Hoy, en este primer domingo de Adviento, la Iglesia comienza
a recorrer un nuevo año litúrgico. Entramos, por tanto, en unos días de
especial expectación, renovación y preparación.
Jesús advierte que ignoramos «cuándo será el momento» (Mc 13,33). Sí, en esta vida hay un momento decisivo. ¿Cuándo será? No lo sabemos. El Señor ni tan sólo quiso revelar el momento en que se habría de producir el final del mundo.
En fin, todo eso nos conduce hacia una actitud de expectación y de concienciación: «No sea que llegue (...) y os encuentre dormidos» (Mc 13,36). El tiempo en esta vida es tiempo para la entrega, para la maduración de nuestra capacidad de amar; no es un tiempo para el entretenimiento. Es un tiempo de “noviazgo” como preparación para el tiempo de las “bodas” en el más allá en comunión con Dios y con todos los santos.
Pero la vida es un constante comenzar y recomenzar. El hecho es que pasamos por muchos momentos decisivos: quizá cada día, cada hora y cada minuto han de convertirse en un tiempo decisivo. Muchos o pocos, pero —en definitiva— días, horas y minutos: es ahí, en el momento concreto, donde nos espera el Señor. «En la vida nuestra, en la vida de los cristianos, la conversión primera —este momento único, que cada uno recuerda y en el cual uno hizo claramente aquello que el Señor nos pide— es importante; pero todavía son más importantes, y más difíciles, las sucesivas conversiones» (San Josemaría).
En este tiempo litúrgico nos preparamos para celebrar el gran “advenimiento”: la venida de Nuestro Amo. “Navidad”, “Nativitas”: ¡ojalá que cada jornada de nuestra existencia sea un “nacimiento” a la vida de amor! Quizá resulte que hacer de nuestra vida una permanente “Navidad” sea la mejor manera de no dormir. ¡Nuestra Madre Santa María vela por nosotros!
Jesús advierte que ignoramos «cuándo será el momento» (Mc 13,33). Sí, en esta vida hay un momento decisivo. ¿Cuándo será? No lo sabemos. El Señor ni tan sólo quiso revelar el momento en que se habría de producir el final del mundo.
En fin, todo eso nos conduce hacia una actitud de expectación y de concienciación: «No sea que llegue (...) y os encuentre dormidos» (Mc 13,36). El tiempo en esta vida es tiempo para la entrega, para la maduración de nuestra capacidad de amar; no es un tiempo para el entretenimiento. Es un tiempo de “noviazgo” como preparación para el tiempo de las “bodas” en el más allá en comunión con Dios y con todos los santos.
Pero la vida es un constante comenzar y recomenzar. El hecho es que pasamos por muchos momentos decisivos: quizá cada día, cada hora y cada minuto han de convertirse en un tiempo decisivo. Muchos o pocos, pero —en definitiva— días, horas y minutos: es ahí, en el momento concreto, donde nos espera el Señor. «En la vida nuestra, en la vida de los cristianos, la conversión primera —este momento único, que cada uno recuerda y en el cual uno hizo claramente aquello que el Señor nos pide— es importante; pero todavía son más importantes, y más difíciles, las sucesivas conversiones» (San Josemaría).
En este tiempo litúrgico nos preparamos para celebrar el gran “advenimiento”: la venida de Nuestro Amo. “Navidad”, “Nativitas”: ¡ojalá que cada jornada de nuestra existencia sea un “nacimiento” a la vida de amor! Quizá resulte que hacer de nuestra vida una permanente “Navidad” sea la mejor manera de no dormir. ¡Nuestra Madre Santa María vela por nosotros!
Lectura
del santo evangelio según san Marcos (13,33-37):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento. Es igual que un hombre que se fue de viaje y dejó su casa, y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara. Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer; no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos. Lo que os digo a vosotros lo digo a todos: ¡Velad!»
Palabra del Señor
COMENTARIO
Hoy comenzamos un nuevo Año Litúrgico (Ciclo “B”). La
Iglesia ha ordenado las Lecturas de los Domingos en tres ciclos: A, B y C,
de manera que cada uno de los ciclos se repite cada tres años. Es por
ello que las Lecturas de este Ciclo “B” que hoy comenzamos no son las mismas
que las del Primer Domingo de Adviento del año pasado.
Es así como en tres años de Lecturas dominicales, los fieles
pueden tener una idea bastante completa -sin llegar a ser total- de la
historia de la salvación contenida en la Sagrada Escritura.
Y el Año Litúrgico comienza con el Tiempo de Adviento.
Hoy es el Primer Domingo de Adviento, tiempo de espera para la venida de Cristo
... Y tiempo de espera significa tiempo de preparación para esa venida.
Las Lecturas de este tiempo de Adviento nos trasladan a
veces a ese anhelo que existía en el Antiguo Testamento de la venida del Mesías
que esperaban para salvar a la humanidad. Vemos tal anhelo en la Primera
Lectura del Profeta Isaías (Is. 63, 76-19; 64, 2-7).
Las palabras del Profeta son una súplica llena de urgencia
con la que quisiera -por así decirlo- adelantar la venida del
Salvador: “Ojalá rasgaras los cielos y bajaras, estremeciendo las
montañas con tu presencia”.
Ese anhelo, ese grito de los profetas y santos del Antiguo
Testamento ya fue satisfecho, pues esa primera venida del Hijo de Dios -su
venida histórica- ya tuvo lugar hace más de dos mil años. En efecto,
Jesús nació, vivió, sufrió, murió y resucitó en la tierra, en nuestra
historia. Y así ha salvado -ha rescatado- a la humanidad que se
encontraba perdida en el pecado.
Ya la salvación esperada fue realizada por Cristo.
Ahora nos toca a nosotros aprovechar la salvación ya efectuada por Cristo.
Luego de esa primera venida, la historia de la humanidad se
orienta toda hacia la “parusía”; es decir, hacia la venida gloriosa de Cristo
al final de los tiempos.
El Adviento es tiempo especial de preparación para esa
segunda venida de Cristo.
De allí que los clamores por el Mesías contenidos en el
Antiguo Testamento, los sentimos también como clamores por esa esperada venida
gloriosa de Cristo al final. Por eso también, muchas de las lecturas de
este tiempo se refieren a este esperado acontecimiento.
Tan esperado, que San Juan finaliza el libro profético
del Apocalipsis con ese clamor de toda la Iglesia (la
esposa) unida a Dios (el Espíritu): “El Espíritu y su esposa
dicen: ... ‘Ven’ ... El que da fe de estas palabras dice:
‘Sí, vengo pronto’. Así sea: Ven, Señor Jesús” (Ap. 22, 17 y
20).
Con estas palabras termina la Biblia: el Señor
diciéndonos que viene pronto y nosotros, la Iglesia, la humanidad entera,
diciendo que ojalá así sea y pidiéndole que venga.
Mientras estamos a la espera de ese “adviento”, de ese
advenimiento, de ese acontecimiento tan importante -el más importante de la
historia de la humanidad- el recibimiento de Cristo debe irse preparando en el
corazón de cada persona.
¿Y cómo podemos ir preparando esa venida del Señor a nuestro
corazón? De varias maneras Jesús, Hijo de Dios, se nos hace presente en
este tiempo de espera en que nos encontramos actualmente aguardando su venida
gloriosa.
La presencia de Cristo en este tiempo intermedio entre su
estadía histórica en nuestro mundo en medio de nosotros y su próxima venida
gloriosa, se da en nosotros por medio de su Gracia. Su Gracia que El
derrama de muchas maneras: primeramente nos viene a través de los
Sacramentos.
Los Sacramentos son vías especialísimas, signos visibles,
por medio de los cuales Cristo se hace presente:
En el Bautismo nos borra el pecado original y da a cada
bautizado su Gracia, que es su Vida misma.
En la Confesión nos restaura la Gracia perdida por los
pecados cometidos.
En la Eucaristía está realmente presente, vivo, y se da a
nosotros en forma de alimento para nuestra alma, fortaleciendo nuestra vida
espiritual.
Jesucristo también se hace presente con su Palabra,
contenida en la Sagrada Escritura. También se nos hace presente en
la oración, con inspiraciones e impulsos interiores.
Permitiendo que Cristo venga a nuestro corazón en cada una
de estas formas en que se nos ofrece, dejamos que El vaya transformándonos cada
vez más profundamente. Es la manera cómo nos vamos preparando a su
venida gloriosa.
Así pueden cumplirse en nosotros las palabras finales de la
Lectura de Isaías: “Señor, Tú eres nuestro Padre; nosotros somos el
barro y Tú el alfarero; todos somos hechura de tus manos”. Esta frase
recuerda también a una muy similar del Profeta Jeremías: “Mirad que
como el barro en manos del alfarero, así sois vosotros en Mi Mano” (Jr. 18,
1-6).
Si en este tiempo intermedio entre una venida y otra de
Jesús nos dejamos moldear por Dios, por su Voluntad, por sus designios, como lo
que Dios muestra al Profeta Jeremías, al hacerlo ir a una alfarería para ver
cómo el barro es moldeado por el alfarero, así estamos cumpliendo lo que nos
exige el Evangelio de hoy (Mc. 13, 33-37) y lo que nos dice San
Pablo en la Segunda Lectura (1 Cor. 1, 3-9). Estas lecturas nos
hablan de espera, de vigilancia, de estar preparados.
“Velen y estén preparados, porque no saben cuándo llegará el
momento”, nos pide el Evangelio, pues no sabemos “a qué hora va
a regresar el dueño de la casa”. Por eso nos pide el Señor al final
de este trozo evangélico: “Permanezcan alerta”.
Si así lo hacemos, si pasamos este tiempo de espera
preparándonos de esa manera para la venida de Cristo, dejándonos moldear de
acuerdo a su Voluntad y a sus designios, El mismo nos hará perseverar hasta el
final, como nos dice San Pablo en la Segunda Lectura: “El nos hará
permanecer irreprochables hasta el fin, hasta el día de su advenimiento”.
No sólo en estas Lecturas de hoy, sino a lo largo de toda la
Biblia, el Señor nos pide insistentemente estar atentos a su venida,
preparándonos para recibirlo cuando venga como Justo Juez. Este llamado
es aún más insistente durante el tiempo de Adviento, ya que nos estamos
preparando para conmemorar en Navidad la primera venida de Jesús, cuando Dios
se hizo hombre y nació en un momento preciso de nuestra historia y también en
un sitio preciso de nuestra tierra.
Nos encontramos entre una y otra venida de Cristo. La
primera ya sucedió. La segunda “no saben cuándo llegará el
momento”. Pero sabemos que llegará ... De hecho, cada día que pasa
es un día menos para su próxima venida.
Por eso el Señor nos recuerda ¡tantas veces! que estemos
preparados, que velemos, porque no sabemos a qué hora regresa. “¡Sí,
vengo pronto!” ¡Ven, Señor Jesús!
Fuentes:
Sagradas Escrituras
Evangelio San Marcos
Evangeli.org
Homilias.org
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nos interesa tus sugerencias