1.- INTRODUCCION AL EVANGELIO.
"Camino a la Fe"
El relato es inolvidable. Se le llama tradicionalmente "La curación del ciego de nacimiento", pero es mucho más, pues el evangelista nos describe el recorrido interior que va haciendo un hombre perdido en tinieblas hasta encontrarse con Jesús, «Luz del mundo».
No conocemos su nombre. Sólo sabemos que es un mendigo, ciego de nacimiento, que pide limosna en las afueras del templo. No conoce la luz. No la ha visto nunca. No puede caminar ni orientarse por sí mismo. Su vida transcurre en tinieblas. Nunca podrá conocer una vida digna.
Un día Jesús pasa por su vida. El ciego está tan necesitado que deja que le trabaje sus ojos. No sabe quién es, pero confía en su fuerza curadora. Siguiendo sus indicaciones, limpia su mirada en la piscina de Siloé y, por primera vez, comienza a ver. El encuentro con Jesús va a cambiar su vida.
Los vecinos lo ven transformado. Es el mismo pero les parece otro. El hombre les explica su experiencia: «un hombre que se llama Jesús» lo ha curado. No sabe más. Ignora quién es y dónde está, pero le ha abierto los ojos. Jesús hace bien incluso a aquellos que sólo lo reconocen como hombre.
Los fariseos, entendidos en religión, le piden toda clase de explicaciones sobre Jesús. El les habla de su experiencia: «sólo sé una cosa: que era ciego y ahora veo». Le preguntan qué piensa de Jesús y él les dice lo que siente: «que es un profeta». Lo que ha recibido de Él es tan bueno que ese hombre tiene que venir de Dios. Así vive mucha gente sencilla su fe en Jesús. No saben teología, pero sienten que ese hombre viene de Dios.
Poco a poco, el mendigo se va quedando solo. Sus padres no lo defienden. Los dirigentes religiosos lo echan de la sinagoga. Pero Jesús no abandona a quien lo ama y lo busca. «Cuando oyó que lo habían expulsado, fue a buscarlo». Jesús tiene sus caminos para encontrarse con quienes lo buscan. Nadie se lo puede impedir.
Cuando Jesús se encuentra con aquel hombre a quien nadie parece entender, sólo le hace una pregunta: «¿Crees en el Hijo del Hombre?» ¿Crees en el Hombre Nuevo, el Hombre plenamente humano precisamente por ser expresión y encarnación del misterio insondable de Dios? El mendigo está dispuesto a creer, pero se encuentra más ciego que nunca: «¿Y quién es, Señor, para que crea en él?»
Jesús le dice: «Lo estás viendo: el que te está hablando, ése es». Al ciego se le abren ahora los ojos del alma. Se postra ante Jesús y le dice: «Creo, Señor». Sólo escuchando a Jesús y dejándonos conducir interiormente por él, vamos caminando hacia una fe más plena y también más humilde.
La Cuaresma avanza
Avanza la Cuaresma. De las tentaciones pasamos a la transfiguración y de ahí al encuentro de Jesús con la samaritana. La liturgia, las lecturas de cada domingo nos van centrando en la figura de Jesús. Al final, toda la Cuaresma se orienta a hacer memoria intensa de aquellos días de Pascua en Jerusalén en que a Jesús le tocó vivir su Pascua personal.
La Cuaresma tiene mucho de itinerario personal de encuentro con Jesús, de descubrimiento de su persona. Es que sin ese encuentro no hay nada que hacer. Se puede hablar mucho de moral, de vida cristiana, de comunidad, de iglesia, de órdenes, de sacramentos y de muchas otras cosas. Pero la base necesaria, el punto de partida imprescindible es el encuentro con Jesús. Descubrir en definitiva que Jesús es una persona viva que hoy se sigue dirigiendo a mí personalmente e invitándome a seguirle y a participar en su proyecto del Reino.
El evangelio de este domingo marca otro hito en esta aproximación a la figura de Jesús. Trae a nuestra memoria el relato de la curación de un ciego de nacimiento. Por en medio andan los fariseos que ponen en duda no sólo el milagro sino la nueva capacidad de ver que ha adquirido el ciego. Para ellos no basta con ver, con tener los ojos bien y distinguir las figuras y las formas. Además, hay otra forma de ver, de conocer, de interpretar las formas que se ven. Los fariseos dicen que el ciego ha nacido como fruto del pecado y que por eso no puede entender con claridad lo que ve.
“Me lavé y veo”
Sin embargo, el ciego no peca de imprudente. Recupera la vista física gracias a la acción de Jesús. Es plenamente de que estaba ciego y de que en un momento determinado ha comenzado a ver. Antes no veía y ahora ve. Por eso, su primera respuesta a la pregunta de los fariseos es sencilla: “Me puso barro en los ojos, me lavé y veo.” No hay más que decir.
Lo que pasa es que los fariseos tienen ganas de hurgar. Le preguntan lo que piensa y el antiguo ciego dice lo que es obvio. El que hace el bien, el que devuelve la vista a los ciegos, no puede ser más que un profeta. Ha dado un paso más. Dice lo que piensa, lo que ve con su sentido común, con toda libertad. Aunque eso le cueste el ser rechazado por la sociedad, por los fariseos.
Pero todavía queda un paso más. Le falta el reencuentro con Jesús. Ahí se produce un momento de diálogo entre los dos, de encuentro en la intimidad, que termina con la confesión de fe: “Creo, Señor”.
“Creo, Señor”
Así, en un breve relato, el evangelista nos ha contado todo el proceso de la conversión, del encuentro con Jesús, del descubrimiento de Jesús como el Señor de nuestra vida, como el que da sentido a todo lo que hacemos, a nuestra forma de relacionarnos con los demás, al trabajo, al compromiso político, a la relación de pareja... Jesús anima toda una forma de vivir siempre de acuerdo con el Reino. Y nosotros, habiéndonos encontrado con él, nos comprometemos a vivir de esa manera. Porque entendemos que vale la pena, que es el mayor tesoro que podemos tener en la vida, que lo demás, como diría Pablo, es basura en comparación con Cristo.
En Jesús hemos descubierto la verdadera luz, la que ilumina nuestra vida y la vida del mundo. En Jesús podemos recuperar una vista que va más allá de la de los ojos de nuestro cuerpo. En Jesús aprendemos a ver con el corazón y con la mente. En Jesús, a su luz, todo recobra su sentido.
Ahora es el momento de ir más allá de este comentario y buscar el momento y la oportunidad para encontrarnos personalmente con Jesús. No se trata de leer un libro –aunque puede ayudar–. Al final, hay un momento en el que hay que cerrar el libro y entrar en nuestro interior para dialogar con Jesús de tú a tú. Para dejar que nos cure, para rumiar sus palabras y su estilo de vida. Para escuchar cuando nos pregunte: “¿Crees tú en el Hijo del hombre?” Y responder con voz firme: “Creo, Señor.” Y luego salir al mundo para llenarlo de la luz de Cristo.
Lectura del santo evangelio según san Juan (9,1.6-9.13-17.34-38):
En aquel tiempo, al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Y escupió en tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego y le dijo: «Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado).»
Él fue, se lavó, y volvió con vista. Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban: «¿No es ése el que se sentaba a pedir?»
Unos decían: «El mismo.»
Otros decían: «No es él, pero se le parece.»
Él respondía: «Soy yo.»
Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. Era sábado el día que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. También los fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista.
Él les contestó: «Me puso barro en los ojos, me lavé, y veo.»
Algunos de los fariseos comentaban: «Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado.»
Otros replicaban: «¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?»
Y estaban divididos. Y volvieron a preguntarle al ciego: «Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?»
Él contestó: «Que es un profeta.»
Le replicaron: «Empecatado naciste tú de pies a cabeza, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?»
Y lo expulsaron.
Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo: «¿Crees tú en el Hijo del hombre?»
Él contestó: «¿Y quién es, Señor, para que crea en él?»
Jesús le dijo: «Lo estás viendo: el que te está hablando, ése es.»
Él dijo: «Creo, Señor.» Y se postró ante él.
Palabra del Señor
2. COMENTARIO.
"Camino a la Fe"
El relato es inolvidable. Se le llama tradicionalmente "La curación del ciego de nacimiento", pero es mucho más, pues el evangelista nos describe el recorrido interior que va haciendo un hombre perdido en tinieblas hasta encontrarse con Jesús, «Luz del mundo».
No conocemos su nombre. Sólo sabemos que es un mendigo, ciego de nacimiento, que pide limosna en las afueras del templo. No conoce la luz. No la ha visto nunca. No puede caminar ni orientarse por sí mismo. Su vida transcurre en tinieblas. Nunca podrá conocer una vida digna.
Un día Jesús pasa por su vida. El ciego está tan necesitado que deja que le trabaje sus ojos. No sabe quién es, pero confía en su fuerza curadora. Siguiendo sus indicaciones, limpia su mirada en la piscina de Siloé y, por primera vez, comienza a ver. El encuentro con Jesús va a cambiar su vida.
Los vecinos lo ven transformado. Es el mismo pero les parece otro. El hombre les explica su experiencia: «un hombre que se llama Jesús» lo ha curado. No sabe más. Ignora quién es y dónde está, pero le ha abierto los ojos. Jesús hace bien incluso a aquellos que sólo lo reconocen como hombre.
Los fariseos, entendidos en religión, le piden toda clase de explicaciones sobre Jesús. El les habla de su experiencia: «sólo sé una cosa: que era ciego y ahora veo». Le preguntan qué piensa de Jesús y él les dice lo que siente: «que es un profeta». Lo que ha recibido de Él es tan bueno que ese hombre tiene que venir de Dios. Así vive mucha gente sencilla su fe en Jesús. No saben teología, pero sienten que ese hombre viene de Dios.
Poco a poco, el mendigo se va quedando solo. Sus padres no lo defienden. Los dirigentes religiosos lo echan de la sinagoga. Pero Jesús no abandona a quien lo ama y lo busca. «Cuando oyó que lo habían expulsado, fue a buscarlo». Jesús tiene sus caminos para encontrarse con quienes lo buscan. Nadie se lo puede impedir.
Cuando Jesús se encuentra con aquel hombre a quien nadie parece entender, sólo le hace una pregunta: «¿Crees en el Hijo del Hombre?» ¿Crees en el Hombre Nuevo, el Hombre plenamente humano precisamente por ser expresión y encarnación del misterio insondable de Dios? El mendigo está dispuesto a creer, pero se encuentra más ciego que nunca: «¿Y quién es, Señor, para que crea en él?»
Jesús le dice: «Lo estás viendo: el que te está hablando, ése es». Al ciego se le abren ahora los ojos del alma. Se postra ante Jesús y le dice: «Creo, Señor». Sólo escuchando a Jesús y dejándonos conducir interiormente por él, vamos caminando hacia una fe más plena y también más humilde.
La Cuaresma avanza
Avanza la Cuaresma. De las tentaciones pasamos a la transfiguración y de ahí al encuentro de Jesús con la samaritana. La liturgia, las lecturas de cada domingo nos van centrando en la figura de Jesús. Al final, toda la Cuaresma se orienta a hacer memoria intensa de aquellos días de Pascua en Jerusalén en que a Jesús le tocó vivir su Pascua personal.
La Cuaresma tiene mucho de itinerario personal de encuentro con Jesús, de descubrimiento de su persona. Es que sin ese encuentro no hay nada que hacer. Se puede hablar mucho de moral, de vida cristiana, de comunidad, de iglesia, de órdenes, de sacramentos y de muchas otras cosas. Pero la base necesaria, el punto de partida imprescindible es el encuentro con Jesús. Descubrir en definitiva que Jesús es una persona viva que hoy se sigue dirigiendo a mí personalmente e invitándome a seguirle y a participar en su proyecto del Reino.
El evangelio de este domingo marca otro hito en esta aproximación a la figura de Jesús. Trae a nuestra memoria el relato de la curación de un ciego de nacimiento. Por en medio andan los fariseos que ponen en duda no sólo el milagro sino la nueva capacidad de ver que ha adquirido el ciego. Para ellos no basta con ver, con tener los ojos bien y distinguir las figuras y las formas. Además, hay otra forma de ver, de conocer, de interpretar las formas que se ven. Los fariseos dicen que el ciego ha nacido como fruto del pecado y que por eso no puede entender con claridad lo que ve.
“Me lavé y veo”
Sin embargo, el ciego no peca de imprudente. Recupera la vista física gracias a la acción de Jesús. Es plenamente de que estaba ciego y de que en un momento determinado ha comenzado a ver. Antes no veía y ahora ve. Por eso, su primera respuesta a la pregunta de los fariseos es sencilla: “Me puso barro en los ojos, me lavé y veo.” No hay más que decir.
Lo que pasa es que los fariseos tienen ganas de hurgar. Le preguntan lo que piensa y el antiguo ciego dice lo que es obvio. El que hace el bien, el que devuelve la vista a los ciegos, no puede ser más que un profeta. Ha dado un paso más. Dice lo que piensa, lo que ve con su sentido común, con toda libertad. Aunque eso le cueste el ser rechazado por la sociedad, por los fariseos.
Pero todavía queda un paso más. Le falta el reencuentro con Jesús. Ahí se produce un momento de diálogo entre los dos, de encuentro en la intimidad, que termina con la confesión de fe: “Creo, Señor”.
“Creo, Señor”
Así, en un breve relato, el evangelista nos ha contado todo el proceso de la conversión, del encuentro con Jesús, del descubrimiento de Jesús como el Señor de nuestra vida, como el que da sentido a todo lo que hacemos, a nuestra forma de relacionarnos con los demás, al trabajo, al compromiso político, a la relación de pareja... Jesús anima toda una forma de vivir siempre de acuerdo con el Reino. Y nosotros, habiéndonos encontrado con él, nos comprometemos a vivir de esa manera. Porque entendemos que vale la pena, que es el mayor tesoro que podemos tener en la vida, que lo demás, como diría Pablo, es basura en comparación con Cristo.
En Jesús hemos descubierto la verdadera luz, la que ilumina nuestra vida y la vida del mundo. En Jesús podemos recuperar una vista que va más allá de la de los ojos de nuestro cuerpo. En Jesús aprendemos a ver con el corazón y con la mente. En Jesús, a su luz, todo recobra su sentido.
Ahora es el momento de ir más allá de este comentario y buscar el momento y la oportunidad para encontrarnos personalmente con Jesús. No se trata de leer un libro –aunque puede ayudar–. Al final, hay un momento en el que hay que cerrar el libro y entrar en nuestro interior para dialogar con Jesús de tú a tú. Para dejar que nos cure, para rumiar sus palabras y su estilo de vida. Para escuchar cuando nos pregunte: “¿Crees tú en el Hijo del hombre?” Y responder con voz firme: “Creo, Señor.” Y luego salir al mundo para llenarlo de la luz de Cristo.
Lectura del santo evangelio según san Juan (9,1.6-9.13-17.34-38):
En aquel tiempo, al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Y escupió en tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego y le dijo: «Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado).»
Él fue, se lavó, y volvió con vista. Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban: «¿No es ése el que se sentaba a pedir?»
Unos decían: «El mismo.»
Otros decían: «No es él, pero se le parece.»
Él respondía: «Soy yo.»
Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. Era sábado el día que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. También los fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista.
Él les contestó: «Me puso barro en los ojos, me lavé, y veo.»
Algunos de los fariseos comentaban: «Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado.»
Otros replicaban: «¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?»
Y estaban divididos. Y volvieron a preguntarle al ciego: «Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?»
Él contestó: «Que es un profeta.»
Le replicaron: «Empecatado naciste tú de pies a cabeza, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?»
Y lo expulsaron.
Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo: «¿Crees tú en el Hijo del hombre?»
Él contestó: «¿Y quién es, Señor, para que crea en él?»
Jesús le dijo: «Lo estás viendo: el que te está hablando, ése es.»
Él dijo: «Creo, Señor.» Y se postró ante él.
Palabra del Señor
2. COMENTARIO.
Estamos en el domingo IV de Cuaresma. Los tres últimos domingos de cuaresma tienen un contenido bautismal: El domingo anterior, Jesucristo aparecía en el texto evangélico de la samaritana como el agua viva; en este domingo se presenta como la Luz; el último domingo de cuaresma aparecerá como la Vida.
Se nos recuerda nuestro bautismo y se nos invita a vivirlo: El agua, que quita el pecado original; la Luz, que es la presencia de Cristo, y que se llevan los padres: "a vosotros padres y padrinos se os confía acrecentar esta luz" - les dice el sacerdote cuando les da una vela encendida del cirio pascual -; la Vida Nueva que comunica el sacramento: la vida divina, el ser hijos de Dios. Vivir el sacramento del bautismo es vivir el encuentro transformante con la persona de Jesucristo y dar testimonio de él en las circunstancias de nuestra vida.
Las lecturas de este domingo, la segunda y el evangelio, hablan de la luz y las tinieblas, la ceguera y la visión. La lectura primera, en este sentido, nos viene a decir, que sólo Dios mira y ve al hombre en su ser, pues el ser humano sólo ve las apariencias ("La mirada de Dios no es como la mirada del hombre, pues el hombre mira las apariencias, pero el Señor mira el corazón"). La ceguera no se refiere, solamente, a la ceguera física, sino a esa situación en la que uno puede estar invadido por el pecado, por las tinieblas, y vivir como si estuviese ciego. Jesucristo en el evangelio llama a los fariseos "guías ciegos", porque ellos, que se creen los más sabios y religiosos, viven olvidándose de lo más importante: la justicia y la misericordia. Frente a esa ceguera se presenta Jesucristo como la luz del mundo.
Tomando la idea de la primera lectura, podríamos decir que el objetivo del cristiano es ver como Dios ve, mirando el corazón, la interioridad del otro. Hemos de tener cuidado porque cada uno de nosotros nos vemos sin objetividad, justificándonos en todo. Dios mira el corazón, la interioridad, -como nosotros-, pero nos mira según sus criterios.
También nosotros nos vemos necesitados de luz, de la luz de Cristo, porque son muchas las situaciones en las que nos domina nuestra ceguera, nuestra obcecación, la cabezonería, la terquedad... A nivel religioso sólo hay que mirarnos para comprobar cómo hemos transmitido leyes, pero no amor; cómo hemos transmitido nuestras tradiciones, pero sin el espíritu que las anima... hasta el punto de que la mayoría de los denominados cristianos han dejado a un lado la relación personal con Jesús, en la que se modela y perfila la personalidad humana y cristiana; han dejado a un lado los sacramentos, en los que uno se encuentra con la comunidad, con la Iglesia y crece, desde la gracia, en la relación con Dios; han dejado a un lado el compromiso, en el que uno expresa y concreta lo que cree y lo que celebra... nos encontramos con cristianos que han abandonado la Iglesia, sus criterios, su mensaje... no se sienten pertenecientes a la misma. ¿Qué diríamos de un enfermo que abandona su medicación y el hospital? Que camina hacia su muerte.
La situación es tal que, a muchos cristianos, los tendríamos que "echar en remojo", como a los garbanzos para hacer un buen cocido; es decir, ponerlos en situaciones para que se ablanden y puedan ser empapados por Dios, ponerlos en conexión con Dios... para que lleguen a llenarse de los criterios, los sentimientos y los comportamientos de Cristo. Ser cristiano no es ser lo que a uno buenamente se le ocurre (ser buenos, tener buenos sentimientos... es insuficiente), hay que dejarse modelar por Dios y por la Iglesia.
El texto del evangelio nos cuenta el encuentro personal de un ciego de nacimiento con la persona de Jesucristo. De la ceguera a la confesión de fe del final: "Creo, Señor", se da un proceso en el que podemos destacar los siguientes pasos:
1º.- Su situación no se debe a ningún pecado. Estamos acostumbrados a pensar que Dios "nos manda los males". Más bien, dice el texto, su ceguera es ocasión para manifestar la misericordia divina.
2º.- Jesús, haciendo barro, le cura la ceguera. El ciego, en principio, es sujeto paciente (más bien gozoso) de la curación – salvación por parte de Dios.
3º.- Reacciones de la gente:
Admiración de los vecinos.
Incredulidad de los fariseos, pues si Cristo viniera de Dios guardaría el sábado.
Miedo de los padres por si eran expulsados del templo.
4º.- Confesión de fe del ciego y testimonio: Ante la pregunta de los fariseos: "¿Qué dices del que te ha abierto los ojos?", él responde que es un profeta. Ante la pregunta de Jesús: "¿Crees tú en el Hijo del Hombre?", él responde: "Creo, Señor".
Podríamos aplicarnos este texto y este proceso a nosotros mismos:
a.- Nuestra situación humana y pecadora no es ningún castigo de Dios. Es la ‘condición humana’, que se ha ido haciendo "nuestro ser" en colaboración con nuestra libertad. Ser cristiano pasa, necesariamente, por el reconocimiento de la propia situación. ¡Qué difícil concebirnos pecadores! ¡Qué necesario percibirnos ciegos! ¡Qué imprescindible vernos necesitados de Dios y su salvación!
b.- Nosotros nos encontramos con Jesucristo en el sacramento del bautismo. Pasamos de las tinieblas a la luz. Se nos quitó el pecado original y se nos hizo hijos de Dios. De hecho ya estamos salvados; pero es tal el nivel de "degradación" al que hemos sometido este sacramento que es como si (es sólo un ejemplo) fuésemos destinatarios de una gran herencia y no tuviésemos noticia y conciencia de ello. Hemos de recuperar, desde nuestra existencia diaria, nuestra condición de hijos de Dios.
c.- Estamos llamados a vivir como hijos de Dios en medio de los demás (vecinos, fariseos, familia...) independientemente de su reacciones... Hoy en día las reacciones frente a la Iglesia y la religión no son muy halagüeñas; en la gran asignatura que es la vida, la hemos relegado a una "maría".
d.- Estamos llamados a dar testimonio de nuestra fe en esas circunstancias. ¿Qué has hecho como cristiano(a) en tu vida? Quita las procesiones y las asistencias a alguna ceremonia religiosa... ¿te ha servido de algo la religión para la vida? Si no encuentras respuestas, habrá que volver al hospital, habrá que ponerse en remojo, habrá que empaparse de Dios.
Por eso, ese encuentro inicial con Jesús que tuvimos en el Bautismo tenemos que alimentarlo para que se pueda seguir desarrollando: ¿Qué hemos hecho por continuar creciendo en nuestra relación con Jesús? Hemos invertido todo (tiempo, dinero, sacrificios, trabajos...) y en todo, menos en nuestra religión.
Como dice San Pablo en la segunda lectura: "En otro tiempo erais tinieblas. Ahora sois luz en el Señor. Caminad como hijos de la luz (toda bondad, justicia y verdad son frutos de la luz), buscando lo que agrada al Señor..."
¡Qué la luz de Cristo ilumine nuestras tinieblas y nos ayude a ser luz para los demás!
Fuentes:
Iluminación Divina
José A. Pagola
Pedro Crespo Arias
Fernando Torres Pérez cmf.
Ángel Corbalán
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