Hoy, se nos presenta para nuestra consideración una
"famosa" afirmación de Jesucristo: «Lo del César devolvédselo al César, y lo de Dios a Dios» (Mt
22,21).
No entenderíamos bien esta frase sin tener en cuenta el contexto en el que Jesús la pronuncia: «los fariseos se fueron y celebraron consejo sobre la forma de sorprenderle en alguna palabra» (Mt 22,15), y Jesús advirtió su malicia (cf. v. 18). Así, pues, la respuesta de Jesús está calculada. Al escucharla, los fariseos quedaron sorprendidos, no se la esperaban. Si claramente hubiese ido en contra del César, le habrían podido denunciar; si hubiese ido claramente a favor de pagar el tributo al César, habrían marchado satisfechos de su astucia. Pero Jesucristo, sin hablar en contra del César, lo ha relativizado: hay que dar a Dios lo que es de Dios, y Dios es Señor incluso de los poderes de este mundo.
El César, como todo gobernante, no puede ejercer un poder arbitrario, porque su
poder le es dado en "prenda" o garantía; como los siervos de la
parábola de los talentos, que han de responder ante el Señor por el uso de los
talentos. En el Evangelio de san Juan, Jesús dice a Pilatos: «No tendrías
contra mí ningún poder, si no se te hubiera dado de arriba» (Jn 19,10). Jesús
no quiere presentarse como un agitador político. Sencillamente, pone las cosas
en su lugar.No entenderíamos bien esta frase sin tener en cuenta el contexto en el que Jesús la pronuncia: «los fariseos se fueron y celebraron consejo sobre la forma de sorprenderle en alguna palabra» (Mt 22,15), y Jesús advirtió su malicia (cf. v. 18). Así, pues, la respuesta de Jesús está calculada. Al escucharla, los fariseos quedaron sorprendidos, no se la esperaban. Si claramente hubiese ido en contra del César, le habrían podido denunciar; si hubiese ido claramente a favor de pagar el tributo al César, habrían marchado satisfechos de su astucia. Pero Jesucristo, sin hablar en contra del César, lo ha relativizado: hay que dar a Dios lo que es de Dios, y Dios es Señor incluso de los poderes de este mundo.
La interpretación que se ha hecho a veces de Mt 22,21 es que la Iglesia no debería "inmiscuirse en política", sino solamente ocuparse del culto. Pero esta interpretación es totalmente falsa, porque ocuparse de Dios no es sólo ocuparse del culto, sino preocuparse por la justicia, y por los hombres, que son los hijos de Dios. Pretender que la Iglesia permanezca en las sacristías, que se haga la sorda, la ciega y la muda ante los problemas morales y humanos de nuestro tiempo, es quitar a Dios lo que es de Dios. «La tolerancia que sólo admite a Dios como opinión privada, pero que le niega el dominio público (…) no es tolerancia, sino hipocresía» (Benedicto XVI).
Lectura del santo evangelio según san Mateo (22,15-21):
En
aquel tiempo, se retiraron los fariseos y llegaron a un acuerdo para
comprometer a Jesús con una pregunta.
Le enviaron unos discípulos, con unos partidarios de Herodes, y le dijeron:
«Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a
la verdad; sin que te importe nadie, porque no miras lo que la gente sea.
Dinos, pues, qué opinas: ¿es licito pagar impuesto al César o no?»
Comprendiendo su mala voluntad, les dijo Jesús: «Hipócritas, ¿por qué me tentáis? Enseñadme la moneda del impuesto.»
Le presentaron un denario. Él les preguntó: «¿De quién son esta cara y esta inscripción?»
Le respondieron: «Del César.»
Entonces les replicó: «Pues pagadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.»
Palabra del Señor
COMENTARIO.
Las Lecturas de este Domingo tratan un asunto importante
para el buen desenvolvimiento de la vida de los pueblos, de los gobiernos y de
los gobernados.
El Evangelio de hoy toca un asunto político-religioso: la
autoridad civil y la autoridad divina; la función del Estado y la función
de la Iglesia. Se trata del episodio en el cual los Fariseos,
pretendiendo nuevamente poner a Jesús contra la pared, le preguntaron si era
lícito pagarle impuestos a Roma.
Si decía que no -pensaron ellos- podría ser interpretado
como desobediencia a la autoridad civil, en manos de los Romanos que tenían
ocupado el territorio de Israel. Si contestaba que sí, podría
interpretarse como una limitación de la autoridad de Dios sobre el pueblo
escogido. La respuesta de Jesús fue clara y sin caer en la
trampa: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mt.
22, 15-21).
Así que Jesús no estaba contra la pared. Con esta
hábil respuesta -como muchas otras del Señor ante la insidia de los Fariseos-
Jesús deja claramente establecido que el respeto y el tributo no sólo se le
debe a la autoridad civil, sino que principalmente debemos darle a Dios lo que
es de El y a El corresponde.
Como consecuencia de esto, la Iglesia tiene su campo propio
de acción independiente y por encima de toda autoridad política. Por otro
lado, la autoridad política tiene su campo propio de acción, relacionado con el
orden público y el bien de todos los gobernados. Sabemos, además, que el
buen gobernante será aquél que cumple con los designios de Dios buscando el
bien de todos los gobernados.
¿Qué significa todo esto? Significa varias
cosas.
1.) En primer lugar debemos saber
que toda autoridad temporal viene de Dios. Recordemos lo que Jesús, más
tarde, le dijo a Pilatos, el gobernador romano, en el momento del juicio que
éste le hizo: “Tú no tendrías ningún poder sobre mí, si no lo hubieras
recibido de lo Alto” (Jn. 18, 11).
Si la autoridad civil viene de Dios, también depende de
El. Esto tiene como consecuencia que un gobierno puede llegar a ser
injusto si, por ejemplo, se opone al orden divino, a la Ley de Dios; si
exige algo que vaya contra la ley natural establecida por Dios, si va en contra
de la dignidad humana, contra la libertad religiosa, etc.
En casos como éstos se aplica lo que vemos contestar a los
Apóstoles cuando la autoridad civil les prohibe predicar en nombre de Jesús, o
sea, cuando les prohibe realizar la tarea que Dios les había encomendado.
Si la autoridad divina está por encima de la autoridad
civil, es claro por qué ellos desobedecen y al serle reclamada su
desobediencia, ellos responden: “Hay que obedecer a Dios antes que a
los hombres” (Hech. 5, 27-29).
Es decir, cuando entra en conflicto la obediencia a Dios con
la obediencia al poder civil, hay que tener en cuenta que toda autoridad
temporal tiene su origen en Dios y que la autoridad divina está por encima de
la autoridad humana.
2.) En segundo lugar, debemos tener
claro que Dios es el Señor de la historia y todo lo ordena El para la salvación
de la humanidad y de cada ser humano en particular.
Hasta las leyes de la Roma pagana y sus gobernantes
sirvieron para que se llevaran a cabo los designios de Dios, tanto para el nacimiento
como para la pasión y muerte de Jesús, el Salvador del mundo: el edicto
de empadronamiento de los judíos, ordenado por el Emperador romano, obligó a
San José y la Virgen a ir a Belén, donde nacería el Salvador del
mundo (cfr. Lc. 2, 1-5) anunciado desde antes por el Profeta
Miqueas (cfr. Mt. 2, 4-5 y Miq 5, 2). Con el juicio de Pilato a
Jesús (cfr. Jn. 19, 14-16) se cumplió la redención del género
humano.
Nada escapa, entonces, a los designios divinos, bien sea
porque Dios lo causa o bien porque lo permite. Los mismos gobernantes
-sean buenos o malos, sean convenientes o inconvenientes, sean tolerantes o
intolerantes, sean lícitos o ilícitos, sean tiranos o magnánimos- aunque no lo
sepan o no lo quieran reconocer, aunque no se den cuenta sus gobernados, son
instrumentos de Dios para que se realicen los planes que El tiene señalados
para trazar la historia de la salvación de la humanidad.
Si revisamos la parte de la historia de la salvación que
encontramos en la Sagrada Escritura, podemos ver cómo Dios va realizando su
plan de salvación en el pueblo escogido. A veces éste se ve librado por
Dios por un conjunto de circunstancias que pueden llegar a considerarse un
milagro, enviándoles, por ejemplo, un jefe que los lleva a la victoria, o a
veces, por el contrario, permitiendo que el pueblo fuese o derrotado o
desterrado o dividido.
En todas las circunstancias está la mano poderosa de Dios,
porque “Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman”
(Rom. 8, 28). En esto consiste la Historia de la Salvación,
realizada por Dios, en la que utiliza a los seres humanos como instrumentos
suyos para realizar sus planes, porque Dios es el Señor de la historia... nadie
más.
Veamos, por ejemplo, lo que ocurrió al pueblo de Israel en
una época de su historia:
931 años antes de la venida de Cristo, se dividieron las
doce tribus y se constituyeron en dos reinos, el Reino del Norte y el Reino del
Sur (cfr. 1 Re. 12, 1-32).
Luego en el año 722 antes de Cristo, cae el Reino el Norte
en manos de Asiria (cfr. 2 Re. 17, 5-6 / 18, 9-12).
Y en el año 587 antes de Cristo cae también el Reino del
Sur, quedando Jerusalén con su Templo destruido y sus habitantes desterrados a
Babilonia (2 Re. 24, 10-17). Y todo esto, por más adverso
que pareciera para el pueblo escogido, lo permitió Dios, el Señor de la
historia.
La Primera Lectura (Is. 45, 1.4-6) de hoy nos
muestra la escogencia que el mismo Dios hace de un Rey pagano, Ciro, a quien
convierte en el liberador del pueblo de Israel. Ciro, Rey del Imperio
Persa, al conquistar Babilonia en el año 538 antes de Cristo, da la libertad a
los judíos para que regresen a su tierra y –siendo pagano- autoriza la
reconstrucción del Templo de Jerusalén (cfr. Es. 1).
Sin saberlo, Ciro colaboró con Dios para que todos vieran su
gloria y a El se le rindiera culto nuevamente en el Templo de Jerusalén.
Así nos dice la esta Primera Lectura de hoy sobre la elección de Ciro por parte
de Dios para ser su instrumento: “Te llamé por tu nombre y te
di un título de honor, aunque tú no me conocieras ... Te hago poderoso, aunque
tú no me conoces, para que todos sepan que no hay otro Dios fuera de Mí.
Yo soy el Señor y no hay otro” (Is. 45, 1-6)
En el comienzo de la historia de la Iglesia vemos cómo las
persecuciones a los cristianos por parte de los romanos, sirvieron para la
difusión del Evangelio de Jesucristo. Siempre se ha dicho que la sangre
de los mártires es multiplicadora de semillas de nuevos cristianos. Y así
fue y sigue siendo. Dios, de un aparente mal, como es la muerte de
cristianos inocentes, saca un bien. Así sigue Dios escribiendo la
historia de la salvación.
Más recientemente en nuestro siglo, vemos cómo los regímenes
marxistas que habían intentado apagar la fe en Dios, no lo lograron del
todo. La fe del pueblo se mantuvo viva y, cuando parecía que estaba
apagada, fue como un fuego que vuelve a encenderse a partir de las cenizas.
Todo lo ordena Dios para sus fines. La historia de cada ser humano
en particular y de los pueblos está en manos de Dios. Por encima de todo
gobierno humano está el gobierno de Dios. Y todo lo ordena Dios, origen
de toda autoridad humana y Señor de la historia, para realizar la historia de
la salvación de cada ser humano en particular y de toda la humanidad.
Volviendo sobre la moneda que Jesús pide que le muestren,
ésta tiene esculpida la imagen del César. Y ¿qué imagen tenemos nosotros
esculpida en nuestra alma? La de Dios, pues hemos sido creados a su
imagen y semejanza. Y con el Bautismo hemos sido sellados con el sello de
Cristo.
Entonces, hay que dar al César lo que es del César, pero más
importante aún es dar a Dios lo que es de Dios: cuando llegue el momento de
presentarnos ante El, mostrémosle Su imagen esculpida en nuestra alma.
Ese será el final feliz de nuestra propia historia de salvación.
Fuentes:
Sagradas Escrituras.
Ebangeli.org
Homilias.org.
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