Hoy, Jesús nos narra otra parábola del juicio. Nos acercamos
a la fiesta del Adviento y, por tanto, el final del año litúrgico está cerca.
Dios, dándonos la vida, nos ha entregado también unas posibilidades -más pequeñas o más grandes- de desarrollo personal, ético y religioso. No importa si uno tiene mucho o poco, lo importante es que se ha de hacer rendir lo que hemos recibido. El hombre de nuestra parábola, que esconde su talento por miedo al amo, no ha sabido arriesgarse: «El que había recibido uno se fue, cavó un hoyo en tierra y escondió el dinero de su señor» (Mt 25,18). Quizá el núcleo de la parábola pueda ser éste: hemos de tener la concepción de un Dios que nos empuja a salir de nosotros mismos, que nos anima a vivir la libertad por el Reino de Dios.
La palabra "talento" de esta parábola -que no es nada más que un peso que denota la cantidad de 30 Kg de plata- ha hecho tanta fortuna, que incluso ya se la emplea en el lenguaje popular para designar las cualidades de una persona. Pero la parábola no excluye que los talentos que Dios nos ha dado no sean sólo nuestras posibilidades, sino también nuestras limitaciones. Lo que somos y lo que tenemos, eso es el material con el que Dios quiere hacer de nosotros una nueva realidad.
La frase «a todo el que tiene, se le dará y le sobrará; pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará» (Mt 25,29), no es, naturalmente, una máxima para animar al consumo, sino que sólo se puede entender a nivel de amor y de generosidad. Efectivamente, si correspondemos a los dones de Dios confiando en su ayuda, entonces experimentaremos que es Él quien da el incremento: «Las historias de tantas personas sencillas, bondadosas, a las que la fe ha hecho buenas, demuestran que la fe produce efectos muy positivos (…). Y, al revés: también hemos de constatar que la sociedad, con la evaporación de la fe, se ha vuelto más dura…» (Benedicto XVI).
Dios, dándonos la vida, nos ha entregado también unas posibilidades -más pequeñas o más grandes- de desarrollo personal, ético y religioso. No importa si uno tiene mucho o poco, lo importante es que se ha de hacer rendir lo que hemos recibido. El hombre de nuestra parábola, que esconde su talento por miedo al amo, no ha sabido arriesgarse: «El que había recibido uno se fue, cavó un hoyo en tierra y escondió el dinero de su señor» (Mt 25,18). Quizá el núcleo de la parábola pueda ser éste: hemos de tener la concepción de un Dios que nos empuja a salir de nosotros mismos, que nos anima a vivir la libertad por el Reino de Dios.
La palabra "talento" de esta parábola -que no es nada más que un peso que denota la cantidad de 30 Kg de plata- ha hecho tanta fortuna, que incluso ya se la emplea en el lenguaje popular para designar las cualidades de una persona. Pero la parábola no excluye que los talentos que Dios nos ha dado no sean sólo nuestras posibilidades, sino también nuestras limitaciones. Lo que somos y lo que tenemos, eso es el material con el que Dios quiere hacer de nosotros una nueva realidad.
La frase «a todo el que tiene, se le dará y le sobrará; pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará» (Mt 25,29), no es, naturalmente, una máxima para animar al consumo, sino que sólo se puede entender a nivel de amor y de generosidad. Efectivamente, si correspondemos a los dones de Dios confiando en su ayuda, entonces experimentaremos que es Él quien da el incremento: «Las historias de tantas personas sencillas, bondadosas, a las que la fe ha hecho buenas, demuestran que la fe produce efectos muy positivos (…). Y, al revés: también hemos de constatar que la sociedad, con la evaporación de la fe, se ha vuelto más dura…» (Benedicto XVI).
Lectura
del santo evangelio según san Mateo (25,14-30):
Palabra del Señor
COMENTARIO
Para explicar un poco mejor cuál es la participación divina
y cuál es la participación humana en nuestra propia salvación, nos apoyaremos
en el acuerdo firmado en 1999 entre Luteranos y Católicos sobre la Doctrina de
la Justificación. ¿Por qué usar este documento? Porque allí queda muy
bien especificada la necesidad de nuestra respuesta a la gracia y el hecho de
que nuestra santificación (o justificación) es obra de Dios, pero requiere
nuestra respuesta.
Dice este documento: “La justificación es obra de Dios
Trino ... Sólo por gracia, mediante la fe en Cristo y su obra salvífica, y no
por algún mérito, nosotros somos aceptados por Dios y recibimos el Espíritu
Santo que renueva nuestros corazones capacitándonos y llamándonos a buenas
obras”.
Es decir: Dios nos santifica, sin ningún mérito de
nuestra parte, pues el Espíritu Santo, actuando en nosotros, nos capacita para
que, respondiendo a la gracia, realicemos buenas obras.
Entrando ya en la Liturgia de la Palabra de este Domingo,
vemos que el Evangelio nos trae la famosa parábola de los talentos (Mt.
25, 14-30). En la época de Jesucristo, un “talento”
significaba unos 35 kilos de metal precioso. Pero en esta parábola vemos
que el Señor usa los talentos para significar las capacidades que Dios da a
cada uno de nosotros, las cuales debemos hacer fructificar.
Cristo nos presenta el Reino de los Cielos como un hombre
que llama a sus servidores para encargarle sus bienes.
A uno le dio cinco talentos, a otro tres talentos y al
último solamente un talento. Los dos primeros duplicaron sus talentos y
el último escondió el único talento que le dieron.
Al regresar el amo, los dos primeros son felicitados, se les
promete que se le confiarán cosas de mucho valor y se les invita “tomar
parte en la alegría de su Señor”. Es decir que los que
hicieron fructificar sus talentos llegaron al Reino de los Cielos.
Pero el que no, le fue quitado el talento que guardó sin
hacer fructificar y, además, es echado “fuera, a las tinieblas, donde será
el llanto y la desesperación”. Es decir, el servidor que no hizo frutos,
será condenado igual que un pecador. ¿Por qué?
Porque también es un pecador. Hay un tipo de pecado,
llamado “pecado de omisión” que se refiere, no a lo que se ha hecho, sino a lo
que se ha dejado de hacer. Y todo aquél que no responde a las gracias
recibidas de Dios, peca por omisión.
Además, Dios exige en proporción de lo que nos ha
dado. “A quien mucho se le da, mucho se le exigirá” (Lc. 12,
48). Y lo que nos ha dado es para hacerlo fructificar.
¿Qué espera Dios de nosotros? Que con las
gracias que nos da demos frutos de virtudes y de buenas obras. Dicho en
otras palabras: El nos da las gracias, y espera que aprovechemos esas
gracias. Aprovechar las gracias es crecer en virtudes y en servicio a los
demás.
Tomemos, por ejemplo, una de las virtudes que Dios nos ha
dado: la Fe, la cual consiste en creer las verdades divinas. Y
creer simplemente porque El nos las ha revelado, aunque las apariencias nos
digan otra cosa.
Esa fe en Dios deberá fructificar al traducirse en una fe más profunda que nos lleva a tener una total confianza en Dios, en sus planes para nuestra vida y en su manera de realizar esos planes.
Además, porque creemos en Dios, creemos que debemos a
amarnos como El nos ha amado. De allí, entonces, que la fe también debe
producir frutos de buenas obras en servicio a los demás, en solidaridad con el
otro, en compasión con quienes necesitan ayuda, en el perdón a los que nos
hacen daño.
Sin embargo, es importante recordar siempre esto: sería
tonto creer que somos nosotros mismos los que hacemos fructificar nuestro
talentos. ¡Qué lejos estamos de la verdad cuando así pensamos!
Otro talento adicional que Dios nos da es la misma capacidad
de responder a sus gracias. Por nosotros mismos, sencillamente, no
podemos. El ser humano no es capaz por sí mismo de ningún acto que lo
santifique. Y con ese talento adicional que Dios nos da de responder a
sus gracias, podemos y debemos cooperar en nuestra propia salvación. Es
lo que Dios espera de nosotros.
Veamos otros pasajes bíblicos en que El Señor nos recuerda
todo esto:
“Nadie puede venir a Mí si el Padre no lo atrae” (Jn.
6, 44). Aquí el Señor nos habla de la necesidad que tenemos de
la gracia divina, pues nada podemos por nosotros mismos.
De allí que en la Aclamación Evangélica cantamos con el
Aleluya este llamado del Señor: “Permanezcan en Mí y Yo en ustedes;
el que permanece en Mí da fruto abundante” (Jn. 15, 4-5).
“Por la gracia de Dios soy lo que soy; y la gracia que me
confirió no ha sido estéril. He trabajado más que todos ellos, pero no
yo, sino la gracia de Dios conmigo” (1 Cor. 15, 10). Nos
muestra que no somos capaces de nada sin la gracia divina y también la
necesidad que tenemos de responder a esa gracia.
“He combatido el buen combate, he terminado mi carrera, he
guardado la fe. Ya me está preparada la corona de la santidad, que me
otorgará aquel día el Señor, justo Juez” (2 Tim. 4, 7-8). Nos
habla de nuestra correspondencia a la gracia y del premio prometido a quienes
hagan fructificar la gracia.
La Primera Lectura tomada del Libro de los Proverbios nos
habla de la esposa virtuosa. Puede tomarse pensando en la mujer casada,
pero puede referirse también a la Iglesia como esposa de Cristo.
La Iglesia - es decir, cada uno de nosotros los cristianos-
debemos ser como esa esposa fiel, que sabe trabajar respondiendo a las
capacidades que Dios le da, que sabe ayudar al desvalido, que respeta a Dios y
que termina siendo “digna de gozar del fruto de sus trabajos”. Es
decir, si somos como la esposa virtuosa, podremos llegar a disfrutar del premio
prometido: nuestra salvación eterna.
La Segunda Lectura de San Pablo que nos trae la Liturgia de
hoy (1 Tes. 5, 1-6) coincide con el final de la parábola de los
talentos, en la que el Señor nos dice que cuando El vuelva y nos pida cuentas,
los que no hayan dado frutos serán echados fuera del Reino de los Cielos, y los
que hayan dado frutos entrarán a gozar de la presencia del Señor.
En su carta San Pablo nos habla de la sorpresa que será la
venida del Señor: “El día del Señor llegará como un ladrón en la
noche ... o como los dolores de parto a la mujer encinta y no podrán
escapar”. Siempre se nos habla de la sorpresa con que
nos llegará ese día, por lo que se nos invita a una constante vigilancia.
“En la venida del Hijo del Hombre, sucederá lo mismo que en
los tiempos de Noé ... no se daban cuenta hasta que vino el diluvio y se los
llevó a todos” (Mt. 24, 37-39). “Cuando estén diciendo: ‘¡Qué paz y qué
seguridad tenemos!’ de repente vendrá sobre ellos la catástrofe” (1 Tes. 5,
3). “Así como el fulgor del relámpago brilla de un extremo a otro del
cielo, así será le venida del Hijo del Hombre en su día” (Lc. 17, 24).
Así nos dice San Pablo hoy: “A ustedes, hermanos, ese
día no los tomará por sorpresa, como un ladrón, porque ustedes no viven en
tinieblas, sino que son hijos de la luz del día, no de la noche y las
tinieblas. Por tanto, no vivamos dormidos ... mantengámonos
despiertos y vivamos sobriamente”.
En resumen, la Palabra de Dios hoy nos invita a vivir
vigilantes respondiendo a la gracia que Dios nos da en todo momento. Esta
respuesta significa ir creciendo en virtudes y dando frutos de buenas
obras. Recordemos que Dios nos otorga su gracia como un tesoro que es
necesario poner a producir, pues hacer lo contrario significa la pérdida de ese
tesoro y el riesgo de no recibir la salvación eterna.
Fuentes;
Sagradas Escrituras.
Homilias.org
Evangeli.org
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