San Gregorio de Tours, en su libro De gloria martyrium,
escribe: "Los dos hermanos gemelos
Cosme y Damián, médicos de profesión, después que se hicieron cristianos,
espantaban las enfermedades por el solo mérito de sus virtudes y la
intervención de sus oraciones... Coronados tras diversos martirios, se juntaron
en el cielo y hacen a favor de sus compatriotas numerosos milagros. Porque, si
algún enfermo acude lleno de fe a orar sobre su tumba, al momento obtiene
curación. Muchos refieren también que
estos Santos se aparecen en sueños a los enfermos indicándoles lo que deben
hacer, y luego que lo ejecutan, se encuentran curados. Sobre esto yo he oído
referir muchas cosas que sería demasiado largo de contar, estimando que con lo
dicho es suficiente".
A pesar de las referencias del martirologio y el breviario,
parece más seguro que ambos hermanos fueron martirizados y están enterrados en
Cyro, ciudad de Siria no lejos de Alepo. Teodoreto, que fue obispo de Cyro en
el siglo V, hace alusión a la suntuosa basílica que ambos Santos poseían
allí.
Desde la primera mitad del siglo V existían dos iglesias en
honor suyo en Constantinopla, habiéndoles sido dedicadas otras dos en tiempos
de Justiniano. También este emperador les edificó otra en Panfilia. En Capadocia, en Matalasca, San Sabas (†
531) transformó en basílica de San Cosme y San Damián la casa de sus padres. En
Jerusalén y en Mesopotamia tuvieron igualmente templos. En Edesa eran patronos
de un hospital levantado en 457, y se decía que los dos Santos estaban
enterrados en dos iglesias diferentes de esta ciudad monacal.
En Egipto, el calendario de Oxyrhyrico del 535 anota que San
Cosme posee templo propio. La devoción copta a ambos Santos siempre fue muy
ferviente. En San Jorge de Tesalónica
aparecen en un mosaico con el calificativo de mártires y médicos. En Bizona, en
Escitia, se halla también una iglesia que les levantara el diácono
Estéfano. Pero tal vez el más célebre
de los santuarios orientales era el de Egea, en Cilicia, donde nació la leyenda
llamada "árabe", relatada en dos pasiones, y es la que recogen
nuestros actuales libros litúrgicos.
Estos Santos, que a lo largo del siglo V y VI habían
conquistado el Oriente, penetraron también triunfalmente en Occidente. Ya hemos
referido el testimonio de San Gregorio de Tours. Tenemos testimonios de su
culto en Cagliari (Cerdeña), promovido por San Fulgencio, fugitivo de los
bárbaros. En Ravena hay mosaicos suyos del siglo VI y VII. El oracional visigótico de Verona los
incluye en el calendario de santos que festejaba la Iglesia de España.
Mas donde gozaron de una popularidad excepcional fue en la
propia Roma, llegando a tener dedicadas más de diez iglesias. El papa Símaco
(498-514) les consagró un oratorio en el Esquilino, que posteriormente se
convirtió en abadía. San Félix IV, hacía el año 527, transformó para uso
eclesiástico dos célebres edificios antiguos, la basílica de Rómulo y el templum sacrum Urbis, con el archivo
civil a ellos anejo, situados en la vía Sacra, en el Foro, dedicándoselo a los
dos médicos anárgiros.
Tan magnífico desarrollo alcanzó su culto, por influjo sobre
todo de los bizantinos, que, además de esta fecha del 27 de septiembre, se les
asignó por obra del papa Gregorio II la estación coincidente con el jueves de
la tercera semana de Cuaresma, cuando ocurre la fecha exacta de la mitad de
este tiempo de penitencia, lo que daba lugar a numerosa asistencia de fieles,
que acudían a los celestiales médicos para implorar la salud de alma y cuerpo.
Caso realmente insólito, el texto de la misa cuaresmal se
refiere preferentemente a los dichos Santos, que son mencionados en la colecta,
secreta y poscomunión, jugándose en los textos litúrgicos con la palabra salus
en el introito y ofertorio y estando destinada la lectura evangélica a narrar
la curación de la suegra de San Pedro y otras muchas curaciones milagrosas que
obró el Señor en Cafarnaúm aquel mismo día, así como la liberación de muchos
posesos. Esta escena de compasión era como un reflejo de la que se repetía en Roma,
en el santuario de los anárgiros, con los prodigios que realizaban entre los
enfermos que se encomendaban a ellos.
Cabría preguntarse: ¿Por qué hoy estos Santos gloriosos no
obran las maravillas de las antiguas edades? Tal vez la contestación podría
formularse a través de otra pregunta: ¿Por qué hoy no nos encomendamos a ellos
con la misma fe, con esa fe que arranca los milagros?. Pero lo que conviene es que no se apague la
fe, que la mano del Señor "no se ha contraído". Y si San Cosme y San
Damián continúan siendo patronos de médicos y farmacéuticos, bien podemos
seguirles invocando con una oración como ésta, de la antigua liturgia hispana:
"¡Oh Dios,
nuestro médico y remediador eterno, que hiciste a Cosme y Damián
inquebrantables en su fe, invencibles en su heroísmo, para llevar salud por sus
heridas a las dolencias humanas haz que por ellos sea curada nuestra
enfermedad, y que por ellos también la curación sea sin recaída".
Oremos
Al recordar hoy el triunfo de tus mártires San Cosme y San
Damián, tu Iglesia, Señor, te glorifica y te da gracias, porque, en tu admirable providencia, a ellos les has dado
el premio merecido de la gloria eterna y a nosotros la ayuda de su valiosa
intercesión. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
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