Hoy el evangelista continúa haciendo la descripción del
Reino de Dios según la enseñanza de Jesús, tal como va siendo proclamado
durante estos domingos de verano en nuestras asambleas eucarísticas.
En el fondo del relato de hoy, la viña, imagen profética del pueblo de Israel en el Primer Testamento, y ahora del nuevo pueblo de Dios que nace del costado abierto del Señor en la cruz. La cuestión: la pertenencia a este pueblo, que viene dada por una llamada personal hecha a cada uno: «No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros» (Jn 15,16), y por la voluntad del Padre del cielo, de hacer extensiva esta llamada a todos los hombres, movido por su voluntad generosa de salvación.
En el fondo del relato de hoy, la viña, imagen profética del pueblo de Israel en el Primer Testamento, y ahora del nuevo pueblo de Dios que nace del costado abierto del Señor en la cruz. La cuestión: la pertenencia a este pueblo, que viene dada por una llamada personal hecha a cada uno: «No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros» (Jn 15,16), y por la voluntad del Padre del cielo, de hacer extensiva esta llamada a todos los hombres, movido por su voluntad generosa de salvación.
Para ellos la fe es algo que ata y esclaviza y, calladamente, tienen envidia de quienes “viven la vida”, ya que conciben la conciencia cristiana como un freno, y no como unas alas que dan vuelo divino a la vida humana. Piensan que es mejor permanecer desocupados espiritualmente, antes que vivir a la luz de la palabra de Dios. Sienten que la salvación les es debida y son celosos de ella. Contrasta notablemente su espíritu mezquino con la generosidad del Padre, que «quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (1Tim 2,4), y por eso llama a su viña, «Él que es bueno con todos, y ama con ternura todo lo que ha creado» (Sal 145,9).
Lectura del Santo Evangelio Según San Mateo (20,1-16):
En
aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: «El Reino de los
Cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros
para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los
mandó a la viña. Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la
plaza sin trabajo, y les dijo: "Id también vosotros a mi viña, y os pagaré
lo debido." Ellos fueron. Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde e
hizo lo mismo. Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo:
"¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?" Le
respondieron: "Nadie nos ha contratado." Él les dijo: "Id
también vosotros a mi viña." Cuando oscureció, el dueño de la viña dijo al
capataz: "Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los
últimos y acabando por los primeros." Vinieron los del atardecer y
recibieron un denario cada uno. Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían
más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Entonces se pusieron a
protestar contra el amo: "Estos últimos han trabajado sólo una hora, y los
has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el
bochorno." Él replicó a uno de ellos: "Amigo, no te hago ninguna
injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle
a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que
quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?"
Así, los últimos serán los primeros y los primeros los últimos.»
Palabra del Señor
COMENTARIO
El Evangelio de hoy nos trae uno de los planteamientos más
controversiales que conseguimos en la Sagrada Escritura. Se trata de
aquella parábola de los trabajadores contratados a diferentes horas del día,
los cuales terminan todos recibiendo el mismo salario.
Hubo un grupo que comenzó a trabajar a primera hora de la
mañana; otro, a media mañana; otro, al mediodía; otro grupo a media tarde, y un
último grupo que sólo comenzó a trabajar al final de la tarde. Lo
sorprendente de la historia -tanto para nosotros que la leemos u oímos, como
para los protagonistas imaginarios que en ella actúan- es que todos
recibieron la misma cantidad de dinero. (Mt. 20, 1-16)
¿Por qué esto? Jesucristo, quien es el dueño de la
siembra y quien cuenta la parábola, no nos explica el por qué de esta aparente
“injusticia”. Por ello, para analizar y comprender el mensaje escondido
en este relato, debemos darnos cuenta de que el Señor no está pretendiendo
darnos una lección socio-económica sobre la moral del salario, sino que nos
está dando a entender que El, Dueño de la viña -Dueño del mundo por El creado y
Dueño también de nosotros- puede arreglar sus asuntos y sus “salarios” como
El desea y como mejor le parezca
Así de simple: Dios es libérrimo para hacer con sus cosas lo
que desee. Y no tenemos nosotros ningún derecho de cuestionarlo, ni de
reclamarle. El mismo lo dice en esta parábola: “¿Qué no puedo hacer
con lo mío lo que Yo quiero?”.
La parábola tampoco es para estimular a los flojos a que no
trabajen o a los tibios a que dejen la conversión para última hora. Más
bien nos indica que Dios puede llamar a cualquier hora: a primera hora del día,
o a la última, o al mediodía ... o cuando sea. Nos enseña, también, que
al momento de ser llamados -sea la hora que fuere- debemos responder de
inmediato, sin titubear y sin buscar excusas.
Y el salario es el mismo porque Jesús nos está hablando de
la salvación eterna, que es para todo el que quiera estar en la viña del Señor.
Esta actitud que debemos tener ante el llamado del Señor nos
lo recuerda el Profeta Isaías en la Primera Lectura: “Busquen al Señor
mientras lo pueden encontrar, invóquenlo mientras está cerca. Que le
malvado abandone su camino, y el criminal sus planes. Que regrese al
Señor y El tendrá piedad.” (Is. 55, 6).
La parábola también es una advertencia contra la envidia,
ese pecado tan feo, que consiste en el deseo de querer que lo bueno de los
demás no sea para ellos sino para nosotros. El Señor advierte a los
trabajadores envidiosos que reclaman: “¿Vas a tenerme rencor porque Yo soy
bueno?”
Dios no admite envidia o rivalidad entre sus hijos.
Nada de codiciar lo de los demás. Más aún, Dios desea que nos gocemos del
bien de los demás como si fuera nuestro propio bien.
De no ser así, estamos pecando de envidia, ese pecado
escondido, más frecuente de lo que creemos. Quizá hasta lo cometemos sin
darnos cuenta, porque creemos que es un derecho pensar con envidia.
Otro punto controversial es la frase final de esta parábola,
la cual El Señor repite con bastante insistencia en el Evangelio y
referida a diferentes situaciones: “Los últimos serán los primeros y los
primeros serán los últimos”. (Mt. 19, 30 - Mt. 20, 16 - Mc. 10, 31 - Lc.
13, 30).
¿Qué significado tiene esta sentencia del Señor?
Notemos que no dice que los últimos son los únicos que van a llegar y que los primeros
no llegarán. Simplemente invierte el orden de llegada. Así que el
más importante significado es que todos -primeros y últimos- vamos a
llegar. Significa que Dios ofrece la salvación a todos: recibe a los
pecadores o incrédulos convertidos en la madurez de sus vidas. Pero eso
no quiere decir que los que han vivido unidos a El desde su niñez o su juventud
van a quedarse fuera. Al contrario, los está sosteniendo con sus gracias
todo ese tiempo.
Significa también que los que comenzaron su vida cristiana
desde temprana edad no tienen derecho a un trato especial y no pueden reclamar
mayores derechos o una mejor paga. Significa además, que los llamados
posteriormente no deben dudar, ni desanimarse, pensando que llegan tarde.
Si acaso hay personas que han sido fieles al Señor desde la
primera hora, deben alegrarse por los de las últimas horas. Alegrarse,
porque son almas que recibirán la salvación. Y alegrarse también los de
última hora, porque los tempraneros han tenido la oportunidad de servir al Señor
casi toda o toda su vida.Todas ésas son enseñazas que se pueden extraer de esta
parábola. Pero la más importante de todas ya la hemos dicho: Dios es
libérrimo para arreglar las cosas de su mundo como El desea. Y siempre
las arregla para nuestro mayor bien... aunque a veces nos suceda como a los
trabajadores envidiosos: que no estemos de acuerdo con sus planes y que
-inclusive- tengamos la osadía de reclamarle, cosa que –por cierto- es grave
pecado.
Sin embargo, Dios ve las cosas de manera muy distinta a como
la vemos nosotros, sus creaturas. Y ¿quién las ve mejor? ¿Nosotros
o El, que tiene en sus manos todos los hilos?
La Primera Lectura del Profeta Isaías nos trae una de las
más bellas y más útiles frases sobre este dilema: nuestra voluntad y la de
Dios, nuestros planes y los de Dios, nuestra manera de pensar y la de
Dios. En esta frase nos muestra el Señor cómo es de corta y deficiente la
visión de nosotros los seres humanos y cómo es de alta y de grande la suya.
Cuando nos cueste entender la Voluntad de Dios y las
circunstancias que El permita para nuestras vidas, cuando osemos pensar que
Dios es injusto, cuando tengamos la tentación de reclamarle, recordemos esta
frase que nos dice el Señor por boca del Profeta Isaías: “Así como dista
el cielo de la tierra, así distan mis caminos de sus caminos, mis pensamientos
de sus pensamientos” (Is. 55, 9).
Y recordemos también ésta del Salmo 144: “Siempre
es justo el Señor en sus designios y están llenas de amor todas sus
obras”.
La Segunda Lectura de San Pablo (Flp 1, 20-24.27) nos
recuerda cómo es el verdadero seguidor de Cristo. No es como los
jornaleros envidiosos, pendiente de lo que no es tan importante (momento de la
llamada, servicios prestados, recompensa, etc.), sino que está pendiente de lo
único verdaderamente importante: dar gloria a Cristo.
Nos recuerda el Apóstol que no hay que temer la muerte, pues “la
muerte es una ganancia”, y que no importa el momento de morir o
cuánto nos toque vivir, si en todo momento buscamos la gloria de Cristo.
Fuentes:
Sagradas Escrituras
Evangeli.org
Homilias.org.
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