Hoy celebramos el primer domingo de Cuaresma, y este tiempo
litúrgico “fuerte” es un camino espiritual que nos lleva a participar del gran
misterio de la muerte y de la resurrección de Cristo. Nos dice Juan Pablo II
que «cada año, la Cuaresma nos propone un tiempo propicio para intensificar la
oración y la penitencia, y para abrir el corazón a la acogida dócil de la
voluntad divina. Ella nos invita a recorrer un itinerario espiritual que nos
prepara a revivir el gran misterio de la muerte y resurrección de Jesucristo,
ante todo mediante la escucha asidua de la Palabra de Dios y la práctica más
intensa de la mortificación, gracias a la cual podemos ayudar con mayor
generosidad al prójimo necesitado».
La Cuaresma y el Evangelio de hoy nos enseñan que la vida es un camino que nos
tiene que llevar al cielo. Pero, para poder ser merecedores de él, tenemos que
ser probados por las tentaciones. «Jesús fue llevado por el Espíritu al
desierto para ser tentado por el diablo» (Mt 4,1). Jesús quiso enseñarnos, al
permitir ser tentado, cómo hemos de luchar y vencer en nuestras tentaciones:
con la confianza en Dios y la oración, con la gracia divina y con la fortaleza.
Las tentaciones se pueden describir como los “enemigos del alma”. En concreto,
se resumen y concretan en tres aspectos. En primer lugar, “el mundo”: «Di que
estas piedras se conviertan en panes» (Mt 4,3). Supone vivir sólo para tener
cosas.
En segundo lugar, “el demonio”: «Si postrándote me adoras (…)» (Mt 4,9). Se
manifiesta en la ambición de poder.
Y, finalmente, “la carne”: «Tírate abajo» (Mt 4,6), lo cual significa poner la
confianza en el cuerpo. Todo ello lo expresa mejor santo Tomas de Aquino
diciendo que «la causa de las tentaciones son las causas de las
concupiscencias: el deleite de la carne, el afán de gloria y la ambición de
poder».
Lectura
del santo evangelio según san Mateo (4,1-11):
En aquel tiempo, Jesús fue llevado al desierto por el
Espíritu para ser tentado por el diablo. Y después de ayunar cuarenta días con
sus cuarenta noches, al fin sintió hambre.
El tentador se le acercó y le dijo: «Si eres Hijo de Dios,
di que estas piedras se conviertan en panes.»
Pero él le contestó, diciendo: «Está escrito: "No sólo
de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios."»
Entonces el diablo lo lleva a la ciudad santa, lo pone en el
alero del templo y le dice: «Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está
escrito: "Encargará a los ángeles que cuiden de ti, y te sostendrán en sus
manos, para que tu pie no tropiece con las piedras."»
Jesús le dijo: «También está escrito: "No tentarás al
Señor, tu Dios."»
Después el diablo lo lleva a una montaña altísima y,
mostrándole los reinos del mundo y su gloria, le dijo: «Todo esto te daré, si
te postras y me adoras.»
Entonces le dijo Jesús: «Vete, Satanás, porque está escrito:
"Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto."»
Entonces lo dejó el diablo, y se acercaron los ángeles y le
servían.
Palabra del Señor
COMENTARIO.
Ya hemos comenzado la Cuaresma, ese tiempo especial de
conversión y penitencia que iniciamos con la Imposición de la Ceniza el pasado
Miércoles. Hoy, Primer Domingo de Cuaresma, las Lecturas nos presentan la
tentación y el pecado de nuestros primeros progenitores en el Paraíso Terrenal,
así como las tentaciones y el triunfo de Jesús sobre ellas en el Desierto.
En la Primera Lectura (Gen. 2, 7-9; 3, 1-7), tomada del
Libro del Génesis, en el cual se relata la creación, observamos que el ser humano
acaba de salir de las manos de su Creador, puro e inocente, hecho a imagen y
semejanza de Dios. Viven el hombre y la mujer en total amistad con Dios. Pero
el Maligno, envidioso del bien del hombre, lo busca para hacerlo caer y le
plantea una tentación contraria a las órdenes que Dios les había dado.
Dios les había dicho: “No comerán del árbol del conocimiento
del bien y del mal, ni lo tocarán, porque de lo contrario habrán de morir”. El
Demonio, como siempre, contradice a Dios con mentiras y le dice a la mujer: “No
morirán. Bien sabe Dios que el día que coman de los frutos de ese árbol serán
como dioses, y conocerán el bien y el mal”.
La primera parte de la tentación es de incredulidad en la
palabra de Dios. La segunda parte es de orgullo y soberbia: “serán como Dios”.
Estas dos primeras fases de la tentación abren camino a la parte final, que fue
de desobediencia a Dios. Y precisamente en esto consiste el pecado: en
desobedecer a Dios.
El hombre y la mujer no resistieron la vana ilusión de estar
por encima o a la par de Dios. Pero Dios sabe que el ser humano fue engañado.
Por eso, aunque lo castiga, le promete un Salvador que lo liberará del pecado y
de las consecuencias de ese pecado.
De allí que en la Segunda Lectura (Rom 5, 12-19) San Pablo
nos diga: “Si por el delito de un solo hombre todos fueron castigados con la
muerte, por el don de un solo Hombre, Jesucristo, se ha desbordado sobre todos
la abundancia de vida y de gracia de Dios ... Porque, ciertamente, la sentencia
vino a causa de un solo pecado, pero el don de la gracia vino a causa de muchos
pecados ... Y así como por la desobediencia de uno, todos fuimos hechos
pecadores, por la obediencia de uno solo (Cristo), todos somos hechos justos”.
Quiere decir esto que por el pecado de Adán y Eva -y por
todos los pecados nuestros- todos estaríamos condenados, pero por la obediencia
de Cristo, todos podemos llegar a ser santos.
Es bueno enfatizar estas palabras de San Pablo, ya que
podría existir la tentación del reclamo a Dios, por las consecuencias del
pecado de Adán y Eva sobre cada uno de nosotros. Pero podemos preguntarnos:
¿Quién de nosotros podría lanzar la primera piedra? ¿Quién de nosotros no
habría caído, igual que Adán y Eva? De allí que San Pablo resalte que es cierto
que la sentencia vino a causa de un solo pecado (el de Adán y Eva), pero el don
de la gracia vino a causa de muchos pecados (todos los que hemos cometido cada
uno de nosotros).
Además: ¿no nos damos cuenta que la tentación del Paraíso
Terrenal continúa, y los hombres y mujeres de hoy seguimos cayendo? Los hombres
y mujeres de hoy queremos seguir decidiendo sobre lo que es bueno y lo que es
malo, sin tener en cuenta para nada a Dios. Y también seguimos queriendo
adquirir una supuesta sabiduría y poderes, que no vienen de Dios, sino del
Maligno.
El Demonio, como en el Paraíso, sigue presentando la
tentación como algo llamativo, apetitoso y “aparentemente” bueno. Nos dice la
Escritura: “La mujer vio que era bueno, agradable a la vista, y provocativo
para alcanzar sabiduría”.
Ahora bien, ¿nos damos cuenta de todos los engaños que se
nos presentan en nuestros días, tan parecidos a los del Paraíso Terrenal? ¿No
seguimos los hombres y mujeres de hoy tratando de “ser como dioses”, al buscar
una supuesta sabiduría y poderes ocultos a través del espiritismo, del control
mental, de todas las formas de esoterismo oriental, de la adivinación, la
astrología, la brujería, de la santería, y hasta del satanismo abierto y
declarado?
Y fijémonos en algo... El pecado nunca se nos presenta como
lo que es: rebeldía y desobediencia a Dios, sino más bien como una afirmación
de nuestra personalidad, o como el uso de la libertad a la que tenemos derecho,
o también para llegar a alcanzar una “supuesta” sabiduría o auto-realización,
etc.
Y ante las tentaciones -que siempre estarán presentes- nos
quedan dos opciones: seguir nuestro propio camino ... o seguir en fe el camino
que Dios nos presenta para nuestra vida. Y para seguir el camino de Dios hay
que seguir lo que Dios quiere, como El lo quiere, cuando El lo quiere y porque
El lo quiere. De lo contrario, estamos actuando como Adán y Eva. Y... ¿es eso
lo que queremos, realmente?
Jesucristo nos muestra en el Evangelio (Mt. 4, 1-11) cómo
actuar ante la tentación.
Es cierto que El es Dios, y en Dios no hay pecado, pero
quiso someterse a la tentación, para compartir con nosotros todo, menos el
pecado. Veamos qué nos muestra Jesucristo en esta lucha que tuvo con el Demonio
al terminar su retiro de cuarenta días en el desierto.
El Demonio lo tienta, primero, con el poder (Haz que estas
piedras se conviertan en pan); luego, con el triunfo (Lánzate hacia abajo que
Dios mandará a sus Ángeles a que te cuiden) y, finalmente, con la avaricia (Te
daré todos los reino de la tierra, si me adoras).
Y tuvo la osadía el Demonio de tentar a Jesucristo con
palabras tomadas de la Sagrada Escritura. Y más osadía aún fue el tratar de
desviar a Jesucristo de la misión que el Padre le había encomendado.
De acuerdo a esa misión, el Mesías no iba a ser un
triunfador, ni un poseedor de reinos terrenos, sino que era enviado a salvar a
los hombres, pero en humildad, en pobreza, en obediencia y en el sufrimiento.
Vemos, entonces, que -ante la tentación- Jesucristo no se
aparta ni un milímetro del camino que Dios Padre le había señalado. La victoria
que el Demonio había obtenido en el Paraíso se revierte ahora en el Desierto
con una total derrota. Y así debe ser nuestra actitud ante las tentaciones:
derrotar al Maligno con la gracia que Jesucristo nos obtuvo.
Sabemos por enseñanza de la Sagrada Escritura (cf. 1 Cor.
10, 13 y 2 Cor. 12, 7-10) que nunca seremos tentados por encima de nuestras
fuerzas, lo que equivale a decir que ante cualquier tentación tenemos todas las
gracias necesarias para vencerla.
Y si caemos, ¡qué gran consuelo el poder arrepentirnos y
confesar nuestro pecado al Sacerdote! ¡Qué más podemos pedir! Es como un
negocio o un juego en el cual nunca podemos perder, porque siempre, no importa
cuán grave sea la falta, Dios nuestro Padre está dispuesto a perdonarnos y a
acogernos como sus hijos que somos. ¿Qué más podemos pedir?
La Cuaresma nos invita a todos a aprender a vencer las
tentaciones, como Jesucristo en el Desierto, con la ayuda de la gracia que Dios
siempre nos da. Nos invita también a reconocernos pecadores, a arrepentirnos de
nuestras faltas y a confesarlas cuando sea necesario.
La Cuaresma es tiempo especial de conversión y de Confesión,
porque es tiempo de volvernos a Dios y de acercarnos más a El.
Fuentes:
Homilias.org
Eclessia.org
Ángel Corbalán
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