Hoy, la experiencia de Pedro refleja situaciones que hemos
experimentado también nosotros más de una vez. ¿Quién no ha visto hacer aguas
sus proyectos y no ha experimentado la tentación del desánimo o de la desesperación?
En circunstancias así, debemos reavivar la fe y decir con el salmista:
«Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación» (Sal 85,8).
Para la mentalidad antigua, el mar era el lugar donde habitaban las fuerzas del mal, el reino de la muerte, amenazador para el hombre. Al “andar sobre el agua” (cf. Mt 14,25), Jesús nos indica que con su muerte y resurrección triunfa sobre el poder del mal y de la muerte, que nos amenaza y busca destrozarnos. Nuestra existencia, ¿no es también como una frágil embarcación, sacudida por las olas, que atraviesa el mar de la vida y que espera llegar a una meta que tenga sentido?
Pedro creía tener una fe clara y una fuerza muy consistente, pero «empezó a hundirse» (Mt 14,30); Pedro había asegurado a Jesús que estaba dispuesto a seguirlo hasta morir, pero su debilidad lo acobardó y negó al Maestro en los hechos de la Pasión. ¿Por qué Pedro se hunde justo cuando empieza a andar sobre el agua? Porque, en vez de mirar a Jesucristo, miró al mar y eso le hizo perder fuerza y, a partir de ese instante, su confianza en el Señor se debilitó y los pies no le respondieron. Pero, Jesús «le extendió la mano [y] lo agarró» (Mt 14,31) y lo salvó.
Después de su resurrección, el Señor no permite que su apóstol se hunda en el remordimiento y la desesperación y le devuelve la confianza con su perdón generoso. ¿A quién miro yo en el combate de la vida? Cuando noto que el peso de mis pecados y errores me arrastra y me hunde, ¿dejo que el buen Jesús alargue su mano y me salve?
Lectura del santo evangelio según san Mateo (14,22-33):
Después que la gente se hubo saciado, Jesús apremió a sus discípulos a que
subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía
a la gente. Y, después de despedir a la gente, subió al monte a solas para
orar. Llegada la noche, estaba allí solo. Mientras tanto, la barca iba ya muy
lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario. De
madrugada se les acercó Jesús, andando sobre el agua. Los discípulos, viéndole
andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, pensando que era un
fantasma.
Jesús les dijo en seguida: «¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!»
Pedro le contestó: «Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua.»
Él le dijo: «Ven.»
Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua, acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: «Señor, sálvame.»
En seguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: «¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?» En cuanto subieron a la barca, amainó el viento.
Los de la barca se postraron ante él, diciendo: «Realmente eres Hijo de Dios.»
Palabra del Señor
Jesús les dijo en seguida: «¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!»
Pedro le contestó: «Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua.»
Él le dijo: «Ven.»
Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua, acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: «Señor, sálvame.»
En seguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: «¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?» En cuanto subieron a la barca, amainó el viento.
Los de la barca se postraron ante él, diciendo: «Realmente eres Hijo de Dios.»
Palabra del Señor
COMENTARIO:
El Evangelio de este Domingo nos trae el relato de cuando
San Pedro comenzó hacer una cosa imposible para nuestra naturaleza humana:
caminar sobre el agua. ¿Cómo sucedió este milagro y por qué Pedro comenzó
a hundirse? (Mt. 14, 22-33)
Sucedió que, enseguida de la multiplicación de los panes y
los peces, Jesús ordenó a los discípulos que subieran a la barca y se
trasladaran a la otra orilla del Lago de Genesaret. El Señor despidió a
la gente y subió al monte para orar a solas. Mientras tanto, los apóstoles
tenían dificultades en la travesía nocturna, pues las olas eran fuertes y había
viento contrario.
Y el Señor se les aparece ya en la madrugada, pero de una
forma peculiar: viene Jesús caminando sobre el agua. Ellos se asustan de
tal manera, que daban gritos de terror. Nos dice el Evangelista Mateo,
testigo presencial del hecho, que el susto venía porque creían que Cristo era
un fantasma. Y El los calma diciéndoles: “Tranquilícense y no
teman. Soy Yo”.
San Pedro, como siempre intrépido e impulsivo, le dice: “Señor,
si eres Tú, mándame ir a Ti caminando sobre el agua” . Y
el Señor le concede tan atrevida petición. Pero ¿qué sucede?
Efectivamente, Pedro comienza a caminar sobre el agua, igual que Jesús, pero en
un momento dado “al sentir la fuerza del viento, le entró miedo y comenzó
a hundirse”. Dudó y se hundió.
¡Cómo nos parecemos nosotros a los Apóstoles! Nuestra vida
espiritual está llena de pasajes como éste de Pedro. Comencemos por el
principio. ¡Cuántas veces Jesús pasa por nuestra vida, Jesús toca nuestra
puerta... y no lo reconocemos o no le respondemos ... y hasta podemos creer que
no es Dios quien nos llama, sino “quién sabe quién”! Nos cegamos y no
vemos a Dios donde Dios está. ¿Por qué nos sucede esto? Es que
andamos tan perdidos que lo que Dios nos propone, o no nos gusta o creemos que
no nos conviene.
Lo segundo es la desconfianza. San Pedro duda y
comienza a hundirse. Luego el Señor lo rescata dándole la mano. Hay
que confiar plenamente, para no hundirse. La seguridad nos viene, no
porque no hayan tormentas ni turbulencias en nuestra vida, sino porque
confiamos ciegamente en que Dios no nos dejará hundir.
No es la ausencia de tempestades lo que me da paz, sino la
confianza plena de que -en tierra firme o sobre las aguas, en tormenta o en
calma- el Señor está conmigo. Y todas las tormentas son ¡nada! ante su
Poder infinito.
La confianza no consiste en no tener tormentas alrededor,
sino en saber que Dios está allí, tanto en la tormenta, como en la calma, tanto
en la luz, como en la oscuridad.
Lo que sucede a los hombres y mujeres de hoy es
que confían más en sus propias fuerzas y en sus propios recursos, que en Dios y
en lo que Dios hace en nosotros. Creemos que lo que logramos son logros
nuestros, olvidándonos que ¡nada! podemos si Dios no lo hace en nosotros.
Lo que llamamos “nuestra” inteligencia, “nuestras”
capacidades, “nuestras” habilidades... ¿son realmente “nuestras” o nos vienen
de Dios? Entonces... los logros ¿de Quién son? Ciertamente, hay un
esfuerzo por parte nuestra. Pero hasta el poder hacer ese esfuerzo es
gracia de Dios. Si hasta cada latido de nuestro corazón depende de Dios,
¿cómo podemos creer que los logros son nuestros?
Si confiamos en nosotros mismos y no en Dios, si confiamos
más en nosotros que en Dios, estamos en peligro de hundirnos... si es que ya no
nos hemos hundido. Sea en tierra o en mar, en calma o en tempestad,
podremos ir en paz y con seguridad si tenemos toda nuestra confianza puesta en
Dios.
La Primera Lectura nos trae el pasaje del Profeta Elías en
el Monte Horeb cuando Dios se le revela en el murmullo de una suave
brisa. Estas son laspalabras utilizadas en la mayoría de las actuales
traducciones.
Sin embargo, para entender mejor este suceso un poco
misterioso, debemos recurrir a los más recientes estudios lingüísticos que nos
dan una traducción un poco diferente: "la voz de silencio
sutil”. Esta nueva expresión facilita la comprensión de este pasaje
enigmático.
Primero debemos ver qué fue a hacer Elías en esa larga
peregrinación que lo llevó al Monte Horeb -que es el mismo Monte Sinaí.
En realidad Elías estaba huyendo de la reina Jezabel que lo buscaba para
matarlo. Pero ¿por qué se fue tan lejos?
En el Monte Horeb, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob
se había revelado bajo el nombre de Yavé (Ex 3, 6); el Horeb había
sido el monte de las instrucciones de Yavé a Moisés (Ex 33, 18-34,9); en
el Horeb se había sellado la Antigua Alianza (Ex 19-24).
Sabemos que Yavé se había revelado a Moisés y al Pueblo de
Israel en medio de"truenos, relámpagos, densa nube sobre el monte y fuerte
sonido de trompetas" (Ex 19,16).
Así que, además de huir, Elías había ido específicamente al
Horeb para encontrar a Dios como al principio lo había hecho el Pueblo de
Israel. Pero allí en el Horeb Elías vivirá una experiencia
desconcertante: no encuentra a Dios ni en el viento, ni en el terremoto, ni en
el fuego, que eran formas en que Dios se había manifestado antes.
Nos dice el texto que luego vino una “voz de silencio
sutil”. Y allí sí que estaba Dios.
Elías aprendió, como debemos aprender nosotros, que Dios es
imprevisible. Unas veces se manifiesta de ciertas maneras y otras veces
de otra. El es libérrimo para manifestarse o no, y para escoger la manera
de hacerlo.
Muestra de esto es la manera como se apareció Jesús a los
Apóstoles caminando en medio del lago en la mitad de la noche: imprevisible y
libérrimo para escoger su modo de presentación.
Dios no siempre se manifiesta de manera extraordinaria y
grandiosa, como cuando habló a Moisés y a los Israelitas. A Elías en el
Horeb, Dios se manifestó en el silencio. Pareciera que ésa es la forma
más corriente de Dios manifestarse a nosotros.
A Dios debemos buscarlo y podemos encontrarlo en el
silencio. Dios siempre está. El es Omnipresente. A veces
podemos verlo y/o sentirlo, a veces no. Pero, alejándonos del ruido, en
la "voz de silencio sutil", podemos encontrarlo…aunque no lo oigamos.
En la Segunda Lectura (Rom 9, 1-5), San Pablo se
lamenta con infinita tristeza y un dolor incesante que tortura su corazón de
la actitudde mi raza y de mi sangre, los israelitas… descendientes de los
Patriarcas; y de cuya raza, según la carne, nació Cristo.
¿Por qué se lamenta de esta manera tan dolorosa?
Porque muchos de sus hermanos de raza, a quienes pertenecen la adopción,
la gloria… y las promesas, no han querido acoger el mensaje de Cristo.
Tal es su preocupación, que en esta carta a los Romanos San
Pablo dedica dos capítulos completos a tratar este tema, para resolver el
dilema en el Capítulo 11 anunciándonos un secreto: parte del pueblo de Israel
quedará sin reconocer al Mesías. Pero al final Israel se salvará.
A ustedes, que no son judíos, les digo: Si tú fuiste
sacado del olivo silvestre que era tu misma especie, para ser injertado en el
olivo bueno, que no era de tu especie, será mucho más fácil para ellos (los
judíos), que son de la misma especie del olivo… Quiero, hermanos, que entiendan
este misterio y no se sientan superiores. Una parte de Israel va a quedarse
endurecida hasta que el conjunto de las naciones haya entrado; entonces
todo Israel se salvará, según dice la Escritura: “De Sión saldrá el libertador
que limpiará a los hijos de Jacob de todas sus faltas”… Y ésta es la alianza
que Yo haré con ellos después de borrar todos sus pecados… Pues bien, ustedes,
que no obedecían a Dios, fueron perdonados a través de la rebeldía de los
judíos. Ellos, a su vez, serán perdonados después de la actual rebeldía
que les ha traído el perdón a ustedes… Así Dios hizo pasar a todos por la
desobediencia, a fin de mostrar a todos su misericordia. (Rom 11, 13 y 24-32)
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