Estamos en una época, en la que todo el mundo pregona sus
verdades, sobre todo en las redes sociales. Pocos escuchan las razones de los
otros y las tertulias televisivas o radiofónicas, se han convertido en
enfrentamientos, no digamos el propio Parlamento, o simplemente cualquier
esquina, o los bares. Es un momento también difícil para nuestra tarea de
evangelizar, sin embargo, Jesús hoy nos dice: “Lo que os digo de noche, decidlo
en pleno día, y lo que os digo al oído, pregonadlo desde la azotea”.
Nos repite varias veces: “No tengáis miedo”. En este
ambiente de falta de diálogo y de encuentro, los cristianos tenemos un gran
desafío, transmitir los valores del Reino. No podemos echar más leña al fuego y
aunque nos critiquen y en ocasiones tengamos la sensación, de que muchos
ridiculizan nuestra fe, según ellos “nuestro buenismo”, tendremos que seguir
apostando por lo que nos transmitió el Maestro. El Evangelio del Reino, desde
el principio provocó en muchos rechazo, sobre todo, de los que están contra la
justicia, la fraternidad, la dignidad y los derechos de todas las personas. Hay
gentes que no pueden entender, como celebramos el domingo pasado, que todos
debemos estar sentados en la misma mesa, compartiendo el pan y la vida.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: «No tengáis miedo a los hombres,
porque nada hay cubierto que no llegue a descubrirse; nada hay escondido que no
llegue a saberse. Lo que os digo de noche decidlo en pleno día, y lo que
escuchéis al oído pregonadlo desde la azotea. No tengáis miedo a los que matan
el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No, temed al que puede destruir con el
fuego alma y cuerpo. ¿No se venden un par de gorriones por unos cuartos? Y, sin
embargo, ni uno solo cae al suelo sin que lo disponga vuestro Padre. Pues
vosotros hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados. Por eso, no tengáis
miedo; no hay comparación entre vosotros y los gorriones. Si uno se pone de mi
parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del
cielo. Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre
del cielo.»
Palabra del Señor
Palabra del Señor
COMENTARIO
Las Lecturas de este Domingo nos hablan de la persecución a
la cual puede estar sometido el cristiano que sigue a Cristo y da testimonio de
El ... como El nos lo pide. Sin embargo la idea de persecución
permanece un poco oculta en estas Lecturas si no leemos los versículos del
Evangelio de San Mateo, que aparecen inmediatamente antes de los que nos
presenta la Liturgia de hoy.
Asimismo, hemos visto que la Primera Lectura es tomada del
Libro del Profeta Jeremías (Jr. 20, 10-13). Y ¿quién fue
Jeremías? Fue quizá el Profeta más sufrido, de carácter tímido y manso,
que prefería la vida tranquila. Pero Dios lo escogió para llevar su
mensaje a un pueblo rebelde. Esto le trajo a Jeremías muchos
enfrentamientos, luchas y persecuciones de parte de ese pueblo.
Fijémonos lo que dice el Profeta sobre sí mismo y sobre esta
situación: “Yo oía el cuchicheo de la gente que decía:
‘Denunciemos a Jeremías, denunciemos al profeta del terror ... para podernos
vengar de él ...Todos los que eran mis amigos espiaban mis pasos, esperaban que
tropezara y me cayera”. Sin embargo Jeremías se mantuvo firme
ante la llamada del Señor y se sometió a todos los riesgos y a todas las
persecuciones, pues confiaba plenamente en Dios.
Así continúa el Profeta: “Pero el Señor, guerrero
y poderoso, está a mi lado. Por eso mis perseguidores no podrán conmigo
... El ha salvado la vida de su pobre de la mano de los malvados”.
Este testimonio del Profeta Jeremías sirve de aliento para
aquéllos que hemos sido llamados al servicio de Cristo; es decir, todos los
bautizados. Cristo tuvo sus discípulos: al comienzo hubo 72.
De entre esos 72 escogió a los 12 Apóstoles. ¿Quiénes son sus Apóstoles
hoy? El Papa, los Obispos, los Sacerdotes. ¿Y quiénes somos sus discípulos
hoy? Pues todos los bautizados, todos los laicos que desean seguir a
Cristo.
Y a todos nosotros, Sacerdotes y Laicos, el Señor nos
anuncia persecuciones. Nos guste la palabra o no, el hecho es que Cristo
no nos ofrece a sus seguidores una vida cómoda y libre de vicisitudes y sufrimientos.
Muy por el contrario: las Lecturas de hoy -y muchas otras de la Sagrada
Escritura- así nos lo indican.
También el Salmo 68 que hoy hemos rezado se
refiere a persecuciones y desprecios: “Por ti he sufrido oprobios, y
la vergüenza cubre mi rostro. Extraño soy aun para aquéllos de mi propia
sangre, pues me devora el celo de tu casa”. El “celo de tu
casa” es el impulso que el verdadero seguidor de Cristo tiene para defender la
Palabra de Dios y para llevarla a quien desee escucharla.
Veamos el Evangelio de hoy, pero también los versículos que
lo preceden (Mt.10, 17-23). Por cierto el sub-título que
trae la Biblia Latinoamericana es elocuente: “Los testigos de Jesús
serán perseguidos”.
El Señor comienza por anunciar persecuciones de parte de los
gobernantes. Nos dice que no nos preocupemos cuando se nos juzgue, pues “no
van a ser ustedes los que hablarán, sino el Espíritu de su Padre hablará por
ustedes”. Luego pasa a anunciar la persecución de que seremos
objeto por parte de los nuestros, de nuestra propia familia. Y termina
sentenciando: “A causa de mi Nombre, ustedes serán odiados por todos, pero
el que se mantenga firme hasta el fin se salvará”.\
El Evangelio de hoy nos llama a la valentía y al abandono en
Dios cuando la evangelización, la predicación de su mensaje, se haga difícil y
riesgosa. No podemos arredrarnos en los momentos de dificultad que puedan
presentarse en la tarea de la evangelización. “No tengan miedo”, nos
dice el Señor, “porque ustedes valen mucho más que todos los pájaros del
mundo”.
La recompensa será grande para los que no temamos y hagamos
lo que Cristo hizo y lo que nos pide a todos: “A quien me reconozca
delante de los hombres, Yo también lo reconoceré delante de mi Padre que está
en los Cielos”. Y el riesgo es grande también: “Al
que me niegue delante de los hombres, Yo también lo negaré delante de mi Padre
que está en los Cielos”.
Las palabras del Señor son, entonces, muy claras: como
seremos objeto de persecución por dar testimonio de Cristo, El nos recomienda
-y así comienza el Evangelio de hoy- que no temamos a los hombres, que no
tengamos miedo de predicar, de pregonar todo lo que El nos ha enseñado y nos ha
pedido.
Nos dice que no nos preocupemos por las persecuciones.
Que nos fijemos los pájaros que vuelan: ni uno solo cae a tierra si no lo
permite el Padre Celestial. Que en cuanto a nosotros, el Padre nos tiene
tan cuidados y vigilados que cada cabello de nuestra cabeza está contado.
Nos recuerda que nosotros valemos muchísimo más que todos los pájaros del
mundo.
Y nos repite que no temamos a lo que los hombres nos pueden
hacer, que éstos sólo pueden matar el cuerpo. Pero que a los que sí hay
que tenerles miedo es a los que pueden arrojar al lugar de castigo al alma
y al cuerpo.
Y ¿quiénes son ésos? No son los hombres. Son los
demonios, a ésos sí hay que temer. Hay que estar bien en guardia
contra el Demonio y sus secuaces que continuamente nos tientan, buscando
apartarnos del Camino y llevarnos a la condenación eterna.
Y ¿cómo nos ponemos con guardia contra éstos? Pues, a
través de la oración frecuente y asidua, y recibiendo con frecuencia los
Sacramentos, especialmente la Eucaristía y la Confesión.
La Bienaventuranza “Bienaventurados los perseguidos a
causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos” muchas
veces se malinterpreta, y se piensa que se refiere a los que se les sigue
juicio o están en las cárceles justa o injustamente. Pero se olvida que
“justicia” en el contexto bíblico significa “santidad”; no significa
justicia como se entiende hoy en día esta palabra.
Así que esta bienaventuranza sobre los perseguidos a causa
de tratar de ser santos, de tratar de seguir a Cristo, viene a corroborar este
trozo del Evangelio de San Mateo y la suerte del Profeta Jeremías.
Fijémonos que esta Bienaventuranza es la última de todas y
es la única que el Señor explica con más detalles.
Así continúa el texto -también de San Mateo- “Dichosos
ustedes cuando por causa mía los maldigan, los persigan y les levanten toda
clase de calumnias. Alégrense y muéstrense contentos, porque será grande
la recompensa que recibirán en el Cielo. Pues bien saben que así
trataron a los Profetas que hubo antes que ustedes.” (Mt. 5, 10-11).
El Señor, entonces, no nos promete un camino fácil. No
nos promete éxitos y triunfos, sino que nos anuncia el mismo camino de
El: contradicciones, odios, calumnias, persecuciones, etc. En
realidad, si vemos bien el Camino de Cristo, si vemos bien cómo llegó hasta la
muerte en cruz, el ser perseguidos por su causa es signo evidente de que vamos
por su Camino, no por el nuestro; es signo de que lo vamos siguiendo a El, como
El nos lo pidió. “El que quiera seguirme ... tome su cruz y me
siga” (Mt. 16, 24).
Sin embargo la bienaventuranza de los perseguidos no
significa que no sintamos dolor, que no podamos asustarnos en algún
momento. El Señor no nos pide que llamemos gozo a lo que es dolor, ni nos
pide que seamos indiferentes hasta el punto de no sufrir nada. El Señor
lo que nos dice es que confiemos que el Padre nos cuida directamente ... a tal
punto que ¡hasta tiene contado cada cabello de nuestra cabeza!
Esa confianza nos hará fuertes en las luchas y en las
persecuciones. Por eso hemos rezado en el Salmo 68: “Quienes
buscan a Dios tendrán más ánimo, porque el Señor jamás desoye al
pobre”. Es decir el Señor cuida de aquél que no pone su
confianza en sí mismo, sino que confía sólo en El. ¡Eso es ser pobre ...
pobre de espíritu! Confiando así, sabiéndonos en sus Manos, Dios
cambiará el temor en valentía y la debilidad en fortaleza.
San Pablo, en su Carta a los Romanos que hemos leído como
Segunda Lectura (Rom. 5, 12-15), nos recuerda que “por el
don de un solo hombre, Jesucristo, se ha desbordado sobre todos la abundancia
de la vida y la gracia de Dios”.
Ese desbordamiento de la gracia de Dios es el premio seguro
que el Señor ofrece a quienes nos entreguemos a El para llevar su Palabra a
donde El lo requiera y a quien El disponga -sin importarnos el riesgo que esto
pueda significar. Y ese premio que El nos promete es nada menos que el
Reino de los Cielos, la Vida Eterna en gloria con El, para siempre.
Fuentes;
Sagradas Escrituras
Evangeli.org
Homilias.org
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