Hoy, Cristo nos habla nuevamente de servicio. El Evangelio
insiste siempre en el espíritu de servicio. Nos ayuda a ello la contemplación
del Verbo de Dios encarnado —el siervo de Yavé, de Isaías— que «se anonadó y
tomó la condición de esclavo» (Flp 2,2-7). Cristo afirma también: «Yo estoy
entre vosotros como el que sirve» (Lc 22,27), pues «el Hijo del hombre no ha
venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por todos» (Mt
20,28). En una ocasión, el ejemplo de Jesús se concretó realizando el trabajo
de un esclavo al lavar los pies de sus discípulos. Quería dejar así bien claro,
con este gesto, que sus seguidores debían servir, ayudar y amarse unos a otros,
como hermanos y servidores de todos, tal como propone la parábola del buen
samaritano.
Debemos vivir toda la vida cristiana con sentido de servicio sin creer que estamos haciendo algo extraordinario. Toda la vida familiar, profesional y social —en el mundo político, económico, etc.— ha de estar impregnada de este espíritu. «Para servir, servir», afirmaba san Josemaría Escrivá; él quería dar a entender que para “ser útil” es preciso vivir una vida de servicio generoso sin buscar honores, glorias humanas o aplausos.
Debemos vivir toda la vida cristiana con sentido de servicio sin creer que estamos haciendo algo extraordinario. Toda la vida familiar, profesional y social —en el mundo político, económico, etc.— ha de estar impregnada de este espíritu. «Para servir, servir», afirmaba san Josemaría Escrivá; él quería dar a entender que para “ser útil” es preciso vivir una vida de servicio generoso sin buscar honores, glorias humanas o aplausos.
Los antiguos afirmaban el “nolentes quaerimus” —«buscamos para los cargos de gobierno a quienes no los ambicionan; a quienes no desean figurar»— cuando había que hacer nombramientos jerárquicos. Ésta es la intencionalidad propia de los buenos pastores dispuestos a servir a la Iglesia como ella quiere ser servida: asumir la condición de siervos como Cristo. Recordemos, según las conocidas palabras de san Agustín, cómo debe ejercerse una función eclesial: «Non tam praeesse quam prodesse»; no tanto con el mando o la presidencia sino, más bien, con la utilidad y el servicio.
Lectura
del santo evangelio según san Lucas (17,5-10):
En aquel tiempo, los apóstoles le pidieron al Señor: «Auméntanos la fe.»
El Señor contestó: «Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: "Arráncate de raíz y plántate en el mar." Y os obedecería. Suponed que un criado vuestro trabaja como labrador o como pastor; cuando vuelve del campo, ¿quién de vosotros le dice: "En seguida, ven y ponte a la mesa"? ¿No le diréis: "Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás tú"? ¿Tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo vosotros: Cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: "Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer."»
Palabra del Señor
COMENTARIO.
Las Lecturas de este Domingo contienen un llamado a la Fe, a
una Fe viva... “capaz de mover montañas” ... o de mover árboles, como
nos refiere el Evangelio de hoy.
En el Evangelio de hoy (Lc. 17, 5-10) los
Apóstoles le piden al Señor que les aumente la Fe. Y el Señor les exige
tener al menos un poquito de Fe, tan pequeña como el diminuto grano de mostaza,
para poder tener una Fe capaz de mover árboles de un sitio a otro. Con
este lenguaje, el Señor quiere indicarnos la fuerza que puede tener la Fe,
cuando es una Fe convencida y sincera.
Nos indica, también, que la Fe es a la vez don de Dios y
voluntad nuestra. O como dice el Catecismo de la Iglesia Católica:
La Fe es una gracia de Dios y es también un acto humano (cf. CIC #154).
Expliquemos esto un poco más: La Fe es una virtud
sobrenatural infundida por Dios en nosotros. Es decir: para creer
necesitamos algo que siempre está presente: la gracia y el auxilio del
Espíritu Santo. Pero para creer también es indispensable nuestra
respuesta a la gracia divina. Y esa respuesta consiste en un acto de nuestra
inteligencia y de nuestra voluntad, por el que aceptamos creer.
Sin embargo hay una desviación muy marcada en nuestros días
que consiste en exigir que todo sea comprobable, verificable, visible.
Por cierto, es una desviación que siempre ha estado presente. No tenemos
más que recordar a Santo Tomás.
Sucedió que este Apóstol no estuvo presente en la primera
aparición de Jesús Resucitado a los demás discípulos. Y Tomás pidió
comprobación, manifestando que se negaría a creer en la Resurrección de Cristo
si no metía sus dedos en las heridas de las manos y su mano en la abertura del
costado de Jesús Resucitado. Sabemos lo que sucedió: Apareció Cristo una
segunda vez y reprendió fuertemente a Tomás, luego de tomarle la mano para que
hiciera lo que se había atrevido a requerir. (cf. Jn. 20, 19-28)
Ahora bien, los seres humanos somos muy parecidos a Santo
Tomás cuando se trata de verdades sobrenaturales: requerimos “meter el
dedo en la llaga”, sin darnos cuenta de que practicamos una fe natural que nos
lleva a creer cosas para las que no requerimos comprobación.
Un ejemplo evidente de esta fe natural confiada es la
aceptación de nuestros antepasados no conocidos.
¿Quién de nosotros se ha atrevido a pedir una partida de
nacimiento o de defunción para estar seguro de que tal persona es nuestro
abuelo o nuestra bisabuela o nuestro tío?
Existe, entonces una fe meramente humana, por la que creemos
en algo que se nos dice, como podría ser una historia, un suceso que se nos
relata, o un fenómeno comprobable científicamente.
Pero hablemos de la Fe con “F” mayúscula, de la Fe
sobrenatural. Esta, que es a la vez gracia de Dios y respuesta nuestra,
nos lleva a creer todo lo que Dios nos ha revelado y, además, todo lo que Dios,
a través de su Iglesia, nos propone para creer.
Esa Fe tiene diversas e indispensables consecuencias para
nuestra vida espiritual. La Primera y Segunda Lectura de hoy nos
presentan dos consecuencias muy importantes: la perseverancia en la Fe y
la obligación que tenemos de comunicar esa Fe, a pesar de las circunstancias
adversas.
En la Primer Lectura del Profeta Habacuc (Hab. 1, 2-3;
2, 2-4) vemos la preocupación del Profeta por el triunfo de la
injusticia. Es una pregunta que siempre está presente en el corazón de
los seres humanos. También otros Profetas la hicieron: Jeremías:“¿Por
qué tienen suerte los malos y son felices los traidores?” (Jer. 12, 1).
Dios es infinitamente justo. Pero la justicia de Dios
no siempre es clara. Unos 600 años antes de Cristo, el Reino de Israel se
encontraba dividido y los reyes que lo estaban gobernando eran tan malos, que
la situación del pueblo era desastrosa. Por eso el Profeta Habacuc se
atreve a preguntar ¿por qué deja Yavé que triunfe la injusticia?
¿Hasta cuándo, Señor, pediré auxilio, sin que me escuches, y denunciaré
a gritos la violencia que reina? ¿Por qué me dejas ver la injusticia y te
quedas mirando la opresión? Ante mí no hay más que asaltos y violencias,y
surgen rebeliones y desórdenes. Por eso la Ley está sin fuerza y no se
hace justicia. Como los malvados mandan a los buenos, no se ve más que
derecho torcido” (Hab 1, 1-4).
La respuesta de Yavé es ciertamente desconcertante:
dentro de poco los Caldeos restablecerán el orden, invadiendo y saqueando
todo. Dios va a permitir la acción del mal para corregir a su pueblo
escogido. (cf. Hab. 1, 5-11).
Y Habacuc vuelve a quejarse: ¿por qué Yavé va a
realizar su justicia con la invasión de los caldeos? Y ¿por qué miras
a los traidores y observas en silencio cómo el malvado se traga a otro más
bueno que él?” (Hab 1, 13).
Respuesta de Yavé: algún día se comprobará que no se
trata igual a buenos y malos. El que se mantenga fiel se salvará.
Dios pide la perseverancia en la Fe. Le asegura que se hará justicia,
pero a su tiempo. El problema para nosotros es que el tiempo de Dios casi
nunca coincide con el nuestro.
Y Dios explica algo más al Profeta Ezequiel: “La
gente de Israel dice que la manera de ver las cosas que tiene el Señor no es
justa. ¿No será más bien la de ustedes? Juzgaré a cada uno de
ustedes de acuerdo a su comportamiento. Lancen lejos de ustedes todas las
infidelidades que cometieron, háganse un corazón nuevo y un espíritu
nuevo. Conviértanse y vivirán” (Ez. 18, 29-31).
Después de la anunciada invasión, el pueblo de Israel fue
desterrado a Babilonia. Luego de un tiempo –un tiempo largo, pues fueron
70 años de exilio- se ve una nueva e imprevista intervención de Dios: “Los
recogeré de todos los países, los reuniré y los conduciré a su tierra” (Ez. 36,
24).
Y eso hizo. Porque Dios sí está pendiente. En
efecto, Yavé suscita a Ciro, Rey de Persia, para que conquiste a Babilonia y dé
libertad al pueblo de Israel cautivo para que regresen a su tierra.
Pero la acción de Dios es mucho más profunda. Lo que
sucede no es una simple liberación y regreso del exilio, sino que hace efectiva
la conversión del pueblo, conversión que había pedido a través de
Ezequiel. Dios purifica y transforma el corazón de su pueblo, es decir,
lo hace dócil a su Voluntad:
“Los purificaré de todas sus impurezas y de todos sus
inmundos ídolos. Les daré un corazón nuevo y pondré dentro de ustedes un
espíritu nuevo. Quitaré de su carne ese corazón de piedra y les daré un
corazón de carne. Pondré dentro de ustedes mi Espíritu y haré que caminen
según mis mandamientos ... Ustedes serán mi pueblo y Yo seré su Dios” (Ez.
25-28).
Y esta enseñanza es válida para todos los tiempos, para
cualquier circunstancia de la vida del mundo, de un pueblo, de la Iglesia, de
las familias y también de cada persona en particular. Es una enseñanza
muy apropiada para nosotros hoy, en el momento histórico que vivimos.
Pueda que las cosas se desarrollen como si Dios no estuviera
pendiente, pero es preciso permanecer confiados en fe. Puede parecer que
Dios tarde en intervenir, pero de seguro su actuación tendrá lugar y se verá,
como la vio el pueblo de Israel.
Dios es el Señor de la historia y guarda en secreto su
manera de gobernar el mundo. Solamente pide que nos mantengamos fieles
hasta el final. El malvado sucumbirá sin remedio; el justo, en
cambio, vivirá por su fe(Hab 2, 4).
Y esto que se aplica al pueblo de Israel y a nuestro mundo
hoy, también puede aplicarse a nuestra vida personal.
A veces las circunstancias de nuestra vida, circunstancias
difíciles, nos pueden hacer pensar que el Señor está lejos o, inclusive, que
Dios no existe, o que no nos escucha. La Lectura del Profeta Habacuc nos
enseña a esperar el momento del Señor. El Señor siempre está presente con
el auxilio de su Gracia, aunque en algunos momentos no lo sintamos. En
los momentos difíciles de nuestra vida sepamos esperar el momento del Señor con
una Fe paciente, perseverante y confiada en los planes de Dios... y, sobre
todo, en el tiempo de Dios.
En palabras de San Pablo muy conocida de los
evangelizadores: “tomar parte en los duros trabajos del Evangelio, según
las fuerzas que Dios nos dé”. Dicho en otra traducción: “compartir
los sufrimientos por la predicación del Evangelio, sostenido por la fuerza de
Dios”.
Ahora bien, la segunda traducción, más en línea con el
escrito de San Pablo a su discípulo Timoteo, indica que muchas veces, como era
el caso de los tiempos de San Pablo, quien se encontraba preso por predicar el
Evangelio y quien le recordaba a Timoteo el sacrificio de Cristo, hay que estar
dispuesto a sufrir cuando se vaya a dar testimonio de la Fe. Porque,
como dice San Agustín, pueda que muchos están dispuestos a hacer el bien, pero
pocos en sufrir los males.
Para eso tenemos la seguridad de la gracia, porque “el
Señor no nos ha dado un espíritu de temor, sino de fortaleza, de amor y de buen
juicio”.
Fortaleza para no flaquear en la firmeza en la fe.
Amor para desear defender y comunicar esa fe, no importa las
circunstancias. Y buen juicio, para hacerlo con prudencia, pero sin
temor.
Agradezcamos al Señor el don de la Fe y respondámosle con
nuestro granito de mostaza para que El pueda darnos una Fe inconmovible,
indubitable, una Fe confiada y paciente que sabe esperar el momento del Señor,
y una Fe viva y activa, valiente y fuerte, que no teme ser anunciada, aunque
haya riesgo.
Fuentes:
Sagradas Escrituras
Evangeli.org.
Homilias.org.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nos interesa tus sugerencias