El primer anuncio del Nacimiento de Dios-Hombre fue hecho a
los Pastores -a los campesinos de la época- que cuidaban sus rebaños en las
cercanías de Belén. De toda la humanidad, Dios escogió a estos pobres,
humildes y sencillos hombres para ser los primeros en llegar a conocerlo.
Un
Ángel se les apareció la noche de la Primera Navidad anunciándoles: “Vengo
a comunicarles una buena nueva ... hoy ha nacido el Salvador que es Cristo
Señor” (Lc. 2, 11).
El tiempo iba pasando y cada día estaba más cerca el
nacimiento del hijo de María y de Dios.
José ya tenía lista la cunita y María había tejido con sus
propias manos la cobija, los pañales, y las camisitas. Las vecinas, muy
amables, les habían dicho que no tenían por qué preocuparse de nada, porque
ellas estaban allí para ayudarles en todo, cuando llegara el momento.
Pero ocurrió algo inesperado. El gobernador romano tuvo la
gran idea de mandar que todos los que vivían en Israel tenían que ir a la
ciudad de donde era su familia, para inscribirse en el censo, porque quería
saber cuántas personas habitaban el país. José y su familia eran de Belén, una
ciudad muy lejos de Nazaret, y hasta allá tuvo que irse con María, que ya
estaba próxima a dar a luz. Nos lo cuenta el Evangelio de San Lucas:
“Sucedió
que por aquellos días salió un edicto de César Augusto ordenando que se
empadronara todo el mundo. Este primer empadronamiento tuvo lugar siendo Cirino
gobernador de Siria. Iban todos a empadronarse, cada uno a su ciudad. Subió
también José desde Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de
David, para empadronarse con María, su esposa, que estaba encinta” (Lucas
2, 1-5)
Como pudo, con la ayuda de los vecinos y vecinas, que se
pusieron muy tristes, José organizó todo lo que necesitaban para el viaje,
subió a María en su burrita, y emprendió el largo camino hacia Belén. Tenía que
ir muy despacio para que María no se cansara y para que no le fuera a suceder
nada malo al niño que llevaba en su seno.
Durante el viaje, ¡gracias a Dios!, no ocurrió nada
especial. María y José estaban tranquilos porque sabían que Dios los protegía;
caminaban un rato largo, y luego descansaban a la sombra de una palmera, o a la
orilla de un manantial; por las noches José hacía un cambuche para protegerse
del frío, y al amanecer, con los primeros rayos del sol, reiniciaban el
recorrido. En el trayecto se iban encontrando con otras familias, y poco a poco
iba creciendo el número de viajeros. Así fue hasta que llegaron a su destino:
Belén de Judá, la ciudad del Rey David.
Cuando estaban ya muy cerca de Belén, María sintió que iba a
nacer Jesús, y en secreto, sin que nadie la oyera, se lo dijo a José, que se
puso muy nervioso. Entonces apuraron un poco el paso, y se fueron a buscar
dónde hospedarse, pero no pudieron encontrar ningún lugar adecuado para
quedarse, porque era un momento muy especial, que los dos querían vivir en gran
intimidad con Dios, lejos de la curiosidad de la gente.
Tuvieron que salir de nuevo de la ciudad, para dirigirse al
campo, donde los pastores llevaban las ovejas a pastar. Allí José encontró una
gruta amplia y resguardada del frío; la limpió lo mejor que pudo, y organizó
todo para que María pudiera estar tranquila y cómoda.
¡Y Jesús nació!… Nació y lloró como nacen y lloran todos los
niños del mundo… ¡Era un niño hermoso, frágil y tierno… necesitado de calor y
de protección… necesitado de amor y de cuidados…! José y María, muy
emocionados, se los dieron todos… lo acariciaron y lo besaron, le pusieron las
ropitas que María había tejido, y lo colocaron en el pesebre… Después, muy
felices, dieron gracias a Dios Padre por todo lo que había hecho con ellos y
por haberles dado un hijo tan maravilloso.
Gloria a Dios en las alturas, Jesús nació y está entre nosotros!!
Fuentes:
Iluminación Divina
quevivalanavidad.wordpress
Ángel Corbalán
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