Las lecturas de hoy nos hablan de la institución del matrimonio y de la familia. La Primera Lectura (Gn. 2, 18-24) nos habla del momento maravilloso de la creación del hombre y la mujer y del original plan de Dios para la pareja humana.
En el Evangelio (Mc.
10, 2-16) vemos cómo cuando los fariseos interrogan a Jesús acerca
del divorcio que -como leemos- Moisés había permitido en algunos casos, el
Señor insiste en la indisolubilidad del matrimonio, sin hacer excepciones.
Y explica que la permisión de Moisés se debió a la
terquedad de los hombres, “a la dureza de
corazón de ustedes”, pero insiste en que en el principio, antes del
pecado, no fue así, y el mismo Jesús recuerda en este pasaje la narración del
Génesis, cuando Dios dispuso que hombre y mujer no fueran dos, sino uno solo.
Es cierto que en el Sermón de la Montaña, anterior
al momento en que sucede el diálogo que nos trae el Evangelio de hoy, Jesús
habla también del tema de la indisolubilidad y pareciera que hiciera alguna
excepción al respecto. Así nos dice el texto:
“Se dijo también:‘El que despida a su mujer le dará
un certificado de divorcio’. Pero Yo les digo que el que la despide
-fuera del caso de infidelidad- le empuja al adulterio. Y también el que
se case con esa mujer divorciada comete adulterio”. (Mt. 5, 31-32)
Para este domingo XXVII del Tiempo Ordinario, como
viene siendo habitual, traemos las reflexiones de tres religiosos, que lo hacen
en nuestro idioma.
Lectura del santo evangelio según san Marcos (10,2-16):
En aquel tiempo, se acercaron unos fariseos y le preguntaron a Jesús, para ponerlo a prueba: «¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?»
Él les replicó: «¿Qué os ha mandado Moisés?»
Contestaron: «Moisés Permitió divorciarse, dándole a la mujer un acta de repudio.»
Jesús les dijo: «Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este precepto. Al principio de la creación Dios "los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne." De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.»
En casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo. Él les dijo: «Si uno se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio.»
Le acercaban niños para que los tocara, pero los discípulos les regañaban. Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo: «Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis; de los que son como ellos es el reino de Dios. Os aseguro que el que no acepte el reino de Dios como un niño, no entrará en él.»
Y los abrazaba y los bendecía imponiéndoles las manos.
Palabra del Señor
En aquel tiempo, se acercaron unos fariseos y le preguntaron a Jesús, para ponerlo a prueba: «¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?»
Él les replicó: «¿Qué os ha mandado Moisés?»
Contestaron: «Moisés Permitió divorciarse, dándole a la mujer un acta de repudio.»
Jesús les dijo: «Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este precepto. Al principio de la creación Dios "los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne." De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.»
En casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo. Él les dijo: «Si uno se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio.»
Le acercaban niños para que los tocara, pero los discípulos les regañaban. Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo: «Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis; de los que son como ellos es el reino de Dios. Os aseguro que el que no acepte el reino de Dios como un niño, no entrará en él.»
Y los abrazaba y los bendecía imponiéndoles las manos.
Palabra del Señor
COMENTARIO.
Que no lo separe el hombre
1. Hueso de mis huesos y carne de
mi carne
La Palabra de Dios plantea hoy la espinosa
cuestión de la legitimidad del divorcio, sometida a amplio debate, incluso
dentro de la Iglesia. Ya suscita reparos el relato al que recurre Jesús para
recordar el designio originario de Dios sobre el matrimonio, pues se ve ahí una
forma de “patriarcalismo”, que somete a la mujer a la dependencia del varón. En
realidad, en esta acusación puede verse la extendida tendencia a proyectar
sobre los textos bíblicos nuestros relativos esquemas culturales, muchos de los
cuales son modas de última hora, más que posiciones probadas. En todo caso, si
en este texto hay algo de “patriarcalismo” por el detalle metafórico y poético
de la costilla del varón, hay que decir que ese patriarcalismo queda anulado
por el texto que lo precede inmediatamente (Gn 1,27) en el que se habla de la
creación simultánea del varón y la mujer a imagen de Dios. Las proyecciones
ideológicas sobre los textos tienen el vicio de subrayar lo que se quiere e
ignorar lo que contradice la propia tesis, para hacerles decir, al final, lo
que no dicen. Ante la Palabra hay que evitar proyecciones y adoptar una actitud
de escucha, si queremos oír lo que Dios quiere decirnos, más allá de posibles
condicionamientos culturales, que también pueden darse. Pero es que, además, el
texto de hoy esquiva el pretendido patriarcalismo cuando el varón exclama su
admiración ante la mujer y se reconoce en ella: «¡Ésta sí que es hueso de mis
huesos y carne de mi carne!», a diferencia de lo que le ocurrió con todo el
resto de los seres vivos, entre los que “no encontró a ninguno como él que lo ayudase” (Gn 2, 20);
ahora encuentra no una sierva, sino una compañera con la que remediar su
soledad y “formar una sola carne”. Encontramos aquí una afirmación muy clara de
la igualdad entre el hombre y la mujer: una igualdad no meramente física, pues
las diferencias entre ellos eran bien patentes (“estaban desnudos”), sino en
dignidad personal. Esa igualdad no puede no reflejarse en el género de unión al
que están llamados el varón y la mujer: ser “una sola carne” es una forma muy
expresiva de afirmar una relación que abarca todas las dimensiones de la relación
humana, desde la física, pasando por la económica y la psicológica, hasta la
espiritual. Ser “una sola carne” no significa “ser lo mismo”, fundirse en una
unidad en la que cada uno pierde su rostro personal (algo contradictorio con la
propia condición personal del ser humano, imagen de Dios), sino establecer
libremente y entre iguales una relación de amor que, como la carne, no puede
separase sin dejar heridas profundas que afectan el sentido de la existencia.
2. La pregunta de los fariseos
Jesús apela a esta realidad originaria
ante la pregunta de los fariseos, que representan a una cultura partidaria del
divorcio y, al menos en esto, parecida a la nuestra. En esta ocasión el
condicionamiento cultural no puede exhibirse para atenuar la respuesta de Jesús.
Los fariseos plantean la pregunta “para ponerlo a prueba”, para ver si Jesús,
que se presenta como un nuevo Moisés y su verdadero intérprete, es capaz de
oponerse en esto a una prescripción dada por éste y que no va en la línea
habitual del rigorismo fariseo, sino, al contrario, parece jugar a favor de la
debilidad humana. Esta prescripción, por otro lado, sí que refleja, sin
proyecciones, una situación de clara desventaja e injusticia hacia la mujer,
sujeto único del repudio. Si los fariseos, abiertamente divorcistas, plantean
la pregunta, es porque también para ellos la cuestión no está tan pacíficamente
asumida y ven en ella algo que no va. Escuchar la opinión de un Rabí tan
prestigioso como Jesús, además de ocasión para pillarlo, debía ser para ellos
de alto interés.
La respuesta de Jesús, que empieza
remitiéndose a la ley mosaica, parece hacerse cargo de la dificultad entrañada
en el problema, pero remite más allá de Moisés al absoluto de Dios y a su
proyecto originario. Al hacerlo, restablece la plena igualdad de varón y mujer,
la relación basada no en la mera ley, sino en el amor con el que Dios mismo une
hasta hacer una sola carne. Jesús restablece el ideal de un amor más fuerte que
la muerte, que, como un fuego al que no pueden apagar las grandes aguas, no se
puede comprar con todos los bienes de la propia casa (cf. Cant. 8, 6-7). El
verdadero amor tiene vocación de eternidad, es incondicional y fiel, “no pasa
nunca” (1 Cor 13, 8). Y es que el amor, más que un mandamiento o una “norma”
moral más, es la vida misma de Dios actuando en nosotros pues se ha hecho
accesible en Jesucristo.
Ahora bien, ¿es este ideal (con el que no
parece posible no estar de acuerdo) algo real y posible en la práctica? No
sabemos la reacción de los fariseos ante la respuesta de Jesús, pero algo
sabemos de la de sus propios discípulos.
3. Los discípulos insisten
Si los discípulos volvieron a preguntar
sobre lo mismo, es que no quedaron convencidos con la respuesta. La cuestión
suscita polémica no sólo entre los ajenos a Jesús, sino también entre los
suyos. También hoy los seguidores de Cristo encontramos dificultades para
aceptar determinados aspectos de su mensaje. Lo llamativo es que en la
respuesta a sus discípulos, ya en casa, en la privacidad del círculo de los
allegados, Jesús da una respuesta, si cabe, más tajante y cortante, afirmando
con fuerza el vínculo matrimonial y la maldad entrañada en su ruptura. ¿No se
comporta aquí Jesús con ese rigorismo del que frecuentemente acusa a los
fariseos? ¿No cae la Iglesia católica en un rigorismo parecido al mantener
inamovible la doctrina sobre la indisolubilidad del sacramento matrimonial?
Ante estas dificultades es bueno que nos
pongamos humilde y confiadamente a la escucha de la Palabra. Tal vez así no
resolveremos todos los problemas y casos particulares, pero al menos podremos
encontrar la luz que los ilumina y permite verlos en un prisma nuevo. Tal vez
así, además, descubriremos posibilidades nuevas y reales que, con una mirada
“de tejas abajo”, permanecen escondidas para nosotros.
Atendamos a un detalle que abre el texto
evangélico de hoy y que, desgraciadamente, la liturgia no recoge: “Se fue a la
región de Judea, al otro lado del Jordán. Allí la gente se acercó a él, como
acostumbraba, y les enseñaba” (Mc 10, 1). Nos encontramos en un contexto
bautismal (el Jordán) y de proclamación evangélica. Mateo (cf. Mt 19, 2) en el
pasaje paralelo dice también que los curaba. El contexto, claramente salvífico,
habla de la nueva creación y, por tanto, de la restauración del hombre herido
por el pecado gracias a la acción benéfica y curativa (palabra y agua
bautismal) de Jesús. Jesús plantea un ideal que es el designio original de Dios
sobre los seres humanos y que es de nuevo posible gracias a la salvación que él
ha traído a la tierra.
4. Los niños y los que son como niños
El pasaje siguiente que cierra el
evangelio de hoy debe entenderse en relación estrecha con la pregunta sobre el
divorcio. El bautismo y la Palabra restituyen la dignidad originaria con que
fuimos creados (la imagen de Dios en nosotros) y nos eleva todavía más al
hacernos hijos de Dios en el Hijo. El Reino de Dios es de los que son como niños. Renacido por el agua y la
Palabra, el cristiano debe vivir en una confianza total en Dios y en su amor
incondicional. La experiencia primigenia del niño es la de la confianza plena
en sus padres, que son percibidos por él como Providencia benéfica, de la que
depende por completo su posibilidad de vivir. Y ésta ha de ser la experiencia
del creyente en el Dios Padre de Jesucristo.
Pero es que, además, Jesús se enfada con
los que regañan e impiden acercarse a los niños de verdad, a los que acoge,
abraza y bendice. No se puede separar la cuestión del matrimonio y del amor
entre el varón y la mujer del fruto que bendice, redime y embellece ese amor:
los hijos que nacen de esa relación. El amor humano en su forma más esencial y
típica, el amor matrimonial, es un amor fecundo y, por tanto, responsable. El
verdadero amor no puede hacer caso omiso de esta dimensión fundamental.
Por eso, ante las múltiples dificultades
con que se enfrenta el proyecto de amor incondicional e indisoluble que es el
matrimonio, antes que declarar la imposibilidad del ideal y de sucumbir a los
múltiples equívocos con que nuestro tiempo (el sexo como diversión pasajera, no
como expresión de donación personal, los hijos como una pesada carga y un
límite de nuestra independencia, en vez de cómo una bendición de Dios, etc.)
rodea a esta realidad sagrada y querida por Dios, deberíamos armarnos
interiormente para poder afrontar con éxito un proyecto de vida tan importante,
tan difícil y exigente. Armarnos en la escucha de la Palabra, tomándonos en
serio el bautismo que nos ha regenerado, y acercándonos a Jesús a que nos cure
y nos instruya… Y, también, tomándonos en serio las relaciones con los demás
(pues amar es tomarse en serio a los otros). En la relación entre el varón y la
mujer esto significa, entre otras cosas, no quemar etapas antes de tiempo,
respetar el periodo de conocimiento mutuo, que tiene que ser lo suficientemente
prolongado para poder comprobar las posibilidades reales de una vida en común
(de llegar a ser “una sola carne”); también (por mucho que nuestros tiempos
consideren esto algo irreal) reservar la intimidad sexual al compromiso
matrimonial ya adquirido de manera explícita. Pues, de otra manera,
adelantándose indebidamente en este aspecto tan importante y delicado, se dan
muchas frustraciones y desilusiones: hacer como
si se fuera una sola carne sin serlo puede producir muchas
desgarraduras y cicatrices, que repercuten negativamente en la propia capacidad
de amar. Finalmente, el amor madura cuando mira más allá de sí mismo y se
entrega a los demás. La mutua entrega de los esposos se prolonga y se redime en
la entrega a los propios hijos, ante los que el padre y la madre hacen de
providencia benéfica (y si lo que debe ser benéfico se convierte en maléfico,
¿cómo podrán madurar esos niños en su capacidad de amar en el futuro?) y les
proveen así de una base firme que les permita ser sí mismos.
En conclusión, la respuesta de Jesús a los
fariseos y a nosotros mismos, que también le preguntamos con algo de
incredulidad, nos abre el horizonte de un don incondicional que hemos recibido
de Dios y de una responsabilidad para la que, en principio, es verdad que con algo
de sufrimiento, nos da los recursos suficientes. El principal recurso es Él
mismo, que se nos ha dado hasta el final y sin reservas, que ha padecido la
muerte para bien de todos.
“Pregunta por el divorcio”
Durante cuatro domingos -que este año
coinciden con los del mes de octubre- vamos a leer el capítulo 10 del Evangelio
según San Marcos. En él encontramos tres catequesis sobre las tendencias
básicas del ser humano: el placer, el tener y el poder y su revisión a la luz
del evangelio, que concluye con el encuentro de Jesús con el ciego de Jericó.
Esas catequesis determinan la elección de
las cuatro lecturas, tomadas del Antiguo Testamento. La lectura del Génesis
incluye hoy al menos tres lecciones sobre el amor sexual:
- La sexualidad humana ha sido querida por
Dios como signo y medio del encuentro interpersonal (Gén 2,21). La mujer es
creada durante un sueño que habitualmente es el espacio de las revelaciones
divinas. Con ello se insinúa que el “tú” representado en el otro sexo es el
camino de acceso al Tú trascendente de Dios.
- La sexualidad humana parece marcar la
diferencia entre los seres humanos y los demás vivientes. Sólo ante la mujer,
puede Adán salir de su soledad y encontrar una ayuda adecuada que no le pueden
proporcionar los demás seres de la creación (Gén 2, 18. 22).
- La sexualidad humana significa y realiza
la igualdad entre las personas, expresada por el mismo origen material, a
partir de la carne viviente; por la semejanza del nombre de la mujer en
simetría con el nombre del varón; y por la identidad de destino y de misión:
“serán una sola carne”, es decir una unidad de proyectos y de vida (Gén
2,23-24).
UNA HISTORIA COMÚN
En el evangelio de hoy se presenta la
cuestión del matrimonio y el divorcio (Mt 10, 2-16). Los fariseos preguntan a Jesús
si es lícito a un hombre divorciarse de su mujer. El relato incluye unas
diferencias importantes muy bien resumidas por la Comunidad de Bose.
- En primer lugar, los fariseos parecen
interesados solamente por el aspecto legal. Lo que importa es estar bien con la
ley. En realidad reducen la relación entre los esposos a un asunto de licitud.
Jesús en cambio se coloca en el terreno de la verdadera relación con Dios y con
la otra persona.
- Los fariseos no tienen en cuenta la
situación en que queda la mujer. Consideran el “acta de repudio” como un
derecho del varón, cuando en realidad era un deber para que la mujer pudiera
volver a contraer matrimonio, sin quedar reducida a la pobreza y la
marginalidad a la que la condenaba una sociedad patriarcal.
- Los fariseos se colocan en el punto de
vista del esposo. Jesús les invita a redescubrir el proyecto original de Dios.
Con ello Jesús considera el amor no sólo como un enamoramiento, sino como una
historia común. Una historia hecha de gozos y esperanzas, de proyectos y de
pruebas, de fidelidad y de perdón.
UNA FIDELIDAD AGRADECIDA
“Lo que Dios ha unido que no lo separe el
hombre”. Jesús parece recoger un proverbio sobre la seriedad de las
alianzas. Pero, a su vez, la comunidad cristiana ha convertido la palabra
de Jesús en un proverbio.
• “Lo que Dios ha unido que no lo separe
el hombre”. Los no creyentes verán tal vez el matrimonio como un contrato. O
como un proyecto de vida compartido. Los que siguen a Jesús no niegan la
validez de esos planteamientos, Pero han de tratar de descubrir el proyecto de
Dios. Dios es amor. Y Dios es fiel. De él viene todo amor que aspire a durar en
el tiempo.
• “Lo que Dios ha unido que no lo separe
el hombre”. Los cristianos habrán de preguntarse siempre, con sinceridad, si su
matrimonio ha sido realmente unido por Dios. Cuando es así, descubrirán también
la mano de Dios en la continuidad de su amor. Y darán gracias todos los días
por el don de la fidelidad.
• “Lo que Dios ha unido que no lo separe
el hombre”. En su primera encíclica “Dios es amor”, Benedicto XVI ha escrito
que el amor incluye el sentimiento, pero no es sólo un sentimiento. Es, sobre
todo, un compromiso. Si esto vale para el voluntariado y para el compromiso
social, vale sobre todo para el amor conyugal.
- Señor Jesús, tu mirada sobre el
matrimonio era necesariamente una mirada a Dios. Que a él se vuelvan los
esposos cristianos buscando las raíces y las fuerzas que sostienen su
alianza. Y que nuestro afecto y nuestras instituciones colaboren a apoyar
eficazmente a todos los esposos que pasan por horas de dificultad. Amén.
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