domingo, 21 de diciembre de 2014

"Vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús" (Evangelio dominical)




Hoy, el Evangelio tiene el tono de un cuento popular. Las rondallas empiezan así: «Había una vez...», se presentan los personajes, la época, el lugar y el tema. Ésta llegará al punto álgido con el nudo de la narración; finalmente, hay el desenlace.

San Lucas, de modo semejante, nos cuenta, con tono popular y asequible, la historia más grande. Presenta, no una narración creada por la imaginación, sino una realidad tejida por el mismo Dios con colaboración humana. El punto álgido es: «Vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús» (Lc 1,31).

Este mensaje nos dice que la Navidad está ya cercana. María nos abrirá la puerta con su colaboración en la obra de Dios. La humilde doncella de Nazaret escucha sorprendida el anuncio del Ángel. Precisamente rogaba que Dios enviara pronto al Ungido, para salvar el mundo. Poco se imaginaba, en su modesto entendimiento, que Dios la escogía justamente a Ella para realizar sus planes.


María vive unos momentos tensos, dramáticos, en su corazón: era y quería permanecer virgen; Dios ahora le propone una maternidad. María no lo entiende: «¿Cómo se hará eso?» (Lc 1,34), pregunta. El Ángel le dice que virginidad y maternidad no se contradicen, sino que, por la fuerza del Espíritu Santo, se integran perfectamente. No es que Ella ahora lo entienda mejor. Pero ya le es suficiente, pues el prodigio será obra de Dios: «A Dios nada le es imposible» (Lc 1,38). Por eso responde: «Que se cumplan en mi tus palabras» (Lc 1,38). ¡Que se cumplan! ¡Que se haga! ¡Fiat! Sí. Total aceptación de la Voluntad de Dios, medio a tientas, pero sin condiciones.

En aquel mismo instante, «la Palabra se hizo Carne y habitó entre nosotros» (Jn 1,14). Aquel cuento popular deviene a un mismo tiempo la realidad más divina y más humana. Pablo VI escribió el año 1974: «En María vemos la respuesta que Dios da al misterio del hombre; y la pregunta que el hombre hace sobre Dios y la propia vida».


Lectura del santo evangelio según san Lucas (1,26-38):



En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María. 
El ángel, entrando en su presencia, dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.» 
Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél. 
El ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.» 

Y María dijo al ángel: «¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?»
El ángel le contestó: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible.» 

María contestó: «Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.» 

Y la dejó el ángel.

Palabra del Señor



COMENTARIO




Ya llegamos a la Navidad.  Pero ¿de veras nos damos cuenta de lo que estamos celebrando? 

El hecho más relevante de la historia de la humanidad es, sin duda, el Nacimiento de Dios-Hombre.  Tan importante fue este acontecimiento que la historia se divide en “antes” y “después” de Cristo.  Sin embargo, ese hecho fue antecedido por el misterio más grande nuestra fe cristiana: la Encarnación de Dios, es decir, Dios hecho hombre en el seno de la Santísima Virgen María.
Así describe este Misterio el máximo poeta de la Mística, San Juan de la Cruz: “Entonces llamó a un arcángel que San Gabriel se decía, y enviólo a una doncella que se llamaba María, de cuyo consentimiento el misterio se hacía, en el cual la Trinidad de carne al Verbo vestía; y aunque Tres hacen la obra, en el Uno se hacía; y quedó el Verbo encarnado en el vientre de María.  Y el que tenía sólo Padre, ya también Madre tenía, aunque no como cualquiera que de varón concebía, que de las entrañas de ella El su carne recibía; por lo cual Hijo de Dios y del hombre se decía”.  (Romance 8)

¿Qué significa este gran misterio, el más grande acontecimiento de la humanidad…tan grande que la historia se divide en antes y después de Cristo?
Veamos: si no fuera por lo que celebramos en Navidad, nuestra meta final sería el Infierno.  Así de grave.  Debido al Pecado Original y a los pecados que hemos ido añadiendo a éste, los seres humanos tendemos de manera natural a la condenación.  Tenemos un cierto sentido del bien, un eco en nuestro interior de lo que nuestro Creador desea para nosotros.  Pero nuestra naturaleza humana caída lucha, porque su sensibilidad tiende a preferir el pecado.

La Encarnación de Dios en el vientre virginal de María y su nacimiento en Belén no cambió esa tendencia que tenemos los seres humanos.  Tampoco la cambió su Pasión y Muerte, ni su Resurrección, ni su Ascensión a lo Cielos.  ¿Y entonces?  ¿Cómo quedamos?  ¿Qué es lo que ha cambiado?

Ahhh!  Es que la gloria de la Encarnación y del Nacimiento de Jesús consiste en que ya no tenemos que quedar excluidos del Cielo.  Después de la primera Navidad –aquélla en que nació Jesús en Belén- tenemos Esperanza.  ¡Eso es lo que celebramos en la Navidad!  ¡Nada menos!

El problema es que la bulla y la agitación de estos días nos hace perder la perspectiva de lo que significan estos misterios infinitos que celebramos en Navidad.  Y si no nos damos cuenta de la gravedad de nuestra situación de pecado y de nuestra tendencia al pecado, no podemos concientizar la necesidad que tenemos de ser salvados.

Si pudiéramos comparar la situación de los seres humanos con un ejemplo físico gráfico, pensemos que nuestro estado natural es como si estuviéramos hundiéndonos en un pozo de arena movediza.  Y, como hemos visto en películas, de un sitio así es imposible salir uno por su propia fuerza.  Sólo alguien que esté fuera de la arena movediza puede tender una mano al que se está hundiendo. Y éste tiene que agarrarse de manera fuerte y continua para poder salir de allí.

Ese ejemplo nos da una idea de cómo sin Cristo, nuestra salvación no es posible.  Ese ejemplo nos indica por qué Dios vino a salvarnos.  De no ser por El, nuestro destino automático sería el Infierno: hundirnos para siempre en ese pozo terrible.  A eso se refería Jesús cuando los Apóstoles le preguntaron:«Entonces, ¿quién podrá salvarse?» Jesús los miró fijamente y les dijo: «Para los hombres es imposible, pero no para Dios.» (Mc 10,26- 27).

La alegría de la Navidad es que el Infierno no es inevitable, el Infierno no tiene que ser nuestro destino automático, porque Jesús nos ha extendido su Mano para sacarnos del pozo en que estamos hundidos.Dios ha nacido entre nosotros para salvarnos.  Por eso el Hijo de Dios hecho Hombre se llama Jesús, que significa Salvador.   Por eso Jesús es el Emanuel que significa Dios con nosotros.

Por eso es que nos damos regalos en Navidad.  Nuestros regalos son una imitación muy deficiente del gran regalo que Dios nos ha dado al nacer entre nosotros.



Este es el Mensaje de la Navidad: Aprovechar la salvación que se nos ofrece, aferrándonos –sin soltarnos- de la Mano de Dios que nos salva.


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