domingo, 24 de abril de 2011

JESUS HA RESUCITADO. ALEGREMONOS, JESUS VIVE !!!!!!!



Hoy la NOTICIA, si, con mayuscula, es que JESUS HA RESUCITADO. De todo ello en homilias y comentarios , así como en el Evangeliolo iremos explicando.
La otra, la otra noticia, es que el milagro no vino solo.....ha regresado nuestro Blog Parrroquial, que durante 8 dias estaba dessparecido. Como si en la parabola del buen Pastor, Jesús ha traido la oveja perdida...El Blog Parroquial de San Garcia Abad.
A que es motivo de gran alegria?. Me refiero a la RESURRECION DE JESUS....Lo otro, no es tan importante.


JESÚS TENÍA RAZÓN


¿Qué sentimos los seguidores de Jesús cuando nos atrevemos a creer de verdad que Dios ha resucitado a Jesús? ¿Qué vivimos mientras seguimos caminando tras sus pasos? ¿Cómo nos comunicamos con él cuando lo experimentamos lleno de vida?

Jesús resucitado, tenías razón. Es verdad cuanto nos has dicho de Dios. Ahora sabemos que es un Padre fiel, digno de toda confianza. Un Dios que nos ama más allá de la muerte. Le seguiremos llamando "Padre" con más fe que nunca, como tú nos enseñaste. Sabemos que no nos defraudará.

Jesús resucitado, tenías razón. Ahora sabemos que Dios es amigo de la vida. Ahora empezamos a entender mejor tu pasión por una vida más sana, justa y dichosa para todos. Ahora comprendemos por qué anteponías la salud de los enfermos a cualquier norma o tradición religiosa. Siguiendo tus pasos, viviremos curando la vida y aliviando el sufrimiento. Pondremos siempre la religión al servicio de las personas.

Jesús resucitado, tenías razón. Ahora sabemos que Dios hace justicia a las víctimas inocentes: hace triunfar la vida sobre la muerte, el bien sobre el mal, la verdad sobre la mentira, el amor sobre el odio. Seguiremos luchando contra el mal, la mentira y el odio. Buscaremos siempre el reino de ese Dios y su justicia. Sabemos que es lo primero que el Padre quiere de nosotros.

Jesús resucitado, tenías razón. Ahora sabemos que Dios se identifica con los crucificados, nunca con los verdugos. Empezamos a entender por qué estabas siempre con los dolientes y por qué defendías tanto a los pobres, los hambrientos y despreciados. Defenderemos a los más débiles y vulnerables, a los maltratados por la sociedad y olvidados por la religión. En adelante, escucharemos mejor tu llamada a ser compasivos como el Padre del cielo.

Jesús resucitado, tenías razón. Ahora empezamos a entender un poco tus palabras más duras y extrañas. Comenzamos a intuir que el que pierda su vida por ti y por tu Evangelio, la va a salvar. Ahora comprendemos por qué nos invitas a seguirte hasta el final cargando cada día con la cruz. Seguiremos sufriendo un poco por ti y por tu Evangelio, pero muy pronto compartiremos contigo el abrazo del Padre.

Jesús resucitado, tenías razón. Ahora estás vivo para siempre y te haces presente en medio de nosotros cuando nos reunimos dos o tres en tu nombre. Ahora sabemos que no estamos solos, que tú nos acompañas mientras caminamos hacia el Padre. Escucharemos tu voz cuando leamos tu evangelio. Nos alimentaremos de ti cuando celebremos tu Cena. Estarás con nosotros hasta el final de los tiempos.



Cristo, sabemos que estás vivo



1.- Este es nuestro día


“Alégrese nuestra Madre la Iglesia, revestida de luz tan brillante”, canta el pregón pascual. “Este es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo”, proclama la liturgia. Sí, hoy es nuestro día más grande. Es la Pascua de las Pascuas: “Resucitó Cristo, nuestra esperanza”. Lo revela la llama del Cirio Pascual, nos lo recuerda el agua bautismal, nos lo canta el aleluya.

Tanta efusión es necesaria para estar a tono con este Día de Resurrección. (Serían una pena que, como a veces acontece, nos quedáramos anclados en los Cristos dolientes del Viernes Santa). Esta Pascua es la hipérbole del amor de Dios; por eso hay que exagerar la alegría. Era el primer día de la semana, al primer albor, la primera vez que salía el sol en un domingo, era el primer domingo de la historia. Hoy es el Día del Señor, porque Cristo ha resucitado. La Resurrección de Cristo es el eje de nuestra fe. “Si Cristo no ha resucitado, somos los más desgraciados de los hombres” aclara San Pablo.

Porque Jesús no fue devorado por la muerte, nuestra vida tiene un horizonte de salida y de esperanza. Porque el hombre sigue preguntándose: ¿Qué hay detrás de la puerta de la muerte? ¿Sólo el vacío y la nada? ¿O habrá algo o Alguien que nos espere al final del camino? ¿Y los míos que se fueron me seguirán queriendo? ¿Y cómo explicar el dolor y el sufrimiento de tanta gente inocente? Preguntas tan legítimas, tan humanas.



2.- Sólo la fe de tantos testigos

Por encima de los desajustes en la narración de los hechos, según los diferentes evangelistas, hay una realidad clara: Cristo, el Crucificado, ha resucitado. Sólo por el testimonio de los que creyeron, sólo por la fe, lo creemos, lo sentimos y vivimos.

Desfilan muchos testigos. En primera fila, las mujeres. Los discípulos abandonan a Jesús, y, mientras, María la Magdalena, María, la de Santiago y Salomé son las testigos fieles. Siempre, el mismo recorrido de fe: van a embalsamar a un muerto, no al encuentro con el resucitado. Luego, llega el estupor y el miedo, ante el anuncio “¿Buscáis al Crucificado? Ha resucitado”. Mientras esperaban la confirmación de la muerte de Jesús, les asombran con la noticia de que está vivo. Jesús sale al encuentro y les dice “Id y anunciad a los hermanos”. Finalmente, llenas de fe, van corriendo a contarlo a los apóstoles… “¡Pero ellos creyeron que era un delirio!”. Qué feliz camino espiritual; de la depresión sin esperanza a ese gozo que, de tan grande, necesita comunicarse.

La Resurrección de Jesús no es un milagro, es un misterio. Porque resucitar no es “volver a la vida”, como Lázaro. Resucitar es entrar en una vida nueva, es dejar el tiempo por la eternidad. En Jesús, la Muerte y la Resurrección son dos puntos de una misma trayectoria: muere para resucitar; resucita desde la muerte. Jesús es “el viviente”.

Lo bueno es que Jesús sigue resucitando. Él es la primicia para los que mueren. Los que mueren en Cristo resucitan con Cristo. En la vida y en la muerte somos del Señor. Que nadie dude. Que todos profesen tanta dicha.



3.- Listos para resucitar

Alegría

Desde que Cristo resucitó, el apellido de los cristianos es la alegría. “Peca quien en este día (domingo) está triste” (Didascalia).
Es cierto que el dolor y la muerte surcan todos los caminos de la vida. Pero siempre nos acompaña la esperanza. El gozo en el dolor tiene el nombre de paz y de consuelo; con Jesús, se liman las aristas y se elimina el desgarro ante el sufrimiento.
No somos fanáticos: tenemos pena y lloramos la muerte de los nuestros, pero disponemos del bálsamo de la esperanza. Sintiendo a Jesús resucitado, podemos seguirle “hasta la muerte”, porque sabemos dónde acaba.

Es domingo

Domingo y Resurrección van siempre de la mano. Por este domingo son domingo todos los domingos del año, y no es un juego ligero de palabras. La Eucaristía del “Día del Señor” es la presencia entre nosotros del Resucitado. Desde el tiempo de los apóstoles en el “primer día de la semana” nos reunimos “para la fracción del pan”. ¿Quién llamó precepto a lo que es impulso amoroso del corazón creyente? También nosotros podemos decir, como Pedro” “comimos y bebimos con él después de que resucitó de entre los muertos”. El domingo es para “endomingarse”, para la alegría, para el deporte, para la familia, para la caridad.

Testigos de resurrección


Los que hemos resucitado con Cristo “buscamos las cosas de arriba”, estamos llamados a sembrar resurrección: ponemos esperanza en el dolor, ponemos vida en la muerte, ponemos gozo en la pena. Si creemos en Cristo Resucitado, nuestra vida es Pascua, es pasar de la muerte a la vida. “Como el grano de trigo, que, al morir, da mil frutos. Como el ramo de olivo, que venció a la inclemencia. Como el sol, que se esconde y revive en el alba”, resucita el cristiano y, a su paso, resucitan las cosas. (En el atentado terrorista del 11 M en Madrid, junto a tanta muerte y tanto dolor, resucitó lo mejor que atesora el corazón humano de bondad, de compasión, de entrega).

¿Es esto lo que queremos decir cuando afirmamos que somos testigos de la Resurrección del Señor?


Feliz Pascua



Evangelio según San Juan 20,1-9.


El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada.
Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: "Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto".
Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro.
Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes.
Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró.
Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo,
y también el sudario que había cubierto su cabeza; este no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte.
Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: él también vio y creyó.
Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, él debía resucitar de entre los muertos.

Palabra de Dios.



COMENTARIO.


El tema es: "Jesucristo: Hijos en el Hijo". Habría que centrarse en la segunda persona de la Santísima Trinidad y luego ver cómo nosotros somos Hijos en el Hijo. Como todos conocemos la vida de Jesucristo, su misterio de ser hombre y Dios, me voy a centrar más en la segunda idea: somos hijos EN el Hijo.


Parto de la Trinidad. En nuestra religión creemos en un Dios que no es un ser solitario, sino que son tres: Padre. Hijo y Espíritu Santo. Los tres viven en perfecta armonía y convivencia. Cada uno ha realizado alguna misión "ad extra" (fuera de sí): El Padre realizó la Creación y estuvo presente en la Historia del Pueblo de Israel; el Hijo se encarnó y realizó la redención de la humanidad, es el más conocido por todos nosotros; el Espíritu Santo está realizando la santificación de la Iglesia. En la Santísima Trinidad cada persona se constituye por la relación que tiene con las otras dos personas: el Padre es el origen, el Hijo es el dependiente del Padre, el Espíritu Santo es el clima de Amor en el que se relacionan el padre y el Hijo.

Por otro lado, al presentar este tema: "Hijos en el Hijo", conviene resaltar que la máxima aspiración del ser humano es la felicidad, la realización personal. Esta felicidad sólo la podemos encontrar en Dios. Fijaos que el ser humano es un continuo buscador de felicidad; todo lo que hace, aunque sea confundido y se haga mal a sí mismo, es buscar la felicidad. La felicidad no está en el poder, en el tener, en el gozar, en el sobresalir, en la satisfacción plena e inmediata de los sentidos, en la evasión de la realidad... Dicen los filósofos (Zubiri) que el ser humano está constitutivamente, ontológicamente, "religado" a Dios. Sólo podrá ser feliz en la medida en que descubra esa relación con Dios y la realice en su vida. De tal forma que el hombre tenderá naturalmente a querer descubrir a Dios es su vida, porque le es algo connatural.


Además, en la religión cristiana, esa relación natural con Dios se ha exaltado a una relación superior por medio del bautismo, por el cual somos hechos hijos de Dios, o mejor habría que decir que somos hechos hijos en el Hijo. Quiere esto decir que si el ser humano entra en la relación con Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo, entra en relación por medio del Hijo, ahora y en la eternidad. (Por ejemplo si la Santísima trinidad está jugando al corro y el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo dan vueltas cogidos de la mano, el hombre se incorpora a ese corro, a esa relación con Dios, sin que ellos se suelten de la mano, agarrándose a Jesucristo).

Por medio del sacramento del Bautismo se nos hace Hijos de Dios, se nos sumerge – eso significa Bautismo – en las entrañas de Jesucristo. Por medio del bautismo somos incorporados a Cristo. O con una expresión más feliz, más sugerente, somos injertados en Cristo. De aquí la expresión "hijos en el Hijo". Sabéis que el injerto es introducir un sarmiento o una rama de manzana, por ejemplo, en un tronco de peral. De tal manera que el tronco de peral comunica su sabia a la rama de manzano y poco a poco la va transformado, hasta que el fruto que produce es como una mezcla de manzana y de pera. Así podríamos decir que nosotros estamos injertados en Cristo y Cristo poco a poco nos va transmitiendo su sabia, su gracia, hasta que poco a poco va transformando nuestra naturaleza humana y nos va haciendo Hijos de Dios, de naturaleza divina, sin quitarnos nuestra naturaleza, sino plenificándola.


De tal modo es así que la realidad de un bautizado es que tiene como un nuevo ser, una nueva vida: es hijo de Dios EN Jesucristo. Esta nueva realidad la podemos expresar en diferentes imágenes: Cristo es la vid y nosotros los sarmientos. Cristo es el centro, la "madre", la clave, la cepa que distribuye su gracia por los sarmientos para que puedan dar fruto; de tal forma que un sarmiento separado de la vid, no da fruto y se seca. Otra imagen es que todos los bautizados formamos el Cuerpo de Cristo; Cristo es la cabeza y nosotros, la Iglesia, somos miembros de su Cuerpo. La cabeza es la que tiene el control de todos los miembros. Donde está la cabeza están también los miembros, por donde ella pasa, pasa el cuerpo. Otra imagen actual que se me ocurre es que estamos enchufados en Cristo como un aparato eléctrico: Cristo nos transmite la corriente eléctrica para que podamos ejercer nuestra función.

De este nuevo ser en Cristo se derivan varias consecuencias:

1ª Este nuevo ser, esta nueva vida, no es autónoma, no funciona automáticamente, ni se desarrolla por sí misma. A esta nueva esencia le corresponde una nueva existencia. Tenemos que colaborar con nuestra libertad para que esa nueva vida florezca. Una vez dijo el Papa que "no todos los bautizados son cristianos", queriendo señalar que no todos los bautizados corresponden a su vocación bautismal. Hay muchos que se bautizan y ya no quieren saber nada de la Iglesia. Hoy en día muchos son los que viven lo que podríamos llamar el "síndrome del sarmiento separado".

2ª Si somos hijos en el Hijo, somos hijos, Dios es nuestro Padre y nosotros somos hermanos. Es la consecuencia que más conocemos. Cristo nos ha revelado que Dios es nuestro Padre, no es para nosotros un ser lejano y desentendido de nosotros, sino que es nuestro Padre. Nosotros somos sus hijos, seres dependientes de él, que no podemos hacer nuestra vida sin contar con él. Todos sus hijos somos hermanos, llamados a construir la fraternidad universal.

3ª Si estamos injertados en Cristo, Cristo nos está transmitiendo su gracia desde el momento del bautismo, de tal forma que llevamos en nuestro interior la vida divina como en germen. Dentro de nosotros está creciendo una vida, estamos como embarazados de Dios. La vida del cristiano consiste en hacerse consciente de esa nueva vida que lleva en su interior y colaborar con Dios para que esa vida aflore al exterior: se haga pensamiento, palabra y obra, para que andemos a los pobres, como Dios; miremos como Dios mira al ser humano y al mundo; valoremos los acontecimientos como Dios lo hace... (Hasta los poros de la piel tenderían que rezumar a Dios) para que vivamos como lo que somos, hijos de Dios.


4ª Si somos el Cuerpo de Cristo, por todos los miembros de este cuerpo circula la misma sangre; es decir, hay entre nosotros una solidaridad en la gracia, que tiene su máxima expresión en una salvación colectiva. Nos vamos a salvar como miembros del mismo cuerpo, conjuntamente; nos vamos a salvar como componentes del mismo racimo, colectivamente. Por tanto, no hay obras personales para conseguir la salvación (obras piadosas, misas...) Vamos todos juntos es este barco que es la Iglesia y todos hemos de colaborar en que llegue a buen puerto. Sin embargo, si hay que decir que si no nos salvamos individualmente, si nos podemos condenar individualmente.

5ª Si somos hijos en el Hijo quiere decir, también, que no tenemos una relación directa con Dios, sino que sólo nos relacionamos con Dios en Jesús, por Jesús. Hoy, igual que decía antes que se da el "síndrome del sarmiento separado", se da el síndrome "Yo me confieso con Dios"; es decir, el no admitir mediaciones en la relación con Dios con los innumerables peligros que eso lleva consigo. Sólo a través de Jesús, a través de la Iglesia que fundó Jesús, a través de los sacramentos que instituyó Jesús, podemos relacionarnos con Dios. Despreciar estas mediaciones sería despreciar la persona de Jesucristo y su misterio de la encarnación.


La centralidad de nuestra fe está en el Hijo, en Jesucristo, en su vida y en su mensaje. Es el que más se ha acercado a nosotros. Es el que se ha hecho como nosotros. En él fuimos creados, en él fuimos regenerados por el bautismo, en él vivimos, nos movemos y existimos, en él seremos resucitados, en él seremos insertados en el seno de Dios...











Fuentes:
Iluminación Divina
Sagrada Biblia
Pedro Crespo Arias
Conrado Bueno, cmf
Ángel Corbalán

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