Hoy, Jesús nos habla del juicio definitivo. Y con esa
ilustración metafórica de ovejas y cabras, nos hace ver que se tratará de un
juicio de amor. «Seremos examinados sobre el amor», nos dice san Juan de la
Cruz.
Como dice otro místico, san Ignacio de Loyola en su meditación Contemplación para alcanzar amor, hay que poner el amor más en las obras que en las palabras. Y el Evangelio de hoy es muy ilustrativo. Cada obra de caridad que hacemos, la hacemos al mismo Cristo: «(…) Porque tuve hambre, y me disteis de comer; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; en la cárcel, y vinisteis a verme» (Mt 25,34-36). Más todavía: «Cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25,40).
Este pasaje evangélico, que nos hace tocar con los pies en el suelo, pone la fiesta del juicio de Cristo Rey en su sitio. La realeza de Cristo es una cosa bien distinta de la prepotencia, es simplemente la realidad fundamental de la existencia: el amor tendrá la última palabra.
Como dice otro místico, san Ignacio de Loyola en su meditación Contemplación para alcanzar amor, hay que poner el amor más en las obras que en las palabras. Y el Evangelio de hoy es muy ilustrativo. Cada obra de caridad que hacemos, la hacemos al mismo Cristo: «(…) Porque tuve hambre, y me disteis de comer; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; en la cárcel, y vinisteis a verme» (Mt 25,34-36). Más todavía: «Cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25,40).
Este pasaje evangélico, que nos hace tocar con los pies en el suelo, pone la fiesta del juicio de Cristo Rey en su sitio. La realeza de Cristo es una cosa bien distinta de la prepotencia, es simplemente la realidad fundamental de la existencia: el amor tendrá la última palabra.
Jesús nos muestra que el sentido de la realeza -o potestad-
es el servicio a los demás. Él afirmó de sí mismo que era Maestro y Señor (cf.
Jn 13,13), y también que era Rey (cf. Jn 18,37), pero ejerció su maestrazgo
lavando los pies a los discípulos (cf. Jn 13,4 ss.), y reinó dando su vida.
Jesucristo reina, primero, desde una humilde cuna (¡un pesebre!) y, después,
desde un trono muy incómodo, es decir, la Cruz.
Encima de la cruz estaba el cartel que rezaba «Jesús Nazareno, Rey de los judíos» (Jn 19,19): lo que la apariencia negaba era confirmado por la realidad profunda del misterio de Dios, ya que Jesús reina en su Cruz y nos juzga en su amor. «Seremos examinados sobre el amor».
Encima de la cruz estaba el cartel que rezaba «Jesús Nazareno, Rey de los judíos» (Jn 19,19): lo que la apariencia negaba era confirmado por la realidad profunda del misterio de Dios, ya que Jesús reina en su Cruz y nos juzga en su amor. «Seremos examinados sobre el amor».
Lectura
del santo evangelio según san Mateo (25,31-46)
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando venga en su gloria el Hijo del hombre, y todos los ángeles con él, se sentará en el trono de su gloria, y serán reunidas ante él todas las naciones. Él separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas, de las cabras. Y pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda. Entonces dirá el rey a los de su derecha: "Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme." Entonces los justos le contestarán: "Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?" Y el rey les dirá: "Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis." Y entonces dirá a los de su izquierda: "Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, fui forastero y no me hospedasteis, estuve desnudo y no me vestisteis, enfermo y en la cárcel y no me visitasteis. Entonces también éstos contestarán: "Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o desnudo, o enfermo o en la cárcel, y no te asistirnos?" Y él replicará: "Os aseguro que cada vez que no lo hicisteis con uno de éstos, los humildes, tampoco lo hicisteis conmigo." Y éstos irán al castigo eterno, y los justos a la vida eterna.»
Palabra del Señor
Palabra del Señor
COMENTARIO.
¿Quién
es el juez?
La parábola de hoy es fácil de entender.
Estamos en un momento solemne: el juicio final. El momento en que se valorarán
nuestras acciones, se pesará cada uno de nuestros actos. La parábola nos dice
que en aquel momento Dios separará a unos de otros, a los buenos de los malos.
Exactamente como un pastor separa en su rebaño a las ovejas de las cabras.
¿Quién es quién? Casi todos al escuchar la parábola no tenemos duda en
identificar a las ovejas y a las cabras. A la derecha se sitúan las ovejas, los
justos, los que han pasado la vida haciendo el bien. Los que se sitúan a la
izquierda son las cabras, los malos, los que se han portado mal.
Tampoco nos resulta difícil identificar
a los receptores de las buenas acciones de los buenos y de las malas acciones
de los malos. Jesús lo deja claro. Son los más necesitados, los últimos de la
sociedad, los despreciados y dejados de lado. Son los que tienen hambre, los
forasteros, los que están desnudos, los que están enfermos y en la cárcel. Es
interesante observar que los buenos son buenos por lo bien que han tratado a
esos, a los últimos, a los que nadie quiere ni valora. Y el rey, Dios mismo, se
identifica con ellos. No dice que los buenos sean buenos porque han tratado
bien a los pobres, a los enfermos y a los encarcelados. Dice que son buenos porque
le han tratado bien a él mismo. Dios se identifica con los pobres. Así lo ha
afirmado siempre la tradición cristiana. Lo que se hace a los pobres se hace a
Dios mismo. Hay que tener buena vista para descubrir en los pobres, en los
últimos, a Dios mismo. Esta ya es una importante lección para este domingo con
el que termina el año litúrgico. Es la última lección, la más importante, el
resumen de lo aprendido en todo el año. Nos salvaremos por el modo como
tratamos a Dios mismo en la figura de los pobres, los enfermos, los
encarcelados... Y pobre del que no se haya enterado de que en ellos está
presente Dios mismo. Los pobres son sacramento de Dios para nosotros.
Un último detalle. A la hora de
identificar a los personajes de la parábola, nos suele resultar fácil
identificarnos con los pobres que necesitan ayuda, con los buenos que les
tratan bien o con los malos que los dejan de lado. Pero reconozcamos que en la
práctica con quien nos identificamos muchas veces es con el juez. Nos gusta ser
jueces de nuestros hermanos y determinar quiénes deberían estar a la derecha y
quienes a la izquierda, quienes son los buenos y quienes los malos. Última
parte de la lección: nunca ser jueces de nadie, porque ese puesto se lo ha
reservado Dios a sí mismo. Que no se nos olvide, que es muy importante.
Para la
reflexión
¿Con qué ojos miramos a los pobres, a
los necesitados, a los enfermos, a los encarcelados? ¿Vemos en ellos a Cristo o
simplemente les despreciamos? ¿Cuántas veces juzgamos a nuestros hermanos? ¿Cuántas
veces ocupamos el lugar de jueces, ese lugar que Dios se ha reservado a sí
mismo?
Fuentes:
Sagradas Escrituras
Evangeli.org
Fernando Torres cmf
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