sábado, 28 de mayo de 2011

" No os dejaré huérfanos. Volveré" (Evangelio dominical)


No estamos huérfanos...

Una Iglesia formada por cristianos que se relacionan con un Jesús mal conocido, poco amado y apenas recordado de manera rutinaria, es una Iglesia que corre el riesgo de irse extinguiendo. Una comunidad cristiana reunida en torno a un Jesús apagado, que no seduce ni toca los corazones, es una comunidad sin futuro.

En la Iglesia de Jesús necesitamos urgentemente una calidad nueva en nuestra relación con él. Necesitamos comunidades cristianas marcadas por la experiencia viva de Jesús. Todos podemos contribuir a que en la Iglesia se le sienta y se le viva a Jesús de manera nueva. Podemos hacer que sea más de Jesús, que viva más unida a él. ¿Cómo?


Juan recrea en su evangelio la despedida de Jesús en la última cena. Los discípulos intuyen que dentro de muy poco les será arrebatado. ¿Qué será de ellos sin Jesús? ¿A quién le seguirán? ¿Dónde alimentarán su esperanza? Jesús les habla con ternura especial. Antes de dejarlos, quiere hacerles ver cómo podrán vivir unidos a él, incluso después de su muerte.

Antes que nada, ha de quedar grabado en su corazón algo que no han de olvidar jamás: «No os dejaré huérfanos. Volveré». No han de sentirse nunca solos. Jesús les habla de una experiencia nueva que los envolverá y les hará vivir porque los alcanzará en lo más íntimo de su ser. No los olvidará. Vendrá y estará con ellos.

Jesús no podrá ya ser visto con la luz de este mundo, pero podrá ser captado por sus seguidores con los ojos de la fe. ¿No hemos de cuidar y reavivar mucho más esta presencia de Jesús resucitado en medio de nosotros? ¿Cómo vamos a trabajar por un mundo más humano y una Iglesia más evangélica si no le sentimos a él junto a nosotros?

Jesús les habla de una experiencia nueva que hasta ahora no han conocido sus discípulos mientras lo seguían por los caminos de Galilea: «Sabréis que yo estoy con mi Padre y vosotros conmigo». Esta es la experiencia básica que sostiene nuestra fe. En el fondo de nuestro corazón cristiano sabemos que Jesús está con el Padre y nosotros estamos con él. Esto lo cambia todo.

Esta experiencia está alimentada por el amor: «Al que me ama...yo también lo amaré y me revelaré a él». ¿Es posible seguir a Jesús tomando la cruz cada día, sin amarlo y sin sentirnos amados entrañablemente por él? ¿Es posible evitar la decadencia del cristianismo sin reavivar este amor? ¿Qué fuerza podrá mover a la Iglesia si lo dejamos apagar? ¿Quién podrá llenar el vacío de Jesús? ¿Quién podrá sustituir su presencia viva en medio de nosotros?


Que viene El Espíritu!

1.- Tiempo de Pascua

Hay que repetirlo. Seguimos en la alegría de la Pascua del Resucitado. Todo el tiempo pascual es como un domingo largo, continuado. El cirio pascual nos preside, su llama no se apaga. Que no se cansen los cristianos de vivirlo.

El Evangelio sigue en la Última Cena, pero los Hechos de los Apóstoles nos recrean la gracia de la primera comunidad cristiana. Tras los nubarrones de la despedida para ir a la muerte, brilla el color y la frescura de aquella Iglesia de resucitados, llenos del Espíritu Santo. Pero en los dos escenarios abunda la presencia trinitaria, el Dios uno y trino: el Padre que nos ama, el Hijo en cuyo nombre somos bautizados y el Espíritu Santo prometido como abogado nuestro.

En algunas regiones, como en España, hoy es el “Día del enfermo”. Todos los días hay mucho dolor entre nosotros, pero en este domingo lo hacemos memoria, oración y compromiso.

2.- Palabra

El Evangelio se abre con una promesa consoladora, dentro de la tristeza de la despedida: “No os dejaré desamparados” dice el Maestro. Jesús nos mete a todos en ese círculo maravilloso del misterio divino:”Yo estoy con mi Padre, vosotros conmigo y yo en vosotros”. E insiste, por si no estaba claro: “Al que me ama lo amará mi Padre, y yo también lo amaré”. Esto es posible por la acción callada del Espíritu Santo, como “sangre divina” que a todo da vida.

Es el mismo fuego del Espíritu que ponía a andar a la Iglesia naciente. Todo es encanto en esa comunidad cristiana. ¿Podemos subrayar alguno de esos encantos? El único objeto de su predicación es Cristo. La palabra era acompañada de obras, muchos eran curados. La gente escuchaba con aprobación y la ciudad se llenó de alegría. Todo sucedía en campo difícil, en Samaría, en tierra enemiga. Tal era la cosecha de evangelio que la Iglesia madre de Jerusalén quería gozarse y confirmar tanta fe. Y fue la comunidad misma la que envío a los apóstoles Pedro y Juan. Estos llegaron e “imponían -no, normas- las manos, y recibían el Espíritu Santo”. Era la grandeza de la unidad y de la comunión en la Iglesia.

3.- Vida

De entrada, nos invitamos a estar abiertos al viento del Espíritu. El es nuestro abogado, porque es el Espíritu de la verdad y del amor. El Espíritu Santo nos unge, nos empapa de la vida de Dios. Luego, va todo en cadena: nos sentimos amados por Dios, salimos a decir que “hemos conocido el amor” y este amor nos urge a amar a los demás; así sucedió en Samaría, donde los mismos que eran odiados por los judíos eran amados por los cristianos.

Este es también el Espíritu que edifica la Iglesia. Aquí posee un sentido sacramental la palabra de Jesús: “No os dejaré huérfanos”. Somos Iglesia, esta es nuestra Iglesia, esta es nuestra madre. Somos muchos los hermanos, los ungidos hijos de Dios. Porque el Espíritu es su defensor, esta Iglesia no tiene miedo, no anda a la defensiva, no busca apoyaturas mundanas sino evangélicas. Que nadie se salga del guión de Samaría: predicar a Cristo sólo, consolar, llenarse de alegría, orar por los hermanos e imponer las manos como señal de la llegada del Espíritu. Claro que a todos nos toca trabajar para hacer la “Iglesia de Jesús”, hermosa, pura como su Señor.

Nos acordamos de los enfermos. Hoy es su día en algunas Iglesias. Como el diácono Felipe, salimos a curar. Como Jesús, sentimos compasión y queremos “tocar” de cerca a los que están malos. Muy importante: no nos olvidemos de los que cuidan a los enfermos: familiares, personal sanitario, pastoral cristiana, todos. Son ángeles para los que sufren.

¡Cuántas cosas, y todas son don y fruto del Espíritu Santo!



Lectura del santo evangelio según san Juan (14,15-21):


En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Yo le pediré al Padre que os dé otro defensor, que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis, porque vive con vosotros y está con vosotros. No os dejaré huérfanos, volveré. Dentro de poco el mundo no me verá, pero vosotros me veréis y viviréis, porque yo sigo viviendo. Entonces sabréis que yo estoy con mi Padre, y vosotros conmigo y yo con vosotros. El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése me ama; al que me ama lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él.»

Palabra del Señor


COMENTARIO.


Estamos en el domingo VI del tiempo pascual; celebrando la resurrección de Jesús. El Evangelio nos sitúa en un contexto de despedida de Jesús, en el que podemos ver:


Su ascención: "No os dejaré desamparados, volveré. Dentro de poco el mundo no me verá...", fiesta de la ascensión de Jesús que celebraremos el domingo próximo.


Pentecostés: "Yo le pediré al Padre que os dé otro defensor que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la Verdad"; fiesta que celebraremos a otro domingo de la ascensión.


Un consejo para permanecer en su amor: "Si me amáis, guardaréis mis mandamientos... El que acepta mis mandamientos y los guarda, ese me ama".



Me voy a centrar en esta última idea. Si de verdad amamos a Dios, guardaremos sus mandamientos. La guarda de los mandamientos es la prueba de que amamos a Dios.

Amarás a Dios sobre todas las cosas.

El primer mandamiento es el que nos centra en esta idea del Evangelio. Es el más difícil de cumplir. Hay que poner a Dios como lo más importante, por encima del resto de las cosas y personas. Hay que amarle más que al dinero, al bienestar, a la salud, a la familia... Quien ama a Dios sobre todas las cosas está dispuesto a amar al prójimo por encima de todas las cosas.

No tomarás el nombre de Dios en vano.

En la tradición judía se evitaba el nombrar a Dios para no hacerlo en vano. Quiere decir este mandamiento que no hay que blasfemar, que no hay que jurar poniendo a Dios como testigo. Quien no toma el nombre de Dios en vano, no toma a la persona en vano, la ama.

Santificarás las fiestas.

Quien ama a Dios lo manifiesta en las celebraciones litúrgicas de la Iglesia, sobre todo en la Eucaristía dominical. ¡Cuantos cristianos dicen creer en Dios y amarle y no frecuentan la eucaristía! ¿Cómo se puede amar a una persona sin verlo nunca, nada más que teniéndolo en el recuerdo? Santificar las fiestas es dedicarle a Dios el tiempo que tenemos.



Honrarás a tu padre y a tu madre.

Quien ama a Dios, que es nuestro Padre, está dispuesto a amar a sus padres. Respetar a los padres, obedecerles, honrarles es un modo de manifestar el amor a Dios; pues si no amamos a quien vemos, ¿cómo vamos a amar a quien no vemos?

No Matarás.

Quien ama a Dios está dispuesto a respetar la vida en todas las etapas de la misma, desde la concepción hasta la muerte. La vida es sagrada, es Dios quien la da y la quita; en la vida de los hombres está Dios presente. No se puede amar a Dios sin respetar la vida del prójimo. Hay muchos modos de matar la vida de los demás, no sólo físicamente, sino moralmente, quitándoles honra y crédito ante los demás.

No cometerás actos impuros.

Quien ama sólo entiende la sexualidad desde el amor. Sin amor la sexualidad es impura, más propia de animales que de personas. El amor en la sexualidad está abierto a la vida.


No robarás.


Quien ama a Dios respeta al prójimo y sus cosas. No está justificado nunca el robar, por muy insignificante que sea el robo. Un modo de respetar el prójimo es respetar su propiedad.

No dirás falso testimonio, ni mentirás.

Quien ama a Dios vive en la verdad, por eso no miente, por eso no dice cosas que son falsas sobre su prójimo. Hay muchas formas de faltar a la caridad con el prójimo, pero ninguna seguramente más perjudicial que esta: decir un falso testimonio, transmitir un juicio temerario.

No consentirás pensamientos, ni deseos impuros.

Quien ama a Dios y al prójimo tiene que aprender, incluso, a controlar el pensamiento. Es fácil, es normal, tener malos pensamientos; pero no hay que consentir con ellos. La tentación se puede tener, pero no hay que caer en ella.

No codiciarás los bienes ajenos.

Quien ama no sólo no roba, sino que se tiene que acostumbrar a no ser codicioso, a no desear lo que no es suyo.

Estos son los mandamientos de la Ley de Dios, que Jesucristo no anuló, sino que perfeccionó con el mandamiento nuevo del amor: "... Que os améis como yo os he amado".


Que amemos a Dios y al prójimo profundamente.









Fuentes:
Iluminación Divina
Pedro Crespo
Conrado Bueno, cmf
José A. Pagola
Ángel Corbalán

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