Hoy, Jesús nos muestra al rey (el Padre), invitando —por
medio de sus “siervos” (los profetas)—, al banquete de la alianza de su Hijo
con la humanidad (la salvación). Primero lo hizo con Israel, «pero no quisieron
venir» (Mt 22,3). Ante la negativa, no deja el Padre de insistir: «Mirad mi
banquete está preparado, (...) y todo está a punto; venid a la boda» (Mt 22,4).
Pero ese desaire, de escarnio y muerte de los siervos, suscita el envío de
tropas, la muerte de aquellos homicidas y la quema de “su” ciudad (cf. Mt
22,6-7): Jerusalén.
Así es que, por otros “siervos” (apóstoles) —enviados a ir por «los cruces de los caminos» (Mt 22,9): «Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas...», dirá más tarde el Señor Jesús en Mt 28,19— fuimos invitados nosotros, el resto de la humanidad, es decir, «todos los que encontraron, malos y buenos, y la sala de bodas se llenó de comensales» (Mt 22,10): la Iglesia. Aún así, la cuestión, no es sólo estar en la sala de bodas por la invitación, sino que, tiene que ver también y mucho, con la dignidad con la que se está («traje de boda», cf. v. 12). San Jerónimo comentó al respecto: «Los vestidos de fiesta son los preceptos del Señor y las obras cumplidas según la Ley y el Evangelio que son las vestiduras del hombre nuevo». Es decir, las obras de la caridad con las que se debe acompañar a la fe.
Conocemos que Madre Teresa, todas las noches, salía a las calles de Calcuta a recoger moribundos para darles, con amor, un buen morir: limpios, bien arropados y, si era posible, bautizados. Cierta vez comentó: «No tengo miedo de morir, porque cuando esté delante del Padre, habrá tantos pobres que le entregué con el traje de bodas que sabrán defenderme». ¡Bienaventurada ella! —Aprendamos la lección nosotros.
Así es que, por otros “siervos” (apóstoles) —enviados a ir por «los cruces de los caminos» (Mt 22,9): «Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas...», dirá más tarde el Señor Jesús en Mt 28,19— fuimos invitados nosotros, el resto de la humanidad, es decir, «todos los que encontraron, malos y buenos, y la sala de bodas se llenó de comensales» (Mt 22,10): la Iglesia. Aún así, la cuestión, no es sólo estar en la sala de bodas por la invitación, sino que, tiene que ver también y mucho, con la dignidad con la que se está («traje de boda», cf. v. 12). San Jerónimo comentó al respecto: «Los vestidos de fiesta son los preceptos del Señor y las obras cumplidas según la Ley y el Evangelio que son las vestiduras del hombre nuevo». Es decir, las obras de la caridad con las que se debe acompañar a la fe.
Conocemos que Madre Teresa, todas las noches, salía a las calles de Calcuta a recoger moribundos para darles, con amor, un buen morir: limpios, bien arropados y, si era posible, bautizados. Cierta vez comentó: «No tengo miedo de morir, porque cuando esté delante del Padre, habrá tantos pobres que le entregué con el traje de bodas que sabrán defenderme». ¡Bienaventurada ella! —Aprendamos la lección nosotros.
Lectura
del santo evangelio según san Mateo (22,1-14):
En aquel tiempo, de nuevo tomó Jesús la palabra y habló en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo. Mandó criados para que avisaran a los convidados a la boda, pero no quisieron ir. Volvió a mandar criados, encargándoles que les dijeran: "Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas, y todo está a punto. Venid a la boda." Los convidados no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios; los demás les echaron mano a los criados y los maltrataron hasta matarlos. El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad. Luego dijo a sus criados: "La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos, y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda." Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales. Cuando el rey entró a saludar a los comensales, reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo: "Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta?" El otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo a los camareros: "Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes." Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos.»
Palabra del Señor
COMENTARIO
Las Lecturas de hoy se refieren a la Fiesta que tendrá lugar
en la eternidad, es decir, al "Banquete de Bodas" preparado por Dios
nuestro Señor para todos los seres humanos al final de los tiempos. Se
trata de nuestra salvación, de nuestra felicidad eterna con El para siempre en
la Jerusalén Celestial, cuando Dios "enjugará toda lágrima y ya no
existirá ni muerte, ni duelo, no gemidos, ni penas" (Ap. 21,
4) y viviremos en completa y perfecta felicidad para siempre.
Aquí, durante nuestra vida terrena, podemos “comer bien
o pasar hambre, tener abundancia o escasez”, como lo dice San Pablo en la
Primera Lectura (Fil. 4, 12-14 y 19-20).
Se refiere el Apóstol, en este caso, al hambre y escasez
material. Pero también agrega: “Todo lo puedo en Aquél que me da
fuerza”. Es decir, que en esta vida tenemos todas las fuerzas
necesarias venidas de Dios, para soportar cualquier dificultad, pues “Dios,
con su infinita riqueza, remediará con esplendidez todas nuestras necesidades”.
El Salmo del Buen Pastor (Sal. 22) nos habla de
que el Señor siempre nos acompaña, aunque a veces pasemos por momentos
difíciles. Y nos dice también que al final El mismo Señor “preparará
la mesa, ungirá nuestra cabeza con perfume y llenará mi copa hasta los bordes”.
Se refiere este pasaje del Salmo 22 a esa "Fiesta
Escatológica" que la Palabra de Dios nos presenta en varios pasajes.
Es el Señor mismo quien prepara la mesa y nos sirve, como lo indica San
Lucas: “El mismo se pondrá el delantal, los hará sentarse a su mesa y los
servirá uno por uno” (Lc. 12, 37).
La Primera Lectura de hoy también nos describe esta Fiesta
por boca del Profeta Isaías: "El Señor del universo preparará sobre
este monte un festín con platillos suculentos para todos los pueblos; un
banquete con vinos exquisitos y manjares sustanciosos" (Is. 25, 6-10).
Y Jesucristo nos presenta esta Fiesta en el Evangelio de hoy
por medio de la parábola del "Banquete de Bodas" (Mt. 22, 1-14).
Se trata de la celebración de la Boda del Hijo de Dios con la humanidad.
Y a esa Fiesta estamos invitados todos.
¿Boda del Hijo del Rey? ¿Bodas del Cordero?
¿Bodas de Jesús, el Cordero? Sí. Será la unión definitiva y
para siempre de Cristo con su Iglesia, de Jesús, el Cordero, con cada uno de
los salvados.
Esta "Fiesta Escatológica" nos la presenta la
Palabra de Dios en varios pasajes. Es la fiesta de los salvados. Sucederá
después de que pasemos a la eternidad. Y ese momento que sobrecoge -y que
muchos temen- es el momento más importante de la historia de la
humanidad. En ese instante preciso y brevísimo sucederá la “resurrección
de la carne”, como rezamos en el Credo. Y los salvados ya resucitados
celebrarán ese banquete.
Por eso el Señor no cesa de recordarnos que debemos estar
preparados, siempre preparados, cada vez mejor preparados, para que no nos
suceda como el que llegó mal vestido a la Fiesta del Cielo y lo echaron fuera.
Que tampoco nos suceda como los invitados que despreciaron la invitación.
Pero sucede que no todos respondemos a la invitación que
Dios nos hace. En la descripción que hace San Mateo, vemos cómo algunos
responden a la invitación del Señor y otros no. Y no respondieron porque
tuvieron algo más importante que hacer. Así nos dice el Evangelista:
"El Reino de los Cielos es semejante a un rey que
preparó un banquete de bodas para su hijo. Mandó a sus criados que
llamaran a los invitados, pero éstos no quisieron ir... Uno se fue a su campo,
otro a su negocio ..."
Y... ¡cuántas veces no hacemos nosotros lo mismo!
Constantemente nos oponemos a la invitación del Señor. Dios nos llama y
en vez de atender su invitación, le damos la espalda. Dios nos ofrece la
oportunidad de ir a su Fiesta y de tener la felicidad para siempre, y... ¿cómo
respondemos? ¿No hacemos como los invitados que nos describe el
Evangelio? ¿No preferimos los negocios temporales a las invitaciones
eternas? ¿No preferimos los banquetes de la tierra al Banquete Celestial?
No aceptar la invitación del Rey es un desplante.
Pueden haber cosas que parecen más importantes que asistir a la Boda
del Hijo del Rey, pero nada es más importante que esa Fiesta: la Fiesta
Escatológica, que sucederá al final de los tiempos.
Y el Rey se disgusta, no sólo por el desprecio de sus
invitados, sino porque, además, han matado a los que envió para
invitarlos. Los enviados asesinados son los mártires de todos los
tiempos: mataron a los Profetas del Antiguo Testamento, a San Juan Bautista,
también a Cristo. Le siguieron los mártires del comienzo de la
Iglesia. Y aún en nuestra era, no han cesado los martirios: el siglo 20
fue testigo del mayor número de mártires de todos los siglos. Pensemos en
las persecuciones del comunismo contra la Iglesia católica.
Recordemos las persecuciones en México y en
España. ¡Nada más en la Guerra Civil Española hubo unos 10.000
mártires! Y ni hablar del horror en el Medio Oriente!
Si nos revisamos bien, podemos darnos cuenta de la importancia
que le damos a las cosas de este mundo, rechazando o postergando las cosas
eternas, al no aceptar las invitaciones del Señor. ¡De qué manera nos
entregamos a las cosas del mundo, las cuales nos absorben tanto, que no nos
queda tiempo para atender a Dios!
¿Será que los hombres y mujeres de hoy estamos tan hundidos
en los negocios terrenos que consideramos que es tiempo perdido pensar en Dios
y en la vida eterna? Pero... ¿qué nos dice el Evangelio sobre los
que no acepten la invitación al Banquete Celestial? Es muy claro: otros
serán invitados en lugar de los que no asistan.
¿Aceptamos la invitación? ¿La aceptamos ya repitiendo
nuestro sí constante y permanente? ¿Diciendo siempre sí...no
importa la exigencia, no importa la situación, no importa si pasamos por
cañadas oscuras o valles de verdes pastos, como rezamos el Salmo?
Los que están muy pendientes de otras invitaciones y
actividades corren el riesgo de quedar fuera de la Fiesta -aunque hayan sido
invitados- por no darse cuenta de que la invitación del Señor es infinitamente
más importante que cualquier negocio, cualquier preocupación material,
cualquier apego terreno.
Pero hay otro riesgo: el no estar debidamente vestido para
esa fiesta. Y ¿qué sucederá a ésos? La cosa es seria: van a ser
echados fuera. ¡Pero si fueron invitados! El problema es que no
estar bien vestido significa no estar preparado espiritualmente para poder ser
aceptado en la Fiesta de la Salvación. Significa esta parte de la
parábola que no basta ser invitado, tampoco basta haber entrado al banquete (es
decir, formar parte de la Iglesia). Se requiere estar debidamente preparado:
vivir en estado de gracia, vivir en amistad con Dios.
Aclaremos algo sobre las “realidades últimas”: la primera de
éstas es la muerte, cuando nuestra alma, separada de nuestro cuerpo, pasa al
Cielo, al Purgatorio o al Infierno. Del Purgatorio las almas que se van
purificando van pasando al Cielo. Y al final de los tiempos, sucederá la
resurrección, al unirse nuestras almas con nuestros cuerpos glorificados.
Y en ese momento será el Banquete de Bodas del Cordero para los salvados, no
los condenados. Esos quedaron fuera para siempre.
La invitación al Banquete Celestial es para todos, pero
muchos no aceptan… y algunos no están debidamente preparados. De allí la
sentencia de Jesús al terminar esta parábola: “Muchos son los llamados y
pocos los escogidos”.
Que podamos llegar a la Fiesta Escatológica, que nos estemos
preparando de veras con el traje adecuado (tan blanco como la vestidura del
bautismo). Así podremos formar parte de esa muchedumbre de toda
raza, pueblo y nación con vestidura blanca, lavados nuestros trajes en la
sangre del Cordero. (Ap. 3, 4)
Fuentes:
Sagradas Escrituras
Evangeli.org
Homilias.org
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