domingo, 13 de mayo de 2018

«El Señor Jesús, después de hablarles, fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios» (Evangelio Dominical)





Hoy en esta solemnidad, se nos ofrece una palabra de salvación como nunca la hayamos podido imaginar. El Señor Jesús no solamente ha resucitado, venciendo a la muerte y al pecado, sino que, además, ¡ha sido llevado a la gloria de Dios! Por esto, el camino de retorno al Padre, aquel camino que habíamos perdido y que se nos abría en el misterio de Navidad, ha quedado irrevocablemente ofrecido en el día de hoy, después que Cristo se haya dado totalmente al Padre en la Cruz.


¿Ofrecido? Ofrecido, sí. Porque el Señor Jesucristo, antes de ser llevado al cielo, ha enviado a sus discípulos amados, los Apóstoles, a invitar a todos los hombres a creer en Él, para poder llegar allá donde Él está. «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará» (Mc 16,15-16).

Esta salvación que se nos da consiste, finalmente, en vivir la vida misma de Dios, como nos dice el Evangelio según san Juan: «Ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo» (Jn 17,3).





Pero aquello que se da por amor ha de ser aceptado en el amor para poder ser recibido como don. Jesucristo, pues, a quien no hemos visto, quiere que le ofrezcamos nuestro amor a través de nuestra fe, que recibimos escuchando la palabra de sus ministros, a quienes sí podemos ver y sentir. «Nosotros creemos en aquel que no hemos visto. Lo han anunciado aquellos que le han visto. (...) Quien ha prometido es fiel y no engaña: no faltes en tu confianza, sino espera en su promesa. (...) ¡Conserva la fe!» (San Agustín). Si la fe es una oferta de amor a Jesucristo, conservarla y hacerla crecer hace que aumente en nosotros la caridad.

¡Ofrezcamos, pues, al Señor nuestra fe!




Conclusión del santo evangelio según san Marcos (16,15-20):




En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo: «ld al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará; el que se resista a creer será condenado. A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en m¡ nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos.»
Después de hablarles, el Señor Jesús subió al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Ellos se fueron a pregonar el Evangelio por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban.

Palabra del Señor





COMENTARIO.





La Fiesta de la Ascensión de Jesucristo al Cielo es una fiesta importante y de gran significación.  Sin embargo, hace evocar sentimientos encontrados de nostalgia y de alegría.  De nostalgia, por la partida de Cristo, Quien regresa a la gloria que comparte desde toda la eternidad con el Padre y con el Espíritu Santo.  De alegría, pues hacia esa gloria conduce a la humanidad por El redimida

El mismo Señor nos muestra esos sentimientos las veces que en el Evangelio hace el anuncio de su ida al Padre.  “He deseado muchísimo celebrar esta Pascua con vosotros ... porque ya no la volveré a celebrar hasta ...” (Lc.22, 15-16). “Me voy y esta palabra los llena de tristeza” (Jn. 16, 6)

En cada uno de los anuncios de su partida, Jesús trataba de consolar a los Apóstoles: “Ahora me toca irme al Padre ... pero si me piden algo en mi nombre, Yo lo haré”  (Jn. 14,12 y 14).  Inclusive trató de convencerlos acerca de la conveniencia de su vuelta al Padre: “En verdad, les conviene que yo me vaya, porque si no me voy, no podrá venir a ustedes el Consolador.  Pero si me voy, se los enviaré ... les enseñará todas las cosas y les recordará todo lo que Yo les he dicho” (Jn. 16, 7 - 14, 26).

Recordemos que Jesucristo había resucitado después de su muerte, una muerte que fue ¡tan traumática! -traumática para El por los sufrimientos intensísimos a que fue sometido- ... y traumática también para sus seguidores, para sus Apóstoles y discípulos, que quedaron estupefactos ante lo sucedido el Viernes Santo. 




Luego viene para ellos la sorpresa de la Resurrección.  Al principio no creyeron lo que les dijeron las mujeres, luego el mismo Señor Resucitado se les apareció en cuerpo glorioso, y entonces recordaron y creyeron lo que El les había anunciado.  Pero la verdad es que los Apóstoles no entendían bien a Jesús cuando les anunciaba todo lo que iba a suceder:  lo de su muerte, su posterior resurrección y luego también lo de su Ascensión al Cielo.

Para fortalecerles la Fe, después de su Resurrección, el Señor pasa unos cuarenta días apareciéndose en la tierra a sus discípulos, a sus Apóstoles, a su Madre.

Es lo que nos refiere la Primera Lectura del Libro de los Hechos de los Apóstoles:  “Se les apareció después de la pasión, les dio numerosas pruebas de que estaba vivo y durante cuarenta días se dejó ver por ellos y les habló del Reino de Dios.  Un día, les mandó: ‘No se alejen de Jerusalén.  Aguarden aquí a que se cumpla la promesa de mi Padre, de la que ya les he hablado ... Dentro de pocos días serán bautizados con el Espíritu Santo.’”   La promesa del Padre era el Espíritu Santo, el Consolador, que vendría unos días después en Pentecostés.

Y luego de esos cuarenta días, llegó el momento de su partida.  Entonces, los llevó a un sitio fuera y luego de darles las últimas instrucciones y bendecirlos, se fue elevando al Cielo a la vista de todos los presentes.

¡Cómo sería la Ascensión de Jesús al Cielo!  Jesús, el Sol de Justicia (Mal 3, 20), ascendiendo radiantísimo a la vista de los presentes.  El impacto fue tan grande que, aún después de haber desaparecido Jesús, ocultado por una nube, los Apóstoles y discípulos seguían mirando fijamente al Cielo.  ¡Estaban en éxtasis!  Fue, entonces, cuando dos Ángeles los interrumpieron y los “despertaron”:  “¿Qué hacen ahí  mirando al cielo?  Ese mismo Jesús que los ha dejado para subir al Cielo, volverá como lo han visto alejarse” (Hech. 1,11).




Hay que tomar nota de estas palabras.  Es de suma importancia recordar ese anuncio profético de los Ángeles sobre la Segunda Venida de Jesucristo.  Nos dicen que volverá de igual manera a como partió:  en gloria y desde el Cielo.  Jesucristo vendrá, entonces, como Juez a establecer su reinado definitivo.  Así lo reconocemos cada vez que rezamos el Credo:  de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su Reino no tendrá fin.

Estamos hablando de la Segunda Venida de Cristo.  Pero para saber cómo será y cómo no será la Segunda Venida de Cristo, debemos detallar bien cómo fue la Ascensión de Jesucristo al Cielo.  ¿Cómo lo vieron subir?  Con todo el poder de su divinidad, glorioso, fulgurante y, ascendiendo, desapareció entre las nubes.  Entonces … ¿cómo vendrá?

El anuncio de los Ángeles es clarísimo y corrobora anuncios previos hechos por Jesús mismo.  Al responder a Caifás en el momento de su injustísimo juicio antes de su Pasión y Muerte dijo lo siguiente:  “Verán al Hijo del Hombre sentado a la derecha del Dios Poderoso y viniendo sobre las nubes” (Mt. 26, 64).

Ya anteriormente lo había anunciado a sus discípulos:  “Entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre. Verán al Hijo del Hombre viniendo en las nubes del cielo, con el Poder Divino y la plenitud de la Gloria.  Mandará a sus Ángeles, los cuales tocarán la trompeta y reunirán a los elegidos de los cuatro puntos cardinales, de un extremo al otro del mundo” (Mt. 24, 30-31)




Sin embargo, ha habido, hay y habrá muchos que querrán hacerse pasar por Cristo.  Y hay uno en especial, el Anticristo, que hará creer que él es Cristo.  Entonces hay que estar precavidos, pues Cristo vendrá glorioso con todo el poder de su divinidad, como los Apóstoles Lo vieron irse.

Tengamos en cuenta que el Anticristo será un hombre que se dará a conocer como Cristo y con la ayuda de Satanás realizará milagros y prodigios, y engañará a muchos, pues desplegará un gran poder de seducción.  He aquí la descripción que nos hace San Pablo:

“Entonces aparecerá el hombre del pecado, instrumento de las fuerzas de perdición, el rebelde que ha de levantarse contra todo lo que lleva el nombre de Dios o merece respeto, llegando hasta poner su trono en el Templo de Dios y haciéndose pasar por Dios... Al presentarse este Sin-Ley, con el poder de Satanás, hará milagros, señales y prodigios al servicio de la mentira.  Y usará todos los engaños de la maldad en perjuicio de aquéllos que han de perderse, porque no acogieron el amor de la Verdad que los llevaba a la salvación ... así llegarán hasta la condenación todos aquéllos que no quisieron creer en la Verdad y prefirieron quedarse en la maldad ” (2 Tes. 2, 3-11).

Entonces, ¿qué hacer?  Siguiendo, el consejo de la Sagrada Escritura, no debemos dejarnos engañar.  Los datos sobre la Segunda Venida de Cristo son muy claros:  Cristo vendrá en gloria.   El Anticristo no.  Hará grandes prodigios, pero no puede presentarse como tenemos anunciado que vendrá Cristo en su Segunda Venida.  De allí que Jesús nos advierta:




“Llegará un tiempo en que ustedes desearán ver uno solo de los días del Hijo del Hombre, pero no lo verán.  Entonces les dirán:  está aquí, está allá.  No vayan, no corran.  En efecto, como el relámpago brilla en un punto del cielo y resplandece hasta el otro, así sucederá con el Hijo del Hombre cuando llegue su día”. (Lc. 17, 22-24)

Esto es tan importante que el Señor nos lo dijo en otras ocasiones. Jesús nos advierte clarísimamente y nos explica con más detalle aún cómo será de sorpresiva y deslumbrante su Segunda Venida:

“Si en este tiempo alguien les dice:  Aquí o allí está el Mesías, no lo crean.  Porque se presentarán falsos cristos y falsos profetas, que harán cosas maravillosas y prodigios capaces de engañar, si fuera posible, aun a los elegidos de Dios.  ¡Miren que se los he advertido de antemano!  Por tanto, si alguien les dice:  En el desierto está.  No vayan.  Si dicen:  Está en un lugar retirado.  No lo crean.  En efecto, cuando venga el Hijo del Hombre, será como relámpago que parte del oriente y brilla hasta el poniente” (Mt. 24, 23-28).

Pero por encima de la nostalgia de su partida, por encima de la advertencia de cómo será su Segunda Venida, para que nadie nos engañe, el misterio de la Ascensión de Jesucristo es un misterio de fe y esperanza en la Vida Eterna.

La misma forma física en que se despidió el Señor, la cual resalta San Pablo en la Segunda Lectura (Ef. 4, 1-13):  subiendo al Cielo - nos muestra nuestra meta -, ese lugar donde El está, al que hemos sido invitados todos, para estar con El.

Ya nos lo había dicho al anunciar su partida: “En la Casa de mi Padre hay muchas mansiones, y voy allá a prepararles un lugar ... Volveré y los llevaré junto a mí, para que donde yo estoy, estén también ustedes” (Jn. 14,2-3).

El derecho al Cielo ya nos ha sido adquirido por Jesucristo. El nos ha preparado un lugar a cada uno de nosotros:  nos toca a nosotros vivir en esta vida de tal forma que merezcamos ocupar ese lugar.  .  ¡No dejemos nuestro lugar vacío!




 Ahora bien, a pesar de todos estos anuncios, los Apóstoles y discípulos no alcanzaban a entender la trascendencia de lo anunciado.  La Santísima Virgen María seguramente fue preparada por su Hijo para el momento de su partida, con gracias especiales para poder consolar y animar a los Apóstoles.

Jesucristo estaba dejando a Pedro como cabeza de la Iglesia y como su Representante.  Pero también estaba dejando a su Madre como Madre de su Iglesia, ya que siendo Ella Madre de Cristo, era también Madre de su Cuerpo Místico.  Por eso Ella los reunió y los animó, orando con ellos en espera del Espíritu Santo.

La Ascensión, entonces, nos invita a estar en la tierra, haciendo lo que aquí tengamos que hacer, todo dentro de la Voluntad de Dios.  Pero debemos estar en la tierra sin perder de vista el Cielo, la Casa del Padre, a donde nos va llevando Cristo por medio del Espíritu Santo, Quien nos recuerda todo lo que Cristo nos enseñó.

Y nos recuerda también lo que debemos enseñar a otros, pues debemos llevar la Palabra de Dios a todo el que desee escucharla.  Es el llamado de Cristo que nos trae la Aclamación antes del Evangelio:  “Vayan y enseñen a todas las naciones, dice el Señor.  Y sepan que Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt. 28, 19-20).




Los mandó –y nos manda a nosotros- a ir, a partir.  “Jesús parte hacia el Padre y manda a los discípulos que partan hacia el mundo … Es un mandato preciso, ¡no es facultativo!” (Papa Francisco 1-6-2014)

Es el llamado a la Nueva Evangelización, a la que insistentemente nos llama la Iglesia.

Para cumplir con esto, San Pablo nos recuerda en la Segunda Lectura (Ef. 4. 1-13) lo siguiente:

“El que subió fue quien concedió a unos ser apóstoles;  a otros ser profetas;  a otros ser evangelizadores;  a otros ser pastores y maestros.

“Y esto para capacitar a los fieles, a fin de que, desempeñando debidamente su tarea, construyan el Cuerpo de Cristo,
“hasta que todos lleguemos a estar unidos en la Fe y en el conocimiento del Hijo de Dios,

“y lleguemos a ser hombres perfectos, que alcancemos en todas sus dimensiones la plenitud de Cristo”.

La Fiesta de la Ascensión de Jesucristo al Cielo:

.   nos despierta el anhelo de Cielo, la esperanza de nuestra futura inmortalidad, en cuerpo y alma gloriosos, como El, para disfrutar con El y en El de una felicidad completa, perfecta y para siempre.

.        nos advierte cómo será la Segunda Venida de Cristo, para que no seamos engañados por el Anticristo.





.        nos invita a llevar la Palabra de Dios a todos, seguros de que el Espíritu Santo, Quien es el verdadero protagonista de la Evangelización, nos capacita para responder a este llamado.  Así contribuimos a construir el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia, en esta época en que hay que realizar la Nueva Evangelización, atrayendo a la Iglesia a aquéllos que se han alejado




















Fuentes;
Sagradas Escrituras
Evangeli.org
Homilias.org

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