El texto de Mateo es de un carácter alegre y optimista, donde encontramos un Hijo muy orgulloso de su Padre porque éste es providente y vela constantemente por el bienestar de su creación. Ese optimismo de Jesús no solamente debe ser el nuestro para que nos mantengamos firmes en la esperanza —«No andéis preocupados» (Mt 6,31)— cuando surgen las situaciones duras en nuestras vidas. También debe ser un incentivo para que nosotros seamos providentes en un mundo que necesita vivir lo que es la verdadera caridad, o sea, la puesta del amor en acción.
Por lo general, se nos dice que tenemos que ser los pies,
las manos, los ojos, los oídos, la boca de Jesús en medio del mundo, pero, en
el sentido de la caridad, la situación es todavía más profunda: tenemos que ser
eso mismo, pero del Padre providente de los cielos. Los seres humanos estamos
llamados a hacer realidad esa Providencia de Dios, siendo sensibles y acudiendo
en auxilio de los más necesitados.
En palabras de Benedicto XVI, «los hombres destinatarios del
amor de Dios, se convierten en sujetos de caridad, llamados a hacerse ellos
mismos instrumentos de la gracia para difundir la caridad de Dios y para tejer
redes de caridad». Pero también nos recordó el Santo Padre que la caridad tiene
que ir acompañada de la Verdad que es Cristo, para que no se convierta en un
mero acto de filantropía, desnudo de todo el sentido espiritual cristiano,
propio de los que viven según nos enseñó el Maestro.
Lectura
del santo evangelio según san Mateo (6,24-34):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Nadie puede
estar al servicio de dos amos. Porque despreciará a uno y querrá al otro; o, al
contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir
a Dios y al dinero. Por eso os digo: No estéis agobiados por la vida, pensando
qué vais a comer o beber, ni por el cuerpo, pensando con qué os vais a vestir.
¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo que el vestido? Mirad a los
pájaros: ni siembran, ni siegan, ni almacenan y, sin embargo, vuestro Padre
celestial los alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellos? ¿Quién de vosotros,
a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida? ¿Por qué os
agobiáis por el vestido? Fijaos cómo crecen los lirios del campo: ni trabajan
ni hilan. Y os digo que ni Salomón, en todo su fasto, estaba vestido como uno de
ellos. Pues, si a la hierba, que hoy está en el campo y mañana se quema en el
horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más por vosotros, gente de poca fe? No
andéis agobiados, pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os
vais a vestir. Los gentiles se afanan por esas cosas. Ya sabe vuestro Padre del
cielo que tenéis necesidad de todo eso. Sobre todo buscad el reino de Dios y su
justicia; lo demás se os dará por añadidura. Por tanto, no os agobiéis por el
mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le bastan sus
disgustos.»
Palabra del Señor
COMENTARIO.
El otro aspecto de la Providencia Divina se refiere al futuro. Nos dice Jesús que no debemos preocuparnos “por el mañana, porque el día de mañana traerá ya sus propias preocupaciones. A cada día le bastan sus propios problemas”.
Las lecturas hoy nos advierten de la inconveniencia del
apego a las riquezas y también no hablan de la Divina Providencia, ese cuidado
que Dios da a sus creaturas. Y podemos ver en estas lecturas de hoy dos
aspectos de este cuidado amoroso de Dios: confianza en la Divina Providencia en
cuanto a nuestras necesidades materiales y confianza también en cuanto a lo que
nos depara el futuro.
Sobre el apego a las riquezas Jesús nos da una imagen sacada
de la esclavitud de aquel entonces. Nos dice que quien pretenda servir a dos
amos se va a ver en dificultades, pues por tratar de obedecer a uno,
descuidaría al otro. Y con esta comparación pasa a darnos la idea: no se puede
servir a Dios y al dinero (Mt. 6, 24).
Jesús usa la palabra servir. No quiere decir que no haya que
tener bienes materiales y que no haya que procurarlos. Con la palabra servir el
Señor se está refiriendo a ser esclavos del dinero, o sea, a dejar que el
dinero nos domine. Cuando el dinero se convierte en lo más importante en
nuestra vida, nos puede llegar a esclavizar.
Entonces, no es lo mismo tener riquezas que servir o ser
esclavo de éstas. ¿Cómo diferenciar estas dos actitudes?
Habla Jesús de dos señores: un señor es Dios y otro es el
dinero. Dios desea que nosotros seamos obedientes a El, pues El es el Señor. El
nos creó, es nuestro Dueño, dependemos de El. A El debemos obediencia: ser y
hacer lo que El desea de nosotros.
Pero Jesús nos está advirtiendo que el dinero también
pretende ser señor, que el dinero pretende ser nuestro señor. Y ¿puede el
dinero hacernos depender de él? ¡Claro que sí! Cuando nuestra vida está
centrada sólo y por encima de todo lo demás, en conseguir dinero y en obtener
lo que el dinero nos puede dar, sin darnos cuenta, nos hemos convertido en
esclavos del dinero y se ha convertido el dinero en señor nuestro.
Como medida del recto uso del dinero y de los bienes
materiales, tendríamos que preguntarnos: ¿me está sirviendo el dinero y lo que
obtengo con él a cumplir mejor la voluntad de Dios, o me aleja de ella? ¿El
dinero y las riquezas que tengo me ayudan que Dios sea mi Señor, mi Dueño, o me
alejan de este ideal?
Continuando con el Evangelio, Jesús pasa a hablarnos de su
Providencia Divina (Mt 6, 25-33). También lo hace la Primera Lectura (Is 49,
14-15).
Con una imagen de ternura maternal, Dios a través del
Profeta Isaías nos asegura que El siempre cuida de nosotros: “¿Puede acaso una
madre olvidarse de su creatura hasta dejar de enternecerse por el hijo de sus
entrañas? Aunque hubiera una madre que se olvidara, Yo nunca me olvidaré de ti",
dice el Señor Todopoderoso.
Dios da la imagen de una madre que es la persona más
pendiente del bienestar de su hijo. Y nos dice que El es así. Pero que si acaso
hubiera una madre que se olvidara de su hijo, El que es el Señor
Todopoderoso,no se olvidará jamás. La Divina Providencia es ese cuido
constante, amoroso, tierno de Dios para con nosotros sus creaturas.
En el Evangelio Jesús usa una imagen campestre de aves del
cielo para asegurarnos que él se ocupa directamente de nuestra alimentación.
Que si su Padre del Cielo alimenta a las aves que no guardan su alimento en
graneros, ¿cómo no va a cuidar de nuestro alimento si nosotros valemos
muchísimo más que las aves?
También nos asegura que no tenemos que preocuparnos por el
vestido. Y recurre a otra imagen campestre: los lirios de campo. “Miren cómo
crecen los lirios del campo, que no trabajan ni hilan. Pues bien, yo les
aseguro que ni Salomón, en el esplendor de su gloria, se vestía como uno de
ellos”.
Lo más grave es lo que nos dice enseguida: “Y si Dios viste
así a la hierba del campo, que hoy florece y mañana es echada al horno, ¿no
hará mucho más por ustedes, hombres de poca fe?” Nos está diciendo algo que es
evidente, pero que no tomamos en cuenta: Dios, que cuida de la hierba que es
perecedera y dura muy poco, ¡cómo no nos va a cuidar más aún a nosotros que
estamos destinados a vivir con El para siempre!
Pero además, nos recrimina algo: nos dice que si estamos
demasiado preocupados por la ropa es porque tenemos poca fe (!!!???). ¿Por qué
nos acusa de poca fe? Porque para tener confianza plena en la Providencia
Divina, hay que tener mucha fe: la confianza en Dios es una consecuencia de
nuestra Fe en El.
Pero no se queda allí el Señor. Luego nos ubica bien
ubicados: nuestra preocupación por los alimentos y por el vestido es inútil, ya
que a fuerza de preocuparnos no vamos a ser capaces de extender nuestra vida
siquiera un momento: “¿Quién de ustedes, a fuerza de preocuparse, puede
prolongar su vida siquiera un momento?”
Nos dice luego lo que debemos hacer y lo que El desea:
“Busquen primero el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas se les
darán por añadidura”. Es decir, nuestra preocupación debiera estar en buscar
ante todo los bienes espirituales, las cosas de Dios, lo que El desea de
nosotros, buscar lo que necesitamos para llegar a poseer los bienes eternos del
Cielo. Si buscamos a Dios primero, lo demás, lo material, nos viene dado como
ñapa, como un bono adicional, sin tener que buscarlo.
Lo más grave es que si buscamos la añadidura, la ñapa, el
bono adicional, nos podemos a quedar sin ambas cosas: sin la añadidura y sin el
Reino de Dios que es el Cielo.
El otro aspecto de la Providencia Divina se refiere al futuro. Nos dice Jesús que no debemos preocuparnos “por el mañana, porque el día de mañana traerá ya sus propias preocupaciones. A cada día le bastan sus propios problemas”.
Todos los seres humanos pasamos en algunos momentos de
nuestra vida por problemas, vicisitudes, adversidades, sufrimientos. Unos más,
otros menos; unos antes, otros después, a cada uno nos llega el momento de
tribulación. Por eso el Señor nos advierte que preocuparnos por el mañana es
agregar más penas a las que ya tiene el día de hoy. El Señor nos está diciendo
que hay que vivir el presente, que ya eso es bastante.
Vivamos el presente, confiemos en la Divina Providencia para
nuestras necesidades materiales y para el futuro, y no dejemos que el dinero
nos esclavice. Nuestro único Señor es Dios.
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