Hoy viernes, 8 de diciembre, celebramos la Fiesta de La Inmaculada Concepción de
María. Patrona de España.
En su último viaje a España de San Juan Pablo II, dio a
España el título de “Tierra de María”. Y lo cierto es que en ninguna tierra y
ningún pueblo ha amado tanto a María como España.
Pero de todas las advocaciones bajo las cuales los españoles damos culto a María, ninguna tan querida como la de su Inmaculada Concepción.
El 8 de diciembre de 1857, el beato Pío IX hizo construir en la plaza de España de Roma, capital de los Estados Pontificios en los que aún reinaba, el monumento a la Inmaculada que sigue enalteciendo la ciudad. Al bendecir la imagen colocada sobre una esbelta columna frente a la embajada de España, declaró al embajador:
Pero de todas las advocaciones bajo las cuales los españoles damos culto a María, ninguna tan querida como la de su Inmaculada Concepción.
El 8 de diciembre de 1857, el beato Pío IX hizo construir en la plaza de España de Roma, capital de los Estados Pontificios en los que aún reinaba, el monumento a la Inmaculada que sigue enalteciendo la ciudad. Al bendecir la imagen colocada sobre una esbelta columna frente a la embajada de España, declaró al embajador:
"Fue España, la Nación, que por sus reyes y por sus teólogos, trabajó más que nadie para que amaneciera el día de la proclamación del dogma de la Concepción Inmaculada de María"
María Inmaculada fue proclamada Patrona de España por el papa Clemente XIII, mediante la bula “Quantum Ornamenti”, de fecha 25 de diciembre de 1760. Se lo había solicitado el rey Carlos III, como otros reyes españoles habían hecho repetidamente.
Te pido madre Santa que proteja a España de los sembradores de odio entre los españoles, y que hagas de nosotros de nuevo una familia, para tu mayor gloria y la de tu Hijos.
Y
por qué Inmaculada Concepción de María ?
Cuando Santa Bernardita preguntó a la “Señora” que se le
aparecía en Lourdes, Francia, por allá a mediados del siglo 19, concretamente
en 1858, quién era Ella, la buena “Señora” le respondió: “Yo soy la
Inmaculada Concepción”
Hoy en día este nombre no parece extraordinario, pero el
que la Virgen haya usado precisamente el término de “Inmaculada Concepción”
para responder quién era Ella a una campesinita de un pequeño poblado del sur
de Francia, fue en aquel momento algo muy especial. Y fue muy especial
por que justamente cuatro años antes el Papa Pío IX, quien por cierto fue
beatificado por Juan Pablo II, había declarado el dogma de la Inmaculada
Concepción de la Santísima Virgen María.
¿En qué consiste ese dogma que cada 8 de diciembre
celebramos los Católicos como una de las Fiestas grandes de la Iglesia?
Significa que María fue preservada desde el primer instante de su existencia,
desde su concepción en el vientre de su madre Santa Ana, del pecado original y
de sus consecuencias. Pero el privilegio de la Madre de Dios no se queda
allí, sino que sabemos que fue también llena de gracia desde el primer momento
de su existencia. Fue “inmaculada” desde su “concepción”.
Dios deseó, entonces, que la Virgen María, la que iba a
ser su Madre, fuera concebida en estado de gracia y santidad, libre de las
consecuencias del pecado original de nuestros primeros progenitores. Eso
significa que María no estuvo nunca sometida a la esclavitud del demonio, ni
tenía inclinación al mal, ni oscurecimiento de su entendimiento, consecuencias
del pecado original, con las cuales todos los demás mortales somos
concebidos.
Tampoco estaba sujeta a dos consecuencias adicionales, cuales
son el sufrimiento y la muerte. Ella, por cierto, experimentó estas dos
cosas, no porque estuviera sujeta a ellas, sino que las padeció como
colaboración para nuestra salvación.
El anuncio de la Inmaculada Concepción de la Madre de
Dios se encuentra muy al comienzo de la Biblia. Leemos esto en la Primera
Lectura (Gen. 3, 9-15.20). Al ser descubiertos Adán y Eva
en su pecado de rebeldía contra Dios, el Creador acusa a la serpiente, es
decir, a Satanás, y le anuncia: “Pondré enemistad entre ti y la Mujer,
entre tu descendencia y la suya; y su descendencia te aplastará la cabeza”. Con
María comienza la lucha entre la descendencia de la Mujer (Jesucristo) y la de
la serpiente, lucha que se resolverá con la victoria definitiva del que es
descendiente de la Virgen y también Hijo de Dios.
De allí que en el momento de la Anunciación, cuando tuvo
lugar la concepción del Hijo de Dios, el Arcángel Gabriel saludara a
María con aquel “llena de gracia”, que nos trae el Evangelio de
hoy para esta Fiesta de la Virgen (Lc. 1, 26-38).
Y¡claro! Ella es “llena de gracia” porque está llena
de la Gracia misma que es Dios y porque nunca el pecado la tocó. De otra
manera no hubiera podido ser saludada así por el mensajero de Dios. Es la
mayor prueba de la Inmaculada Concepción de María.
La Santísima Virgen María es la primera redimida.
Es redimida, inclusive, antes de la llegada de su Hijo, el Redentor. Con
Ella comienza la redención, porque nos trae al Salvador del mundo. De
allí que San Pablo en la Primera Lectura, que es ese maravilloso himno de
alabanza con que comienza su carta a los Efesios, (Ef. 1, 3-6.11-12) alabe
a “Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en El,
con toda clase de bienes espirituales y celestiales ... para que fuéramos
santos e irreprochables a sus ojos”.
Dentro de ese maravilloso plan divino de que nos habla
San Pablo, por el cual se nos bendice con toda clase de bienes espirituales, la
mayor bendecida es -por supuesto- la Madre de Dios, pues Ella es la más “santa
e irreprochable a los ojos de Dios”, ya que, como nos dice el Concilio Vaticano
II, “fue enriquecida desde el primer instante de su concepción con
esplendores de santidad del todo singular” (LG 56), superando Ella “con mucho a
todas las criaturas celestiales y terrenas” (LG 53).
Pero, además el mayor bien que se nos ha dado ha sido Ella
y su descendencia, pues por Ella, comenzando con su Inmaculada Concepción, se
nos ha dado la salvación y el perdón del pecado.
Ese maravilloso plan divino ya se sucedió en María por
ese privilegio inmensísimo de su concepción sin mancha, pero también -y muy
especialmente- por su sí constante y permanente a la Voluntad Divina, por su
respuesta a la gracia. Y ese mismo plan se va realizando en cada
uno de nosotros también con nuestro sí, que debe tender a ir siendo constante y
permanente, como el de María.
El Bautismo ha borrado el pecado original, pero además
tenemos, a lo largo de nuestra vida, todas las gracias necesarias para poder
dar nuestro sí en todo momento, como Ella lo dio. Así sea.
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