lunes, 9 de octubre de 2017

«Finalmente les envió a su hijo, diciendo: ‘A mi hijo le respetarán’»(Evangelio Dominical)

                                                       



Hoy contemplamos el misterio del rechazo de Dios en general, y de Cristo en particular. Sorprende la reiterada resistencia de los hombres ante el amor de Dios.

Pero la parábola hoy se refiere más específicamente al rechazo que los judíos tuvieron con Cristo: «Finalmente les envió a su hijo, diciendo: ‘A mi hijo le respetarán’. Pero los labradores, al ver al hijo, se dijeron entre sí: ‘Este es el heredero. Vamos, matémosle y quedémonos con su herencia’. Y agarrándole, le echaron fuera de la viña y le mataron» (Mt 21,37-39). No es fácil entender esto: es porque Cristo vino a redimir al mundo entero, y los judíos esperan a su “mesías” particular que les dé a ellos el dominio de todo el mundo…

Cuando estuve en Tierra Santa me dieron un prospecto turístico de Israel donde están los judíos más famosos de la historia: desde Moisés, Gedeón y Josué hasta Ben Gurión, que fue el realizador del Estado de Israel. Sin embargo, en ese prospecto no está Jesucristo. Y Jesús ha sido el judío más conocido de la historia: hoy se le conoce en el mundo entero, y ya hace dos mil años que murió…

                                            




A los grandes personajes, al cabo del tiempo, se les admira, pero no se les ama. Hoy nadie ama a Cervantes o a Miguel Ángel. Sin embargo, Jesús es el más amado de la historia. Hombres y mujeres dan la vida por amor a Él. Unos de golpe en el martirio, y otros “gota a gota”, viviendo sólo para Él. Son miles y miles en el mundo entero.

Y Jesús es el que más ha influido en la historia. Valores hoy aceptados en todas partes, son de origen cristiano. No sólo eso, sino que además se constata que hoy hay un acercamiento a Jesucristo, también entre judíos (“nuestros hermanos mayores en la fe”, como dijera San Juan Pablo II). Pidamos a Dios particularmente por la conversión de los judíos, pues este pueblo, de grandes valores, convertido al catolicismo, puede ser un gran beneficio para la humanidad entera.






Lectura del santo evangelio según san Mateo (21,33-43):


                                         





En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «Escuchad otra parábola: Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, construyó la casa del guarda, la arrendó a unos labradores y se marchó de viaje. Llegado el tiempo de la vendimia, envió sus criados a los labradores, para percibir los frutos que le correspondían. Pero los labradores, agarrando a los criados, apalearon a uno, mataron a otro, y a otro lo apedrearon. Envió de nuevo otros criados, más que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo. Por último les mandó a su hijo, diciéndose: "Tendrán respeto a mi hijo." Pero los labradores, al ver al hijo, se dijeron: "Éste es el heredero, venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia." Y, agarrándolo, lo empujaron fuera de la viña y lo mataron. Y ahora, cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?» 
Le contestaron: «Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores, que le entreguen los frutos a sus tiempos.»
Y Jesús les dice: «¿No habéis leído nunca en la Escritura: "La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente?" Por eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos.»

Palabra del Señor


COMENTARIO.


                             


A Jesucristo le gustaba tomar las imágenes del trabajo y de su tierra para configurar sus parábolas.  Así a veces nos hablaba de rebaños, ovejas y pastores, y otras veces nos hablaba de viña, vid y uvas.

En el Evangelio de hoy nos habla de una viña suya, que arrendó a unos viñadores mientras se iba de viaje (Mt. 21, 33-43).  Cuando llegó el momento de la vendimia o cosecha de las uvas, envió a sus empleados a cobrar la parte que le tocaba, pero los viñadores mataron uno a uno a cada empleado que fue enviando en dueño.

Decidió luego enviarles a su hijo, pensando que a ése sí lo respetarían, pero muy por el contrario, lo asesinaron también -nos dice la parábola- para eliminar al heredero y quedarse con la propiedad.

Jesús hablaba en ese momento a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo de Israel, que eran los líderes de los judíos.  Y al final del cuento les hace saber que siendo ellos el pueblo elegido, por rechazar a cada uno de los enviados de Dios y también al Hijo de Dios, el Reino de Dios será dado “a un pueblo que produzca frutos”.


                                        



Como una explicación adicional a la parábola, Jesús da otro símil:  “la piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular”.  Cristo, aunque rechazado, es la piedra angular (la base de la construcción).

Por supuesto, ese pueblo que rechazó a todos los enviados de Dios (los profetas) y los mató, y terminó matando al Hijo de Dios, fue el pueblo de Israel, aunque algunos judíos, comenzando por los Apóstoles y discípulos, sí aceptaron a Jesús como el Mesías.  Lo aceptaron también los 3.000 que se bautizaron en Pentecostés.  Y a San Pablo, que era judío, el Señor lo envió a predicar a los no-judíos.  Y los Apóstoles, siguiendo la instrucción del Señor, fueron por todos los rincones de la tierra, predicando para que todos los pueblos acogieran el mensaje de salvación que había traído el Mesías esperado.  Así, a la Iglesia de Cristo, se fueron añadiendo judíos y no-judíos, haciéndose entonces católica, es decir, universal. 

Por cierto, hay algunos judíos que en estos momentos están dándose cuenta que Jesús es el Mesías prometido y que la Iglesia Católica es la continuación del pueblo de Israel.

                                                    





En la página web www.salvationisfromthejews.com, vemos el testimonio muy impresionante de un Judío que recientemente se ha hecho Católico:“Si yo era Judío antes,  que esperaba y oraba por la venida del Mesías,  ¿no soy más Judío aún ahora que estoy adorando y sirviendo al mismísimo Mesías?  Simplemente pasé de ser un Judío que estaba ‘en la oscuridad’ a un Judío que conoce la Verdad!  Un Judío es mucho más Judío al reconocer y enamorarse del Mesías Judío, pues ése es precisamente el propósito y el centro del Judaísmo”. (Roy Schoeman)

En efecto, si analizamos bien, cuando un Judío se une a la Iglesia Católica, no deja de ser Judío:  pasa del Pueblo de Dios escogido, el Israel del Antiguo Testamento, al nuevo Pueblo de Dios, a la Iglesia fundada por el Mesías esperado, la Iglesia Católica.

Rosalyn Moss dice que ella es más Judía después de haberse hecho Católica:  "Hacerse católico es la cosa mas judía que se puede hacer". (Rosaly Moss por mucho tiempo evangelizó como laica dentro de la Iglesia Católica, pero recientemente fundó en la Diócesis de Saint Louis, Missouri una congregación religiosa católica, con el nombre de “María Esperanza de los Judíos”)


                                                       

Ahora bien, en nuestro tiempo el Señor puede hacer la misma acusación al nuevo pueblo de Israel, que es hoy la Iglesia por El fundada.   El Señor puede hacer esa acusación a cada uno de los miembros de su Iglesia, a cada uno de nosotros cristianos de este comienzo de milenio.

Y la acusación no sólo es para la Iglesia en su conjunto, sino para cada uno de nosotros sus miembros.  ¿Somos mejores nosotros que los que estaban ante Jesús en aquel momento?

El Señor nos dice que nos ha elegido para que demos fruto y nuestro fruto permanezca (Jn. 15, 16).   Así quiere que cada uno de nosotros seamos una viña fructífera que dé buenos frutos.  Nos da todo lo necesario, tal como nos cuenta el Profeta Isaías en la parábola que aparece en la Primera Lectura y que es preludio de la de Jesús:  “removió la tierra, quitó las piedras y plantó en ella vides selectas ... y esperaba que su viña diera buenas uvas” (Is. 5, 1-7).

Dios nos dice: “¿Qué más puedo hacer por mi viña que yo no lo hiciera?”   El Señor nos está diciendo que nos da todo, nos da todo lo que nuestra alma necesita para dar frutos de santidad, para dar frutos de caridad, para dar lo que El espera de nosotros. 

                                                            



¿Cuáles son los frutos esperados?  San Pablo enuncia algunos de los frutos del Espíritu:  “amor, alegría, paz; paciencia, comprensión de los demás, bondad, fidelidad; mansedumbre y dominio de sí” (Gal. 5, 22).   Todas éstas son virtudes que fluyen de la caridad.

Los frutos son todas esas cosas buenas de que nos habla San Pablo en la Segunda Lectura:  “Aprecien lo que es verdadero y noble, cuanto hay de justo y puro, todo lo que sea virtud”.   Y dando frutos podemos vivir como nos dice el Apóstol:  en paz, en la paz verdadera.  “La paz de Dios, que sobrepasa toda inteligencia, custodie sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús”  (Flp. 4, 6-9).

Y bien lo dice Pablo:  la paz de Dios no viene de la inteligencia.  Es más:  la sobrepasa.  La paz verdadera viene de vivir en Dios y dar frutos.  No puede lograrse a voluntad, sino que nos es dada por Dios.

El Salmo 79 es un Salmo que nos presenta la imagen de la vid, la cual Cristo repite en su Evangelio.  El pueblo de Israel es la vid sacada de Egipto, que es llevada a la Tierra Prometida y que se expande bajo el Rey David.  Con preguntas el salmista reconoce el castigo (debido a la infidelidad de la idolatría).  Luego suplica que proteja a la cepa plantada  y al renuevo cultivado por Dios.  Al final se muestra un pueblo que aleccionado por el castigo, promete enmendarse.


                                                




Ante la insistencia del Señor a que demos fruto, cabe preguntarnos ¿damos fruto?  ¿damos fruto bueno?  ¿Aprovechamos todas las gracias que Dios nos da para ser como El desea que seamos?  ¿Somos realmente lo que El desea que seamos? 

¿Cómo dar fruto?  Para dar fruto hay que permanecer unidos a El, hay que permanecer en la vid.  “Yo soy la Vid y ustedes los sarmientos.  Si alguien permanece en Mí y Yo en él, produce mucho fruto, pero sin Mí nada pueden hacer” (Jn. 15, 5).

También usa el Señor el símil de la vid, las ramas y las uvas, para explicar cómo hace fructificar más a quienes ya dan fruto.  “Toda rama que dé fruto, será podada para que dé más fruto” (Jn. 15, 2).   Es el anuncio de purificación para el cristiano que está dando fruto.  Con la poda, su fruto será abundante y durará, tal como sucede a la planta que es podada.  La poda duele, ciertamente, pero es necesaria para que la rama se haga frondosa.

Esta frase es la respuesta al cristiano confuso por el sufrimiento:  ¿por qué a mí, Señor?  El Señor ya nos respondió en su Evangelio:  para que des más fruto.

Y a los que no den fruto, ¿qué les sucede?  “Yo soy la Vid verdadera y mi Padre el Viñador.  Si alguna de mis ramas no produce fruto, El la corta” (Jn. 15, 1).   Significa esto que los que no den fruto, serán cortados de la Vid.  

        
         Las parábolas del Señor son para enseñarnos y para advertirnos.  Su advertencia no se deja esperar en la parábola del Evangelio de hoy.  A los que no den fruto les será quitado el Reino de Dios y se le dará a un pueblo que produzca frutos”. 


                                                      



¿Qué significa esto?  Que los que no den fruto no podrán heredar lo que El tiene prometido a aquéllos que sí den fruto.

El Reino de Dios es la vida en Dios.  Es la felicidad perfecta que Dios tiene preparada para aquéllos que den fruto.  El Reino de Dios puede comenzar aquí en la tierra -es cierto- pero llega su plenitud en la eternidad.

Pero el Señor advierte que el Reino de Dios no será para los que no den fruto.  Que se les quite el Reino de Dios, como advierte Jesús al final de esta parábola, a los que no den el fruto esperado, significa que no tendrán derecho a vivir en su Reino ni aquí, ni en la eternidad.   Es como para pensarlo bien ¿no?
















Fuentes;
Sagradas Escrituras
Evangeli.org
Homilias.org

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