Virgen y
doctora de la Iglesia (1347-1380) Fue todo un prodigio de criatura. La
penúltima de 25 hermanos. Hija del matrimonio formado por el dulce y bonachón
Giacomo Benincasa, tintorero de pieles y de Lapa de Puccio dei Piangenti, mujer
enérgica y trabajadora. Nació en Siena el 1347, el año anterior a la
tristemente célebre Peste Negra que asoló a toda Europa.
Ella vendría a
sanar grandes males que poco después se levantarían también en el seno de la
Iglesia. A pesar de su corta vida y de no haber ocupado cargos de
responsabilidad, parece casi increíble cómo una joven mujer de pueblo pudo
realizar empresas tan grandes como le tenía reservadas el Señor. Aquella niña
alegre, juguetona como correspondía a su edad, quedó prontamente
truncada cuando siendo muy niña todavía, caminaba con su hermana y recibió una
maravillosa visión del cielo: Veía a Jesús sentado en un rico trono y le
acompañaban los Apóstoles San Pedro, San Pablo y San Juan...
Se entregó más
a la oración, hacía todo mucho mejor que antes y de modo casi impropio de una
jovencita de su edad. Parecía estar ensimismada y fuera de sí. Su madre para
quitarle de la cabeza estas «manías», la pone al servicio de la criada de la
casa. Catalina acepta gustosa esta nueva misión y se entrega de lleno a servir a
los demás. Lo hace con gran cariño. Madre Lapa quiere que se aficione a la vida
de sociedad y que piense en contraer matrimonio con un joven bueno y apuesto
que ella le propone. Catalina no piensa así.
Ella se ha
desposado ya secretamente con su Señor Jesucristo... Por fin el bueno y
pacífico de su padre toma cartas en el asunto y dice: «Que nadie moleste a mi
hija Catalina. Que ella sea quien tome la decisión de su futuro. Si ella quiere
servir a Jesucristo que nadie se lo impida». Catalina ve abiertos los cielos y
se hace terciaria dominica o Montelata como entonces se decía.
Oremos
Señor Dios nuestro, que diste a Santa
Catalina de Siena el don de entregarse con amor a la contemplación de la pasión
de Cristo y al servicio de la Iglesia, haz que, por su intercesión, el pueblo
cristiano viva siempre unido al misterio de Cristo, para que pueda rebosar de
gozo cuando se manifieste su gloria. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo. Amén.
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