Hoy, justo al comenzar un nuevo año litúrgico, hacemos el
propósito de renovar nuestra ilusión y nuestra lucha personal con vista a la
santidad, propia y de todos. Nos invita a ello la propia Iglesia, recordándonos
en el Evangelio de hoy la necesidad de estar siempre preparados, siempre
“enamorados” del Señor: «Guardaos de que no se hagan pesados vuestros corazones
por el libertinaje, por la embriaguez y por las preocupaciones de la vida» (Lc
21,34).
Pero notemos un detalle que es importante entre enamorados: esta actitud de alerta —de preparación— no puede ser intermitente, sino que ha de ser permanente. Por esto, nos dice el Señor: «Estad en vela, pues, orando en todo tiempo» (Lc 21,36). ¡En todo tiempo!: ésta es la justa medida del amor. La fidelidad no se hace a base de un “ahora sí, ahora no”. Es, por tanto, muy conveniente que nuestro ritmo de piedad y de formación espiritual sea un ritmo habitual (día a día y semana a semana).
Pero notemos un detalle que es importante entre enamorados: esta actitud de alerta —de preparación— no puede ser intermitente, sino que ha de ser permanente. Por esto, nos dice el Señor: «Estad en vela, pues, orando en todo tiempo» (Lc 21,36). ¡En todo tiempo!: ésta es la justa medida del amor. La fidelidad no se hace a base de un “ahora sí, ahora no”. Es, por tanto, muy conveniente que nuestro ritmo de piedad y de formación espiritual sea un ritmo habitual (día a día y semana a semana).
Ojalá que cada jornada de nuestra vida
la vivamos con mentalidad de estrenarnos; ojalá que cada mañana —al
despertarnos— logremos decir: —Hoy vuelvo a nacer (¡gracias, Dios mío!); hoy
vuelvo a recibir el Bautismo; hoy vuelvo a hacer la Primera Comunión; hoy me
vuelvo a casar... Para perseverar con aire alegre hay que “re-estrenarse” y
renovarse.
En esta vida no tenemos ciudad permanente. Llegará el día en que incluso «las fuerzas de los cielos serán sacudidas» (Lc 21,26). ¡Buen motivo para permanecer en estado de alerta! Pero, en este Adviento, la Iglesia añade un motivo muy bonito para nuestra gozosa preparación: ciertamente, un día los hombres «verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria» (Lc 21,27), pero ahora Dios llega a la tierra con mansedumbre y discreción; en forma de recién nacido, hasta el punto que «Cristo se vio envuelto en pañales dentro de un pesebre» (San Cirilo de Jerusalén). Sólo un espíritu atento descubre en este Niño la magnitud del amor de Dios y su salvación (cf. Sal 84,8).
Lectura del santo Evangelio según san Lucas
(21,25-28.34-36):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y el oleaje, desfalleciendo los hombres por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues las potencias del cielo serán sacudidas.
Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y gloria.
Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación.
Tened cuidado de vosotros, no sea que se emboten vuestros corazones con juergas, borracheras y las inquietudes de la vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra.
Estad, pues, despiertos en todo tiempo, pidiendo que podáis escapar de todo lo que está por suceder y manteneros en pie ante el Hijo del hombre».
Palabra del Señor
COMENTARIO
De allí que se le llame a Cristo el Alfa y la Omega, el
principio y fin de todo. De allí que la Liturgia de Adviento,
preparatoria de la Navidad, nos lleve constantemente de la primera venida de
Cristo (Natividad=Navidad) a su segunda venida en gloria (Parusía).
“Yo haré nacer del tronco de David un vástago santo, que
ejercerá la justicia y el derecho en la tierra” (Jr. 33,
14-16). Es sólo una frase tomada de la Primera Lectura del
Profeta Jeremías. Y en estas breves palabras, que, analizadas
gramaticalmente forman una oración compuesta por una oración principal y por
una complementaria, la principal nos habla de la venida histórica de Cristo y
la complementaria nos habla de su segunda venida. Es una muestra -en una
sola frase- del vaivén de la Liturgia de Adviento entre la primera y la segunda
venida de Cristo.
La oración principal nos habla de “un vástago santo,
proveniente del tronco de David”. Nos está hablando de Jesús descendiente
de David que nacerá y -por supuesto será santo. La oración complementaria
nos habla de cuando ese descendiente de David venga a ejercer “la justicia y el
derecho en la tierra”. Y esto no sucederá sino al fin de los
tiempos cuando venga a establecer su reinado definitivo sobre la humanidad.
La salvación de la humanidad la obtuvo Cristo durante su
vida en la tierra, más específicamente con su pasión, muerte y
resurrección. Pero esa salvación se realizará sólo en aquéllos que
aprovechen los méritos de Cristo, al responder con su sí a la Voluntad Divina.
Y esa salvación se realizará plenamente sólo al fin de los
tiempos cuando, como nos dice el Evangelio de hoy (Lc. 21, 25-28.34-36)
“verán venir al Hijo del hombre en una nube, con gran poder y majestad”.
En la Navidad -es cierto- celebramos la venida de Cristo en
la historia, cuando comenzó su reinado.
Celebramos el cumpleaños de Jesús -y eso nos pone alegres y
festivos. Por esa razón la Navidad es época de alegría y regocijo.
Pero esa primera venida de Cristo -como un niño, el Niño
Jesús nacido en Belén de Judá- nos recuerda que su reino comenzó hace 2018 años,
que ese Reino se va instaurando en cada corazón que cumple la Voluntad Divina,
y que ese Reino se realizará plenamente cuando Él mismo vuelva en la Parusía y
ponga todas las cosas en su lugar.
De allí que nuestra vida -toda nuestra vida- debiera ser un
continuo “adviento”, una continua preparación a la segunda venida de Cristo,
que pudiera sorprendernos en cualquier momento, igual que pudiera sorprendernos
en cualquier momento nuestra propia muerte. De ninguna de las dos
cosas -ni de nuestra muerte ni de la segunda venida de Cristo- sabemos el día
ni la hora. Por eso hay que estar siempre preparados.
Y ¿qué significa esa “preparación”? Podríamos
resumirla en las palabras de San Francisco de Sales: “vivir cada día de nuestra
vida como si fuera el último día de nuestra vida en la tierra”.
Y ... ¿vivimos así? ... ¿O más bien evadimos pensar en esa
realidad, tan cierta como segura, del final de nuestra existencia -porque
muramos- o del final de los tiempos, -porque venga Cristo en la Parusía?
¿O tal vez pensamos que luego nos arreglaremos, que mientras tanto mejor es
gozar y vivir como nos provoque?
¿Es esto “adviento”? ¿Es esto “preparación”? ¿Es
que no sabemos lo que nos estamos jugando? Es nada menos que nuestro
destino para toda la eternidad.
La Segunda Lectura San Pablo (1 Ts. 3,
12-4,2) hace eco de lo mismo: la futura venida de
Cristo. Nos dice el Apóstol que desea “que el Señor conserve
nuestros corazones irreprochables en la santidad ante Dios, nuestro Padre,
hasta el día en que venga nuestro Señor Jesús en compañía de todos sus santos.
Y el Señor es claro: “Velen y estén preparados, porque no saben
cuándo llegará el momento… permanezcan alerta”. (Mt. 13, 33-37) ¿Nos
estamos preparando para eso?
¿Cómo prepararnos? En el Evangelio de hoy vemos que el
Señor es claro el Señor también sobre cómo prepararnos: “Velen y hagan
oración continuamente, para que puedan escapar de todo lo que ha de suceder y
comparecer seguros ante el Hijo del Hombre”.
Fuentes:
Sagradas Escrituras
Homilias.org
Evangeli.org
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