La falta de vocaciones religiosas y sacerdotales es sólo un
síntoma de una crisis mucho más profunda. Se trata de una crisis de fe en
el interior mismo de la Iglesia, que afecta no sólo a esos dos grupos sino
también a los creyentes. Las iglesias se han quedado vacías de jóvenes, pero es
que también nuestros países europeos han perdido la capacidad de generar vida y
juventud. Han dejado de creer que la vida merezca la pena. Cada vez los
jóvenes experimentan más vivamente que la vida no tiene sentido y que no tiene
sentido dar vida a nuevas generaciones. Hallar una solución a esa crisis, por
el momento, me parece difícil pues la gente vive alegremente sin que le importe
que nuestros países se queden sin jóvenes. El que se quede último, que apague y
cierre la puerta. A los que nos preocupa el futuro de la Iglesia no podemos
quedarnos de brazos cruzados. Hay que intentar seguir invitando a los jóvenes a
dejarlo todo para seguir a Jesús.
El mismo Jesús se quedó un tanto frustrado por la negativa
del joven rico a seguirlo, a pesar de que había seguido el único método
vocacional válido, entonces y ahora. Todo empieza exponiéndose a los
jóvenes y dejándose cuestionar por ellos, pero luego sigue el lanzamiento de un
reto que muestra que Jesús cree en la generosidad del joven para asumir
compromisos que merecen la pena (Mc 10,17-30). Probablemente hoy día nos faltan
ambas cosas. Ni nos dejamos interpelar por los jóvenes ni le lanzamos ningún
reto valioso y creíble. Aquél joven buscaba la felicidad, que según
su tradición religiosa consistía en la “vida eterna”. Sabía también que ésta no
se puede adquirir mediante el esfuerzo. Se puede en cambio “heredar”,
haciéndose uno creyente y, por tanto, hijo de Dios. Como hijos de Dios
intentamos agradar a Dios nuestro Padre, haciendo lo que Él quiere, es decir,
cumpliendo sus mandamientos.
(Padre Lorenzo amigo)
Lectura
del santo evangelio según san Marcos (10,17-30):
Jesús le contestó: «¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios. Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre.»
Él replicó: «Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño.»
Jesús se le quedó mirando con cariño y le dijo: «Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego sígueme.»
A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy rico. Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: «¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el reino de Dios!»
Los discípulos se extrañaron de estas palabras. Jesús añadió: «Hijos, ¡qué difícil les es entrar en el reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios.»
Ellos se espantaron y comentaban: «Entonces, ¿quién puede salvarse?»
Jesús se les quedó mirando. y les dijo: «Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo.»
Pedro se puso a decirle: «Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido.»
Jesús dijo: «Os aseguro que quien deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones, y en la edad futura, vida eterna.»
Palabra del Señor
COMENTARIO.
Las Lecturas de hoy nos presentan a la Sabiduría Divina en
oposición a las riquezas.
Comenzando con la Primera Lectura del Libro de la Sabiduría (Sb.
7, 7-11), se nos hace ver que la Sabiduría es por mucho preferible a
los bienes materiales y a cualquier clase de riquezas, sea cual fuere, no
importe su valor.
Por cierto, no se refiere el texto a la sabiduría de saberes
humanos, sino la Sabiduría que viene de Dios. ¿Qué es la Sabiduría?
Es aquel don mediante el cual podemos ver las cosas, las personas, las
circunstancias de nuestra vida como Dios las ve; nos permite apartarnos
de nuestros criterios humanos -limitados y equivocados- para ver desde la
perspectiva de Dios.
Esa Sabiduría la elogia así la Primera Lectura: “La
prefería a los cetros y a los tronos, y en comparación con ella tuve en nada la
riqueza... todo el oro, junto a ella, es un poco de arena y la plata es como
lodo”.
Ningún poder, ninguna joya, ninguna riqueza puede compararse
con la Sabiduría. Por eso San Pablo considera “pérdidas” todas las
“ganancias humanas” y considera “basura” cualquier cosa, comparada con Cristo,
el Hijo de Dios, la encarnación de la Sabiduría misma. (cfr. Flp. 3,
7-8)
Quien quiera dejarse llevar por la Sabiduría Divina debe,
primero que todo, leer, escuchar, meditar y comenzar a vivir la Palabra de
Dios, porque -como nos dice el mismo San Pablo en la Segunda Lectura(Hb.4,
12-13): “La Palabra de Dios es viva, eficaz y más penetrante que una
espada de dos filos. Llega hasta lo más íntimo del alma... y descubre los
pensamientos e intenciones del corazón”.
Nadie puede permanecer indiferente si se deja escudriñar por
la Sabiduría de Dios contenida en su Palabra. Si nos dejamos guiar por la
Sabiduría Divina, tarde o temprano quedamos desnudos, todo queda al descubierto
y ... o cambiamos para dejarnos guiar por la Sabiduría o nos oponemos a ella.
Que equivale a decir que nos oponemos a Dios, pues Dios es la Sabiduría misma.
Uno de los temas más delicados e incomprendidos de la
Sabiduría Divina nos lo narra el Evangelio de hoy (Mc. 10, 17-30). Se
trata del suceso del joven que se le acercó corriendo a Jesús para pedirle su
consejo: “Maestro bueno, ¿qué debo hacer para alcanzar la vida
eterna?”.
La primera cosa que resalta es la inmediata respuesta de
Jesús: “¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino Dios”. Con
esto el Señor quiere hacer saber al joven que se ha dado cuenta de su fe.
Prácticamente, le hace notar que se ha dado cuenta de que El es Dios.
Por ello quizá, Jesús avanza un poco más y no sólo le
propone lo básico -los 10 Mandamientos- sino que “mirándolo con amor”, le
propone la máxima expresión de Sabiduría: renuncia de todos los bienes
terrenos, para seguirlo a El, Sabiduría Infinita. Es una invitación a
desestimar la riqueza para estimar sólo a Dios.
Este personaje hubiera sido uno de los Apóstoles, pero
lamentablemente, hoy ni siquiera sabemos su nombre: lo conocemos simplemente
como el joven que no supo seguir a Cristo, “porque tenía muchos bienes”.
Y... ¿nosotros? ¡Cuántas veces no hemos hecho lo mismo
que este joven!
¿Cuántas veces no hemos preferido las riquezas, el poder,
las glorias, lo pasajero de este mundo, a Dios?
¿Cuántas veces nos hemos aferrado a lo perecedero, a lo que
se acaba, a lo frívolo y vacío, para decir que no a Dios?
¿Cuántas veces no hemos dicho que no a Dios, para cambiarlo
por una posición, un dinero, una joya, un poco de riqueza?
De allí la grave sentencia del Señor:“Más fácil le es a un
camello entrar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el Reino de
Dios”.
Algunos exégetas comentan que en realidad esta frase del
Señor no era la hipérbole (exageración) que parece ser, sino que se refería a
la dificultad que los camellos tenían para traspasar una de las puertas de
entrada de Jerusalén, llamada justamente “El Ojo de la Aguja”. Con todo y
que esta explicación “deshiperboliza” el comentario de Jesús, la dificultad
para los ricos sigue existiendo.
Y ¿quiénes son los ricos? Jesús lo explica de seguidas
en este mismo texto: “rico = el que confía en las riquezas”. Rico,
entonces es todo aquél que confía más en los bienes materiales que en
Dios. Ricos son todos los que, igual a este joven, prefieren las riquezas
a Dios... o inclusive aquéllos que convierten a las riquezas en su dios.
No es éste el único pasaje del Evangelio en el que aparece
la riqueza como un obstáculo muy difícil de superar para alcanzar la
salvación. Pero... ¿es que la riqueza es mala en sí misma?
No parece ser así. Lo que sucede es que los seres
humanos tenemos una tendencia muy marcada y muy peligrosa de apegarnos de tal
forma a las riquezas que llegamos a colocar los bienes materiales por encima de
Dios o, inclusive, en vez de Dios.
Sin embargo, la mayoría de los seres humanos parecemos no
darnos cuenta de esto, sino que nos apegamos ¡tanto! a las riquezas y ganancias
humanas, como si ellas lo fueran todo. De allí la sentencia del Señor,
que se completa con esta otra frase: “¡Qué difícil les va a ser a los
ricos entrar en el Reino de Dios!”.
Por cierto, los discípulos se asombran y preguntan: “Entonces,
¿quién puede salvarse?”. Contesta el Señor: “Es imposible
para los hombres, mas no para Dios. Para Dios todo es posible”.
No hay salvación fuera de Jesucristo, el Hijo de Dios (ver
Dominus Iesús). Para El todo es posible, aún la salvación de aquéllos que
prefieren las riquezas a Dios.
Ahora bien, nuestra salvación no es posible sin nuestra
colaboración; es decir, sin nuestra respuesta positiva a la gracia
divina. Que el Señor, para quien todo es posible, pueda desapegarnos de
las riquezas y hacer que las tengamos por “basura” al compararlas con la
Sabiduría y con Dios mismo.
Siendo el 15 de octubre la fiesta de esa “sabia” Doctora de
la Iglesia, Santa Teresa de Jesús, incluimos palabras suyas sobre este tema:
“Aunque duraran siempre los deleites del mundo, las riquezas y gozos, todo es
asco y basura comparados con los tesoros divinos” (Moradas VI, 4, 10-11).
Sin embargo, pensemos en los que, teniendo una llamada
especial del Señor –como la que tuvo el joven rico- sí han dejado todo por
El.
Los Apóstoles en este pasaje le dicen al Señor: “Señor,
ya ves que nosotros lo hemos dejado todo para seguirte”, a lo que
Jesús responde: “Yo les aseguro: nadie que haya dejado casa, o
hermanos o hermanas, o padre o madre, o hijos o tierras, por Mí y por el
Evangelio, dejará de recibir en esta vida, el ciento por uno en casas,
hermanos, hermanas, madres, hijos y tierras, junto con persecuciones, y en el
otro mundo, la vida eterna”.
Y como comentario a esta promesa del Señor y a lo efímero de
las riquezas, dejamos al Padre Emiliano Tardif, quien fuera gran predicador
mundial de la Renovación Carismática, a que con su característica sabiduría,
llena de un maravilloso humor, nos convenza de lo inconveniente que es apegarse
a las cosas materiales y de cómo funciona el ciento por uno prometido por
Jesucristo.
Estaba el Padre Emiliano Tardif en una gira de predicación
por Africa, en la que el Señor había realizado grandes prodigios de curaciones
de todo tipo. Y solía el Padre contar en sus predicaciones esto que
aparece también en su libro “Jesús está vivo”:
Un Prefecto africano, por cierto protestante, quiso
agradecer al Padre Emiliano por las curaciones que el Señor había realizado en
dos miembros de su familia. Cuenta que este Prefecto estaba muy
emocionado y le llevó un ‘regalito’ para que lo guardara como recuerdo... se
trataba de un auténtico colmillo de elefante.
“Quise guardarlo en mi maleta pero no cabía. Entonces
lo envolví y continué el viaje. Sin embargo, tuve que pagar exceso de
equipaje por culpa del dichoso colmillo que pesaba mucho. Al bajar del
avión, por poco olvido el colmillo en la banda de equipajes. En una mano
cargaba mi pequeña maleta y en la otra aquel envoltorio. El ‘regalito’
comenzaba a serme estorboso y costoso”.
Sucedió que una persona le hizo saber lo valioso que era un
colmillo de elefante y los riesgos que se corrían con el tráfico del marfil.
Y cuenta el P. Emiliano: “A partir del momento que supe el precio del colmillo
y los riesgos que corría con él, cambió mi vida. Inmediatamente le compré
una maleta especial que cuidaba con más esmero que la mía. En los
aeropuertos crecían los problemas: al salir pagaba exceso de equipaje y al
llegar tenía que orar así:
-Señor, yo soy testigo de que Tú abres los ojos a los
ciegos. Ahora ciérraselos a estos señores para que no vean el
colmillo... Tú sabes que es un ‘regalito’.
“Cuando me hospedaba en una casa, lo primero que guardaba y
escondía era el costoso colmillo. A veces hasta lo ponía debajo de la
cama, y al regresar de predicar por la noche, lo primero que hacía era
arrodillarme para buscar mi colmillo. A veces lo sacaba y lo contemplaba
por algunos segundos. Después de acariciarlo lo volvía a guardar
cuidadosamente.
“Un día estaba en oración cuando de pronto comencé a pensar
en el valioso colmillo y las preocupaciones y ansiedades que me habían venido
desde que viajaba conmigo ... Entonces exclamé en voz alta:
-Señor, qué razón tenías cuando dijiste ‘bienaventurados los
pobres’, porque cuando yo no cargaba colmillo no tenía problemas como ahora.
“Me levanté de la oración y regalé el colmillo, con lo que
regresó inmediatamente la paz a mi corazón. Desaparecieron las
preocupaciones, los excesos de equipaje y hasta las distracciones en la
oración.
“Con esto he aprendido que los colmillos de elefante:
llámese poder, dinero, gloria, cosas materiales, son siempre fuente de
esclavitud. Lo peor es que ante ellos nos postramos y nos distraen del
verdadero Dios. ¡Qué incómodos son estos colmillos! ¡Cuánto exceso
de equipaje pagamos por ellos! ¡Qué pesados son, sobre todo cuando atrás
del comillo cargamos al elefante completo!”
Continúa el Padre Emiliano:
“Que no necesitamos de los bienes materiales los que
confiamos en el Señor,me lo demostró hermosamente el Dueño de todas las
cosas. El boleto de Camerún y Senegal costó $1.680. Como era
demasiado dinero para esos países tan pobres les pedí que no me dieran nada por
mi trabajo, sino que simplemente pagaran el costo del boleto. Así, entre
los dos países, me dieron $1.700”.
Alguien se enteró del asunto y le hizo ver que sólo le
estaban dando $20.
¡Menos de un dólar por día! El Padre no dudó,
sino que respondió, haciendo mención al Evangelio de hoy:
-No te preocupes, el Señor nos da el ciento por uno.
De regreso a casa después del viaje a África, el Padre
comenzó a abrir la correspondencia retrasada y se tropezó con una que decía
así: “Hemos pensado enviarte un ‘regalito’ para la evangelización. Al
leer la palabra ‘regalito’, me acordé del colmillo de elefante y solté la carta
asustado. En eso cayó de la misma un cheque por $2.000.
¡Exactamente cien veces más que los $20 que me habían dado en África. Yo
me reí y le dije a Jesús:
-Se ve que eres un buen judío, pues has hecho perfectamente
las cuentas al darme el ciento por uno...”
(Homilia.org)
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