.»
C. Pero ellos dijeron:
S. «¿A nosotros qué? ¡Allá tú!»
C. Él, arrojando las monedas en el templo, se marchó; y fue
y se ahorcó. Los sumos sacerdotes, recogiendo las monedas, dijeron:
S. «No es lícito echarlas en el arca de las ofrendas, porque
son precio de sangre.»
C. Y, después de discutirlo, compraron con ellas el Campo
del Alfarero para cementerio de forasteros. Por eso aquel campo se llama
todavía «Campo de Sangre». Así se cumplió lo escrito por Jeremías, el profeta:
«Y tomaron las treinta monedas de plata, el precio de uno que fue tasado, según
la tasa de los hijos de Israel, y pagaron con ellas el Campo del Alfarero, como
me lo había ordenado el Señor.» Jesús fue llevado ante el gobernador, y el
gobernador le preguntó:
S. «¿Eres tú el rey de los judíos?»
C. Jesús respondió:
+ «Tú lo dices.»
C. Y, mientras lo acusaban los sumos sacerdotes y los
ancianos, no contestaba nada. Entonces Pilato le preguntó:
S. «¿No oyes cuántos cargos presentan contra ti?»
C. Como no contestaba a ninguna pregunta, el gobernador
estaba muy extrañado. Por la fiesta, el gobernador solía soltar un preso, el
que la gente quisiera. Había entonces un preso famoso, llamado Barrabás. Cuando
la gente acudió, les dijo Pilato:
S. «¿A quién queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús, a
quien llaman el Mesías?»
C. Pues sabía que se lo habían entregado por envidia. Y,
mientras estaba sentado en el tribunal, su mujer le mandó a decir:
S. «No te metas con ese justo, porque esta noche he sufrido
mucho soñando con él.»
C. Pero los sumos sacerdotes y los ancianos convencieron a
la gente que pidieran el indulto de Barrabás y la muerte de Jesús. El
gobernador preguntó:
S. «¿A cuál de los dos queréis que os suelte?»
C. Ellos dijeron:
S. «A Barrabás.»
C. Pilato les preguntó:
S. «¿Y qué hago con Jesús, llamado el Mesías?»
C. Contestaron todos:
S. «Que lo crucifiquen.»
C. Pilato insistió:
S. «Pues, ¿qué mal ha hecho?»
C. Pero ellos gritaban más fuerte:
S. «¡Que lo crucifiquen!»
C. Al ver Pilato que todo era inútil y que, al contrario, se
estaba formando un tumulto, tomó agua y se lavó las manos en presencia de la
multitud, diciendo:
S. «Soy inocente de esta sangre. ¡Allá vosotros!»
C. Y el pueblo entero contestó:
S. «¡Su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!»
C. Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de
azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran. Los soldados del gobernador se
llevaron a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a toda la compañía; lo
desnudaron y le pusieron un manto de color púrpura y, trenzando una corona de
espinas, se la ciñeron a la cabeza y le pusieron una caña en la mano derecha.
Y, doblando ante él la rodilla, se burlaban de él, diciendo:
S. «¡Salve, rey de los judíos!»
C. Luego le escupían, le quitaban la caña y le golpeaban con
ella la cabeza. Y, terminada la burla, le quitaron el manto, le pusieron su
ropa y lo llevaron a crucificar. Al salir, encontraron a un hombre de Cirene,
llamado Simón, y lo forzaron a que llevara la cruz. Cuando llegaron al lugar
llamado Gólgota (que quiere decir: «La Calavera»), le dieron a beber vino
mezclado con hiel; él lo probó, pero no quiso beberlo. Después de crucificarlo,
se repartieron su ropa, echándola a suertes, y luego se sentaron a custodiarlo.
Encima de su cabeza colocaron un letrero con la acusación: «Éste es Jesús, el
rey de los judíos.» Crucificaron con él a dos bandidos, uno a la derecha y otro
a la izquierda. Los que pasaban lo injuriaban y decían, meneando la cabeza:
S. «Tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres
días, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, baja de la cruz.»
C. Los sumos sacerdotes con los escribas y los ancianos se
burlaban también, diciendo:
S. «A otros ha salvado, y él no se puede salvar. ¿No es el
rey de Israel? Que baje ahora de la cruz, y le creeremos. ¿No ha confiado en
Dios? Si tanto lo quiere Dios, que lo libre ahora. ¿No decía que era Hijo de
Dios?»
C. Hasta los bandidos que estaban crucificados con él lo
insultaban. Desde el mediodía hasta la media tarde, vinieron tinieblas sobre
toda aquella región. A media tarde, Jesús gritó:
+ «Elí, Elí, lamá sabaktaní.»
C. (Es decir:
+ «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»)
C. Al oírlo, algunos de los que estaban por allí dijeron:
S. «A Elías llama éste.»
C. Uno de ellos fue corriendo; en seguida, cogió una esponja
empapada en vinagre y, sujetándola en una caña, le dio a beber. Los demás
decían:
S. «Déjalo, a ver si viene Elías a salvarlo.»
C. Jesús dio otro grito fuerte y exhaló el espíritu.
Todos se arrodillan, y se hace una pausa
C. Entonces, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba
abajo; la tierra tembló, las rocas se rajaron. Las tumbas se abrieron, y muchos
cuerpos de santos que habían muerto resucitaron. Después que él resucitó,
salieron de las tumbas, entraron en la Ciudad santa y se aparecieron a muchos.
El centurión y sus hombres, que custodiaban a Jesús, el ver el terremoto y lo
que pasaba, dijeron aterrorizados:
S. «Realmente éste era Hijo de Dios.»
C. Había allí muchas mujeres que miraban desde lejos,
aquellas que habían seguido a Jesús desde Galilea para atenderlo; entre ellas,
María Magdalena y María, la madre de Santiago y José, y la madre de los
Zebedeos. Al anochecer, llegó un hombre rico de Arimatea, llamado José, que era
también discípulo de Jesús. Éste acudió a Pilato a pedirle el cuerpo de Jesús.
Y Pilato mandó que se lo entregaran. José, tomando el cuerpo de Jesús, lo
envolvió en una sábana limpia, lo puso en el sepulcro nuevo que se había
excavado en una roca, rodó una piedra grande a la entrada del sepulcro y se
marchó. María Magdalena y la otra María se quedaron allí, sentadas enfrente del
sepulcro. A la mañana siguiente, pasado el día de la Preparación, acudieron en
grupo los sumos sacerdotes y los fariseos a Pilato y le dijeron:
S. «Señor, nos hemos acordado que aquel impostor, estando en
vida, anunció: "A los tres días resucitaré."
Por eso, da orden de que
vigilen el sepulcro hasta el tercer día, no sea que vayan sus discípulos, roben
el cuerpo y digan al pueblo: "Ha resucitado de entre los muertos."
La
última impostura sería peor que la primera.»
C. Pilato contestó:
S. «Ahí tenéis la guardia. Id vosotros y asegurad la
vigilancia como sabéis.»
C. Ellos fueron, sellaron la piedra y con la guardia
aseguraron la vigilancia del sepulcro.
Palabra del Señor
COMENTARIO.
Hoy, Domingo de Ramos, celebramos la entrada triunfal de
Jesús a Jerusalén. Se llama también este domingo, Domingo de Pasión, pues en
este día damos inicio a la Semana de la Pasión del Señor.
Este Domingo de Ramos ha tenido lugar la ceremonia de la
bendición de las palmas y hemos escuchado la narración de la entrada triunfal
de Jesús a Jerusalén.
Y ¿qué significan las palmas que con tanto interés vienen
todos a recoger? Las palmas benditas recuerdan las palmas y ramos de olivo que
los habitantes de Jerusalén batían y colocaban al paso de Jesús, cuando lo
aclamaban como Rey y como el venido en nombre del Señor. Las palmas benditas no
son cosa mágica. Las palmas benditas que hoy se recogen simbolizan que con
ellas proclamamos a Jesús como Rey de Cielos y Tierra, pero -sobre todo- que lo
proclamemos como Rey de nuestro corazón. ¡Jesús, Rey y Dueño de nuestra vida!
Sin embargo, si bien con las palmas benditas hemos aclamado
a Cristo como Rey, las lecturas de la Misa de hoy son todas referidas a la
Pasión y Muerte de nuestro Señor Jesucristo.
La Primera Lectura del Profeta Isaías (Is. 50, 4-7) nos
anuncia cómo iba a ser la actitud de Jesús ante las afrentas y los sufrimientos
de su Pasión: no opuso la más mínima resistencia a todo lo que le hacían. “No
he opuesto resistencia, ni me he echado para atrás. Ofrecí la espalda a los que
me golpeaban, la mejilla a los que me tiraban la barba. No aparté mi rostro de
los insultos y salivazos.”
En el Salmo (Sal. 21) repetiremos las palabras de Cristo en
la cruz, justo antes de expirar: Dios mío, Dios mío. ¿Por qué me has
abandonado? ... Jesús cargó con todo el peso de nuestros pecados, al punto de
sentir el abandono de Dios en que nos encontramos cuando pecamos y damos la
espalda a Dios.
Nunca, salvo en su entrada triunfal a Jerusalén, Jesús quiso
dejarse tratar como Rey ... Siempre lo evitó ... Como nos dice San Pablo en la
Segunda Lectura (Flp. 2, 6-11): Cristo nunca hizo alarde de su categoría de
Dios, sino que más bien se humilló hasta parecer uno de nosotros. Y -como si
fuera poco- se dejó matar como un malhechor.
En el Evangelio (Mt. 26, 14 - 27) hemos oído la Pasión según
San Mateo. La lectura de la Pasión nos invita en este Domingo de Ramos, inicio
de la Semana Santa, a acompañar a Jesús en su sufrimiento, en las torturas a
las que fue sometido, para darle gracias por redimirnos, por rescatarnos, por
salvarnos y abrirnos las puertas del Cielo.
Pero volvamos al tema de la entrada triunfal de Jesús a
Jerusalén a pocos días de su Pasión y Muerte, el cual nos invita a reflexionar
sobre si Jesús es Rey, y si lo es ¿qué clase de Rey es? Porque ... ¿no es
extraño un Rey montado en un burrito? ¿Por qué no vino sentado en una carroza o
cabalgando un caballo blanco bien aperado?
La verdad es que Jesús, aun siendo el Mesías, siempre huyó
de la idea que la gran mayoría del pueblo de Israel tenía del Mesías: ellos
esperaban un Mesías poderoso, de acuerdo a criterios humanos y políticos, que
los libertara del dominio romano. Jesús, por el contrario, va dejando bien
claro que su misión es diferente. Por ejemplo, cuando después del milagro de la
multiplicación de los panes, la multitud quiere aclamarlo como rey, ¿qué hace?
Sencillamente desaparece.
Sin embargo, sólo en la ocasión de su entrada a Jerusalén se
deja aclamar como Mesías y como Rey de Israel, como “el Rey que viene en nombre
del Señor” (Lc. 19, 38). Pero entonces observamos la paradoja del Rey montado
en un burrito, con lo que se cumple lo anunciado por el Profeta Zacarías (9,9):
“He aquí que tu Rey viene a ti, apacible y montado en un burro, en un burrito”.
Lo del burrito nos indica la profunda humildad de ese
Rey,que -como nos dice la Segunda Lectura (Flp. 2, 6-11) de la Carta de San
Pablo a los Filipenses- nunca quiso hacer alarde de su categoría de Rey, ni de
su condición de Dios, sino que más bien se humilló hasta hacerse uno como
cualquiera de nosotros ... y menos aún, pues se consideró y actuó como servidor
obediente, llegando a la mayor deshonra y al mayor sufrimiento posible: morir
torturado y crucificado como malhechor y -por si fuera poco- como blasfemo
(cfr. Flp. 2, 6-11 y Mt. 21, 65).
Cuando ya comienza el proceso que terminaría en su Pasión y
Muerte, Jesús, interrogado por Pilatos “¿Eres el Rey de los Judíos?”, no niega
que lo sea, pero precisa: “Mi Reino no es de este mundo” (Jn. 18, 36). Ya lo
había dicho antes a sus seguidores: “Mi Reino está en medio de vosotros”(Lc.17,
21).
Y es así, pues el Reino de Cristo va permeando
paulatinamente en medio de aquéllos -y dentro de aquéllos- que acogen la Buena
Nueva.
Y ¿cuál es esa Buena Nueva?
Es el mensaje de salvación –no de los Romanos- sino de una opresión
mucho peor que ésa: la del Enemigo de
Dios y de todos nosotros, el propio Satanás.
Pero si el Reino de Cristo no es de este mundo ¿de qué mundo
es? ¿cuándo se instaurará? Ya lo había anunciado Jesús mismo en el
momento en que fuera juzgado por Caifás:
“Verán al Hijo del Hombre sentado a la derecha del Dios Poderoso y
viniendo sobre las nubes” (Mt. 26, 64).
El Reino de Cristo, aunque ya comienza a estar dentro de
cada uno de los que siguen la Voluntad de Dios, se establecerá definitivamente
con el advenimiento del Rey a la tierra, en ese momento que el mismo Jesús
anunció durante su juicio; es decir, en
la Parusía (al final de los tiempos) cuando Cristo venga a establecer los
cielos nuevos y la tierra nueva, cuando venza definitivamente todo mal y venza
al Maligno. (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica # 671-677)
Y ¿quiénes son los
súbditos de ese Rey? ¿quiénes son su
pueblo? Todos los que hayan sido -como
El- siervos de Dios, es decir todos los que hayan cumplido la Voluntad de Dios,
todos los santos, todos los salvados por la sangre de ese Rey derramada en la
cruz.
Por todo esto, Jesús nos enseñó a orar así en el Padre
Nuestro: “venga a nosotros tu
Reino”. Y por eso en la Santa Misa, después de que el
pan y el vino son transformados en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, todos
respondemos a una voz: “Ven Señor
Jesús”. Y con esta frase, que es la
última de toda la Sagrada Escritura, estamos pidiendo la pronta venida de Jesús
para instaurar su Reino definitivo, en el que seguirá siendo el Rey …y Rey para
siempre!
Eso simbolizan las palmas benditas, no otra cosa. Con ellas
proclamamos a Jesús como Rey de Cielos y Tierra, pero -sobre todo- como nuestro
Rey, Rey de nuestro corazón. Dueño y
Señor de nuestra vida y de nuestra voluntad.
Si no es así, no tiene sentido recoger palmas.
Y ¿cómo es ese Reinado de Jesús en nuestro corazón? Significa que lo dejamos a El reinar en
nuestra vida; es decir, que lo dejamos a
El regir nuestra vida. Significa que
entregamos nuestra voluntad a Dios, para hacer su Voluntad y no la
nuestra. Significa que lo hacemos dueño
de nuestra vida para ser suyos. Así el
Reino de Cristo comienza a estar dentro de nosotros mismos y en medio de
nosotros. Así nos preparamos
adecuadamente para cuando Cristo venga glorioso entre las nubes a establecer su
Reinado definitivo: la morada de Dios
entre los hombres.
Que así sea.
Fuentes:
Santas Escrituras.
Homilias.Org.
Ángel Corbalán
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