Justo es, hermanos, que celebréis con toda devoción el
Adviento del Señor, deleitados por tanta consolación, asombrados por tanta dignación,
inflamados con tanta dilección. Pero no penséis únicamente en la primera
venida, cuando el Señor viene a buscar y a salvar lo que estaba perdido (Lc
19,10), sino también en la segunda, cuando volverá y nos llevará consigo.
¡Ojalá hagáis objeto de vuestras continuas meditaciones estas dos venidas,
rumiando en vuestros corazones cuánto nos dio en la primera y cuánto nos ha
prometido en la segunda!
Sabemos de una triple venida del Señor. Además de la primera
y de la última, hay una venida intermedia. Aquéllas son visibles, pero ésta no.
En la primera, el Señor se manifestó en la tierra y convivió con los hombres
(Ba 3,38)…; En la última, “todos verán la salvación de Dios y mirarán al que
traspasaron” (Lc 3,6; Is 40,5)… La intermedia, en cambio, es oculta, y en ella
sólo los elegidos ven al Señor en lo más íntimo de sí mismos, y así sus almas
se salvan.
De manera que, en la primera venida, el Señor vino en carne
y debilidad; en esta segunda, en espíritu y poder; y en la última, en gloria y
majestad.
Esta venida intermedia es como una senda por la que se pasa
de la primera a la última: en la primera, Cristo fue nuestra redención; en la
última, aparecerá como nuestra vida; en ésta, es nuestro descanso y nuestro
consuelo.
Y como viene siendo habitual, hoy traemos las reflexiones de
tres religiosos que nos hablan en nuestro idioma, del Evangelio de San Mateo,
en este Domingo Primero de Adviento del Ciclo "A".
Lectura
del santo Evangelio según san Mateo (24,37-44):
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:
«Cuando venga
el Hijo del hombre, pasará como en tiempo de Noé. Antes del diluvio, la gente
comía y bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando
menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá
cuando venga el Hijo del hombre:
Dos hombres estarán en el campo: a uno se lo
llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo: a una se la
llevarán y a otra la dejarán.
Por lo tanto, estad en vela, porque no sabéis qué
día vendrá vuestro Señor.
Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora
de la noche viene el ladrón estaría en vela y no dejaría abrir un boquete en su
casa.
Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos
penséis viene el Hijo del hombre.»
Palabra del Señor
COMENTARIO.
Con este Domingo Primero de Adviento comenzamos un nuevo
Ciclo Litúrgico. El Adviento nos recuerda que estamos a la espera del
Salvador. Y las Lecturas de hoy nos invitan a ver la venida del Señor de
varias maneras:
Una es la venida del Señor a nuestro corazón. Otra es
la celebración de la primera venida del Señor, cuando nació hace casi dos
mil años. Y otra es la que se refiere a la Parusía; es decir, a la venida
gloriosa de Cristo al final de los tiempos.
Respecto de la venida del Señor a nuestro corazón, la
Primera Lectura del Profeta Isaías (Is. 2, 1-5) nos recuerda que debemos
prepararnos “para que El nos instruya en sus caminos y podamos marchar por
sus sendas”.
Respecto a la primera venida del Señor, es lo que solemos
celebrar en Navidad. Y para esa venida también hay que preparase.
¿Cómo? Preparando el corazón para que Jesús pueda acunarse en nuestro
interior.
Respecto de la Segunda Venida de Cristo en gloria, la Carta
de San Pablo a los Romanos (Rom. 13, 11-14) nos hace ver una
realidad: a medida que avanza la historia, cada vez nos encontramos más
cerca de la Parusía: “ahora nuestra salvación está más cerca que cuando
empezamos a creer”. Por eso nos invita San Pablo a “despertar
del sueño”.
Y ¿en qué consiste ese sueño? Consiste en que
vivimos fuera de la realidad, tal como nos lo indica el mismo Jesucristo en el
Evangelio de hoy (Mt. 24, 37-44). Consiste en que vivimos a
espaldas de esa marcha inexorable de la humanidad hacia la Venida de Cristo en
gloria.
Consiste en que vivimos como en los tiempos de Noé, cuando
-como nos dice el Señor- “la gente comía, bebía y se casaba, hasta el día en
que Noé entró en el arca, y cuando menos lo esperaban sobrevino el diluvio y se
llevó a todos”.
Y, nos advierte Jesucristo: “Lo mismo sucederá
cuando venga el Hijo del hombre”.
Así vivimos nosotros los hombres y mujeres del siglo
XXI: sin darnos cuenta de que -como dice este Evangelio- “a la hora
que menos pensemos, vendrá el Hijo del hombre” (Mt. 24, 44).
Y, “a la hora que menos pensemos” -como ha sucedido a
tantos- podríamos morir, y recibir en ese mismo momento nuestro respectivo
“juicio particular”, por el que sabemos si nuestra alma va al Cielo, al
Purgatorio o al Infierno.
O podría ocurrirnos que -efectivamente- tenga lugar la
Segunda Venida de Cristo al final de los tiempos. Para cualquiera de las
dos circunstancias hay que estar preparados, bien preparados.
Estar preparados nos lo pide el Señor siempre y muy
especialmente en este Evangelio: “Velen, pues, y estén preparados,
porque no saben qué día va a venir su Señor”.
¿En qué consiste esa preparación? Las Lecturas de este
Primer Domingo del Año Litúrgico nos lo indican:
“Caminemos en la luz del Señor”, nos
dice el Profeta Isaías.
“Desechemos las obras de las tinieblas y
revistámonos con las armas de la luz ... Nada de borracheras, lujurias,
desenfrenos; nada de pleitos y envidias. Revístanse más bien de nuestro
Señor Jesucristo”, nos dice San Pablo en su Carta a los Romanos (Rm.
13, 11-14)
¿Por qué estas indicaciones de conversión en este
momento? Porque el Adviento es un tiempo de preparación de nuestro
corazón para recibir al Señor.
Estas indicaciones nos sugieren
dejar el pecado y revestirnos de virtudes. Sabemos que tenemos todas las
gracias de parte de Dios para esta preparación de nuestro corazón a la venida
de Cristo, “para que El nos instruya en sus caminos y podamos marchar por
sus sendas”.
Nuestra colaboración es sencilla: simplemente
responder a la gracia para ser revestidos con las armas de la
luz, como son: la fe, la esperanza, la caridad, la
humildad, la templanza, el gozo, la paz, la paciencia, la comprensión de los
demás, la bondad y la fidelidad; la mansedumbre, la sencillez, la pobreza
espiritual, la niñez espiritual, etc.
Recordemos que el Hijo de Dios se hizo hombre y nació en
Belén hace más de dos mil años. El está continuamente presente en cada
ser humano con su Gracia para “revestirnos de El”. El también está
continuamente presente en la historia de la humanidad para guiarla hacia la
Parusía, en que volverá de nuevo en gloria “para juzgar a vivos y muertos”,
como rezaremos en el Credo.
El Adviento es tiempo de preparación para ese momento.
Que nuestra vida sea un continuo Adviento en espera del Señor. Así
podremos ir “con alegría al encuentro del Señor”, como nos dice el
Salmo 121.
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