Hoy, el Evangelio tiene el tono de un cuento popular. Las
rondallas empiezan así: «Había una vez...», se presentan los personajes, la
época, el lugar y el tema. Ésta llegará al punto álgido con el nudo de la
narración; finalmente, hay el desenlace.
San Lucas, de modo semejante, nos cuenta, con tono popular y asequible, la historia más grande. Presenta, no una narración creada por la imaginación, sino una realidad tejida por el mismo Dios con colaboración humana. El punto álgido es: «Vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús» (Lc 1,31).
Este mensaje nos dice que la Navidad está ya cercana. María nos abrirá la puerta con su colaboración en la obra de Dios. La humilde doncella de Nazaret escucha sorprendida el anuncio del Ángel. Precisamente rogaba que Dios enviara pronto al Ungido, para salvar el mundo. Poco se imaginaba, en su modesto entendimiento, que Dios la escogía justamente a Ella para realizar sus planes.
María vive unos momentos tensos, dramáticos, en su corazón: era y quería permanecer virgen; Dios ahora le propone una maternidad. María no lo entiende: «¿Cómo se hará eso?» (Lc 1,34), pregunta. El Ángel le dice que virginidad y maternidad no se contradicen, sino que, por la fuerza del Espíritu Santo, se integran perfectamente. No es que Ella ahora lo entienda mejor. Pero ya le es suficiente, pues el prodigio será obra de Dios: «A Dios nada le es imposible» (Lc 1,38). Por eso responde: «Que se cumplan en mi tus palabras» (Lc 1,38). ¡Que se cumplan! ¡Que se haga! ¡Fiat! Sí. Total aceptación de la Voluntad de Dios, medio a tientas, pero sin condiciones.
En aquel mismo instante, «la Palabra se hizo Carne y habitó entre nosotros» (Jn 1,14). Aquel cuento popular deviene a un mismo tiempo la realidad más divina y más humana. Pablo VI escribió el año 1974: «En María vemos la respuesta que Dios da al misterio del hombre; y la pregunta que el hombre hace sobre Dios y la propia vida».
San Lucas, de modo semejante, nos cuenta, con tono popular y asequible, la historia más grande. Presenta, no una narración creada por la imaginación, sino una realidad tejida por el mismo Dios con colaboración humana. El punto álgido es: «Vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús» (Lc 1,31).
Este mensaje nos dice que la Navidad está ya cercana. María nos abrirá la puerta con su colaboración en la obra de Dios. La humilde doncella de Nazaret escucha sorprendida el anuncio del Ángel. Precisamente rogaba que Dios enviara pronto al Ungido, para salvar el mundo. Poco se imaginaba, en su modesto entendimiento, que Dios la escogía justamente a Ella para realizar sus planes.
María vive unos momentos tensos, dramáticos, en su corazón: era y quería permanecer virgen; Dios ahora le propone una maternidad. María no lo entiende: «¿Cómo se hará eso?» (Lc 1,34), pregunta. El Ángel le dice que virginidad y maternidad no se contradicen, sino que, por la fuerza del Espíritu Santo, se integran perfectamente. No es que Ella ahora lo entienda mejor. Pero ya le es suficiente, pues el prodigio será obra de Dios: «A Dios nada le es imposible» (Lc 1,38). Por eso responde: «Que se cumplan en mi tus palabras» (Lc 1,38). ¡Que se cumplan! ¡Que se haga! ¡Fiat! Sí. Total aceptación de la Voluntad de Dios, medio a tientas, pero sin condiciones.
En aquel mismo instante, «la Palabra se hizo Carne y habitó entre nosotros» (Jn 1,14). Aquel cuento popular deviene a un mismo tiempo la realidad más divina y más humana. Pablo VI escribió el año 1974: «En María vemos la respuesta que Dios da al misterio del hombre; y la pregunta que el hombre hace sobre Dios y la propia vida».
Lectura del santo evangelio según san Lucas (1,26-38):
En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María.
El ángel, entrando en su presencia, dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.»
Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél.
El ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.»
En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María.
El ángel, entrando en su presencia, dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.»
Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél.
El ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.»
Y María dijo al ángel: «¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?»
El ángel le contestó: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible.»
María contestó: «Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.»
Y la dejó el ángel.
Palabra del Señor
COMENTARIO
Ya llegamos a la Navidad. Pero ¿de veras nos damos
cuenta de lo que estamos celebrando?
El hecho más relevante de la historia de la humanidad es,
sin duda, el Nacimiento de Dios-Hombre. Tan importante fue este
acontecimiento que la historia se divide en “antes” y “después” de
Cristo. Sin embargo, ese hecho fue antecedido por el misterio más
grande nuestra fe cristiana: la Encarnación de Dios, es decir, Dios hecho
hombre en el seno de la Santísima Virgen María.
Así describe este Misterio el máximo poeta de la Mística,
San Juan de la Cruz: “Entonces llamó a un arcángel que San Gabriel se
decía, y enviólo a una doncella que se llamaba María, de cuyo consentimiento el
misterio se hacía, en el cual la Trinidad de carne al Verbo vestía; y aunque
Tres hacen la obra, en el Uno se hacía; y quedó el Verbo encarnado en el
vientre de María. Y el que tenía sólo Padre, ya también Madre tenía,
aunque no como cualquiera que de varón concebía, que de las entrañas de ella El
su carne recibía; por lo cual Hijo de Dios y del hombre se decía”.
(Romance 8)
¿Qué significa este gran misterio, el más grande acontecimiento
de la humanidad…tan grande que la historia se divide en antes y después de
Cristo?
Veamos: si no fuera por lo que celebramos en Navidad,
nuestra meta final sería el Infierno. Así de grave. Debido al
Pecado Original y a los pecados que hemos ido añadiendo a éste, los seres
humanos tendemos de manera natural a la condenación. Tenemos un cierto
sentido del bien, un eco en nuestro interior de lo que nuestro Creador desea
para nosotros. Pero nuestra naturaleza humana caída lucha, porque su
sensibilidad tiende a preferir el pecado.
La Encarnación de Dios en el vientre virginal de María y su
nacimiento en Belén no cambió esa tendencia que tenemos los seres
humanos. Tampoco la cambió su Pasión y Muerte, ni su Resurrección, ni su
Ascensión a lo Cielos. ¿Y entonces? ¿Cómo quedamos? ¿Qué es
lo que ha cambiado?
Ahhh! Es que la gloria de la Encarnación y del
Nacimiento de Jesús consiste en que ya no tenemos que quedar excluidos del
Cielo. Después de la primera Navidad –aquélla en que nació Jesús en
Belén- tenemos Esperanza. ¡Eso es lo que celebramos en la Navidad!
¡Nada menos!
El problema es que la bulla y la agitación de estos días nos
hace perder la perspectiva de lo que significan estos misterios infinitos que
celebramos en Navidad. Y si no nos damos cuenta de la gravedad de nuestra
situación de pecado y de nuestra tendencia al pecado, no podemos concientizar
la necesidad que tenemos de ser salvados.
Si pudiéramos comparar la situación de los seres humanos con
un ejemplo físico gráfico, pensemos que nuestro estado natural es como si
estuviéramos hundiéndonos en un pozo de arena movediza. Y, como hemos
visto en películas, de un sitio así es imposible salir uno por su propia
fuerza. Sólo alguien que esté fuera de la arena movediza puede tender una
mano al que se está hundiendo. Y éste tiene que agarrarse de manera fuerte y
continua para poder salir de allí.
Ese ejemplo nos da una idea de cómo sin Cristo, nuestra
salvación no es posible. Ese ejemplo nos indica por qué Dios vino a
salvarnos. De no ser por El, nuestro destino automático sería el
Infierno: hundirnos para siempre en ese pozo terrible. A eso se refería
Jesús cuando los Apóstoles le preguntaron:«Entonces, ¿quién podrá salvarse?»
Jesús los miró fijamente y les dijo: «Para los hombres es imposible, pero no
para Dios.» (Mc 10,26- 27).
La alegría de la Navidad es que el Infierno no es
inevitable, el Infierno no tiene que ser nuestro destino automático, porque
Jesús nos ha extendido su Mano para sacarnos del pozo en que estamos
hundidos.Dios ha nacido entre nosotros para salvarnos. Por eso el Hijo de
Dios hecho Hombre se llama Jesús, que significa Salvador. Por eso
Jesús es el Emanuel que significa Dios con nosotros.
Por eso es que nos damos regalos en Navidad. Nuestros
regalos son una imitación muy deficiente del gran regalo que Dios nos ha dado
al nacer entre nosotros.
Este es el Mensaje de la Navidad: Aprovechar la salvación
que se nos ofrece, aferrándonos –sin soltarnos- de la Mano de Dios que nos
salva.
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