Frecuentemente Dios usa en la Sagrada Escritura el
símil del amor nupcial para representar cómo es su Amor: fuerte y tierno,
celoso y misericordioso. Bellísimos son los textos que nos trae la
Primera Lectura del Profeta Isaías al respecto: “Como un joven se desposa con una doncella, se
desposará contigo tu Hacedor” (Is. 62, 1-5). “Pues tu Creador va a
ser tu esposo” (Is. 54, 5).
Y en ese símil del amor nupcial, Dios opone su Amor
de Esposo a las infidelidades y traiciones de la esposa infiel, que es el
pueblo de Dios, Israel, la Iglesia, cada uno de nosotros.
Veamos cómo presenta el tema del amor entre Dios y
su pueblo el Profeta Jeremías: “Aun me
acuerdo de la pasión de tu juventud, de tu cariño como novia, cuando me seguías
por el desierto, por la tierra sin cultivar” (Jer. 2, 2) “Hace tiempo que
has quebrado el yugo, soltándote de sus lazos. Tú dijiste: ‘Yo no
quiero servir’. Y sobre cualquier loma, bajo cualquier árbol frondoso, te
tendías como una prostituta” (Jer. 2, 20). “Con amor eterno te he
amado. Por eso prolongaré mi favor contigo” (Jer. 31, 3).
El Profeta Ezequiel vuelve a presentar el tema de
las infidelidades de la esposa de Dios: “Pasé
junto a ti y te vi. Estabas en la edad de los amores; entonces con el
vuelo de mi manto recubrí tu desnudez, con juramento me uní en alianza contigo
y fuiste mía” (Ez. 16, 8). “Pero tú, confiada en tu belleza, y valiéndote
de tu fama, te prostituiste entregándote a cuantos pasaban” (Ez. 16, 15).
“Pero Yo tendré presente la Alianza que hice contigo en los días de tu
juventud, y estableceré contigo una Alianza eterna. Y tú recordarás tu
conducta y te avergonzarás de ella” (Ez. 16, 60-61). “Porque Yo
seré quien renovaré mi alianza contigo y sabrás que Yo soy Yahvé ... cuando Yo
te haya perdonado todo lo que has hecho” (Ez. 16, 62).
Estos son textos del Antiguo Testamento: del Profeta Isaías, de
Jeremías y de Ezequiel. Pero también en el Nuevo Testamento, vemos
cómo San Pablo refiere el mismo tipo de comparación entre el amor
nupcial y el Amor de Cristo por su Iglesia.
Y
como viene siendo habitual, traemos tres reflexiones de otros tantos religiosos
que lo hace en nuestro idioma y
relacionado con La Palabra de Dios, en este domingo que celebramos Las Bodas de Caná.
Lectura del santo
evangelio según san Juan (2,1-11):
En aquel tiempo, había una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda.
Faltó el vino, y la madre de Jesús le dijo: «No les queda vino.»
Jesús le contestó: «Mujer, déjame, todavía no ha llegado mi hora.»
Su madre dijo a los sirvientes: «Haced lo que él diga.»
Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una.
Jesús les dijo: «Llenad las tinajas de agua.» Y las llenaron hasta arriba.
Entonces les mandó: «Sacad ahora y llevádselo al mayordomo.»
Ellos se lo llevaron. El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, pues habían sacado el agua), y entonces llamó al novio y le dijo: «Todo el mundo pone primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora.»
Así, en Caná de Galilea Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria, y creció la fe de sus discípulos en él.
Palabra de Dios
En aquel tiempo, había una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda.
Faltó el vino, y la madre de Jesús le dijo: «No les queda vino.»
Jesús le contestó: «Mujer, déjame, todavía no ha llegado mi hora.»
Su madre dijo a los sirvientes: «Haced lo que él diga.»
Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una.
Jesús les dijo: «Llenad las tinajas de agua.» Y las llenaron hasta arriba.
Entonces les mandó: «Sacad ahora y llevádselo al mayordomo.»
Ellos se lo llevaron. El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, pues habían sacado el agua), y entonces llamó al novio y le dijo: «Todo el mundo pone primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora.»
Así, en Caná de Galilea Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria, y creció la fe de sus discípulos en él.
Palabra de Dios
COMENTARIO.
Lo mejor está al final
Comenzamos ya
la segunda semana del tiempo litúrgico ordinario, pero seguimos percibiendo los
ecos de las pasadas fiestas navideñas y, concretamente, los de su culminación
en la Epifanía. De hecho, tradicionalmente la liturgia ha visto la
manifestación de Jesús en los tres momentos que se han sucedido desde el 6 de
enero hasta este domingo segundo: la adoración de los Magos de Oriente, el
Bautismo de Jesús y la Boda en Caná de Galilea.
El Evangelio de
Juan sitúa la aparición pública de Jesús en el contexto de una boda, a la que
estaba invitado Él con sus discípulos, y, al parecer de manera independiente,
su madre, María. De este modo, Juan retoma una imagen central del Antiguo
Testamento para expresar la relación de Dios con su pueblo Israel: la del amor
esponsal. El amor entre el marido y su esposa expresa el máximo grado de unión,
intimidad y compromiso entre dos seres humanos.
Pero en esta relación, Dios experimenta continuamente las infidelidades de su pueblo, que muchos textos del A.T. reflejan en términos de infidelidad matrimonial. Está de triste actualidad, por noticias que saltan con frecuencia a los medios de comunicación, los durísimos y crueles castigos que sociedades primitivas, todavía vigentes en nuestro tiempo, reservan para los pecados de adulterio, aunque cebándose con hipocresía sólo en la parte femenina. En el lenguaje simbólico del Antiguo Testamento, el papel de la esposa lo encarna el pueblo. Era, pues, de esperar que las infidelidades continuas a su alianza con Dios atrajeran sobre Israel castigos que podían llegar a su total desaparición. Sin embargo, especialmente en los textos proféticos, la cólera de Dios por los pecados del pueblo no se traduce en una voluntad de castigo y destrucción, sino que, paradójicamente, acaba siempre en palabras de perdón, en renovadas y conmovedoras declaraciones de amor y restablecimiento de la Alianza, en la promesa de un desposorio perpetuo que ya no se romperá nunca. El texto de Isaías de la primera lectura de hoy es un ejemplo elocuente y bellísimo de esta “locura de amor” de Dios por su pueblo, que rompe con todos los estereotipos punitivos y vindicativos propios de esa sociedad y su ley religiosa, que mandaba lapidar a las adúlteras. Hay que decir que, al menos en esto, la experiencia religiosa de Israel no es en absoluto una mera proyección de ideas o convenciones humanas, pues vemos cómo las promesas de Dios hacen caso omiso de las mismas y no tienen empacho en contradecirlas abiertamente.
Si la
revelación no ha encontrado mejor modo de expresar el amor de Dios por su
pueblo que el del amor esponsal, quiere decirse que este género de amor, por su
propia naturaleza, no puede reducirse a un capricho subjetivo, a un mero
contrato de conveniencia que puede hacerse a la ligera y disolverse del mismo
modo, con consenso de las partes o sin él. Existe en esta relación una
exigencia de responsabilidad en su punto de partida; y una semilla de
eternidad, incondicionalidad y fidelidad en su realización en el día a día.
Así pues, no es extraño que Juan, apelando a una larga tradición bíblica, elija
el contexto de una boda para situar en ella el comienzo de la actividad pública
de Jesús, y narrar en ella el primero de los “signos” que la jalonan. De hecho,
los capítulos 2-12 del cuarto Evangelio se han dado en llamar el “Libro de los
signos”, siete en total. En este primer signo se afirma con claridad que el
desposorio definitivo de Dios con su pueblo se cumple ahora, en la persona de
Jesús. Con Él se pone fin a la situación de provisionalidad, penuria,
postración y vergüenza en que se encuentra el pueblo de Dios. Ahora se hace
verdad que “la alegría que encuentra el marido con su esposa, la encontrará tu
Dios contigo.” En definitiva, aquí y
ahora realiza Dios lo que prometió en tiempos remotos.
El aquí es Galilea, el lugar en el que
Jesús inicia su ministerio, pero también el de la manifestación a los
discípulos después de la resurrección: “Él va por delante de vosotros a
Galilea; allí lo veréis” (Mc 16, 7). El ahora
es “al tercer día” (o “tres días después”, aunque la lectura de hoy
no recoge estas palabras que abren la narración de todo el pasaje). El tercer
día es para Juan el día de la glorificación de Jesús (cf. Jn 12, 23), que para
él significa tanto la hora de la cruz como la hora de la Resurrección. Así
pues, desde el principio se pone el ministerio público de Jesús en relación con
el misterio de su muerte y resurrección. Es posible que la resistencia de Jesús
a intervenir ante la petición de su madre esté en relación con esto: “Mujer, déjame,
todavía no ha llegado mi hora”.
El texto no dice quiénes eran los esposos, no da ningún detalle sobre la posible relación de Jesús y María con esos anónimos anfitriones. El foco de atención está totalmente centrado en María y Jesús. María interviene ante una situación penosa (vergonzosa y humillante, en lo que debería ser la alegría del desposorio), que recuerda la indicada antes para el pueblo de Israel (y, en él, de la humanidad entera). Ante la resistencia inicial de Jesús, María insiste y ordena a los servidores con una confianza absoluta: “haced lo que él os diga”. Este texto es el primero del Evangelio de Juan en que aparece María. Juan, que ha hablado de la “encarnación” (la Palabra se hizo carne), no había hecho mención a la madre de Jesús. Ahora, en cambio, se ve cómo Jesús “entra” en la historia, en su “hora”, en su actividad pública, por la mediación de María.
La acción de
Jesús, entonces, se centra en las seis enormes tinajas de piedra (“de unos cien
litros cada una”), usadas para la purificación de los judíos. El número seis
refleja una ausencia de perfección (aunque está cerca de ella, que se
representa con el número siete). Tal vez se pueda entender en el hecho de que
sean de piedra una referencia a la antigua ley de Moisés, grabada en tablas de
piedra; una referencia que sí puede claramente descubrirse en el hecho de que
sean para las purificaciones de los judíos: la enorme cantidad de agua habla de
la enormidad del pecado humano. En una palabra, la antigua ley, orientada a la
purificación de los pecados, se revela como imperfecta e insuficiente, se trata
de una alianza no definitiva, que prepara pero no puede otorgar la plenitud de
la salvación. La triste situación creada en lo que debería ser una fiesta
también habla del agotamiento de la ley mosaica y, probablemente, de la
insuficiencia del Bautismo de Juan. Pero una insuficiencia no implica un
rechazo o una condena. Igual que Jesús se somete al Bautismo de Juan y lo
supera, bautizando con Espíritu Santo y fuego, ahora Jesús realiza la superación
de la antigua ley partiendo de ella.
Así, Jesús manda llenar las tinajas de agua y, sin más preámbulos, ordena llevarle un poco al mayordomo. Se ve que la acción de Jesús no está dirigida simplemente a resolver un apuro ocasional. En primer lugar, llama la atención la cantidad exagerada de vino: unos seiscientos litros. En segundo lugar, se subraya su extraordinaria calidad. Ni una cosa ni otra tienen sentido en relación con la situación: ni hacía falta tanto vino al final de la fiesta, ni era necesaria esa alta calidad, dado el estado de los invitados. Es decir, Jesús “dice” con su signo algo muy distinto: la superabundancia del vino es señal de que los tiempos mesiánicos se han inaugurado, de que el Reino de Dios se ha hecho presente. Y esta nueva etapa supera en mucho a la anterior. El vino nuevo y festivo de las bodas de Dios con su pueblo es mucho más y mucho mejor que la vieja ley y los antiguos ritos de purificación. Aunque, como ya se dijo, no haya de faltar el sufrimiento de la cruz. En el vino nuevo se prefigura también la sangre derramada en la Cruz, con la que Jesús, el Cordero inmaculado, sella una alianza nupcial nueva y definitiva
.
Ahora
entendemos por qué los esposos de estas bodas de Caná no aparecen por ningún
lado. El verdadero esposo es aquí Dios, en el rostro de Jesús, nuevo Adán; y la
esposa, la Mujer, nueva Eva, es la madre de Jesús, que representa a todo el
nuevo pueblo de Dios. Dios reúne de nuevo a su pueblo, en el que la ley está
escrita en el corazón y que hace lo que él les dice, un pueblo que, como María,
escucha y acoge la Palabra y la pone en práctica.
Todo lo que
sucede en Caná de Galilea tiene el sentido de una Epifanía, de una revelación.
Por ello, los discípulos, primicias, tras María, del nuevo Israel, sienten
fortalecerse su fe en él.
Por la fe, los
discípulos se convierten en servidores del vino nuevo del Reino de Dios.
Realmente, es significativo el papel de los servidores de la boda. El texto
dice que el mayordomo no sabía de dónde venía ese vino, mientras que los
servidores sí lo sabían. El vino del Reino de Dios es ofrecido a todos sin
excepción: a los que reconocen a Cristo y a los que todavía no lo conocen. Es
decir, los frutos positivos del Reino de Dios, el reconocimiento de la dignidad
del hombre como imagen e hijo de Dios, los valores del perdón y la
misericordia, la solidaridad y la acogida del extraño, y así un largo etc., son
parte de ese vino nuevo que muchos beben sin saber de dónde viene. Mientras que
los servidores del vino, los que lo recogen y distribuyen, sí saben de dónde
viene. ¿No hemos de ver en éstos a la imagen de los discípulos y creyentes de
Jesús, que hacen lo que él dice y sirven a los demás desinteresadamente,
dándoles de los frutos de la acción de Cristo, que inaugura una nueva etapa en las
relaciones entre Dios y los hombres?
Los creyentes
como servidores de la comunidad de hermanos, pero también de la humanidad
entera, según la diversidad de dones que cada uno ha recibido del Espíritu, he
aquí una imagen paulina que expresa bien el núcleo de nuestra vocación
cristiana.
Así que, hoy,
en nuestro particular Caná, Jesús empieza sus signos, crece nuestra fe en él, y
esto nos da más fuerza para hacer lo que nos dice y servir mejor el vino nuevo
de la filiación divina y la fraternidad a todos los seres humanos, hermanos
nuestros.
El
profeta, Tercer Isaías, alza su voz para levantar la esperanza del pueblo.
Yahvé quiere salvar al pueblo. De ahí que el profeta, lleno de impaciencia y
también de esperanza, no dejará de gritar hasta que amanezca la salvación
precedida por la aurora de la justicia y el Señor cambie la suerte de
Jerusalén. Pero la gloria futura está en contradicción manifiesta con la
miseria presente de Jerusalén. De momento se parece más a una esposa abandonada
y así la llaman las gentes, y su tierra, dejada de la mano de Dios y entregada
a la rapiña de sus enemigos, se la conoce por el nombre de
"devastada". Pero el Señor recibirá un día a la
"Abandonada" y le dará el nombre de "mi favorita" y llamara
a la tierra de Judá "Mi desposada". Porque no se ha olvidado del amor
de su juventud, de su primer amor. Describe el autor, para explicar la relación
de Dios con su pueblo, las relaciones más cálidas entre los hombres: el amor
conyugal. Todo ello en términos de alegría: la alegría de después de la boda,
la alegría interna de sentirse amado es lo que Israel va a experimentar. La
imposición del nombre es característico de la toma de posesión, o de la nueva
orientación que se da a una persona o a una cosa; decir el nombre es llegar a
la esencia de la persona. El Señor mismo es el que pronuncia el nombre, el que
da un nuevo impulso a Israel. Por eso mismo, por la obra del Señor, los pueblos
vendrán a Israel. Es el milagro del Señor. El amor de Dios es el pueblo.
También el salmo 95 exalta tanto al Creador de los seres como al Salvador de
los pueblos: Dios "afianzó el orbe, y no se moverá; él gobierna a los
pueblos rectamente”. El verbo "gobernar" expresa la certeza de que no
nos hallamos abandonados a las oscuras fuerzas del caos o de la casualidad,
sino que desde siempre estamos en las manos de un Soberano justo y
misericordioso.
2.- Diversidad de dones al servicio de la comunidad.
Pablo, en la Primera Carta a los Corintios, habla de los carismas. El carisma es una gracia singular –del griego “jaris”-- que Dios concede a cada uno, pero que está destinada al bien de todos y a la edificación de la Iglesia. La gran variedad de los carismas no está reñida en modo alguno con la unidad de la Iglesia y la comunión fraterna. Distingue el Apóstol entre los dones, los servicios y las funciones o “ministerios”. Por otra parte, todos los carismas tienen un mismo destino, que es el bien común. De modo que la unidad abarca la variedad y ésta es el contenido de la unidad de la iglesia. Nada más extraño a esta unidad, que viene de Dios, que la uniformidad que a veces quieren imponernos. El texto concluye afirmando la soberanía y la libertad del Espíritu, que nadie puede monopolizar, y subrayando la idea central: la unidad del origen de los diferentes carismas y su gratuidad.
3.- “Haced lo que Él os diga”.
2.- Diversidad de dones al servicio de la comunidad.
Pablo, en la Primera Carta a los Corintios, habla de los carismas. El carisma es una gracia singular –del griego “jaris”-- que Dios concede a cada uno, pero que está destinada al bien de todos y a la edificación de la Iglesia. La gran variedad de los carismas no está reñida en modo alguno con la unidad de la Iglesia y la comunión fraterna. Distingue el Apóstol entre los dones, los servicios y las funciones o “ministerios”. Por otra parte, todos los carismas tienen un mismo destino, que es el bien común. De modo que la unidad abarca la variedad y ésta es el contenido de la unidad de la iglesia. Nada más extraño a esta unidad, que viene de Dios, que la uniformidad que a veces quieren imponernos. El texto concluye afirmando la soberanía y la libertad del Espíritu, que nadie puede monopolizar, y subrayando la idea central: la unidad del origen de los diferentes carismas y su gratuidad.
3.- “Haced lo que Él os diga”.
Jesús comenzó sus signos, comenzó a dar
"señales" de la vida y de la abundancia de la vida que vino a
traernos, precisamente en medio de una fiesta, en unas bodas que se celebraban
en Caná de Galilea. María, que llegó primero a la boda, intercede por los
novios ante su hijo, pues faltaba vino. Se explica perfectamente que el vino
llegara a faltar durante tantos días, podían ser siete, de boda y que María, que
con toda seguridad ayudaría en la tarea de atender a los convidados, se diera
cuenta de los apuros de los novios. La respuesta de Jesús debió de ser para el
evangelista de gran importancia, pero es de difícil interpretación. En ella se
aprecia un cierto distanciamiento de Jesús frente a su madre, como si quisiera
dejar en claro que nadie debe inmiscuirse en la misión que ha venido a cumplir.
Por eso la llama "mujer", cosa muy extraña en la boca de un hijo y
sobre todo en el contexto socio-cultural de Jesús. Es difícil saber lo que
significaba la "hora". Hay comentaristas que entienden esa
"hora" como la hora de la cruz, en la que Jesús tenía que ser
glorificado o exaltado según la voluntad del Padre. Otros dicen que se trata de
la hora del milagro o de su primera manifestación como enviado de Dios. De
todos modos, la hora de la manifestación de Jesús no la señalan los hombres.
Porque es la hora que Dios quiere y que sólo El conoce. De hecho, no llega
nunca con el simple transcurrir del tiempo, sino cuando aparece la fe como un
don de Dios. Jesús, con su respuesta aparentemente dura, es el que prepara y
actualiza la fe de su madre, y entonces llega la hora del milagro o del signo.
Sin embargo, María no entendió esta respuesta como un rechazo y advirtió a los
sirvientes que estuvieran atentos a lo que les dijera Jesús: “Haced lo que Él
os diga”. Un mensaje actual también para cada uno de nosotros. María nos habla
y nos dice que pongamos en práctica lo que Jesús nos dice.
4.- El vino es la abundancia de la vida que Jesús ha venido a regalarnos.
4.- El vino es la abundancia de la vida que Jesús ha venido a regalarnos.
La
palabra "signo" tiene en el evangelio de Juan un doble sentido: de
una parte es una demostración del poder de Dios y de su presencia salvadora; de
otra, es la revelación de la verdad de Dios y su mensaje. "Signo"
debe entenderse en un doble sentido: demostrativo del poder de Dios y
mostrativo o aclarativo del Misterio. Los milagros que nos relata San Juan
tienen siempre un significado. ¿De dónde proviene este vino?: "De las
tinajas de piedra para la purificación de los judíos". Juan capacita así
al lector para que lea entre líneas algo muy concreto: el orden religioso judío
queda superado por Jesús. Agua y vino funcionan en el relato como símbolos de
los dos órdenes distintos: ley (judaísmo), amor (Jesús). La transformación del
agua en vino significa la abundancia de la vida que Jesús ha venido a traer al
mundo, la nueva vida y el verdadero gozo de vivir. Es un signo paralelo al de
la multiplicación de los panes en el desierto. Uno y otro anticipan el
sacrificio de Cristo, en el que se vuelca la generosidad de Dios sobre
nosotros. Es lo que celebramos en la Eucaristía con pan y vino, con el pan de
cada día y con el vino de las fiestas. Es la gracia, que llena hasta rebosar
las tinajas de la ley (de las purificaciones de los judíos) y que es el
cumplimiento de todas las promesas. El relato quiere explicar en clave plástica
quién y de dónde es Jesús. La clave es el vino, que procede de un agua, a la
que supera. San Agustín explica, en el comentario a este evangelio, que “el esposo
de las bodas de Caná al que se dijo: Has conservado el buen vino hasta ahora,
representaba la persona del Señor. Cristo, de hecho, había conservado hasta
aquel momento el buen vino, es decir, su evangelio”.
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