Se la conoce como la santa patrona de la justicia racial y de los filántropos.
Etimológicamente: Catalina = Aquella que es pura y casta, es de origen griego.
Nació en Filadelfia, Pennsylvania, Estados Unidos, el 26 de noviembre de 18 58.
Era la segunda hija de un filántropo, el conocido financiero Francis Anthony
Drexel. Perdió a su madre Hannah Jane Langstroth al mes de nacer. Francis
contrajo nuevo matrimonio con Emma Bouvier, y ambos educaron a las niñas –dos
habidas en el primer matrimonio del banquero– para que compartiesen sus
posesiones, inculcándoles la idea de que sus cuantiosos bienes eran un simple
préstamo que habían recibido. Catalina llevó a rajatabla esta enseñanza. En su
casa se abrían las puertas constantemente a los necesitados. Además, su padre
ejercía un mecenazgo sobre ellos con el cariz evangélico del anonimato: dar sin
que nadie lo sepa. En ese amplio abanico de receptores, el Sr. Drexel incluía a
los sacerdotes que ejercían su admirable labor pastoral entre los
desfavorecidos. Junto a estas acciones caritativas, oraban y asistían a misa
comunitariamente. Las tres hermanas recibieron una espléndida formación. La
gran visión de Emma propició la inclusión de otras enseñanzas útiles y
prácticas para la vida cotidiana de las jóvenes: confección y cocina,
complementarias al eficaz aprendizaje que les proporcionaba la labor
asistencial que llevaban a cabo. De este modo se acostumbraron a apreciar el
valor del esfuerzo y a ser agradecidas por lo que tenían, entre otras virtudes
que adquirieron como la sencillez y la humildad.
Durante unos años, la familia gozó de la situación ventajosa
que tenía, viajando en completa armonía por distintos países de Europa que
abrieron los ojos de Catalina a un mundo nuevo, desconocido, lleno de rica
tradición espiritual en su cultura. Cuando tenía 21 años ese paradisíaco hogar
se quebró por la súbita enfermedad de Emma. Y durante tres años ella se
convirtió en su ángel tutelar. La cubrió de atenciones con exquisita ternura, y
constató las crudas aristas del dolor. Ningún bien de este mundo pudo devolverle
la salud y la vida a Emma. Catalina entendió de golpe, y de manera definitiva,
la futilidad de las riquezas. En enero de 1883 Emma fallecía, y en noviembre de
ese año el resto de la familia fue a Venecia. Allí una imagen de María en la
Basílica de San Marcos se hizo notar para Catalina recordándole el gratis data
evangélico. Quedaba marcado su acontecer.
Dos años más tarde moría su padre y heredaba una gran
fortuna. Pero quedó destrozada, y buscando otros aires viajó a Europa
nuevamente. Poco antes había recorrido con su familia el oeste de los Estados
Unidos y estaba impactada por las carencias que detectó. En Alemania buscó
misioneros para paliarlas, y desde allí se trasladó a Roma con la misma idea.
En la audiencia mantenida con León XIII, esta laica solicitó que le enviara
personas entregadas para las misiones que financiaba. El pontífice hizo notar
que ella misma podía ser misionera, una propuesta que Catalina acogió con
visible sorpresa ya que no había pensando en esa opción vital. Conoció a los
indios americanos y a los afro-americanos viendo in situ las pésimas
condiciones de vida. Y en 1887 estableció la escuela St. Catherine Indian
School en Santa Fe, Nuevo México. Trece nuevos centros fundados en cuatro años
dan idea de su ardor apostólico. En su ánimo pesaba desde hacía mucho tiempo su
anhelo de ser religiosa, aunque su director espiritual, el obispo James
O’Connor no lo tenía tan claro. Pensaba más en las dificultades que le
esperaban y le sugirió orar.
Como en 1888 seguía experimentando el anhelo de consagrarse,
el prelado la animó a fundar una Institución, hasta entonces desconocida, que
tuviera entre sus fines la asistencia de indios y negros. «La responsabilidad
de semejante llamada me abruma, porque soy infinitamente pobre en las virtudes
necesarias», dijo ella humildemente. Pero el 19 de marzo, bajo el amparo de san
José, dio el paso. El obispo murió sin ver materializada la Obra que finalmente
surgió con la ayuda del arzobispo de Filadelfia que alentó a Catalina. Emitió
los votos en febrero de 1891 y fundó la Congregación de las Hermanas del
Santísimo Sacramento. Donó toda su herencia reservándose lo imprescindible para
su mantenimiento, y poco a poco puso en marcha casi 60 escuelas y misiones
extendidas por el oeste y sudoeste de Estados Unidos. Creó la institución de
educación superior Xavier University en Louisiana y se manifestó contra la
injusticia y la discriminación racial. El camino no fue fácil, pero en la
contrariedad entrevió la riqueza de un itinerario único que conduce a la vida
eterna: «Cada prueba que sufrimos, manifestó, es un acto de misericordia de
Dios, para que podamos desatarnos de la tierra y aproximarnos a Dios». Sufrió
una grave enfermedad que la mantuvo prácticamente inmóvil durante 18 años.
Entonces pudo dedicarse por completo a una vida de adoración y contemplación.
Encarnó lo que había expresado en otro tiempo: «La aceptación humilde y
paciente de la cruz, sea cual fuera su naturaleza, es la obra más elevada que
podamos hacer». Murió el 3 de marzo de 1955.
Cuando Katharine Drexel murió un periódico escribió: “ Verdaderamente ella perteneció a toda América, pero sobre todo a los pobres y olvidados de la tierra .... Ella era realmente una heroína de Dios” .
Juan Pablo II la beatificó el 20
de noviembre de 1980. Y él mismo la canonizó el 1 de octubre de 2000.
ORACIÓN
Dios compasivo, que por tu hijo Jesucristo curaste a los enfermos, tocaste a los corazones atribulados de los discípulos y los enviaste para anunciar la buenas nueva a los pobres, nosotros ofrecemos esta novena por la paz y por las intenciones de todo los que están orando con nosotros.
Dios siempre amoroso, tu llamaste a Santa Catalina Drexel para enseñar el mensaje del evangelio y para llevar la vida de la eucaristía a los negros y los nativos americanos. Por sus oraciones y ejemplo, permítenos trabajar por la justicia entre los pobres y los oprimidos.
Atráenos dentro de la comunidad eucarística de tu iglesia para que podamos llegar a ser uno contigo. Obtennos la gracia que te pedimos a través de nuestro Señor Jesucristo, tu hijo, que vive y reina contigo y con el Espíritu Santo, un Dios, por los siglos de los siglos Amén
Fuentes:
Santoral Católico
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