Hoy, según el modelo del realizador de televisión más
actual, contemplamos a Jesús poniendo gusanos y fuego allí donde debemos evitar
ir: el infierno, «donde el gusano no muere y el fuego no se apaga» (Mc 9,48).
Es una descripción del estado en el que puede quedar una persona cuando su vida
no la ha llevado allí adonde quería ir. Podríamos compararlo al momento en que,
conduciendo nuestro automóvil, tomamos una carretera por otra, pensando que
vamos bien y vamos a parar a un lugar desconocido, sin saber dónde estamos y
adónde no queríamos ir. Hay que evitar ir, sea como sea, aunque tengamos que
desprendernos de cosas aparentemente irrenunciables: sin manos (cf. Mc 9,43),
sin pies (cf. Mc 9,45), sin ojos (cf. Mc 9,47). Es necesario querer entrar en
la vida o en el Reino de Dios, aunque sea sin algo de nosotros mismos.
Posiblemente, este Evangelio nos lleva a reflexionar para descubrir qué
tenemos, por muy nuestro que sea, que no nos permite ir hacia Dios, —y todavía
más— qué nos aleja de Él.
El mismo Jesús nos orienta para saber cuál es el pecado en el que nos hacen caer nuestras cosas (manos, pies y ojos). Jesús habla de los que escandalizan a los pequeños que creen en Él (cf. Mc 9,42). “Escandalizar” es alejar a alguien del Señor. Por lo tanto, valoremos en cada persona su proximidad con Jesús, la fe que tiene.
Jesús nos enseña que no hace falta ser de los Doce o de los discípulos más íntimos para estar con Él: «El que no está contra nosotros, está por nosotros» (Mc 9,40). Podemos entender que Jesús lo salva todo. Es una lección del Evangelio de hoy: hay muchos que están más cerca del Reino de Dios de lo que pensamos, porque hacen milagros en nombre de Jesús. Como confesó santa Teresita del Niño Jesús: «El Señor no me podrá premiar según mis obras (...). Pues bien, yo confío en que me premiará según las suyas».
El mismo Jesús nos orienta para saber cuál es el pecado en el que nos hacen caer nuestras cosas (manos, pies y ojos). Jesús habla de los que escandalizan a los pequeños que creen en Él (cf. Mc 9,42). “Escandalizar” es alejar a alguien del Señor. Por lo tanto, valoremos en cada persona su proximidad con Jesús, la fe que tiene.
Jesús nos enseña que no hace falta ser de los Doce o de los discípulos más íntimos para estar con Él: «El que no está contra nosotros, está por nosotros» (Mc 9,40). Podemos entender que Jesús lo salva todo. Es una lección del Evangelio de hoy: hay muchos que están más cerca del Reino de Dios de lo que pensamos, porque hacen milagros en nombre de Jesús. Como confesó santa Teresita del Niño Jesús: «El Señor no me podrá premiar según mis obras (...). Pues bien, yo confío en que me premiará según las suyas».
Lectura del santo evangelio según san Marcos (9,38-43.45.47-48):
En aquel tiempo, Juan dijo a Jesús: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba
demonios en tu nombre y se lo hemos prohibido, porque no es de nuestro grupo.»
Jesús replicó: «No se lo prohibáis, porque nadie que haga un milagro en mi nombre puede luego hablar mal de mí. Pues el que no está contra nosotros está a favor nuestro. Os aseguro que el que os dé a beber un vaso de agua porque sois del Mesías no quedará sin recompensa. Al que sea ocasión de pecado para uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que le colgaran del cuello una piedra de molino y lo echaran al mar. Y si tu mano es ocasión de pecado para ti, córtatela. Más te vale entrar manco en la vida, que ir con las dos manos al fuego eterno que no se extingue. Y si tu pie es ocasión de pecado para ti, córtatelo. Más te vale entrar cojo en la vida, que ser arrojado con los dos pies al fuego eterno. Y si tu ojo es ocasión de pecado para ti, sácatelo. Más te vale entrar tuerto en el reino de Dios que ser arrojado con los dos ojos al fuego eterno, donde el gusano que roe no muere y el fuego no se extingue.»
Palabra del Señor
Jesús replicó: «No se lo prohibáis, porque nadie que haga un milagro en mi nombre puede luego hablar mal de mí. Pues el que no está contra nosotros está a favor nuestro. Os aseguro que el que os dé a beber un vaso de agua porque sois del Mesías no quedará sin recompensa. Al que sea ocasión de pecado para uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que le colgaran del cuello una piedra de molino y lo echaran al mar. Y si tu mano es ocasión de pecado para ti, córtatela. Más te vale entrar manco en la vida, que ir con las dos manos al fuego eterno que no se extingue. Y si tu pie es ocasión de pecado para ti, córtatelo. Más te vale entrar cojo en la vida, que ser arrojado con los dos pies al fuego eterno. Y si tu ojo es ocasión de pecado para ti, sácatelo. Más te vale entrar tuerto en el reino de Dios que ser arrojado con los dos ojos al fuego eterno, donde el gusano que roe no muere y el fuego no se extingue.»
Palabra del Señor
COMENTARIO
Las Lecturas de hoy (Evangelio y Primera Lectura) nos hablan
del derramamiento del Espíritu Santo fuera del círculo más íntimo de la
comunidad dirigida por el Señor.
En efecto San Marcos (Mc 9, 38-43.45.47-48) nos
narra el episodio en el que el Apóstol Juan le dice a Jesús: “‘Hemos visto
a uno que expulsaba a los demonios en tu nombre, como no es de los nuestros, se
lo prohibimos’. Pero Jesús le respondió: ‘No se lo prohiban, porque no
hay ninguno que haga milagros en mi nombre, que luego sea capaz de hablar mal
de mí. Todo aquél que no está contra nosotros, está a nuestro
favor’”.
Son palabras del Señor que hay que revisar muy bien, pues en
otra oportunidad y, tratando el mismo tema de la expulsión de demonios, dijo lo
contrario: “Quien no está conmigo, está contra mí” (Lc 11, 23). En
realidad, en el primer caso, Jesús reconoce que sus seguidores pueden estar
fuera del pequeño grupo de sus discípulos. Pero en la segunda ocasión,
está refiriéndose a un grupo que lo atacaba, que decía -¡nada menos!- que El
echaba los demonios por el poder del mismo Demonio. ¡Acusación tremenda y
definitivamente blasfema! Hay que saber diferenciar entre unos y otros.
La Primera Lectura (Nm 11, 25-29) nos narra un incidente
en tiempos de Moisés. Nos cuenta que el Espíritu de Dios descendió sobre
los setenta ancianos que estaban con Moisés y éstos se pusieron a
profetizar. Pero el Espíritu Santo que “sopla donde quiere”
(Jn 3, 8), hizo algo inesperado: se posó también sobre dos hombres que, si
bien no estaban en el grupo con Moisés, estaban también en el campamento.
Y sucedió lo mismo que con el Apóstol Juan: Josué, ayudante de Moisés, pensó
que debía prohibírseles profetizar a estos dos elegidos, que no pertenecían al
grupo más íntimo.
Moisés corrige a Josué y exclama que ojalá todo el
pueblo de Dios recibiera el Espíritu del Señor.
Estos dos episodios nos revelan que el Espíritu de Dios es
libérrimo y que a veces se comunica fuera de los canales oficiales, lejos de la
autoridad. Esos instrumentos más lejanos podrán ser genuinos siempre que
sean realmente elegidos de Dios y siempre que respondan adecuadamente a esta
elección, desde luego sometiéndose siempre a la autoridad de la Iglesia de
Cristo, como vemos que sucedió en estos dos casos que nos traen las
lecturas de este domingo.
Hay un caso muy famoso en el que el Espíritu de Dios se
derramó en forma impresionante fuera del círculo íntimo inicial. San
Pablo (Hech 9), por ejemplo, no pertenecía a los Doce, ni siquiera
estaban cerca de ellos, ni siquiera era cristiano: sabemos que más bien
perseguía a los seguidores de Cristo. También está el caso de Cornelio (Hech
10).
Sin embargo, hay que tener mucho cuidado en no confundir lo
que realmente viene del Espíritu de Dios y lo que viene de Satanás, el cual es
muy astuto, y sabemos por la Biblia y por experiencia, que se disfraza de“ángel
de luz” (2 Cor 11, 14). Siempre ha habido que tener cuidado con este
engaño satánico, pero esto es aún más necesario en nuestros días en que
aparecen por todos lados milagros y supuestos mensajes de Dios y de la Virgen.
La difusión de prodigios provenientes del Demonio, quien es
capaz de engañar a muchos haciéndoles creer que estos prodigios vienen del
Espíritu de Dios, se difundían hace un tiempo en forma discreta y más bien
escondida. Ahora no sólo continúan estas formas antiguas de difusión,
sino que los engaños del Demonio y los demonios se propagan en forma masiva.
Recordemos que si bien Jesucristo no quería que se marginara
a sus genuinos seguidores, también nos previno contra los engañadores: “Se
presentarán falsos cristos y falsos profetas, que harán cosas maravillosas y
prodigios capaces de engañar, si fuera posible, aun a los elegidos de
Dios. ¡Miren que se los he advertido de antemano!” (Mt 24, 24).
La clave para saber quién es quién, está en darnos cuenta de
que quien funge como instrumento de Dios, realmente lo sea, que esa persona
verdaderamente actúe “en nombre de Jesús” -como nos dice el Evangelio de
hoy- y que sea el Espíritu Santo Quien obre en él o en ella -como leemos
en la lectura del Libro de los Números.
Una cosa es el que Dios manifieste su poder sanador a través
de una persona por El elegida como su instrumento y quien ha respondido dócil y
humildemente al llamado del Señor, y otra cosa es pretender sanar “abriendo
‘chakras’” y “conectándose con la ‘Energía Universal’”, tratar de “curarse uno
mismo” y -como si fuera poco- algo aún más audaz: “convertirse en
sanadores de los demás”. (Las comillas son de una invitación a un curso para
sanarse uno mismo y aprender a sanar a los demás).
Aunque los que estos medios usan digan que son amigos de
Jesús ¿realmente están con El ... o en contra de El? ¿Es Jesús
Quien sana a través de ellos? ¿Es el Espíritu de Dios actuando en
ellos? ¿O son ellos mismos, actuando en nombre propio y usando técnicas
ocultistas -por cierto muy peligrosas- que confunden a personas incautas y las
hacen caer en graves riesgos físicos, emocionales y espirituales? Hay que
saber diferenciar.
Una cosa es una persona a través de quien Dios se manifiesta
dando un mensaje para un grupo, para otra persona o tal vez para el mundo, como
puede ser algún vidente de una genuina aparición mariana, y otra cosa muy
distinta es un adivino, un astrólogo o un brujo, que pretenda conocer y dar a
conocer el futuro o resolver algún problema a través de técnicas ocultistas y
demoníacas. Y ¡ojo, porque a veces tienen aciertos! Acierten éstos o no,
parezcan amigos de Jesús o no, hay que preguntarse: ¿están éstos actuando
en nombre de Dios y bajo la influencia del Espíritu Santo?
Algunos pueden presentarse de manera más encubierta.
Pero… “por sus frutos los conoceréis” (Mt 7, 16). La
persona que dice recibir mensajes o realizar prodigios ¿da frutos buenos de
santidad en sí misma? ¿Se ven frutos de santidad en quienes la
siguen? ¿O siguen al personaje por ser atractivo o complaciente?
Nuevamente…recordemos lo que el Señor nos ha advertido de antemano: los
falsos profetas harán cosas maravillosas, capaces en engañar.
Sabemos por la Sagrada Escritura y por la experiencia que
Dios puede manifestarse en forma sobrenatural. Sin embargo, es necesario
recalcar que no podemos ir tras estas manifestaciones extraordinarias,
denominadas “carismas” en lenguaje bíblico, como si fueran el centro de la vida
cristiana y lo único importante. Sabemos que son auxilios que Dios las
suscita para ayudar en la evangelización, para facilitar la conversión, para
avivar la fe en la Iglesia.
Pero como Dios se revela de modo extraordinario y de hecho
lo hace cuando quiere, como quiere, donde quiere y a través de quien quiere,
nuestra actitud debe ser la de una entrega confiada en la providencia divina,
sin estar buscando estas manifestaciones.
Nos dice el Catecismo que la función de las revelaciones
privadas es ayudarnos, en algún momento de la historia, a vivir más plenamente
lo que nos ha revelado Jesucristo. (ver CIC #67)
Y cuando se dan estas manifestaciones extraordinarias, hay
que tener mucho cuidado en no seguir falsos profetas. Pero
tampoco podemos rechazar o ahogar aquéllas que genuinamente vienen de Dios,
como bien nos indica San Pablo (1 Tes. 5, 12.19.21) y lo ratifica la
Iglesia a través del Concilio Vaticano II:
“Es la recepción de estos carismas, incluso los más
sencillos, la que confiere a cada creyente el derecho y el deber de
ejercitarlos para bien de la humanidad y edificación de la Iglesia, en el seno
de la propia Iglesia y en medio del mundo, con la libertad del Espíritu Santo,
que sopla donde quiere (Jn. 3,8), y en unión al mismo tiempo
con los hermanos en Cristo, y sobre todo con sus pastores, a quienes toca
juzgar la genuina naturaleza de tales carismas y su ordenado ejercicio, no, por
cierto, para que apaguen el Espíritu, sino con el fin de que todo lo prueben y
retengan lo que es bueno (cf. 1 Tes. 5, 12.19.21)”. (Apostolicam
actuositatem #3).
El Evangelio de hoy también toca el pecado de escándalo, es
decir, el pecado en que por dar mal ejemplo o por dar un mal consejo,
podemos hacer caer a otros en pecado; es decir, cuando nuestra conducta o
nuestra palabra pueden servir de ocasión de pecado para otros.
Y Jesús fue sumamente severo con este tipo de pecado,
especialmente cuando se escandaliza “a la gente sencilla que cree en
El: ‘Más le valdría que le pusieran al cuello una de esas enormes piedras
de molino y lo arrojaran al mar’”.
Fue igualmente severo el Señor al exigirnos cualquier
renuncia con tal de evitar los pecados que nos alejan de El y ponen en peligro
nuestra salvación eterna:
“Si tu pie te es ocasión de pecado, córtatelo, pues más te
vale entrar cojo en la vida eterna, que ser arrojado con tus dos pies al lugar
de castigo”. Y se refirió con la misma severidad al ojo y a la
mano, todo para indicarnos lo importante que es nuestra salvación y lo grave
que sería la condenación. Ningún esfuerzo es grande y ninguna negación
imposible, cuando se trata de llegar a la Vida Eterna.
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