Este domingo ha sido llamado desde hace siglos domingo
“Gaudete”, que es la primera palabra latina de la antífona de entrada (tomada,
a su vez, de la carta de Pablo a los Filipenses): “Gaudete in Domino semper…
Estad siempre alegres, alegraos”.
La consigna de la alegría, característica del Adviento, se
repite hoy en la lectura: “el desierto y el yermo se regocijarán, se alegrarán
el páramo y la estepa… se alegrará con gozo y alegría… vendrá a Sión con
cánticos, alegría perpetua, gozo y alegría: pena y aflicción se alejarán”.
En un mundo con tantos quebraderos de cabeza, no está mal
que los cristianos escuchemos esta voz profética que nos invita a la esperanza
y a la alegría, basadas en la buena noticia de que Dios ha querido entrar en
nuestra historia para siempre. Hoy escuchamos nosotros con mayor convicción la
promesa del profeta: “mirad a vuestro Dios… viene en persona y os salvará”.
Leemos una página de Isaías llena de optimismo, poética, con
comparaciones tomadas del mundo del campo y de la vida humana.
Anuncia a su pueblo -que está sufriendo la calamidad del
destierro- la vuelta gozosa a la patria, hablándoles de un desierto que
florece, de unas manos débiles y unas rodillas vacilantes que Dios quiere que
se robustezcan, de unos cobardes que deben recobrar ánimos.
El motivo es claro: “mirad a vuestro Dios… viene en persona
y os salvará”. El plan de Dios es de alegría y liberación total. Si antes
agradecían los israelitas a Dios su liberación de Egipto -el “éxodo”-, ahora
van a tener un motivo aún más glorioso para alegrarse porque les van a hacer
volver del destierro de Babilonia.
Y como viene siendo habitual, traemos los comentarios de tres religiosos que
nos hablan de Las Escrituras, en este III Domingo de Adviento en nuestro
idioma.
Lectura del santo evangelio según san Mateo (11,2-11):
En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras
del Mesías, le mandó a preguntar por medio de sus discípulos: «¿Eres tú el que
ha de venir o tenemos que esperar a otro?»
Jesús les respondió: «Id a anunciar a Juan lo que estáis
viendo y oyendo: los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos quedan
limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les
anuncia el Evangelio. ¡Y dichoso el que no se escandalice de mí!»
Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan:
«¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento?
¿O qué fuisteis a ver, un hombre vestido con lujo? Los que visten con lujo
habitan en los palacios. Entonces, ¿a qué salisteis?, ¿a ver a un profeta? Sí,
os digo, y más que profeta; él es de quien está escrito: "Yo envío mi
mensajero delante de ti, para que prepare el camino ante ti." Os aseguro
que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan, el Bautista; aunque el más
pequeño en el reino de los cielos es más grande que él.»
Palabra del Señor
COMENTARIO.
Las Lecturas de este Tercer Domingo de Adviento están muy
conectadas entre sí.
En la Primer Lectura (Is. 1. 6-10) el Profeta Isaías nos
anuncia los milagros que haría Aquél que vendría a salvar al mundo. Y en el
Evangelio (Mt. 11, 2-11) vemos a Jesús usando esas mismas palabras de Isaías
para identificarse ante San Juan Bautista.
Con el Salmo 145 hemos alabado al Señor y le hemos
agradecido los milagros que fueron anunciados, que realizó Jesús cuando vivió
en la tierra y que sigue realizando hoy en día para el bienestar físico y
espiritual de cada uno de nosotros.
En el Evangelio Jesucristo define a su primo San Juan
Bautista como un Profeta, agregando que es “más que un profeta” (Mt. 11, 2-11).
Y continúa describiéndolo como aquél que es su mensajero, su Precursor, aquél
que va delante de El preparando el camino.
Esto fue cuando ya eran adultos -treinta años de edad tenían
ambos. Juan había ya anunciado al Mesías que debía venir y había predicado la
conversión y el arrepentimiento, bautizando en el Jordán. Ya había Juan caído
preso por su denuncia del adulterio de Herodes. Paralelamente, Jesús ya había
comenzado su vida pública y, aparte de su predicación, había también realizado
unos cuantos milagros, por lo que su fama se iba extendiendo en toda la región.
Es así como, estando Juan en la cárcel, oye hablar de las
cosas que estaba haciendo Jesús. Queriendo, entonces confirmar si era el Mesías
esperado, San Juan Bautista mandó a preguntarle si era El o si debían esperar a
otro.
Jesús no respondió directamente, sino que ordenó que le
informara a Juan acerca de los milagros que estaba realizando: los ciegos ven,
los sordos oyen, los mudos hablan, los cojos andan... San Juan Bautista ya no
necesitaba más información: enseguida pudo identificar a Jesús con la profecía
del Profeta Isaías sobre la actividad milagrosa del Mesías, que precisamente
nos trae la Primera Lectura (cf. Is. 35, 4-6).
Sin embargo, por más que los milagros eran algo muy
impresionante y por más que ya estaban anunciados que serían hechos por el
Mesías esperado, la austeridad con la cual Jesús se estaba manifestando al
pueblo de Israel, contrastaba con lo que la mayoría estaba esperando del
Mesías. Y esto podría defraudar a unos cuantos, pues la mayoría esperaban un
Mesías poderoso e imponente.
De allí que el Señor rematara el mensaje para su primo el
Precursor, con esta frase: “Dichoso aquél que no se sienta defraudado por mí”.
En efecto, a muchos de su tiempo les pareció que Jesús no
hacía suficiente honor a su título de Salvador, pues como bien dijo San Pablo
posteriormente: “no hizo alarde de su categoría de Dios” (Flp. 2, 6). Vemos
entonces como, a pesar de ser ¡nada menos que Dios! Jesús nos da ejemplo de una
labor humilde y sencilla. Y, a la vez, nos exige esa misma humildad y sencillez
a nosotros.
Para ser humildes y sencillos como el Señor, debemos ver en
los milagros anunciados por el Profeta Isaías y realizados por Jesús, los
milagros que nuestro Redentor, puede hacer en cada uno de nosotros, especialmente
en este tiempo de Adviento: ciegos que ven, sordos que oyen, mudos que hablan,
cojos que andan, etc.
¿Y Jesús ya no hace milagros? Es cierto que veces se sabe de
curaciones milagrosas, exorcismos, etc. que suceden aquí o allá. Pero son
muchos los milagros que Jesús puede hacer –y de hecho hace- si nos disponemos.
Tiempo propicio para ello es éste de preparación llamado Adviento.
Porque el Mesías, el Salvador del Mundo, Jesucristo,
volverá, y debemos estar preparados. Y la mejor preparación es dejarnos sanar
por Jesús que ya vino hace dos mil años y que continúa estando presente en cada
uno de nosotros haciendo milagros con su Gracia. Hay que aprovechar todas las
gracias derramadas en este Adviento, para prepararnos a la llegada del Mesías.
Jesús curó ciegos… dispongámonos a que cure nuestra ceguera,
para que podamos ver las circunstancias de nuestra vida como El las ve. Jesús
curó sordos… El puede curar la sordera de nuestro ruido, que no nos deja oír
bien su Voz y así podamos seguirle sólo a El.
Jesús curó mudos… ¿y en qué somos mudos nosotros? En que no
hablamos de El y de su mensaje. ¡Los católicos estamos enmudecidos! Pero El
puede curar esa mudez que tenemos y que nos impide evangelizar. Porque la Nueva
Evangelización es trabajo de todos y cada uno de nosotros! A evangelizar!
Porque lo dejó bien especificado Jesucristo y nos lo está pidiendo el Papa
Francisco, y ya lo habían pedido los dos anteriores.
Con esas curaciones quedarán también sanadas nuestra cojera
y nuestra parálisis, para que podamos de veras andar por el camino que nos
lleva al Cielo y recibir al Señor cuando vuelva de nuevo a establecer su
reinado definitivo.
En la Segunda Lectura (St. 5, 7-10) el Apóstol Santiago nos
recomienda la paciencia para esperar el momento del Señor. Nos invita a la
perseverancia en la espera de la venida del Señor. Nos pide tener la paciencia
del agricultor que espera la cosecha y, sobre todo, nos pide imitar a los
Profetas -San Juan Bautista, Isaías, y otros- en su paciencia ante el
sufrimiento.
Así, en paciencia y perseverancia, convirtiéndonos de
nuestra ceguera, nuestra sordera, nuestra mudez, nuestra cojera, etc., nos
habremos preparado bien para recibir al Mesías. Así habremos aprovechado este
Adviento. Que así sea.
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