sábado, 29 de junio de 2013

Hoy es… San Pedro y San Pablo





Cada 29 de junio, en la solemnidad de San Pedro y San Pablo, apóstoles, recordamos a estos grandes testigos de Jesucristo y, a la vez, hacemos una solemne confesión de fe en la Iglesia una, santa, católica y apostólica. Ante todo es una fiesta de la catolicidad.


Pedro, el amigo frágil y apasionado de Jesús, es el hombre elegido por Cristo para ser “la roca” de la Iglesia: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” ( Mt 16,16). Aceptó con humildad su misión hasta el final, hasta su muerte como mártir. Su tumba en la Basílica de San Pedro en el Vaticano es meta de millones de peregrinos que llegan de todo el mundo.

Pablo, el perseguidor de Cristianos que se convirtió en Apóstol de los gentiles, es un modelo de ardoroso eevangelizador para todos los católicos porque después de encontrarse con Jesús en su camino, se entregó sin reservas a la causa del Evangelio.


Y hoy 29 de junio se considera además como el Día del Papa.
 

En este día, además, se colabora con la solidaridad del Santo Padre, al recaudarse el Óbolo de San Pedro, cuyo fondo se destina a la misión evangelizadora y de caridad de la Iglesia.
Hoy el Papa Francisco presidirá una Misa por la Solemnidad e impondrá el palio arzobispal a 34 arzobispos.



San Pedro, Apóstol (s. I )  


 Recorría las calles de Betsaida con las cestas llenas acompañado de su padre Jonás y su hermano Andrés para vender la pesca. También pasaron horas remendando las redes, recomponiendo maderas y renovando las velas.   

Se casó joven. Era amigo de los Zebedeos, de Santiago y Juan, que eran de su mismo oficio. A veces, se sentaban en la plaza y,  comentaban lo que estaba en el ambiente pleno de ansiedad y con algo de misterio; hablaban del Mesías y de la redención de Israel. En la última doctrina que se explicó en la sinagoga el sábado pasado se hablaba de Él. 

Juan, el hijo de Zacarías e Isabel, ha calentado el ambiente con sus bautismos de penitencia en el Jordán. Andrés está fuera de sí casi, gritándole: ¡Lo encontré! ¡Llévame a él!, le pidió. Desde entonces no se le quitará de la cabeza lo que le dijo el Rabbí de Nazaret: ¡Te llamarás Cefas!    




Continúa siendo tosco, rudo, quemado por el sol y el aire; pero él es sincero, explosivo, generoso y espontáneo. Cuando escucha atento a Jesús que dijo algo a los ricos, tiempo le faltó para afirmar «nosotros lo hemos dejado todo, ¿qué será de nosotros?» Oye hablar al Maestro de tronos y piensa de repente, sin pensarlo «Seré el primero».   

Pedro es arrogante para tirarse al agua del lago y al mismo tiempo miedoso por hundirse. Cortó una oreja en Getsemaní y luego salió huyendo. Es el paradigma de la grandeza que da la fe y también  de la flaqueza de los hombres. Se ve en el Evangelio descrita la figura de Pedro con vehemencia para investigar; protestón ante Cristo que quiere lavarle los pies y noble al darle su cuerpo a limpiar.   

Es el primero en las listas, el primero en buscar a Jesús, el primero en tirar de la red que llevaba ciento cincuenta y tres peces grandes; y tres veces responde que sí al Amor con la humildad de la experiencia personal.   





 Roma no está tan lejos. Está hablando a los miserables y a los esclavos prometiendo libertad para ellos, hay esperanza para el enfermo y hasta el pobre se llama bienaventurado; los menestrales, patricios y militares... todos tienen un puesto; ¿milagro? resulta que todos son hermanos. Y saben que es gloria sufrir por Cristo.   

En la cárcel Mamertina está encerrado, sin derechos; no es romano, es sólo un judío y es cristiano. Comparte con el Maestro el trono: la cruz, cabeza abajo.  En el Vaticano sigue su cuerpo unificante y venerado de todo cristiano. 

San Pablo, Apóstol (s. I )




 Dejó escrito: «He combatido bien mi combate; he terminado mi carrera; he guardado la fe. Ahora me está reservada la corona de justicia que Dios, justo juez, me dará en su día; y no sólo a mí, sino a todos los que aman su venida». 

Y fue mucha verdad que combatió, que hizo muchas carreras y que guardó la fe. Su competición, desde Damasco a la meta -le gustaba presentar la vida cristiana con imágenes deportivas- no fue en vano, y merecía el podio. Siempre hizo su marcha aprisa, aguijoneado con el espíritu de triunfo, porque se apuntó, como los campeones, a los que ganan.   

En otro tiempo, tuvo que contentarse con guardar los mantos de los que lapidaban a Esteban. Después se levantó como campeón de la libertad cristiana en el concilio que hubo en Jerusalén. Y vio necesario organizar las iglesias en Asia, con Bernabé; ciega con su palabra al mago Elimas y abre caminos en un mundo desconocido. 






Suelen acompañarle dos o tres compañeros, aunque a veces va solo. Entra en el Imperio de los ídolos: países bárbaros, gentes extrañas, ciudades paganas, caminos controlados por cuadrillas de bandidos, colonias de fanáticos hebreos fáciles al rencor y tardos para el perdón. Antioquía, Pisidia, Licaonia, Galacia.   

Y siempre anunciando que Jesús es el hijo de Dios, Señor, Redentor y Juez de vivos y muertos que veinte años antes había ido de un lado para otro por Palestina, como un vagabundo, y que fue rechazado y colgado en la cruz por blasfemo y sedicioso. 

Los judíos se conjuraron para asesinarle. En la sinagoga le rechazan y los paganos le oyen en las plazas. Alguno se hace discípulo y muchos se amotinan, le apedrean y maldicen. Va y viene cuando menos se le espera; no tiene un plan previo porque es el Espíritu quien le lleva; de casi todos lados le echan.   





 
Filipos es casi-casi la puerta de Europa que le hace guiños para entrar; de allí es Lidia la primera que cree; pero también hubo protestas y acusaciones interesadas hasta el punto de levantarse la ciudad y declararlo judío indeseable haciendo que termine en la cárcel, después de recibir los azotes de reglamento. En esta ocasión, hubo en el calabozo luces y cadenas rotas. 

Tesalónica, que es rica y da culto a Afrodita, es buena ciudad para predicar la pobreza y la continencia. Judío errante llega a Atenas -toda ella cultura y sabiduría- donde conocen y dan culto a todos los diosecillos imaginables, pero ignoran allí al Dios verdadero que es capaz de resucitar a los muertos como sucedió con Jesús.   

Corinto le ofrece tiempo más largo. Hace tiendas y pasa los sábados en las sinagogas donde se reúnen sus paisanos. Allí, como maestro, discute y predica.   El tiempo libre ¡qué ilusión! tiene que emplearlo en atender las urgencias, porque llegan los problemas, las herejías, en algunas partes no entendieron bien lo que dijo y hay confusión, se producen escándalos y algunos tienen miedo a la parusía cercana.   Para estas cuestiones es preciso escribir cartas que deben llegar pronto, con doctrina nítida, clara y certera; Pablo las escribe y manda llenas de exhortaciones, dando ánimos y sugiriendo consejos prácticos. 



En Éfeso trabaja y predica. Los magos envidian su poder y los orfebres venden menos desde que está Pablo; el negocio montado con las imágenes de la diosa Artemis se está acabando. Las menores ganancias provocan el tumulto. 

Piensa en Roma y en los confines del Imperio; el mismo Finisterre, tan lejano, será una tierra bárbara a visitar para dejar sus surcos bien sembrados. Solo el límite del mundo pone límite a la Verdad.  

 Quiere despedirse de Jerusalén y en Mileto empieza a decir «adiós». La Pentecostés del cincuenta y nueve le brinda en Jerusalén la calumnia de haber profanado el templo con sacrilegio. Allí mismo quieren matarlo; interviene el tribuno, hay discurso y apelación al César. El camino es lento, con cadenas y soldado, en el mar naufraga, se producen vicisitudes sin cuento y se hace todo muy despacio.  




La circunstancia de cautivo sufrido y enamorado le lleva a escribir cartas donde expresa el misterio de la unión indivisible y fiel de Cristo con su Iglesia.   Al viajero que es místico, maestro, obrero práctico, insobornable, valiente, testarudo, profundo, piadoso, exigente y magnánimo lo pone en libertad, en la primavera del año sesenta y cuatro, el tribunal de Nerón. Pocos meses más tarde, el hebreo ciudadano romano tiende su cuello a la espada cerca del Tíber.

¿Que nos enseña la vida de Pedro?




Nos enseña que, a pesar de la debilidad humana, Dios nos ama y nos llama a la santidad. A pesar de todos los defectos que tenía, Pedro logró cumplir con su misión. Para ser un buen cristiano hay que esforzarse para ser santos todos los días Pedro concretamente nos dice: " sean santos en su proceder como es santo el que los ha llamado" ( I Pedro, 1, 15)

Cada quién, de acuerdo a su estado de vida debe trabajar y pedirle a Dios que le ayude a alcanzar su santidad.

Nos enseña que el Espíritu Santo puede obrar maravillas en un hombre común y corriente. Lo puede hacer capaz de superar los más grandes obstáculos.

¿Que nos enseña la vida de San Pablo?



Nos enseña la importancia de la labor apostólica de los cristianos todos los cristianos debemos ser apóstoles, anunciar a Cristo comunicándo su mensaje con la palabra y el ejemplo, cada uno en el lugar que viva, y de diferente maneras.

Nos enseña el valor de la conversión. Nos enseña a hacer caso a Jesús dejando nuestra vida antigua de pecado para comenzar una vida dedicada a la santidad, a las buenas obras y al apostolado.



Oración:


 Dios nuestro, que nos llenas de santa alegría con la solemnidad de los santos apóstoles Pedro y Pablo, haz que tu Iglesia se mantenga siempre fiel a las enseñanzas de estos apóstoles, de quienes recibió el primer anuncio de la fe. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo. Amén 










Fuentes:
Iluminación Divina
Santoral atólico
Ángel Corbalán

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