Hoy, se nos invita a reflexionar sobre el fin de la
existencia; se trata de una advertencia del Buen Dios acerca de nuestro fin
último; no juguemos, pues, con la vida. «El Reino de los Cielos será semejante
a diez vírgenes, que, con su lámpara en la mano, salieron al encuentro del
novio» (Mt 25,1). El final de cada persona dependerá del camino que se escoja;
la muerte es consecuencia de la vida -prudente o necia- que se ha llevado en
este mundo. Muchachas necias son las que han escuchado el mensaje de Jesús,
pero no lo han llevado a la práctica. Muchachas prudentes son las que lo han
traducido en su vida, por eso entran al banquete del Reino.
La parábola es una llamada de atención muy seria. «Velad, pues, porque no sabéis ni el día ni la hora» (Mt 25,13). No dejen que nunca se apague la lámpara de la fe, porque cualquier momento puede ser el último. El Reino está ya aquí. Enciendan las lámparas con el aceite de la fe, de la fraternidad y de la caridad mutua. Nuestros corazones, llenos de luz, nos permitirán vivir la auténtica alegría aquí y ahora. Los que viven a nuestro alrededor se verán también iluminados y conocerán el gozo de la presencia del Novio esperado. Jesús nos pide que nunca nos falte ese aceite en nuestras lámparas.
La parábola es una llamada de atención muy seria. «Velad, pues, porque no sabéis ni el día ni la hora» (Mt 25,13). No dejen que nunca se apague la lámpara de la fe, porque cualquier momento puede ser el último. El Reino está ya aquí. Enciendan las lámparas con el aceite de la fe, de la fraternidad y de la caridad mutua. Nuestros corazones, llenos de luz, nos permitirán vivir la auténtica alegría aquí y ahora. Los que viven a nuestro alrededor se verán también iluminados y conocerán el gozo de la presencia del Novio esperado. Jesús nos pide que nunca nos falte ese aceite en nuestras lámparas.
Por eso, cuando el Concilio Vaticano II, que escoge en la Biblia las imágenes de la Iglesia, se refiere a esta comparación del novio y la novia, y pronuncia estas palabras: «La Iglesia es también descrita como esposa inmaculada del Cordero inmaculado, a la que Cristo amó y se entregó por ella para santificarla, la unió consigo en pacto indisoluble e incesantemente la alimenta y la cuida. A ella, libre de toda mancha, la quiso unida a sí y sumisa por el amor y la fidelidad».
Lectura
del santo evangelio según san Mateo (25,1-13):
En aquel tiempo, dijo Jesús
a sus discípulos esta parábola: «Se parecerá el reino de los cielos a diez
doncellas que tomaron sus lámparas y salieron a esperar al esposo. Cinco de
ellas eran necias y cinco eran sensatas. Las necias, al tomar las lámparas, se
dejaron el aceite; en cambio, las sensatas se llevaron alcuzas de aceite con
las lámparas. El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron. A
medianoche se oyó una voz: "¡Que llega el esposo, salid a recibirlo!"
Entonces se despertaron todas aquellas doncellas y se pusieron a preparar sus
lámparas. Y las necias dijeron a las sensatas: "Dadnos un poco de vuestro
aceite, que se nos apagan las lámparas." Pero las sensatas contestaron:
"Por si acaso no hay bastante para vosotras y nosotras, mejor es que
vayáis a la tienda y os lo compréis." Mientras iban a comprarlo, llegó el
esposo, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se
cerró la puerta. Más tarde llegaron también las otras doncellas, diciendo:
"Señor, señor, ábrenos." Pero él respondió: "Os lo aseguro: no
os conozco." Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora.»
Palabra del Señor
COMENTARIO
En el léxico común “prudencia” significa cordura, sensatez,
tacto, cautela. Pero la virtud de la Prudencia es muchísimo más que
eso. Tan importante es esta virtud que la Biblia la cita como necesaria
en varias oportunidades, tanto en el Antiguo Testamento (Prov. 10, 19;
11.12; 13, 16; 16, 21; 16, 23; 17, 27), como en las Cartas de San
Pablo (1 Cor. 4, 10; 1 Tim. 3, 2; Tit. 2, 2; 2, 5; 2, 6).
El Libro de los Proverbios nos dice que “el hombre
prudente procede con Sabiduría” y nos dice también que “el
sabio de corazón es llamado prudente” (Prov. 13, 16 y 16, 21).
De allí que la Primera Lectura de hoy sea tomada del libro
de la Sabiduría (Sb. 6, 12-16). Y que se nos diga en ella
que “es prudencia consumada darle primacía a la Sabiduría en los
pensamientos”.
Y ... ¿qué es la Sabiduría?
La Sabiduría con “S” mayúscula no es lo que se piensa
comúnmente: el saber mucho, acumular muchos conocimientos, saber aplicarlos,
etc.
La verdadera Sabiduría consiste en poder ver las cosas a la
luz de Dios; es ver todo como Dios lo ve.
Sabiduría es quitarnos los lentes turbios que solemos
llevar, los cuales nos hacen ver las cosas de acuerdo a nuestro modo de pensar
humano, y ponernos más bien los lentes claros y brillantes de Dios. Estos
lentes imaginarios nos permiten ver con claridad el camino que hemos de seguir,
nos permiten actuar con la prudencia a la que nos invitan las lecturas de este
domingo.
Sabiduría es saber ver las circunstancias de nuestra vida y
la de otros, los hechos de la vida cotidiana, los acontecimientos nacionales y
mundiales como Dios los ve.
En resumen: Sabiduría es ver todo a la luz de
Dios. Sabiduría y prudencia van ligadas. Según la Primera
Lectura, ser prudente es ser sabio.
Y es así porque virtud de la prudencia nos lleva a actuar de
acuerdo a la luz de Dios, de acuerdo al modo como Dios ve las cosas, y no de
acuerdo a nuestro modo humano de pensar.
En la Segunda Lectura (1 Tes. 4, 13-18) San Pablo
nos muestra en qué consiste la muerte para los creyentes; nos enseña cómo ver
la muerte con esa prudencia que el Señor nos pide, a la luz de la Sabiduría
divina.
A la luz de Dios, la muerte no es motivo para “vivir
tristes, sino para vivir en esperanza”, pues la muerte es el paso
necesario para el encuentro definitivo con el Señor –cuando lleguemos al Cielo,
una vez purificados- y, posteriormente, para la resurrección que tendrá lugar
al fin de los tiempos.
De allí que San Pablo nos diga: “a los que murieron en
Jesús, Dios los llevará con El”. Dios nuestro Señor nos llevará a esa meta
que El nos ha prometido: el Reino de los Cielos. Eso sí: siempre y
cuando hagamos lo requerido por El.
No es de extrañar, entonces, que Jesucristo nos presente la
prudencia como un requerimiento para entrar al Reino de los Cielos, cuando nos
cuenta la famosa parábola de las vírgenes necias, la cual nos trae el Evangelio
de hoy. (Mt. 25, 1-13).
Jesucristo llegará de improviso a llamar a su Banquete
Eterno a toda la humanidad, representada por las diez jóvenes. Cinco de
las jóvenes eran prudentes y cinco eran imprudentes. Las prudentes tenían
suficiente aceite para mantener las lámparas encendidas; las otras cinco se
quedaron sin aceite y sin poder entrar al Banquete Celestial.
Aunque no nos demos cuenta, la realidad es que vivimos
nuestra vida terrena en espera del Señor, que puede llegar en cualquier momento
para iniciar su Fiesta Eterna. Pero para poder entrar a esa Fiesta a la
que todos somos invitados, tenemos que estar preparados, con nuestras lámparas
llenas del aceite de las virtudes y de las buenas obras. Esta parábola es
un llamado a ser prudentes. ¿En qué consiste, entonces, la virtud de la
Prudencia?
Consiste la Prudencia en saber lo que debemos hacer o dejar
de hacer para alcanzar la vida eterna en cada situación que se nos
presente. ¡Nada menos! Es decir: la prudencia es como la guía
que nos lleva al Banquete Celestial.
La prudencia incluye varios aspectos y se manifiesta de
varias maneras. Así, la persona prudente:
. sabe aplicar las
experiencias del pasado al momento presente.
. puede decidir en
el momento presente lo que es bueno o malo, conveniente o inconveniente, lícito
o ilícito, siempre con miras al fin último, que es la vida eterna.
. sabe ser humilde
y dócil para pedir consejo o aceptar corrección y orientación de personas
sabias.
. sabe decidir
“prudentemente” tanto en los casos urgentes, cuando no es posible detenerse en
un largo examen, como en los casos no urgentes cuando sí puede hacer una
reflexión detenida.
. puede decidir si
debe actuar de una u otra manera, considerando todas las consecuencias que ese
acto pueda tener, siempre con miras a la vida eterna. Por ejemplo:
la persona prudente sabe que las humillaciones aceptadas son fuente de humildad
para quien recibe la humillación, pero si una humillación también afecta a
terceros, se da cuenta que puede ser prudente no aceptar esa humillación.
. sabe evitar los
obstáculos que puedan poner en peligro el fin sobrenatural. Concretamente
la virtud de la prudencia indica cómo evitar el pecado y cómo evitar también la
tentación al pecado.
Lo contrario a la prudencia es el descuido, la
imprudencia. Esta también tiene sus manifestaciones:
. actuar por
capricho y con precipitación, sin tener en cuenta nuestro fin último.
. también incluye
la inconstancia, que lleva a abandonar fácilmente y por capricho el fin
sobrenatural que nos indica la prudencia.
. el imprudente es
también negligente con relación a lo que hay que hacer para obtener la vida
eterna.
. la principal
imprudencia, sin embargo, es la de dar una imprudente sobre-valoración a las
cosas terrenas, siendo precavido e imprudentemente “prudente” para las cosas de
este mundo, pero descuidando las cosas que tienen que ver con la vida eterna.
Los prudentes entrarán al Banquete Celestial y los imprudentes
tendrán que oír la sentencia que el Señor nos da al final de esta
parábola: “No los conozco”. No conoce el Señor a
quienes no dirigen sus decisiones y sus actos de acuerdo al fin último al que
estamos todos invitados: el Banquete Celestial.
Según esta parábola de las vírgenes necias, la virtud de la
prudencia también incluye la previsión y la vigilancia. Por eso el Señor
cierra su relato con la siguiente advertencia: “Estén, pues, preparados,
porque no saben ni el día ni la hora” (Mt. 25, 13).
Fuentes:
Sagradas Escrituras
Homilia.org
Evangeli.org
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