Hoy, la Iglesia, en el último tramo de la Cuaresma, nos
propone este Evangelio para ayudarnos a llegar al Domingo de Ramos bien
preparados en vista a vivir estos misterios tan centrales en la vida cristiana.
El Via Crucis es para el cristiano un "via lucis", el morir es un
volver a nacer, y, más aun, es necesario morir para vivir de verdad.
En la primera parte del Evangelio, Jesús dice a los Apóstoles: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12,24). San Agustín comenta al respecto: «Jesús se dice a Sí mismo "grano", que había de ser mortificado, para después multiplicarse; que tenía que ser mortificado por la infidelidad de los judíos y ser multiplicado para la fe de todos los pueblos». El pan de la Eucaristía, hecho de grano de trigo, se multiplica y se parte para ser alimento de todos los cristianos. La muerte del martirio es siempre fecunda; por esto, «quienes aman la vida», paradójicamente, la «pierden». Cristo muere para dar, con su sangre, fruto: nosotros le hemos de imitar para resucitar con Él y dar fruto con Él. ¿Cuántos dan en silencio su vida por el bien de los hermanos? Desde el silencio y la humildad hemos de aprender a ser grano que muere para volver a la Vida.
En la primera parte del Evangelio, Jesús dice a los Apóstoles: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12,24). San Agustín comenta al respecto: «Jesús se dice a Sí mismo "grano", que había de ser mortificado, para después multiplicarse; que tenía que ser mortificado por la infidelidad de los judíos y ser multiplicado para la fe de todos los pueblos». El pan de la Eucaristía, hecho de grano de trigo, se multiplica y se parte para ser alimento de todos los cristianos. La muerte del martirio es siempre fecunda; por esto, «quienes aman la vida», paradójicamente, la «pierden». Cristo muere para dar, con su sangre, fruto: nosotros le hemos de imitar para resucitar con Él y dar fruto con Él. ¿Cuántos dan en silencio su vida por el bien de los hermanos? Desde el silencio y la humildad hemos de aprender a ser grano que muere para volver a la Vida.
El Evangelio de este domingo acaba con una exhortación a caminar a la luz del
Hijo exaltado en lo alto de la tierra: «Y yo cuando sea levantado de la tierra,
atraeré a todos hacia mí» (Jn 12,32). Tenemos que pedir al buen Dios que en
nosotros sólo haya luz y que Él nos ayude a disipar toda sombra. Ahora es el
momento de Dios, ¡no lo dejemos perder! «¿Dormís?, ¡el tiempo que se os ha
concedido pasa!» (San Ambrosio de Milán). No podemos dejar de ser luz en
nuestro mundo. Como la luna recibe su luz del sol, en nosotros han de ver la
luz de Dios.
Lectura del santo evangelio según san Juan (12,20-33):
En aquel tiempo, entre los que habían venido a celebrar la
fiesta había algunos griegos; éstos, acercándose a Felipe, el de Betsaida de
Galilea, le rogaban: «Señor, quisiéramos ver a Jesús.»
Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús.
Jesús les contestó: «Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este. mundo se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo premiará. Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré?: Padre, líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora. Padre, glorifica tu nombre.»
Entonces vino una voz del cielo: «Lo he glorificado y volveré a glorificarlo.»
La gente que estaba allí y lo oyó decía que había sido un trueno; otros decían que le había hablado un ángel.
Jesús tomó la palabra y dijo: «Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el Príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí.»
Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir.
Palabra del Señor
Jesús les contestó: «Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este. mundo se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo premiará. Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré?: Padre, líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora. Padre, glorifica tu nombre.»
Entonces vino una voz del cielo: «Lo he glorificado y volveré a glorificarlo.»
La gente que estaba allí y lo oyó decía que había sido un trueno; otros decían que le había hablado un ángel.
Jesús tomó la palabra y dijo: «Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el Príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí.»
Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir.
Palabra del Señor
COMENTARIO.
En el Evangelio de hoy tiene lugar enseguida de la entrada
triunfal de Jesús a Jerusalén, donde iba a ser entregado para su Muerte en la
cruz. Allí Jesús informó a sus discípulos y a algunos seguidores, lo que
estaba a punto de suceder días después: su Pasión, Muerte y posterior
Resurrección.
Para ello, utiliza la imagen de una semilla que debe morir
al ser plantada para dar paso a una vida nueva. Nos habla el Señor de una
semilla de trigo, fruto muy utilizado en su tierra, que además se aplicaba muy
bien a El, Quien se nos convertiría después en el mejor fruto que planta de
trigo podía producir, ya que a partir del Jueves Santo, Jesús sería para
nosotros el Pan Eucarístico.
Sin embargo, ¿cómo se aplican a nosotros esas palabras del
Señor: “Yo les aseguro que si el grano de trigo sembrado en la
tierra no muere, queda infecundo; pero si muere, producirá mucho
fruto”? ¿Se aplican esas palabras sólo a El o también a
nosotros? ... Si hemos de seguir el ejemplo y las exigencias
de Cristo, ciertamente también se aplican a nosotros.
Y para comprender el significado de esto debemos pasar a las
siguientes palabras del Señor: “El que ama su vida la destruye, y el que
desprecia su vida en este mundo la conserva para la vida eterna” ( Jn. 12,
20-33).
Ahora bien ... ¿puede realizarse la paradoja, la aparente
contradicción de perder para ganar, entregar para obtener, morir para vivir?
... Debe ser así, pues es lo que el Señor nos propone cuando nos advierte que
quien pretenda conservar su vida la perderá, pero quien la entregue la
conservará.
En el diálogo del Señor que nos relata hoy el Evangelio de
San Juan, vemos que se estaba dirigiendo a sus discípulos -que eran hebreos- y
a unos griegos, seguramente abiertos al mensaje de Jesús, que habían llegado a
Jerusalén y querían ver al Maestro.
Y sucedió que en este diálogo también interviene Dios Padre.
Notemos que Jesús muestra rasgos muy genuinos de su
humanidad, pues confiesa a sus oyentes que tiene miedo. “Ahora que tengo
miedo, ¿voy a decirle a mi Padre: ‘Padre, líbrame de esta hora’? Y
se contesta enseguida: “No, si precisamente para esta hora he
venido”.
Jesús no elude el sufrimiento y la muerte, sino que confirma
su entrega por nosotros, su entrega a la Voluntad del Padre, Quien muestra su
presencia en ese momento.
La voz del Padre parece ser una respuesta al Hijo, Quien le
pide: “Padre, dale gloria tu nombre”. Jesús, luego
confirma por qué el Padre se ha hecho presente: “Esta voz no ha
venido por Mí, sino por ustedes”.
Es una nueva oportunidad para fortalecer la fe de los
discípulos. Y qué dice el Padre: “Lo he glorificado y volveré a
glorificarlo”. Alusión directa a la Resurrección de Cristo, que
sucedería -como estaba prometido- al tercer día de su vergonzosa muerte en la
cruz.
Poquísimas veces se ve la manifestación directa del Padre en
los Evangelios, una de ellas –la menos conocida, tal vez- es ésta.
Recordemos que allí estaban presentes hebreos y gentiles. Tal vez por
ello Jesús luego hace alusión a que su Reino se extendería a todos, judíos y no
judíos: “Cuando Yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia
Mí”.
Nos dice el Evangelista que aludía a su muerte en la
cruz. Y sabemos cómo se cumplieron las palabras del Señor, pues después
de su Muerte, su Resurrección, su Ascensión y Pentecostés, la Iglesia por El
fundada se extendió por todas partes, con la predicación de los Apóstoles.
Nos dijo Jesús que su Reino se extendería a todos, porque
iba a ser arrojado el príncipe de este mundo (el Demonio) ... y El, a
través de su muerte en cruz y por la gloria de su Resurrección, atraería a
todos hacia El. Palabras de esperanza y seguridad para todos los que nos
dejamos “atraer” por El, por su doctrina y por su ejemplo.
Palabras también de compromiso, porque “dejarnos atraer por
El” significa seguirlo en todo ... como El reiteradamente nos pide. Y
“seguirlo en todo” significa seguirlo también en la muerte.
Por supuesto esto no significa que todos tengamos que morir
en una cruz como El. Tampoco significa que todos tengamos que sufrir un
martirio violento -como algunos sí lo tienen.
Significa más bien ese “morir” cada día a nuestro propio
yo. Significa ese “perder la vida” que Jesús nos pide en este pasaje de
San Juan y que también nos lo requiere en otra oportunidad, con palabras
similares: “El que quiera asegurar su vida la perderá, pero el que
pierda su vida por Mí, la asegurará” (Mt. 16, 25 - Mc. 8, 35 - Lc. 9, 24).
Hay la idea de que morir cuesta mucho, de que el trance de
la muerte es un trance muy difícil. En realidad lo que más cuesta es la
idea misma de “morir”. Pero la Palabra de Dios es clara, muy clara:
debemos entregar nuestra vida, debemos morir a nosotros mismos, si realmente
queremos vivir.
¿Qué significa entregar nuestra vida y morir a nuestro yo?
Significa entregar nuestros modos de ver las cosas, para que
los modos de Dios sean los que rijan nuestra vida, no los nuestros.
Significa entregar nuestros planes, para pedirle a Dios que
nos muestre Sus planes para nuestra vida, y realizar esos planes, no los
nuestros.
Significa entregar nuestra voluntad a Dios, para que sea Su
Voluntad y no la nuestra la que sigamos durante nuestra vida en la
tierra.
Es, entonces, un continuo morir a lo que este mundo nos
propone como deseable y hasta conveniente.
Pero pensemos: ¿quién es el dueño de este mundo? Ya
Dios nos advierte en su Palabra quién rige el mundo: aquél que es
llamado en este pasaje “príncipe ( o amo) de este mundo”. Si
observamos bien, los valores que nos propone el mundo son muy diferentes a los
de Dios. Los criterios de este mundo son también muy diferentes a los de
Dios.
Y cada vez que optamos por ese “perder la vida de este
mundo”, cada vez que optamos por “morir” a nuestro yo, es decir, a nuestras
propias inclinaciones, deseos, ideas, criterios, planes, etc., de hecho estamos
optando por el bando de Dios, que es el bando ganador.
De no vivir día a día esa continua renuncia a nosotros
mismos, esa continua muerte a nuestro yo, no podremos dar fruto. Seremos
“infecundos”. “Si el grano de trigo no muere, queda infecundo”. No
dará fruto.
Y ¿cuál fue el fruto de Cristo? Lo sabemos bien y nos
lo recuerda la Segunda Lectura (Hb. 5, 7-9): “se convirtió en la
causa de la salvación eterna para todos los que lo obedecen”.
¿Cuál será nuestro fruto si optamos por ser fecundos, si
optamos por morir con Cristo? Si morimos con El, viviremos con El ... y
también salvaremos con El, pues nuestra oblación, nuestra entrega, unida a El,
dará fruto para nosotros mismos y para los demás: nos salvaremos nosotros
y salvaremos a otros. Serán frutos de Vida Eterna para nosotros mismos y
para los demás. Es lo que llama Juan Pablo II en su Encíclica “Salvifici
Doloris” sobre el sufrimiento humano, “el valor redentor del sufrimiento”.
La Primera Lectura del Profeta Jeremías(Jr. 31, 31-34) nos
habla de la Nueva Alianza que Dios establecería con su pueblo. El Señor
pondría su Ley en lo más profundo de nuestras mentes y la grabaría en nuestros
corazones.
Y nos dice: “Todos me van a conocer, desde el más
pequeño hasta el mayor de todos, cuando Yo les perdone su culpas y olvide para
siempre sus pecados”. Nos dice que lo vamos a conocer porque nos va a
perdonar y se va a olvidar nuestros pecados. No lo vamos a conocer por su
castigo, sino por su perdón. Esa es su tarjeta de presentación:
su Amor Infinito que perdona y olvida todo nuestro mal.
Cristo, entonces, se hizo Hombre y vivió y sufrió y murió y
resucitó para que nuestros pecados fueran perdonados y pudiéramos tener acceso
nosotros a la resurrección y a la Vida Eterna.
El Salmo de hoy es el #50, el Salmo de David
arrepentido de su horrible y múltiple pecado. “Crea en mí un corazón
puro ...Lávame de todos mis delitos y olvida mis ofensas ... Devuélveme la
alegría de la salvación ...” Bellísimo Salmo propio para
orar cuando nos queremos arrepentir de nuestros pecados. Muy
apropiado para pedir nuestra conversión al Señor, para implorar su
misericordia.
Próximos ya a la Semana Santa cuando conmemoraremos la entrega
total que Cristo hizo de Sí mismo, perdiendo su vida para darnos una nueva Vida
a todos nosotros, es tiempo propicio para una profunda conversión.
Reflexionando sobre las palabras del Evangelio y
aplicándolas a nuestra vida espiritual, podríamos pedir al Señor esta gracia de
conversión profunda que significa el poder comprender y realizar este ideal que
nos propone y nos muestra Cristo: morir para vivir, perder para ganar,
entregar para obtener.
Para ello, utiliza la imagen de una semilla que debe morir
al ser plantada para dar paso a una vida nueva. Nos habla el Señor de una
semilla de trigo, fruto muy utilizado en su tierra, que además se aplicaba muy
bien a El, Quien se nos convertiría después en el mejor fruto que planta de
trigo podía producir, ya que a partir del Jueves Santo, Jesús sería para
nosotros el Pan Eucarístico.
Sin embargo, ¿cómo se aplican a nosotros esas palabras del
Señor: “Yo les aseguro que si el grano de trigo sembrado en la
tierra no muere, queda infecundo; pero si muere, producirá mucho
fruto”? ¿Se aplican esas palabras sólo a El o también a
nosotros? ... Si hemos de seguir el ejemplo y las exigencias
de Cristo, ciertamente también se aplican a nosotros.
Y para comprender el significado de esto debemos pasar a las
siguientes palabras del Señor: “El que ama su vida la destruye, y el que
desprecia su vida en este mundo la conserva para la vida eterna” ( Jn. 12,
20-33).
Ahora bien ... ¿puede realizarse la paradoja, la aparente
contradicción de perder para ganar, entregar para obtener, morir para vivir?
... Debe ser así, pues es lo que el Señor nos propone cuando nos advierte que
quien pretenda conservar su vida la perderá, pero quien la entregue la
conservará.
En el diálogo del Señor que nos relata hoy el Evangelio de
San Juan, vemos que se estaba dirigiendo a sus discípulos -que eran hebreos- y
a unos griegos, seguramente abiertos al mensaje de Jesús, que habían llegado a
Jerusalén y querían ver al Maestro.
Y sucedió que en este diálogo también interviene Dios Padre.
Notemos que Jesús muestra rasgos muy genuinos de su
humanidad, pues confiesa a sus oyentes que tiene miedo. “Ahora que tengo
miedo, ¿voy a decirle a mi Padre: ‘Padre, líbrame de esta hora’? Y
se contesta enseguida: “No, si precisamente para esta hora he venido”.
Jesús no elude el sufrimiento y la muerte, sino que confirma
su entrega por nosotros, su entrega a la Voluntad del Padre, Quien muestra su
presencia en ese momento.
La voz del Padre parece ser una respuesta al Hijo, Quien le
pide: “Padre, dale gloria tu nombre”. Jesús, luego
confirma por qué el Padre se ha hecho presente: “Esta voz no ha
venido por Mí, sino por ustedes”.
Es una nueva oportunidad para fortalecer la fe de los
discípulos. Y qué dice el Padre: “Lo he glorificado y volveré a
glorificarlo”. Alusión directa a la Resurrección de Cristo, que
sucedería -como estaba prometido- al tercer día de su vergonzosa muerte en la
cruz.
Poquísimas veces se ve la manifestación directa del Padre en
los Evangelios, una de ellas –la menos conocida, tal vez- es ésta.
Recordemos que allí estaban presentes hebreos y gentiles. Tal vez por
ello Jesús luego hace alusión a que su Reino se extendería a todos, judíos y no
judíos: “Cuando Yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia
Mí”.
Nos dice el Evangelista que aludía a su muerte en la
cruz. Y sabemos cómo se cumplieron las palabras del Señor, pues después
de su Muerte, su Resurrección, su Ascensión y Pentecostés, la Iglesia por El
fundada se extendió por todas partes, con la predicación de los Apóstoles.
Nos dijo Jesús que su Reino se extendería a todos, porque
iba a ser arrojado el príncipe de este mundo (el Demonio) ... y El, a
través de su muerte en cruz y por la gloria de su Resurrección, atraería a
todos hacia El. Palabras de esperanza y seguridad para todos los que nos
dejamos “atraer” por El, por su doctrina y por su ejemplo.
Palabras también de compromiso, porque “dejarnos atraer por
El” significa seguirlo en todo ... como El reiteradamente nos pide. Y
“seguirlo en todo” significa seguirlo también en la muerte.
Por supuesto esto no significa que todos tengamos que morir
en una cruz como El.
Tampoco significa que todos tengamos que sufrir un
martirio violento -como algunos sí lo tienen.
Significa más bien ese “morir” cada día a nuestro propio
yo. Significa ese “perder la vida” que Jesús nos pide en este pasaje de
San Juan y que también nos lo requiere en otra oportunidad, con palabras
similares: “El que quiera asegurar su vida la perderá, pero el que
pierda su vida por Mí, la asegurará” (Mt. 16, 25 - Mc. 8, 35 - Lc. 9, 24).
Hay la idea de que morir cuesta mucho, de que el trance de
la muerte es un trance muy difícil. En realidad lo que más cuesta es la
idea misma de “morir”. Pero la Palabra de Dios es clara, muy clara:
debemos entregar nuestra vida, debemos morir a nosotros mismos, si realmente
queremos vivir.
¿Qué significa entregar nuestra vida y morir a nuestro yo?
Significa entregar nuestros modos de ver las cosas, para que
los modos de Dios sean los que rijan nuestra vida, no los nuestros.
Significa entregar nuestros planes, para pedirle a Dios que
nos muestre Sus planes para nuestra vida, y realizar esos planes, no los
nuestros.
Significa entregar nuestra voluntad a Dios, para que sea Su
Voluntad y no la nuestra la que sigamos durante nuestra vida en la
tierra.
Es, entonces, un continuo morir a lo que este mundo nos
propone como deseable y hasta conveniente.
Pero pensemos: ¿quién es el dueño de este mundo? Ya
Dios nos advierte en su Palabra quién rige el mundo: aquél que es
llamado en este pasaje “príncipe ( o amo) de este mundo”. Si
observamos bien, los valores que nos propone el mundo son muy diferentes a los
de Dios. Los criterios de este mundo son también muy diferentes a los de
Dios.
Y cada vez que optamos por ese “perder la vida de este
mundo”, cada vez que optamos por “morir” a nuestro yo, es decir, a nuestras
propias inclinaciones, deseos, ideas, criterios, planes, etc., de hecho estamos
optando por el bando de Dios, que es el bando ganador.
De no vivir día a día esa continua renuncia a nosotros
mismos, esa continua muerte a nuestro yo, no podremos dar fruto. Seremos
“infecundos”. “Si el grano de trigo no muere, queda infecundo”. No
dará fruto.
Y ¿cuál fue el fruto de Cristo? Lo sabemos bien y nos
lo recuerda la Segunda Lectura (Hb. 5, 7-9): “se convirtió en la
causa de la salvación eterna para todos los que lo obedecen”.
¿Cuál será nuestro fruto si optamos por ser fecundos, si
optamos por morir con Cristo? Si morimos con El, viviremos con El ... y
también salvaremos con El, pues nuestra oblación, nuestra entrega, unida a El,
dará fruto para nosotros mismos y para los demás: nos salvaremos nosotros
y salvaremos a otros. Serán frutos de Vida Eterna para nosotros mismos y
para los demás. Es lo que llama Juan Pablo II en su Encíclica “Salvifici
Doloris” sobre el sufrimiento humano, “el valor redentor del sufrimiento”.
La Primera Lectura del Profeta Jeremías(Jr. 31, 31-34) nos
habla de la Nueva Alianza que Dios establecería con su pueblo. El Señor
pondría su Ley en lo más profundo de nuestras mentes y la grabaría en nuestros
corazones.
Y nos dice: “Todos me van a conocer, desde el más
pequeño hasta el mayor de todos, cuando Yo les perdone su culpas y olvide para
siempre sus pecados”. Nos dice que lo vamos a conocer porque nos va a
perdonar y se va a olvidar nuestros pecados. No lo vamos a conocer por su
castigo, sino por su perdón. Esa es su tarjeta de presentación:
su Amor Infinito que perdona y olvida todo nuestro mal.
Cristo, entonces, se hizo Hombre y vivió y sufrió y murió y
resucitó para que nuestros pecados fueran perdonados y pudiéramos tener acceso
nosotros a la resurrección y a la Vida Eterna.
El Salmo de hoy es el #50, el Salmo de David
arrepentido de su horrible y múltiple pecado. “Crea en mí un corazón
puro ...Lávame de todos mis delitos y olvida mis ofensas ... Devuélveme la
alegría de la salvación ...” Bellísimo Salmo propio para
orar cuando nos queremos arrepentir de nuestros pecados. Muy
apropiado para pedir nuestra conversión al Señor, para implorar su
misericordia.
Próximos ya a la Semana Santa cuando conmemoraremos la
entrega total que Cristo hizo de Sí mismo, perdiendo su vida para darnos una
nueva Vida a todos nosotros, es tiempo propicio para una profunda conversión.
Reflexionando sobre las palabras del Evangelio y
aplicándolas a nuestra vida espiritual, podríamos pedir al Señor esta gracia de
conversión profunda que significa el poder comprender y realizar este ideal que
nos propone y nos muestra Cristo: morir para vivir, perder para ganar,
entregar para obtener.
Fuentes:
Sagradas Escrituras
Evangeli.net
Homilias.org
Ángel Corbalán
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