Hoy, celebramos solemnemente la presencia eucarística de
Cristo entre nosotros, el “don por excelencia”: «Éste es mi cuerpo (...). Ésta
es mi sangre» (Mc 14,22.24). Dispongámonos a suscitar en nuestra alma el
“asombro eucarístico” (San Juan Pablo II).
El pueblo judío en su cena pascual conmemoraba la historia de la salvación, las maravillas de Dios para con su pueblo, especialmente la liberación de la esclavitud de Egipto. En esta conmemoración, cada familia comía el cordero pascual. Jesucristo se convierte en el nuevo y definitivo cordero pascual sacrificado en la cruz y comido en Pan Eucarístico.
La Eucaristía es sacrificio: es el sacrificio del cuerpo inmolado de Cristo y de su sangre derramada por todos nosotros. En la Última Cena esto se anticipó. A lo largo de la historia se irá actualizando en cada Eucaristía. En Ella tenemos el alimento: es el nuevo alimento que da vida y fuerza al cristiano mientras camina hacia el Padre.
La Eucaristía es presencia de Cristo entre nosotros. Cristo resucitado y glorioso permanece entre nosotros de una manera misteriosa, pero real en la Eucaristía. Esta presencia implica una actitud de adoración por nuestra parte y una actitud de comunión personal con Él. La presencia eucarística nos garantiza que Él permanece entre nosotros y opera la obra de la salvación.
El pueblo judío en su cena pascual conmemoraba la historia de la salvación, las maravillas de Dios para con su pueblo, especialmente la liberación de la esclavitud de Egipto. En esta conmemoración, cada familia comía el cordero pascual. Jesucristo se convierte en el nuevo y definitivo cordero pascual sacrificado en la cruz y comido en Pan Eucarístico.
La Eucaristía es sacrificio: es el sacrificio del cuerpo inmolado de Cristo y de su sangre derramada por todos nosotros. En la Última Cena esto se anticipó. A lo largo de la historia se irá actualizando en cada Eucaristía. En Ella tenemos el alimento: es el nuevo alimento que da vida y fuerza al cristiano mientras camina hacia el Padre.
La Eucaristía es presencia de Cristo entre nosotros. Cristo resucitado y glorioso permanece entre nosotros de una manera misteriosa, pero real en la Eucaristía. Esta presencia implica una actitud de adoración por nuestra parte y una actitud de comunión personal con Él. La presencia eucarística nos garantiza que Él permanece entre nosotros y opera la obra de la salvación.
La Eucaristía es misterio de fe. Es el centro y la clave de la vida de la
Iglesia. Es la fuente y raíz de la existencia cristiana. Sin vivencia eucarística
la fe cristiana se reduciría a una filosofía.
Jesús nos da el mandamiento del amor de caridad en la institución de la Eucaristía. No se trata de la última recomendación del amigo que marcha lejos o del padre que ve cercana la muerte. Es la afirmación del dinamismo que Él pone en nosotros. Por el Bautismo comenzamos una vida nueva, que es alimentada por la Eucaristía. El dinamismo de esta vida lleva a amar a los otros, y es un dinamismo en crecimiento hasta dar la vida: en esto notarán que somos cristianos.
Cristo nos ama porque recibe la vida del Padre. Nosotros amaremos recibiendo del Padre la vida, especialmente a través del alimento eucarístico.
Jesús nos da el mandamiento del amor de caridad en la institución de la Eucaristía. No se trata de la última recomendación del amigo que marcha lejos o del padre que ve cercana la muerte. Es la afirmación del dinamismo que Él pone en nosotros. Por el Bautismo comenzamos una vida nueva, que es alimentada por la Eucaristía. El dinamismo de esta vida lleva a amar a los otros, y es un dinamismo en crecimiento hasta dar la vida: en esto notarán que somos cristianos.
Cristo nos ama porque recibe la vida del Padre. Nosotros amaremos recibiendo del Padre la vida, especialmente a través del alimento eucarístico.
Lectura
del santo evangelio según san Marcos (14,12-16.22-26):
El primer día de los Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le
dijeron a Jesús sus discípulos: «¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la
cena de Pascua?»Él envió a dos discípulos, diciéndoles: «Id a la ciudad, encontraréis un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo y, en la casa en que entre, decidle al dueño: "El Maestro pregunta: ¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?" Os enseñará una sala grande en el piso de arriba, arreglada con divanes. Preparadnos allí la cena.»
Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la cena de Pascua.
Mientras comían. Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio, diciendo: «Tomad, esto es mi cuerpo.» Cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio, y todos bebieron. Y les dijo: «Ésta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos. Os aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el reino de Dios.»
Después de cantar el salmo, salieron para el monte de los Olivos.
COMENTARIO.
Queridos hermanos:
“Jesús nos ha dejado como dos sacramentos de su presencia:
uno sacramental, al interior de la comunidad: la Eucaristía; y el otro
existencial, en el barrio y en el pueblo, en la chabola del suburbio, en los
marginados, en los enfermos del sida, en los ancianos abandonados, en los
hambrientos, en los drogadictos, en los inmigrantes… “(“La Iglesia y los
pobres” nº 22, Documento de la Conferencia Episcopal Española, año 1994). Esto
es lo que celebramos en este día del Corpus, por eso salimos a la calle, y es
la jornada de Cáritas, que nos recuerda: “¿Qué haces con tu hermano? Ama y vive
la Justicia”.
La Eucaristía es una cena comunitaria, sólo podemos
comprenderla si la enfocamos desde el ángulo de la Pascua, el Paso definitivo
hacia el amor. Es el rito que sintetiza todo el pensamiento de Cristo acerca de
la vida humana. No un espectáculo para mirar ni un rito para oír… Es, antes que
nada, una mesa a la que somos invitados por el mismo Jesús, para compartir su
cuerpo entregado: “esto es mi cuerpo”, “ésta es mi sangre”. Ya la primera
Pascua fue comida, comida de primavera, del despertar de la nueva vida. Comer
es participar juntos de la misma empresa, de idénticos sentimientos, comiendo
el mismo pan de la existencia compartida. Es unirse al Cristo que se da por los
hermanos, comprometiéndonos en ese gesto a ser otros Cristos, otros panes que
alimentan al hermano necesitado.
No es un gesto romántico; es mucho más que recibir a Jesús
en el corazón. Es comprometerse a vivir con sus sentimientos, poniendo toda
nuestra existencia al servicio de la comunidad. No podemos comulgar con
cualquier Jesús, sino con este Jesús del Evangelio. Ya es hora que terminemos
con la misa espectáculo, la misa obligación, la misa tradición, la misa de
caras largas y silenciosas. Misas sin saludos, sin comunicación, sin alegría,
sin gestos espontáneos, sin participación sincera.
La celebración eucarística, fiesta memorable, es el mejor
índice de nuestro espíritu comunitario. Por eso mismo es un desafío y una
exigencia: no podemos celebrar lo que no vivimos durante la semana; no podemos
compartir nada si no nos conocemos, ni hay interés por reunirse para hacer algo
juntos, si pasamos indiferentes ante los problemas de la pequeña y de la gran
comunidad humana. Comamos juntos nuestra existencia, asumamos juntos esta
historia, bebamos en la fuente de nuestra vida cristiana. He aquí el sentido de
la Eucaristía.
Más allá de las custodias, los palios, las peinetas y las
limosnas que hoy se dan para Cáritas, en demasiadas ocasiones nosotros
preferimos la amistad de los ricos y los poderosos a la de los pobres.
Ayudamos, pero sin que cambie nuestro modo de vida, nos quedamos como
estábamos, preferimos adorar al Cristo de la Eucaristía, sin tener en cuenta al
que está presente en los pobres. Pero, sin el cuidado de los más pequeños, de los
necesitados, la Eucaristía puede convertirse en un acto, que no tiene presente
lo que Jesús quiso celebrar.
Quizá no exista en el cristianismo un gesto tan maltrecho y
rutinario como la Misa. Es triste que hayamos reducido a eso lo que Jesús
consideró como el gesto más comprometido y revolucionario de todo su mensaje,
al que invito a hombres sumamente preocupados por su destino. Y aquellos
hombres, todos ellos trabajadores de diversas profesiones, supieron finalmente
comprender que la Eucaristía no es más que el rito simbólico, de una realidad
nueva que ya estaba en marcha: la comunidad universal de los hombres de todas
las razas, sentados a la misma mesa de la libertad, tratados con el mismo
respeto y dignidad, conscientes todos de un compromiso histórico irrenunciable.
Vamos a terminar con una cita de San Juan Crisóstomo: “Si
queréis honrar al cuerpo de Cristo, no lo despreciéis cuando está desnudo; no
honráis al Cristo Eucarístico con ornamentos de seda al ignorar a aquel otro
Cristo que fuera de los muros de la Iglesia padece frío y desnudez”. Honremos
la Eucaristía y salgamos a la calle, pero sabiendo que significa lo que
celebramos, no vaya a ser que un gesto comprometido y casi subversivo lo
convirtamos en un culto vacio de sentido. Con poca cosa, pan y vino, queremos
hacer presente que es posible una nueva humanidad, que es posible el Reino, la
mesa común, y eso es lo que decimos aquí dentro y después expresaremos fuera y
cada día en el trabajo, la familia, el estudio, en las asociaciones, el compromiso
político, el voluntariado y en la vida.
Fuentes:
Sagradas Escrituras
Julio César Rioja, cmf
Evangeli.org
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