Puesto que la
debilidad de los hombres no sabe mantener un camino firme en este mundo
resbaladizo, el buen médico de enseña los remedios contra el extravío, y el
juez misericordioso de ninguna manera rechaza la esperanza del perdón. Es por
este motivo que san Lucas ha propuesto las tres parábolas siguientes: la oveja
que se había extraviado y que fue hallada, la moneda de plata que se había
perdido y se encontró, el hijo que se daba por muerto y recobró la vida. Todo
ellos es para que este triple remedio nos impulse a curar nuestras heridas… La
oveja cansada es devuelta al redil por el pastor; la moneda extraviada es
hallada; el hijo pisa de nuevo el camino y regresa a su padre arrepentido de su
extravío…
Tampoco es sin
relevancia que esta mujer se alegre de haber encontrado la moneda: pues no es
poca cosa que en esta moneda figure el rostro de un príncipe. De la misma
manera el rostro del Rey es el bien de la Iglesia. Nosotros somos ovejas:
pidamos las praderas: Somos la moneda: conservemos nuestro valor. Somos los
hijos: corramos hacia el Padre.
(San Ambrosio (c 340-397), obispo de Milán y maestro de San Agustín, doctor
de la Iglesia)
Y como viene siendo habitual, hoy traemos las reflexiones de
tres religiosos que nos hablan en nuestro idioma, del Evangelio de San Lucas,
en este Domingo XXIV del Tiempo Ordinario - Ciclo "C"- .
Evangelio
según San Lucas 15,1-32.
Todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para
escucharlo.
Los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: "Este
hombre recibe a los pecadores y come con ellos".
Jesús les dijo entonces esta parábola:
"Si alguien tiene cien ovejas y pierde una, ¿no deja
acaso las noventa y nueve en el campo y va a buscar la que se había perdido,
hasta encontrarla?
Y cuando la encuentra, la carga sobre sus hombros, lleno de
alegría,
y al llegar a su casa llama a sus amigos y vecinos, y les
dice: "Alégrense conmigo, porque encontré la oveja que se me había
perdido".
Les aseguro que, de la misma manera, habrá más alegría en el
cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que
no necesitan convertirse".
Y les dijo también: "Si una mujer tiene diez dracmas y
pierde una, ¿no enciende acaso la lámpara, barre la casa y busca con cuidado
hasta encontrarla?
Y cuando la encuentra, llama a sus amigas y vecinas, y les
dice: "Alégrense conmigo, porque encontré la dracma que se me había
perdido".
Les aseguro que, de la misma manera, se alegran los ángeles
de Dios por un solo pecador que se convierte".
Jesús dijo también: "Un hombre tenía dos hijos.
El menor de ellos dijo a su padre: 'Padre, dame la parte de
herencia que me corresponde'. Y el padre les repartió sus bienes.
Pocos días después, el hijo menor recogió todo lo que tenía
y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes en una vida licenciosa.
Ya había gastado todo, cuando sobrevino mucha miseria en
aquel país, y comenzó a sufrir privaciones.
Entonces se puso al servicio de uno de los habitantes de esa
región, que lo envió a su campo para cuidar cerdos.
El hubiera deseado calmar su hambre con las bellotas que
comían los cerdos, pero nadie se las daba.
Entonces recapacitó y dijo: '¡Cuántos jornaleros de mi padre
tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre!
Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: Padre,
pequé contra el Cielo y contra ti;
ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de
tus jornaleros'.
Entonces partió y volvió a la casa de su padre. Cuando
todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente; corrió a su
encuentro, lo abrazó y lo besó.
El joven le dijo: 'Padre, pequé contra el Cielo y contra ti;
no merezco ser llamado hijo tuyo'.
Pero el padre dijo a sus servidores: 'Traigan en seguida la
mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies.
Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y
festejemos,
porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba
perdido y fue encontrado'. Y comenzó la fiesta.
El hijo mayor estaba en el campo. Al volver, ya cerca de la
casa, oyó la música y los coros que acompañaban la danza.
Y llamando a uno de los sirvientes, le preguntó que
significaba eso.
El le respondió: 'Tu hermano ha regresado, y tu padre hizo
matar el ternero engordado, porque lo ha recobrado sano y salvo'.
El se enojó y no quiso entrar. Su padre salió para rogarle
que entrara,
pero él le respondió: 'Hace tantos años que te sirvo sin
haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un
cabrito para hacer una fiesta con mis amigos.
¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber
gastado tus bienes con mujeres, haces matar para él el ternero engordado!'.
Pero el padre le dijo: 'Hijo mío, tú estás siempre conmigo,
y todo lo mío es tuyo.
Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba
muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado'".
Palabra de Dios.
COMENTARIO.
Las Lecturas de este Domingo nos hablan del perdón del
Señor. En la Primera Lectura (Ex. 32,
711.13-14) vemos a Moisés intercediendo por el Pueblo de Israel, al cual había
sacado de la esclavitud en Egipto y poco después se había desviado del camino,
yéndose a la idolatría, pues estaban adorando una estatua de metal y alabándola
como si ésta los hubiera sacado de Egipto.
Dios, entonces, deseaba castigar a ese pueblo “cabeza dura”,
nos dice la Lectura. Pero Moisés pidió
al Señor que no lo destruyera, y el Señor perdonó al Pueblo pervertido.
En la Segunda Lectura (1 Tim. 1, 12-17) tenemos la confesión de San Pablo a su
discípulo Timoteo. En esa Carta San
Pablo reconoce haber sido blasfemo y perseguidor de la Iglesia de Cristo. Y habla de cómo el Señor -a pesar de todo
eso- le había tenido confianza para ponerlo a su servicio. San Pablo le asegura a Timoteo que “Cristo
Jesús vino a este mundo a salvar a los pecadores”. Recordemos eso nosotros: el propósito de la venida de Cristo al mundo
fue para buscar y salvar a los pecadores.
Como hizo con Pablo, quien, en palabras de su Carta, se confiesa el más
grande pecador.
El Evangelio (Lc. 15, 1-32) nos habla de tres parábolas de
Nuestro Señor Jesucristo sobre el perdón a los pecadores. Son parábolas que muestran gráficamente cómo
es la Misericordia Divina.
La primera: la de la
oveja perdida. El Señor es el Pastor
preocupado por una ovejita que forma parte de un rebaño de cien ovejas. Y el Pastor no descansa hasta que la busca,
la encuentra herida, la cura, la monta sobre sus hombros y vuelve alegre a
casa.
Esa es la actitud del Señor con cada pecador que se aleja
-como se alejó del rebaño la oveja perdida.
Lo busca, lo sana -es decir, lo perdona- y lo vuelve al redil. Eso hace el Señor cuando cada uno de nosotros
se aleja por el pecado. Y -además- se
alegra y hay gran celebración en el Cielo por cada pecador que se arrepiente y
vuelve al camino ... por cada oveja que vuelve al redil.
La segunda es la de la moneda perdida, cuya dueña, a pesar
de tener otras nueve monedas en su poder, mueve toda la casa hasta encontrar la
moneda que se le había desaparecido. No
falta el toque femenino: la mujer debe
haber informado a todo el vecindario sobre su problema. De allí que, al encontrar su décima moneda
reúne a amigas y vecinas para celebrar.
Por último el Evangelio narra esa bellísima parábola del
hijo pródigo.
Ya oímos la historia:
el hijo menor pide su herencia, se va de la casa del padre y malbarata
todo el dinero. Queda sin siquiera que
comer: no podía ni comer la comida de los cerdos. Y ante esa situación decide volver casa de su
padre, arrepentido, ya no en calidad de hijo, sino de obrero. El padre -lejos de reprenderlo- (ya el hijo
había recibido su lección) lo recibe con una gran fiesta para celebrar la
vuelta del hijo perdido.
Por eso, recordando las palabras del hijo pródigo, hemos
cantado en el Salmo: “Sí, me
levantaré. Volveré junto a mi
Padre”. Todos somos hijos pródigos
cuando nos alejamos de Dios.
Y Nuestro Señor Jesucristo nos quiere hacer ver con esas
parábolas de la oveja perdida y del hijo perdido, cómo es el perdón y la
misericordia de Dios Padre. Son ¡tan
grandes! ¡tan grandes! que los hombres no somos capaces de comprenderlas. Como no la comprendía el hermano mayor del
hijo pródigo, el cual quería justicia, no misericordia.
¡Claro! Son tan
grandes el Amor y la Misericordia de Dios porque son ¡infinitas! ... como lo
son todas las cualidades de Dios. A los
ojos humanos esas actitudes divinas resultan hasta ilógicas.
El hijo mayor, que siempre estuvo en la casa, no entendía la
actitud del padre. Los seres humanos
tenemos esa misma visión corta sobre las fallas de los demás.
Pero el Amor de Dios no tiene límites: perdona siempre. Pero sí tiene una condición: que estemos arrepentidos; es decir, que
reconozcamos nuestra culpa.
A veces el Señor nos induce y nos ayuda a reconocer nuestras
faltas. Nos busca como buscó a la oveja
perdida, por montes y valles, hasta que nos encuentra y nos regresa. A veces nos deja la cuerda bien larga como al
hijo pródigo. Con ése esperó que las
circunstancias de la vida que había escogido lo hiciera ver su errores. A veces tiene que usar formas diferentes.
Tal es el caso de un venezolano: el indio Coromoto. El 11 de septiembre se celebra la Fiesta de
la Patrona de Venezuela, Nuestra Señora de Coromoto. Y vale la pena analizar la aparición
venezolana, pues ella contiene algunos
detalles, que son importantes enseñanzas para todos.
El primer detalle es que es ésta la única aparición mariana
en que la Santísima Virgen actúa como evangelizadora: envía a los indios a ser bautizados y a
recibir instrucción religiosa.
En esta aparición la Virgen María cumple con el mandato de
evangelización que su Hijo nos dejó antes de la Ascensión: “Hagan que todos los pueblos sean mis
discípulos. Bautícenlos ... y enséñenles
a cumplir todo lo que Yo les he encomendado” (Mt. 28, 19-10).
Otra característica sui-generis en esta aparición es la
actitud del indio Coromoto: es el único
caso que el vidente de una aparición de la Virgen se ha rebelado contra la
“Señora”.
Sucedió que Coromoto no quería adaptarse a lo que la Señora
le había pedido: ir al sitio de los
blancos para recibir el Bautismo y así poder ir al Cielo. Coromoto no aguantaba estar sometido a un
régimen sedentario y a una autoridad.
Por eso decidió escaparse con sus indios; pero apenas había entrado en la selva, lo
mordió una serpiente venenosa. Sólo
estando moribundo, comenzó a arrepentirse, pidiendo a gritos el Bautismo.
Dios, que sabe cómo disponer sus planes, dentro de ese Amor
y esa Misericordia, que son infinitos, y que pueden resultar incomprensibles a
los ojos humanos, permitió esa situación de peligro mortal para que el rebelde
Coromoto, una verdadera oveja perdida, recibiera el Bautismo de manos de un
criollo que pasaba por el lugar.
Y Coromoto muere acabado de bautizar, perdonado por el Señor
y -además- muere evangelizador como la “Señora”, pues antes de morir ordenó a
sus indios que se mantuvieran con los blancos, para recibir la instrucción
religiosa y ser bautizados para ser cristianos.
La historia de Coromoto, junto con las parábolas del
Evangelio, nos recuerdan nuestra propia historia de rebeldía o de rebeldías
contra Dios. Siempre queremos disponer
nosotros cómo ha de ser nuestra vida. Y
esa actitud de independencia ante Dios nos puede llevar al pecado y a irnos
alejando de Dios, quizá sin darnos mucha cuenta.
Y Dios -en su Amor y en su Misericordia infinitos- nos llama
y nos busca, de muchas maneras, para que le respondamos, para que nos
arrepintamos, para El podernos
perdonar. Dios siempre nos quiere
perdonar. No nos busca para
reprendernos, ni para castigarnos. Nos
busca para perdonarnos.
En este Domingo dedicado a meditar sobre el perdón de Dios,
pensamos en nuestras rebeldías, pensamos en nuestras faltas, pensamos en
nuestros vicios y pecados.
Acerquémonos
a Dios, entonces, en el Sacramento de la Confesión, donde Cristo nos espera,
para darnos su perdón de boca y de manos del Sacerdote.
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