Hoy la Palabra de Dios nos presenta, en pleno Adviento, al
Santo Precursor de Jesucristo: san Juan Bautista. Dios Padre dispuso preparar
la venida, es decir, el Adviento, de su Hijo en nuestra carne, nacido de María
Virgen, de muchos modos y de muchas maneras, como dice el principio de la Carta
a los Hebreos (1,1). Los patriarcas, los profetas y los reyes prepararon la
venida de Jesús.
Veamos sus dos genealogías, en los Evangelios de Mateo y Lucas. Él es hijo de Abraham y de David. Moisés, Isaías y Jeremías anunciaron su Adviento y describieron los rasgos de su misterio. Pero san Juan Bautista, como dice la liturgia (Prefacio de su fiesta), lo pudo indicar con el dedo, y le cupo —¡misteriosamente!— hacer el Bautismo del Señor. Fue el último testigo antes de la venida. Y lo fue con su vida, con su muerte y con su palabra. Su nacimiento es también anunciado, como el de Jesús, y es preparado, según el Evangelio de Lucas (caps. 1 y 2). Y su muerte de mártir, víctima de la debilidad de un rey y del odio de una mujer perversa, prepara también la de Jesús.
Por eso, recibió
él la extraordinaria alabanza del mismo Jesús que leemos en los Evangelios de
Mateo y de Lucas (cf. Mt 11,11; Lc 7,28): «Entre los nacidos de mujer no hay
nadie mayor que Juan Bautista». Él, frente a esto, que no pudo ignorar, es un
modelo de humildad: «No soy digno de desatarle la correa de sus sandalias» (Lc
3,16), nos dice hoy. Y, según san Juan (3,30): «Conviene que Él crezca y yo
disminuya».
Oigamos hoy su palabra, que nos exhorta a compartir lo que tenemos y a respetar la justicia y la dignidad de todos. Preparémonos así a recibir a Aquel que viene ahora para salvarnos, y vendrá de nuevo a «juzgar a los vivos y a los muertos».
Lectura
del santo evangelio según san Lucas (3,10-18):
En aquel tiempo, la gente preguntaba a Juan:
«¿Entonces, qué debemos hacer?»
Él contestaba:
«El que tenga dos túnicas, que comparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo».
Vinieron también a bautizarse unos publicanos y le preguntaron:
«Maestro, ¿qué debemos hacemos nosotros?»
Él les contestó:
«No exijáis más de lo establecido».
Unos soldados igualmente le preguntaban:
«Y nosotros, ¿qué debemos hacer nosotros?»
Él les contestó:
«No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie con falsas denuncias, sino contentaos con la paga».
Como el pueblo estaba expectante, y todos se preguntaban en su interior sobre Juan si no sería el Mesías, Juan les respondió dirigiéndose a todos:
«Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego; en su mano tiene el bieldo para aventar su parva, reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga».
Con estas y otras muchas exhortaciones, anunciaba al pueblo el Evangelio.
COMENTARIO
Ya más entrado el Adviento, las lecturas nos hablan de
alegría, pues ya está más cerca la venida del Señor.
La Primera Lectura (So. 3, 14-18). “Alégrate,
hija de Sión, da gritos de júbilo ... No temas ... el Señor tu Dios está en
medio de ti. El se goza y se complace en ti”. ¿Por qué hemos
de estar alegres? Porque “el Señor ha levantado la sentencia contra
ti, ha expulsado a todos tus enemigos”. Es la salvación realizada por
Cristo lo que se nos anuncia aquí. Tanto es así que el Arcángel Gabriel
hace eco de estas palabras cuando anuncia a la Santísima Virgen María la
Encarnación del Hijo de Dios en su seno: “Alégrate, el Señor está contigo ...
No temas María, porque has encontrado el favor de Dios ... concebirás y darás a
luz a un Hijo” (Lc. 1, 28 y 30).
Desde que Jesús vino al mundo como Dios verdadero y como
Hombre también verdadero, podemos decir con San Pablo en la Primera
Lectura (Flp. 4, 4-7): “el Señor está cerca”, porque cada día
que pasa nos acerca más a la venida del Señor. «Sí, vengo
pronto», nos dice el final del Apocalipsis (Ap 22, 20)
¿Cuándo será ese momento? Nadie, absolutamente nadie,
lo sabe con certeza. Eso nos lo ha dicho Jesús. Pero también nos ha
hado algunos signos que El mismo nos invita a observar. (Mt 24, 4-51; Lc 21,
5-36).
Muchos
tratarán de hacerse pasar por Cristo. 2.) Sucederán guerras y revoluciones
que no son aún el final. 3.) Se levantará una nación contra otra y un
reino contra otro. 4.) Terremotos, epidemias y hambres. 5.) Señales
prodigiosas y terribles en el cielo. 6.) Persecuciones y traiciones para
los cristianos. 7.) El Evangelio habrá sido predicado en todo el mundo.
8.) La mayor parte de la humanidad estará imbuida en las cosas del mundo y
habrá perdido la fe. 9.) Después se manifestará el anti-Cristo, que con el
poder de Satanás realizará prodigios con los que pretenderá engañar a toda la
humanidad.
¿Cómo volverá Jesucristo? Primeramente, aparecerá en
el cielo su señal -la cruz-; vendrá acompañado de Ángeles y aparecerá con gran
poder y gloria. (Mt. 24, 30-31)
Entonces ... ¿qué hacer? También nos lo dice el mismo
Jesús: «Por eso estén vigilando y orando en todo momento, para que se
les conceda escapar de todo lo que debe suceder y estar de pie ante el Hijo del
Hombre.» (Lc 21, 36)
San Pablo también nos responde con la misma consigna: “No se
inquieten por nada; más bien presenten sus peticiones a Dios en la oración y la
súplica, llenos de gratitud”. La oración es, sin duda, un
ingrediente importantísimo de entre las cosas que hemos de hacer para
prepararnos a la venida del Señor.
Pero ¿qué más hacer? Con la oración como punto de
partida, la Misa dominical que no debe faltar, arrepentimiento y Confesión
sacramental de nuestros pecados y la Comunión lo más frecuente posible, debemos
realizar el ideal del cristiano que conocemos.
Sin embargo, el Evangelio nos presenta a un personaje muy
central de esta temporada de Adviento, preparatoria a la Navidad. Se
trata de San Juan Bautista, el precursor del Mesías. El era primo de
Jesús, recibió el Espíritu Santo aun estando en el vientre de su madre, cuando
la Santísima Virgen la visitó enseguida de la Encarnación del Hijo de Dios.
Llegado el momento, San Juan Bautista comenzó su predicación
para preparar el camino del Señor; es decir, para ir preparando a la gente a la
aparición pública de Jesús.
Y al Bautista le preguntaban “¿qué debemos hacer?” (Lc.
3, 10-18). Y él les daba ya un programa de vida que
parecía un preludio del mandamiento del amor que Jesús nos traería. “Quien
tenga dos túnicas que dé una al que no tiene ninguna, y quien tenga comida, que
haga lo mismo”. los publicanos, funcionarios públicos les decía: “No
cobren más de lo establecido, sino conténtense con su salario”. A
los soldados: “No extorsionen a nadie, ni denuncien a nadie falsamente”.
Ahora bien, siguiendo la tónica del Adviento, este tiempo
preparatorio a la Navidad, las lecturas nos llevan de la primera a la segunda
venida del Salvador. El mismo Precursor del Señor nos habla no sólo de la
aparición pública del Mesías allá en Palestina hace poco menos de dos mil años,
sino que también nos habla de su segunda venida: “El tiene el bieldo en la mano
para separar el trigo de la paja; guardará el trigo en su granero y quemará la
paja en un fuego que no se extingue”.
Clarísima alusión al fin del mundo, cuando Cristo separará a
los buenos de los malos: unos irán al Cielo y otros al Infierno, al fuego
que no se extingue.
En la segunda venida de Cristo, seremos resucitados:
los buenos a una resurrección de gloria y los malos a una resurrección de
condenación para toda la eternidad. Felicidad o infelicidad eternas.
Pensando en la primera venida de Cristo, cuando nació en la
humildad de nuestro cuerpo mortal, recordemos también nuestra futura
resurrección al final de los tiempos. Así ésta y todas las Navidades
puedan servirnos para aprovechar las gracias divinas que se derraman al
recordar el nacimiento de Jesús en la tierra, de manera que esas gracias puedan
traducirse en gracias de gloria para su segunda venida. Ese será el
momento cuando nuestro cuerpo mortal va a ser transformado en cuerpo
glorioso. Será la resurrección que sucederá en el día final.
Es así como la Navidad o primera venida del Mesías continúa
siendo un recordatorio y un anuncio de su segunda venida. Que la venida
del Señor esta Navidad no sea inútil, de manera que la celebración de su
primera venida nos ayude a prepararnos a su venida final en gloria, para ser
contados como trigo y no como paja.
Oración y vigilancia es lo que nos pide el Señor:
orar y actuar como si hoy -y todos los días- fueran el último día de nuestra
vida terrena.
Lo importante no es saber el cómo. Lo importante no es saber
el cuándo. Lo importante es estar siempre preparados. Lo importante es vivir
cada día como si fuera el último día de nuestra vida en la tierra.
Fuentes:
Sagradas Escrituras
Homilias.org
Evangeli.org
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