Fiesta
de san Esteban, protomártir, varón lleno de fe y de Espiritu Santo, que fue el
primero de los siete diáconos que los apóstoles eligieron como cooperadores de
su ministerio, y también fue el primero de los discípulos del Señor que en
Jerusalén derramó su sangre, dando testimonio de Cristo Jesús al afirmar que
veía al Señor sentado en la gloria a la derecha del Padre, al ser lapidado
mientras oraba por los perseguidores.
La Biblia es tan consecuentemente «antibiografista» que de
ninguno de sus personajes -incluido Jesús- nos cuenta ni un trazo que no sea
estrictamente en función de lo que va a relatar sobre él, y así nos quedamos
habitualmente con el deseo de saber un poco más: edad, procedencia, etc. San
Esteban no podía ser una excepción, y a pesar de la enorme importancia que
tuvieron los hechos relacionados con él en la primera Iglesia, apenas si se nos
presenta en Hechos 6,5 y ya quedamos abocados a la situación de su martirio y
las consecuencias para la comunidad cristiana.
Su nombre, Stephanos, es griego (significa «Corona»), y
también están relacionadas con «los griegos» las funciones que cumplirá, tanto
él como sus seis compañeros diáconos. El relato dirá que en la Iglesia «los
helenistas» se quejaron contra «los hebreos» (Hech 6,1); lamentablemente, ya no
tenemos forma de saber a qué se referían con exactitud las dos categorías,
pero, aunque hay otras, la hipótesis más plausible sigue siendo la habitual:
«los hebreos» designaría a los judeo-cristianos «tradicionales», típicamente de
Jerusalén (aunque Pablo es «hebreo, hijo de hebreos», Flp 3,5, y no es de
Jerusalén), caracterizados metonímicamente porque sabían hebreo (quizás leían
la Biblia en hebreo normalmente, o rezaban las oraciones en hebreo, o hablaban
mayoritariamente arameo, que para quien no conociera la diferencia le podía
sonar como hebreo); mientras que los «helenistas» serían judeo-cristianos de
habla griega, no gentiles ni procedentes de la gentilidad, a lo sumo judíos de
la diáspora. Los siete nombres, el de Esteban y los demás, son todos griegos.
Cuando comienza el pasaje da la impresión de que tan solo se va a dividir la
comunidad en dos, al menos a los efectos administrativos, pero lo que en
realidad ocurre es algo bien distinto: por un lado estos «siete hombres de
buena fama» no se dedican sólo al «servicio de la mesa» sino que tienen
funciones de predicación como «los Doce», que las vemos claramente en Esteban y
Felipe (el diácono); por el otro, hay un reacomodamiento en el conjunto de las
«funciones jerárquicas», y estos «diakonoi» (es decir, servidores) no serán un
parche ni un añadido para sufragar las necesidades de un sector de la
comunidad, sino que de a poco tendrán relación con toda la Iglesia.
Lo cierto es que acto seguido, inmediatamente después de la
escena de la elección, vemos a Esteban en plena acción apostólica: hace
milagros, polemiza, predica. No tarda en aparecer la acusación: «le hemos oído
decir que Jesús, ese Nazoreo, destruiría este Lugar y cambiaría las costumbres
que Moisés nos ha transmitido». (Hech 6,14); sólo en parte se trata de una
calumnia, porque efectivamente la predicación de Esteban era abiertamente
antitemplo, como tenemos ocasión de leerlo por nosotros mismos en Hechos
7,2-53; la calumnia no está en el hecho de que él predicara contra el templo, sino
en que él pretendiera la abolición de la religión tradicional: la primitiva
Iglesia se sentía en completa continuidad con el judaísmo y de ninguna manera
podía aceptar la acusación de pretender «cambiar de raíz» la fe judía; aunque
unas décadas después, ya en la generación de san Lucas, no en la de san
Esteban, ese panorama se había modificado, y la Iglesia tomado más conciencia
de su autonomía y originalidad respecto de la fe judía.
Naturalmente, la predicación de Esteban no fue registrada
por taquígrafos, sino que sobre la base de testimonios orales Lucas recibió el
contenido, y dio -al igual que en los demás casos de discursos que hay en gran
variedad en Hechos- forma literaria a esa predicación, de modo que quedara no
sólo como recuerdo de lo predicado por Esteban, sino como modelo de predicación
para toda la Iglesia. Es un discurso, entonces, que vale la pena leer con
minuciosidad, porque nos muestra no sólo un conjunto de ideas propias de los
comienzos de la fe, sino un modo concreto de cómo la Iglesia desarrolló su
forma de recibir lo que llamamos el Antiguo Testamento (y que para ese momento
eran simplemente «Las Escrituras»); el discurso de Esteban sólo secundariamente
tiene un valor «arqueológico», para que sepamos «lo que dijo», lo principal es su
valor como modelo de acercamiento al Antiguo Testamento: enseña a «leer» la
historia -los hechos que ocurren en la historia, en este caso, la historia del
pueblo de Israel- como anticipo, como siempre encaminada hacia la revelación
del reinado de Dios.
Y sobreviene la lapidación -castigo de la blasfemia, y
ejemplo para los demás- que, al igual que el discurso es modelo de recepción
del AT, es modelo de martirio cristiano, con todos aquellos elementos que no
faltarán en la «Passio» de los mártires, tal como se nos recopilarán luego en
las historias martiriales hasta nuestros días: la valentía e intrepidez que
provienen, no de sí mismo sino del Espíritu Santo, la presencia de Cristo
(visión, voz, consuelo, ángeles, etc), en el momento de la tortura, y sobre
todo un elemento fundamental que hace del mártir el imitador perfecto de Jesús:
el perdón a los verdugos. Y como todo martirio, da mucho fruto, e incluso lo da
inmediatamente: ya en Hechos 11,19 se nos dirá que «los que se habían
dispersado cuando la tribulación originada a la muerte de Esteban, llegaron en
su recorrido hasta Fenicia, Chipre y Antioquía...» Todo es ocasión para el
crecimiento de la Iglesia.
La cuestión de las reliquias merece un tratamiento propio,
ya que el 3 de diciembre del 415, unos 350 años después de la lapidación, un
sacerdote de Gámala de Palestina encontró las reliquias de Esteban, junto con
las de Nicodemo, Gamaliel (el rabino, que la leyenda supone que se convirtió y
murió mártir), y Abib, hijo de Nicodemo. Acorde con las costumbres de la
hagiografía antigua, no bastó con que el sacerdote «encontrara» (si es que es
cierto) las reliquias, sino que en torno a ese hecho se fue tejiendo una
leyenda, que pudo haberla iniciado él mismo. Supuestamente, al mismo tiempo
Luciano y un monje, Migesio, tuvieron un sueño, o quizás una visión, en el que
se le aparecía Gamaliel, vestido litúrgicamente, se presentaba comno el maestro
de san Pablo, y reprochaba que él y sus compañeros, Esteban, Nicodemo y Abib,
hubieran sido enterrados sin honores. Les indicaba el lugar de las reliquias y
les instaba a que fueran descubiertas y veneradas. Con el acuerdo del obispo de
Jerusalén se procede a la excavación y descubrimiento de las venerandas
reliquias, que son trasladadas solemnemente el 26 de diciembre a la iglesia de
Sión, en Jerusalén; otra parte queda con el sacerdote Luciano, que a su vez
reparte entre sus conocidos.
Ocurre entonces una primera dispersión, pero en el
siglo XIII, los cruzados traen esas reliquias a Occidente, y a partir de allí
la dispersión es total: un brazo de Esteban en Roma, en San Ivo alla Sapienza,
otro brazo de Esteban en San Luis de los Franceses, y otros brazo de Esteban
(!) en Santa Cecilia; el cráneo en San Pablo extramuros, y muchos más
fragmentos en Venecia, Constantinopla, Nápoles, Besançon, Ancona, Ravena, etc.
Llegaron a ser tan famosas, y tan detallada la leyenda del descubrimiento, que
tuvieron una fiesta litúrgica propia; efectivamente, además de celebrarse el 26
de diciembre al mártir, el 3 de agosto se celebraba la «Inventio Sancti
Stephani» («inventio» en latín significa descubrimiento), aunque se pierde en
la noche de los datos el motivo por el cual se celebraba el 3 de agosto en vez
del 3 de diciembre, que hubiera sido más lógico. Esta fiesta fue suprimida por un
breve de SS Juan XXIII en 1960, poco antes de que la atinada reforma litúrgica
del Concilio Vaticano II barriera con muchos otros abusos en las celebraciones
de los santos.
La celebración de Esteban el día 26 de diciembre es
antiquísima. El protomártir forma parte de los «comites Christi», es decir los
«escoltas de Cristo», que se celebran junto con la Natividad: Juan
(identificado tradicionalmente con el Discípulo Amado del cuarto evangelio),
los santos inocentes, y el propio Esteban.
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