Nuevamente Jesús nos compara a nosotros
los seres humanos con las ovejas. Y es que la Liturgia nos presenta esta
bella imagen una vez al año, en el Domingo Cuarto de Pascua, el cual dedica la
Iglesia al Buen Pastor.
En el Evangelio vemos a Jesús como ese Buen
Pastor que da su vida por sus ovejas. Y sus ovejas somos todos: los
de este corral y los de fuera del corral. Dice Jesús: “Yo les
doy la vida eterna y no perecerán jamás; nadie las arrebatará de mi mano”
(Jn. 10, 27-30).
Es cierto, Jesús ha dado su vida por
nosotros para que tengamos Vida Eterna. Privilegio inmensísimo que no
merecemos ninguno de nosotros. Privilegio que requiere una condición
exigida por el mismo Jesús en este trozo evangélico: “Mis ovejas oyen
mi voz ... y me siguen”.
¿Cómo escuchar la voz de Dios para poder seguirlo a El y sólo a El? Porque ... hay muchas voces a nuestro derredor: los medios de comunicación, las malas compañías, los enemigos de la Iglesia, los cuestionadores de la Verdad, los mentirosos, los ilegítimos, los seguidores del New Age, las mayorías equivocadas ...
Ya nos puso en guardia Jesús acerca de
esos falsos pastores que no son El: “Huyen ante el lobo, porque no son suyas
las ovejas, no le importan las ovejas y las abandona. Y el lobo las
agarra y las dispersa” (Jn. 10, 11-13).
¿Y quién es el
lobo? Nada menos que el Enemigo de Dios, el Diablo.
Por eso hay que saber escuchar la voz del
Buen Pastor, de Aquél que sí “da la vida por sus ovejas”, de Aquél que
sí las cuida bien. ¿Cómo reconocer esa voz? ¿Cómo
reconocerla para seguirla, sabiendo que es la única que nos lleva a la Vida
Eterna?
Lectura del santo evangelio según san Juan (10,27-30):
En aquel tiempo, dijo Jesús: «Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno.»
Palabra del Señor
En aquel tiempo, dijo Jesús: «Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno.»
Palabra del Señor
COMENTARIO.
QUIEN OYE LA PALABRA DE JESÚS?.
Quien oye la voz de Jesús, acepta y sigue su Palabra contenida en su Evangelio. Y la acepta en su totalidad y sin suavizarla, ni disminuirla; mucho menos, discutirla o cambiarla en alguna de sus partes.
Quien oye la voz de Jesús, oye la voz del
Papa, quien es su Vicario, su Representante aquí en la tierra, y también, la
voz de los Obispos y de los Sacerdotes que están en plena comunión con el
Papa.
Quien oye la voz de Jesús oye la voz de
aquellas otras ovejas que están en el corral y que están siguiendo la voz del
Buen Pastor.
Quien oye la voz de Jesús oye todas esta
voces y oye, también, la voz de su conciencia. Pero esa conciencia no
puede estar confundida, ni ahogada, ni obnubilada, ni adormecida por las voces
que no son las del Pastor. Tiene que ser una conciencia que esté
rectamente iluminada por la Verdad y por la Ley de Dios.
Cuando escuchamos la voz del Buen
Pastor y prestamos atención a lo que nos pide y nos exige, a lo que nos
aconseja y nos enseña, a lo que nos corrige y nos reclama ... cuando lo oímos
en lo bueno y en lo que creemos que no es tan bueno, porque no nos gusta ...
entonces podemos decir que lo estamos siguiendo de verdad. Y siguiéndolo,
podremos llegar “a la Vida Eterna y no pereceremos jamás”, porque no
hemos quedado a merced del lobo.
El Buen Pastor quiere que todos nos salvemos. El ha dado su vida por todos, sin excepción. El no excluye a nadie de su rebaño. Si alguien está excluido, es porque se excluye a sí mismo. Y se auto-excluye aquél que rechaza conscientemente el mensaje de Cristo, aquél que no quiere escuchar la voz del Buen Pastor.
En efecto, en la Primera Lectura (Hech.
13, 14.43-52) vemos cómo muchos de los israelitas, el pueblo escogido a
quien debía predicársele el Evangelio antes que a las demás naciones,
rechazaron las enseñanzas de Cristo y se opusieron a sus enviados, Pablo y
Bernabé. Entonces éstos tuvieron que optar por llevar el mensaje de
Cristo a los paganos, no sin antes informarles así: “La palabra de
Dios debía ser predicada primero a ustedes”, les dijeron. “Pero
como la rechazan y no se juzgan dignos de la vida eterna, nos dirigiremos a los
paganos”.
Es decir, la salvación de Cristo y su
mensaje es para todos: judíos y no judíos. De allí que Pablo y
Bernabé tomaran como base para su evangelización de los paganos una cita del
Profeta Isaías: “Yo te he puesto como luz de los paganos, para que
lleves la salvación hasta los últimos rincones de la tierra”. (Is. 49,6)
La Segunda Lectura (Ap. 7, 9.14-17) nos
presenta la visión de San Juan de todos los salvados: “Eran
individuos de todas las naciones y razas, de todos los pueblos y lenguas”.
Es decir, la salvación de Cristo es para todos, para todos los que deseen ser
salvados y se sientan necesitados de salvación.
La salvación no es para los que creen que
pueden salvarse ellos mismos, como se pretende, por ejemplo, con el mito de la
re-encarnación, en el que cada uno pretende auto-redimirse, purificándose a
través de sucesivas vidas terrenas, apareciendo su alma cada vez en un cuerpo
diferente al suyo.
Tampoco es la salvación para los que no
quieran poner su parte en la obra de salvación de Cristo: Cristo nos ha
salvado, pero debemos escuchar su voz para seguirle hacia el camino a la Vida
Eterna, debemos responder a sus gracias de salvación, siguiendo su Evangelio.
Así podremos estar contados entre esa muchedumbre grande de los salvados, los de “túnica blanca” que han blanqueado sus vestiduras en la lejía del sufrimiento, de la purificación, “en la sangre del Cordero”, porque hemos dado al sufrimiento sentido de redención, al unirlo a la Pasión de Cristo, al sumergirlo “en la sangre del Cordero”.
Significa esto que hemos aceptado las
gracias de redención que Cristo nos trajo con su muerte en cruz y también
porque lo seguimos a El como El nos indicó: tomando su cruz, aceptando
también el sufrimiento que nos purifica y que nos blanquea, sobre todo el
sufrimiento de persecución, consecuencia de la conservación de la fe.
Así podremos ser contados dentro de esa
muchedumbre del Cielo, donde ya no habrá “ni hambre, ni sed, ni quemaduras
de sol, ni agobio del calor”. Allí ya no habrá más sufrimiento.
Como vemos, la salvación es algo muy
importante. Y Cristo nos pide llevar su mensaje de salvación a
todos.
Por eso, a los que somos ovejas del
rebaño nos toca llamar a los que están fuera, a los incrédulos, a los rebeldes,
a los confundidos, a los desanimados, a los desviados, a los engañados para que
puedan comenzar a escuchar o volver a escuchar de nuevo la voz del Buen
Pastor.
Es el llamado a la Nueva
Evangelización, a re-evangelizar el mundo. Es responder a la instrucción
de Cristo cuando después de su Resurrección nos pidió: “Hagan que
todos sean mis discípulos ... enséñenles a cumplir todo lo que Yo les he
encomendado” (Mt. 28, 19-20).
BUENOS PASTORES Y BUENAS
OVEJAS
1.- Evangelio para todos.
La primera lectura, del Libro de
los Hechos, es uno de los textos fundamentales para conocer la apertura del
mensaje evangélico a todas las gentes. Vemos cómo se produce el rechazo de la
comunidad judía y la reacción de Pablo de ir a otros que lo aceptan. La
hostilidad de los judíos pone aún más de relieve el coraje de los apóstoles y
descubre las dos actitudes que pueden adoptarse ante el Evangelio: los judíos
lo rechazan y se quedan con sus prejuicios, los gentiles lo aceptan y alcanzan
la "vida eterna". Es verdad que también entre los gentiles Pablo
encontrará dificultades… Pero la enseñanza del texto es que no debe haber un
monopolio del mensaje evangélico, no se puede encorsetar la Palabra en formas
concretas predeterminadas por tradiciones que pueden ser superadas por la
dinámica del evangelio. Hay que ser fuertes para pasar por encima de las
resistencias. Así surgirá la alegría final de haber hecho lo que teníamos que
hacer. ¿Quién no se da cuenta que junto a la Iglesia actual todavía hay
"prosélitos"?, o sea, hombres de buena voluntad, que esperan que se
les predique un evangelio realmente abierto a todos, y para los cuales no hay
cabida en nuestras asambleas. Pero la misión ha de continuar mientras haya
ciudades en el mundo que aún no hayan escuchado el evangelio. La historia se
repite muchas veces…
2.- Pastores que están en medio de las ovejas y dan vida eterna.
El pastor y las ovejas es una imagen clásica en la literatura bíblica. Muchos
profetas se sirvieron de ella cuando quisieron hablar de las relaciones entre
Dios y su Pueblo. Es una imagen cotidiana en una economía agrícola y ganadera.
Las ovejas representan a los seguidores de Jesús, el Buen Pastor, que da su
vida por ellas. El Papa nos ha recordado recientemente que los “pastores tienen
que oler a oveja”, es decir tienen que estar en medio del pueblo, compartir sus
sufrimientos y sus gozos. El auténtico pastor “conoce a sus ovejas” y les da
vida. He aquí una expresión típica de Juan: "vida eterna". Esta es la
vida que Jesús, el Pastor, da a cuantos creen en él y le siguen. Juan escribe
su evangelio para que, creyendo en Jesús, tengamos vida eterna. Quiere decir
todo esto que Juan entiende la "vida eterna" como algo que se inicia
ya en este mundo. Jesús está convencido de que nada ni nadie puede apartar de
sus brazos a los que son "suyos" y a los que él ama. Por eso, cuantos
creen en Jesús tienen su vida eterna guardada en las mejores manos y no morirán
para siempre. Porque Jesús y el Padre son uno.
3.- ¿Y las ovejas?
“Mis ovejas escuchan mi voz y me siguen”,
dice Jesús. Lo primero que tenemos que hacer es escuchar la Palabra de Dios,
para después hacer la vida en nosotros y seguir a Jesús a Jesús. El seguimiento
de Jesús comporta un comportamiento consecuente con el Evangelio. El
seguimiento es la norma de moralidad para el cristiano. A este respecto escribe
San Agustín: “¡Lejos de nosotros afirmar que faltan ahora buenos pastores;
lejos de nosotros el que falten, lejos de su misericordia el que no los haga
nacer y otorgue! En efecto, si hay ovejas buenas, hay también pastores buenos,
pues de las buenas ovejas salen buenos pastores. Pero todos los buenos pastores
están en uno, son una sola cosa. Apacientan ellos: es Cristo quien apacienta.
Los amigos del esposo no dicen que es su voz propia, sino que gozan de la voz
del esposo”.
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