“El
pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz. Sobre los que vivían en tierra de sombras,
una luz resplandeció” (Is. 8,23/9-3).
El Evangelio de este domingo sitúa a Jesús en Cafarnaún, es
decir, en la frontera entre el mundo religioso y el mundo pagano y en la
periferia respecto al centro, Jerusalén. Frontera y periferia son dos símbolos
que nos permiten captar mejor el alcance de lo que se nos narrará: la identidad
y la misión de Jesús, un motivo que ya apareció en los domingos precedentes.
Si el domingo anterior Jesús había sido presentado como el
Cordero de Dios y el Hijo de Dios, ahora se nos presenta como luz. Es una imagen
que encontramos en la primera lectura, en el salmo y en el Evangelio. La luz
que es Jesús irá expandiéndose poco a poco, alcanzando a todos. Abierta al
mundo pagano, Cafarnaún es un signo prometedor de la llegada del Evangelio al
mundo gentil. Las fronteras empiezan a diluirse. Todas las periferias,
habitadas por tinieblas, empiezan a ser alcanzadas por la luz que es Jesús.
Mateo destaca el lugar en el que Jesús inicia su misión:
Cafarnaún. Este hecho es leído por el evangelista a la luz de Isaías 8,23b-9,3
que hemos proclamado en la primera lectura. Cafarnaún está situada en el límite
de Zabulón y Neftalí, en el camino del mar. La decisión de Jesús de fijar su
residencia allí es un símbolo significativo de su misión evangelizadora.
Importa la significación simbólica porque Cafarnaúm es una ciudad fronteriza
entre el pueblo de Israel y el mundo pagano. Jesús va a adoptar una forma nueva
de proclamación de la Palabra de Dios: el desplazamiento hacia las fronteras y
las periferias. Será un itinerante permanente durante su ministerio. Es una
característica que le permite alcanzar a pueblos y aldeas para anunciarles la
Buena Nueva.
Si el domingo anterior, Juan Bautista anunciaba la llegada
del Cordero de Dios, del Hijo de Dios, Jesús cambia la referencia: anuncia la
llegada del Reino. Esta es la razón de ser de la misión que está a punto de
iniciar: «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos.». La proximidad
de lo que ya está llegando es una llamada a la movilización del corazón
anquilosado, adormecido. Y lo que lo movilizará no será el mismo anuncio sino
la pasión con que Jesús se implicará “Recorriendo toda Galilea, enseñando en
las sinagogas y proclamando el Evangelio del reino, curando las enfermedades y
dolencias del pueblo.”
Finalmente, en el relato evangélico contemplamos a Jesús
llamando a los primeros discípulos. Todo comenzará con este encuentro y poco a
poco se irá despertando en ellos el deseo de una mayor vinculación (más con
Jesús) y una identificación (más como Jesús). Comienza la misión de Jesús pero
también comienza el discipulado.
Y como viene siendo habitual, hoy traemos las reflexiones de
tres religiosos que nos hablan en nuestro idioma, del Evangelio y Santas
Escrituras, en este 3º Domingo Tiempo Ordinario del Ciclo "A".
Lectura
del santo evangelio según san Mateo (4,12-23):
Al enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan, se retiró
a Galilea. Dejando Nazaret, se estableció en Cafarnaún, junto al lago, en el
territorio de Zabulón y Neftali. Así se cumplió lo que había dicho el profeta
Isaías: «País de Zabulón y país de Neftalí, camino del mar, al otro lado del
Jordán, Galilea de los gentiles. El pueblo que habitaba en tinieblas vio una
luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les
brilló.»
Entonces comenzó Jesús a predicar diciendo: «Convertíos,
porque está cerca el reino de los cielos.»
Pasando junto al lago de Galilea, vio a dos hermanos, Simón,
al que llaman Pedro, y Andrés, su hermano, que estaban echando el copo en el
lago, pues eran pescadores.
Les dijo: «Venid y seguidme, y os haré pescadores de
hombres.»
Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Y, pasando
adelante, vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, que
estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre. Jesús los llamó
también. Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron. Recorría
toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando el Evangelio del reino,
curando las enfermedades y dolencias del pueblo.
Palabra del Señor
COMENTARIO
Las Lecturas de este Domingo nos hablan principalmente de
dos cosas: de la manifestación de Jesús como fuente de luz y de salvación, y de
la escogencia de los primeros discípulos.
Jesús es esa “gran luz” que había sido anunciada por el
Profeta Isaías así: “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz. Sobre los que vivían en tierra de sombras,
una luz resplandeció” (Is. 8,23/9-3).
El Evangelista San Mateo es uno de los discípulos escogidos
y se da cuenta de que esa profecía de Isaías que hemos leído en la Primera
Lectura (Is. 9, 1-4) se está cumpliendo ante sus propios ojos. Por eso, al comenzar a narrar en su Evangelio
la vida pública del Señor, San Mateo quiere comunicarnos esa buena nueva a
todos: nos dice que Jesús es esa “gran luz” que había sido anunciada por el
Profeta Isaías.
Pero ¿qué significará esto que dice el Profeta Isaías? En otro tiempo el Señor humilló el país de
Zabulón y el país de Neftalí; pero en el futuro llenará de gloria el camino del
mar, más allá del Jordán, en la región de los paganos.
San Mateo nos especifica que Jesús dejó Nazaret y se fue a
vivir a Cafarnaún y precisa que esta ciudad quedaba justamente en el territorio
de las tribus de Zabulón y Neftalí, como para que sus lectores se den cuenta
que de veras se está cumpliendo en Jesús esta profecía de Isaías. El camino del mar se refiere a una vereda
natural que venía del Mediterráneo y pasaba precisamente por el norte del Mar
de Galilea, escenario del Evangelio de hoy, donde eran pescadores algunos de
los que Jesús escoge como Apóstoles.
En otro tiempo el Señor humilló esa zona hace referencia a
que sus habitantes habían sido conquistados por Asiria siglos antes. Tan grave era su situación que la zona era
llamada Galilea de los paganos, pues estaban en gran oscuridad por ignorancia
religiosa, idolatría y otros pecados.
Pero en el futuro llenará de gloria el camino del mar porque
precisamente allí comenzará a brillar esa gran Luz que es Jesucristo.
Es por ello que en el Salmo 26 hemos alabado a Jesús cantando: “El Señor es
mi luz y mi salvación”. Y, siendo el
Señor nuestra luz y salvación, ¿a quién deberemos seguir? ¿En quién nos deberemos apoyar?
En el Salmo hemos orado respondiendo estas preguntas... Pero
a veces no nos damos cuenta de lo que decimos.
Sabiendo que Jesús es nuestra luz y nuestra salvación, a El debemos
seguir. Y de esto se trata este
Evangelio de hoy.
En efecto, San Mateo nos narra también la escogencia de los
primeros discípulos: Pedro, Andrés, Santiago y Juan. Pero tengamos en cuenta que el Señor nos
escoge y nos llama a todos para ser sus discípulos y seguidores. No sólo llama a los Sacerdotes y a las
Religiosas: el Señor nos llama a todos.
Y el Señor llama de muchas maneras y en diferentes circunstancias a lo
largo de toda nuestra vida.
Sucede, sin embargo, que la voz del Señor es suave y el
llamado que hace a nuestra puerta es también suave. No nos obliga, no nos grita, ni tampoco tumba
nuestra puerta. El Señor es gentil. No nos doblega, ni nos amenaza. Pero siempre está allí, llamando a nuestra
puerta.
Somos libres de abrirle o no. Somos libres de responderle o no. El llamado es para seguirle a El. Puede ser en la vida de familia o en la vida
religiosa o hasta solos en el celibato.
Pero sea para una u otra cosa, siempre será para “estar en el mundo sin
ser del mundo” (Jn. 15, 18 - 17, 14).
Esta frase del Señor es ¡tan poco comprendida y tan poco
practicada!
Hemos sido escogidos por El para seguirle. “Ven y sígueme”, les dijo a sus primeros discípulos. “Ven y sígueme”,
nos dice a cada uno de nosotros también.
Y seguirle a El
implica muchas veces ir contra la corriente, ir contra lo que el mundo nos
propone. Seguirle a El es ser como El y
es hacer como El. Y ¿qué hace
Jesús? ¿Qué nos muestra Jesús con su vida
aquí en la tierra? Lo sabemos y El nos
lo ha dicho: “He bajado del Cielo no para hacer mi propia voluntad, sino la
voluntad del que me ha enviado” (Jn. 6, 38).
Seguirlo a El es, entonces, buscar la Voluntad de Dios y no
la propia voluntad. Es hacer lo que Dios
quiere y no lo que yo quiero. Es ser
como Dios quiere que sea y no como yo quiero ser.
A veces creemos que
por ser Católicos, bautizados, ya tenemos asegurada la salvación. Ciertamente
nuestro catolicismo significa que tenemos a nuestra disposición todos los
medios de salvación que nos llegan a través de la Iglesia por Cristo
fundada. Pero no basta.
El Señor tal vez podría decirnos como nos ha dicho en la
Carta a los Hebreos: “Tengamos cuidado, no sea que alguno se quede fuera. Porque a nosotros también se nos ha anunciado
ese mensaje de salvación, lo mismo que a los israelitas en el desierto; pero a
ellos no les sirvió de nada oírlo, porque no lo recibieron con fe” (Hb. 4, 1-2).
Esta advertencia se refiere a que, de los varones que salieron de
Egipto, sólo Josué y Caleb entraron a la Tierra Prometida.
No basta decir yo tengo fe, yo creo en Dios. Esa fe tiene consecuencias. Recibir el mensaje de Jesucristo con fe,
hoy, es seguirlo en el cumplimiento de la Voluntad de Dios. Tal vez algunos que no han nacido y crecido
como Católicos busquen la Voluntad de Dios mejor que muchos de los que sí hemos
tenido ese privilegio.
Pero, ¿cuál es la Voluntad de Dios? Primeramente, cumplir los mandamientos. Eso ya es algo, pero aún no es toda la
Voluntad de Dios. Lo siguiente es
aceptar lo que Dios permite para mi vida, sea lo que sea: lo que me gusta y lo que no me gusta. Y por último, hacer lo que creo que Dios me
pide.
¡Cuidado, porque podríamos quedar fuera! ¡Cuidado si no nos dejamos iluminar por esa
“gran luz” que es Jesucristo nuestro Señor!
¡Cuidado si no aceptamos su mensaje de salvación! Porque como hemos cantado en el Salmo: “El
Señor es mi luz y mi salvación. Lo único
que pido, lo único que busco es vivir en la casa del Señor toda mi vida”.
Y, para vivir en la casa del Señor eternamente, es necesario
comenzar a vivir en su casa aquí en la tierra.
Y eso significa vivir en su Voluntad siempre y en todo momento. Que así
sea.
Fuentes:
Santas Escrituras
Ignacio Dinnbier Carrasco
Homilias org.
Ángel Corbalán
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