El evangelista San Lucas habla de dos discípulos de Emaús,
comentarista solitario de los hechos acaecidos en Jerusalén. Pero cuántos
discípulos de Emaús han existido a lo largo de la historia: los caminantes en
soledad por las múltiples calzadas de la vida, los pensadores aislados que
rumían ilusiones perdidas. Los pesimistas miopes ante los acontecimientos que
configuran el misterio de la existencia. Los discípulos de Emaús, de quienes
habla el evangelio de este tercer domingo de Pascua, están tristes porque
creían muerto a Cristo; muchos cristianos de hoy están tristes a pesar de
creerlo vivo y haber proclamado su resurrección en la Noche Santa.
Es un misterio que Dios camine al lado del hombre, sin darse
a conocer de entrada. No deja de ser sorprendente que Cristo esté cerca de cada
uno en el mismo momento en que se deplora su ausencia. Jesús va de camino con
todos.
Lectura
del santo evangelio según san Lucas
(24,13-35):
Dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo día, el
primero de la semana, a una aldea llamada Emaús, distante unas dos leguas de
Jerusalén; iban comentando todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y
discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus
ojos no eran capaces de reconocerlo.
Él les dijo: «¿Qué conversación es esa que traéis mientras
vais de camino?»
Ellos se detuvieron preocupados. Y uno de ellos, que se
llamaba Cleofás, le replicó: «¿Eres tú el único forastero en Jerusalén, que no
sabes lo que ha pasado allí estos días?»
Él les preguntó: «¿Qué?»
Ellos le contestaron: «Lo de Jesús, el Nazareno, que fue un
profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo
entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a
muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él fuera el futuro
liberador de Israel. Y ya ves: hace dos días que sucedió esto. Es verdad que
algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado: pues fueron muy de
mañana al sepulcro, no encontraron su cuerpo, e incluso vinieron diciendo que
habían visto una aparición de ángeles, que les habían dicho que estaba vivo.
Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían
dicho las mujeres; pero a él no lo vieron.»
Entonces Jesús les dijo: «¡Qué necios y torpes sois para
creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera
esto para entrar en su gloria?» Y, comenzando por Moisés y siguiendo por los
profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura.
Ya cerca de la aldea donde iban, él hizo ademán de seguir
adelante; pero ellos le apremiaron, diciendo: «Quédate con nosotros, porque
atardece y el día va de caída.»
Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con
ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se
les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció.
Ellos comentaron: «¿No ardía nuestro corazón mientras nos
hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?»
Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde
encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo: «Era
verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón.»
Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y
cómo lo habían reconocido al partir el pan.
Palabra del Señor
COMENTARIO
Hoy, Domingo 3 de Pascua, continúa la Liturgia en tono de
júbilo, porque Cristo ha resucitado. El “Aleluya” sigue resonando como un grito
de celebración victoriosa, pues Jesús ha vuelto de la muerte a la Vida, para
comunicarnos esa Vida a nosotros.
Esta es la tónica de la Primera Lectura (Hch. 2, 14.22-23),
tomada de los Hechos de los Apóstoles, la cual nos narra el discurso de Pedro
el día de Pentecostés. Después de haber recibido el Espíritu Santo, San Pedro
irrumpe en palabras que explicaban el triunfo de Jesús sobre la muerte,
discurso que estaba lleno de alegría porque Cristo, el que había sido entregado
a la muerte en la cruz, había resucitado.
El Salmo 15 es un Salmo del Rey David, que San Pedro
recuerda en su discurso, el cual nos llena de esperanza en nuestra propia
resurrección. Hemos cantado: “Se me alegra el corazón... porque Tú no me
abandonarás a la muerte”. Y en él le hemos pedido al Señor que nos enseñe el
camino de la vida, para poder ser saciados del gozo de su presencia en alegría
perpetua junto a El. Hemos repetido en
el Salmo: “Enséñanos, Señor, el camino de la Vida”.
En la Segunda Lectura (1 Pe.1, 17-21),San Pedro nos habla
también de camino, de “nuestro peregrinar por la tierra”, pidiéndonos que vivamos en esta vida “siempre
con temor filial”.Es decir, siempre con el respeto y el amor que debemos a Dios
nuestro Padre, porque hemos sido rescatados, no pagando con algo efímero, como
pueden ser el oro y la plata, sino que el precio de nuestro rescate ha sido
¡nada menos! que la vida de su Hijo, “la sangre preciosa de Cristo”.
En el Evangelio (Lc. 22, 13-35) vemos el famoso pasaje de un
camino, el camino entre Jerusalén y un poblado situado a unos once kilómetros
de distancia, llamado Emaús. Por ese camino iban dos discípulos de Jesús, que
hacían este recorrido tres días después de los sucesos de la muerte del Señor,
precisamente el día en que Cristo había resucitado. Y mientras iban caminando y
comentando todo lo que acababa de suceder en Jerusalén, el mismo Jesús Resucitado
se les apareció haciéndose pasar por un viajero más que iba caminando en la
misma dirección.
Nos dice el Evangelio que los ojos de los discípulos estaban
“velados” y no pudieron reconocer a Jesús.(Lc. 24, 13-35). Jesús se hace el
desentendido, el que no sabía nada de lo sucedido, y ellos se impresionan:
“¿Serás tú el único forastero que no sabe lo que ha sucedido estos días en
Jerusalén?”.
Jesús sigue haciéndose el desentendido, con lo que logra que
ellos expresen exactamente qué piensan de Jesús: “Nosotros esperábamos que él
sería el libertador de Israel, y sin embargo, han pasado ya tres días desde que
estas cosas sucedieron.”
Luego le contaron que algunas mujeres de su grupo los habían
dejado “desconcertados”, pues habían ido esa madrugada al sepulcro y llegaron
contando que no habían encontrado el cuerpo y que se les habían aparecido unos
ángeles que les habían dicho que Jesús estaba vivo. Le refirieron que también
los hombres, los Apóstoles, habían constatado lo del sepulcro vacío, pero añadían
incrédulos que a Jesús no lo habían visto.
Varias cosas resaltan en esta primera parte del relato
evangélico: ¿Por qué estaban “velados” los ojos de Cleofás y de su
compañero?¿Por qué no pudieron reconocer a Jesús Resucitado cuando se les
incorporó en el camino hacia Emaús? Más aún, ¿por qué estaban “desconcertados”
ante la información dada por las mujeres que fueron al sepulcro?
Realmente se nota en ellos una gran falta de fe. Si Jesús
había anunciado a sus discípulos, a sus seguidores que resucitaría al tercer
día ¿cómo, entonces, no iban a creer el cuento de las mujeres, silo que ellas
informaron fue justamente lo que El ya había anunciado? ¡Qué incredulidad ante
el testimonio de los mismos Apóstoles quienes ratificaron lo del sepulcro
vacío!
Fijémomos en el comentario completo: “Algunos de nuestro
compañeros fueron al sepulcro y hallaron todo como habían dicho las mujeres,
pero a El no lo vieron”.¡Qué falta de fe! Tenían que ver para creer.Y nuestra
fe... ¿cómo es? ¿Necesita también de prueba... o podemos creer sin
comprobaciones?
Pero no sólo había falta de fe en estos dos discípulos:
había también apego a sus propios criterios. Fijémonos que ellos dicen haber
esperado un Mesías diferente a lo que Jesús fue: ellos esperaban un Mesías que
fuera “libertador de Israel”. ¿Y qué nos dice este comentario sobre el Mesías?
Con esto nos muestran que no aceptaban del todo lo que Jesús había hecho o lo
que había dejado de hacer, sino que más bien tenían su propia idea de cómo
debían ser las cosas, de cómo debía actuar el Mesías.
Con razón el Señor los reprende duramente: Qué insensatos
son ustedes y qué duros de corazón para creer todo lo anunciado por los
profetas! ¿No tendría también que reprendernos el Señor así? ¿No podría el
Señor tacharnos de “insensatos”, pues también tenemos nuestros propios
criterios e ideas, por cierto no muy ajustados a los criterios e ideas de Dios?
¿No podría el Señor tacharnos de “duros de corazón” también, pues somos duros
para creer?
Luego de esta fuerte corrección, comienza Jesús a
explicarles todos los pasajes de la Escritura que se referían a El.
Y, al sentirse ellos emocionados con estas explicaciones, le
piden a Jesús que no siga de camino.“Quédate con nosotros”, le dicen.
Jesús accede y al estar dentro sentado a la mesa, nos dice
el Evangelio que “tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se los
dio”.Fue en ese momento cuando “se les abrieron los ojos y lo
reconocieron”. Al escuchar lo que Jesús
les iba diciendo, su corazón se emocionaba e iban entendiendo lo que les
explicaba...Y al recibir a Cristo en la Eucaristía, pudieron reconocerlo y
pudieron creer que realmente había resucitado.
¿Qué otra enseñanza podemos sacar del camino a Emaús?
Nosotros debemos escuchar a Jesús. Debemos buscarlo
primeramente en su Palabra contenida en la Biblia y en las lecturas de cada
domingo. Debemos estar en sintonía con El, para reconocerlo cuando se nos
acerque en nuestro camino. Para estar en sintonía con el Señor, debemos buscarlo
sobre todo en la oración, pero -además- recibirlo con frecuencia en la Sagrada
Eucaristía.
En la Palabra de Dios, en la oración y en la Eucaristía
tenemos las gracias necesarias para poder creer sin ver, para desprendernos de
nuestros propios criterios y de nuestra propia manera de ver las cosas.
Así podremos creer sin ver. Así podremos desprendernos de
nuestros propios criterios y de nuestra propia manera de ver las cosas. Así
podremos reconocer al Señor cuando nos enseña su Verdad y cuando nos muestra
sus criterios. Así podremos aprovechar la gracia de su presencia en nosotros y
en medio de nosotros. Así tiene sentido pedirle: “Quédate con nosotros”.
Sin la Palabra de Dios, la oración y la Eucaristía, Jesús
podrá pasar delante de nosotros y no lo reconoceremos ni aprovecharemos su
presencia. Sería una lástima.
En esto consiste nuestro camino a Emaús. En esto consiste
ese “camino de la Vida”, que hemos pedido al Señor en el Salmo.
Me gusta.Gracias por enseñarnos.
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