Hoy, Jesús nos recuerda que «es preciso orar siempre sin
desfallecer» (Lc 18,1). Enseña con sus obras y con las palabras. San Lucas se
nos presenta como el evangelista de la oración de Jesús. Efectivamente, en
algunas de las escenas de la vida del Señor, que los autores inspirados de la
Escritura Santa nos transmiten, es únicamente Lucas quien nos lo muestra
rezando.
En el Bautismo en el Jordán, en la elección de los Doce y en la Transfiguración. Cuando un discípulo le pidió «Señor, enséñanos a orar» (Lc 11,1), de sus labios salió el Padrenuestro. Cuando anuncia las negaciones a Pedro: «Yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca» (Lc 22,32). En la crucifixión: «Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34). Cuando muere en la Cruz: «Padre, en tus manos pongo mi espíritu», del Salmo 31. El Señor mismo es modelo de la oración de petición, especialmente en Getsemaní, según la descripción de todos los evangelistas.
—Puedo ir concretando cómo elevaré el corazón a Dios en las distintas actividades, porque no es lo mismo hacer un trabajo intelectual que manual; estar en la iglesia que en el campo de deportes o en casa; conducir por la ciudad que por la autopista; no es lo mismo la oración de petición que el agradecimiento; o la adoración que pedir perdón; de buena mañana que cuando llevamos todo el cansancio del día. San Josemaría Escrivá nos da una receta para la oración de petición: «Más consigue aquel que importuna más de cerca... Por tanto, acércate a Dios: esfuérzate por ser santo».
Santa María es modelo de oración, también de petición. En Caná de Galilea es capaz de avanzar la hora de Jesús, la hora de los milagros, con su petición, llena de amor por aquellos esposos y llena de confianza en su Hijo.
Lectura del santo evangelio según san Lucas (18,1-8):
En aquel tiempo, Jesús, para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar
siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola: «Había un juez en una
ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En la misma ciudad
había una viuda que solía ir a decirle: "Hazme justicia frente a mi
adversario." Por algún tiempo se negó, pero después se dijo: "Aunque ni
temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está fastidiando, le
haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara."»
Y el Señor añadió: «Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará
justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo
que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre,
¿encontrará esta fe en la tierra?»
Palabra del Señor
Palabra del Señor
COMENTARIO
Las Lecturas de hoy nos hablan de la perseverancia en la
oración. Vemos a Moisés en la Primera Lectura (Ex. 17, 8-13) con
las manos en alto en señal de súplica al Señor. Mientras Moisés oraba el
ejército de Israel vencía; si las bajaba, sucedía lo contrario. Llegó un
momento que ya Moisés no pudo sostener sus brazos y tuvo que ser ayudado.
El Evangelio (Lc. 18, 1-8) nos habla de una
parábola del Señor, en la cual nos presenta un Juez injusto que no quiere saber
nada de una pobre viuda que lo busca para que le haga justicia contra su
adversario. Y el inhumano Juez termina por acceder a las insistentes y
perseverantes peticiones de la pobre mujer.
Jesús usa este ejemplo para darnos a entender que Dios, que
no es como el Juez inhumano e injusto, sino que es infinitamente Bueno y Justo,
escuchará nuestras oraciones constantes, insistentes y perseverantes.
Sin embargo, recordemos que debemos saber qué pedir y cómo
pedir a Dios. Hace poco las Lecturas nos hablaban de que si pedíamos Dios
nos daba: Pidan y se les dará”. Pero debemos recordar lo que
decía ese texto al final: “Dios dará cosas buenas a los que se
las pidan” (Mt. 7, 11).
¿Qué significa esto de “cosas buenas”? Significa
que debemos saber pedir lo que Dios nos quiere dar. Y estar confiados en
que es Dios Quien sabe qué nos conviene. Esas“cosas buenas” son las
cosas que nos convienen.
¿Por qué parece que Dios a veces no responde nuestras
oraciones? Porque la mayoría de las veces pedimos lo que no nos
conviene. Pero, si nosotros no sabemos pedir cosas buenas, El sí sabe
dárnoslas. Por eso la oración debe ser confiada en lo que Dios decida, y
a la vez perseverante. A lo mejor Dios no nos da lo que le estamos
pidiendo, porque no nos conviene, pero nos dará lo que sí nos conviene. Y
la oración no debe dejarse porque no recibamos lo que estemos pidiendo, pues
debemos estar seguros de que Dios nos da todo lo que necesitamos.
Sin embargo, no podemos dejar de notar la pregunta de Cristo
al final de este trozo del Evangelio. ¿Qué significa esa frase sobre si habrá
Fe sobre la tierra cuando vuelva a venir Jesucristo?
Esta frase sobre la Fe y Segunda Venida de Jesucristo
“pareciera” estar como agregada, como fuera de contexto. Pero no es
así. Notemos que habla el Señor sobre “sus elegidos, que claman a El
día y noche”.
Si nos fijamos bien, no hubo cambio de tema, pues a la
parábola sobre la perseverancia en la oración, sigue el comentario de que Dios
hará justicia a “sus elegidos, que claman a El día y noche”. De
hecho, el tema que estaba tratando Jesús antes de comenzar a hablar de la
necesidad de oración constante era precisamente el de su próxima venida en
gloria(cf. Lc. 17, 23-37).
Esa oración perseverante y continua que Jesús nos pide es la
oración para poder mantenernos fieles y con Fe hasta el final... hasta el final
de nuestra vida o hasta el final del tiempo.
Sin embargo, el cuestionamiento del Señor nos da indicios de
que no habrá mucha Fe para ese momento final. Es más, en el recuento que
da San Mateo de este discurso escatológico nos dice el Señor que si el tiempo
final no se acortara, “nadie se salvaría, pero Dios acortará esos días en
consideración de sus elegidos” (Mt. 24, 22).
¿Qué nos indica esta advertencia? Que la Fe va a estar
muy atacada por los falsos cristos y los falsos profetas que también nos
anuncia Jesús. Que muchos estamos a riesgo de dejar enfriar nuestra Fe,
debido a la confusión y a la oscuridad (cf. Mt. 24, 23-29).
Es una advertencia grave del Señor, que nos indica que
debemos estar siempre listos para ese día de la venida en gloria del Señor -o
para el día de nuestro paso a la otra vida a través de nuestra
muerte. Es una advertencia para que roguemos perseverantemente
porque seamos salvados, en ese día en que el Señor vendrá con gran poder y
gloria para juzgar a vivos y muertos.
Sabemos que por parte de Dios la salvación está asegurada,
pues Jesucristo ya nos salvó a todos con su Vida, Pasión, Muerte y
Resurrección. Pero de parte de nosotros se requiere que mantengamos
nuestra Fe y que la mantengamos hasta el final.
De allí que Jesús nos dé el remedio para fortalecer nuestra
Fe y para que esa Fe permanezca hasta el final: la oración, la oración
perseverante y continua: orar sin desfallecer para que nuestra Fe no
desfallezca.
Pero, sin duda, la pregunta del Señor“¿creen ustedes que
habrá Fe sobre la tierra cuando venga el Hijo del hombre?” nos invita una
seria reflexión... Cabe preguntarnos, entonces, ¿cómo está nuestra Fe?
¿Es una Fe que nos lleva a la esperanza de la Resurrección y
la Vida Eterna? ¿O es una Fe que está esperando en el nefasto e
irrealizable mito de la re-encarnación?
¿Es una Fe segura o es una fe que coquetea con las últimas
novelerías escritas justamente para que nuestra Fe se vaya debilitando?
Por ejemplo… ¿le hemos dado algún crédito a los escritos de
los ateos actuales que están llenando las librerías con sus libros blasfemos,
en los que tratan a los cristianos como si fuéramos tontos?
¿Es una Fe que confía en Dios o que confía en las fuerzas
humanas?
¿Es una Fe que nos hace sentir muy importantes e independientes
de Dios o es una Fe que nos lleva a depender de nuestro Creador, nuestro Padre,
nuestro Dios?
¿De verdad tenemos la clase de Fe que el Señor espera
encontrar cuando vuelva?
Y si para tener esa Fe que requerimos para el final, la
receta es la oración, cabe preguntarnos también: ¿Cómo es nuestra
oración?
¿Es frecuente, perseverante, constante, sin desfallecer,
como la pide el Señor para que nuestra Fe no decaiga?
¿Cómo oramos? ¿Cuánto oramos?
¿Está nuestra oración a la medida de las circunstancias?
Porque... pensándolo bien... considerando como están las
cosas en el mundo, “¿creen ustedes que habrá Fe sobre la tierra cuando
venga el Hijo del hombre?”
El Salmo 120 es un himno al poder de Dios y a la
confianza que debemos tener en El. Cantamos al Señor, que es
Todopoderoso, pues, entre otras cosas, “hizo el Cielo y la tierra”. Y
confiamos en El, pues “está siempre a nuestro lado... guardándonos en
todos los peligros ... ahora y para siempre”
La Segunda Lectura (2 Tim. 3,14 - 4,2) nos pide también
firmeza en la Fe(“permanece firme en lo que has aprendido”),seguridad en la
Sabiduría que encontramos viviendo la Palabra de Dios. Y además nos habla
de la necesidad de la Fe para la salvación (“la Sagrada Escritura, la cual
puede darte la Sabiduría que, por la Fe en Cristo Jesús conduce a la
salvación”).
Pero, adicionalmente, nos habla de la obligación que tenemos
de comunicar esa Fe contenida en la Palabra de Dios. Y esa obligación
deriva de la necesidad que hay de anunciarla en atención -precisamente- a la
Segunda Venida de Cristo: “En presencia de Dios y de Cristo Jesús, te pido
encarecidamente que, por su advenimiento y por su Reino, anuncies la Palabra”.
De allí la importancia de leer la Palabra de Dios, de
meditarla, de orar con la Palabra de Dios y, encontrando en ella la
Sabiduría, poderla vivir nosotros y mostrarla a los demás con nuestro ejemplo y
con nuestro testimonio“a tiempo y a destiempo, convenciendo, reprendiendo y
exhortando con toda paciencia y sabiduría”.
En resumidas cuentas, las lecturas de hoy nos invitan a
orar, a orar con perseverancia para pedir para nosotros y para todos la Fe que
Jesucristo quiere encontrar cuando vuelva.
Fuentes:
Sagradas Escrituras
Homilias.org
Evangeli.org
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