El Señor pensaba en este nuestro tiempo cuando dijo: “Cuando
vendrá el Hijo del hombre ¿encontrará fe en la tierra?” (Lc 18,8). Vemos como
se realiza esta profecía. El temor de Dios, la ley de la justicia, la caridad,
las buenas obras, ya nadie cree en ellas…todo lo que temería nuestra
conciencia, si creyera; no lo teme porque no cree. Porque si creyera, viviría
vigilante; y si vigilara, se salvaría.
Despertémonos, pues, hermanos muy amados, tanto como seamos
capaces. Sacudamos el sueño de nuestra inercia. Estemos atentos a observar y
practicar los preceptos del Señor. Seamos tal como él nos ha prescrito ser
cuando ha dicho: “Permaneced en actitud de servicio y conservad encendidas
vuestras lámparas. Sed como los que esperan la llegada de su amo a su regreso
de bodas para abrirle la puerta en cuanto llegue y llame a la puerta. Dichosos
los siervos que a su llegada, el amo los encontrará en vela”.
Sí, permanezcamos en actitud de servicio, por miedo a que
cuando venga el día de salida, no nos encuentre preocupados y enredados. Que
nuestra luz brille y resplandezca en buenas obras, que nos conduzca de la noche
del mundo a la luz de la caridad eterna. Esperemos con solicitud y prudencia la
llegada repentina del Señor a fin de que, cuando llame a la puerta, nuestra fe
esté despierta para recibir del Señor la recompensa de su vigilancia. Si
observamos estos mandatos, si conservamos estas advertencias y estos preceptos,
las astucias engañosas del Acusador no nos abatirán durante nuestro sueño. Sino
que, reconocidos como siervos vigilantes, reinaremos con Cristo triunfante.
(San Cipriano (c. 200-258), obispo de Cartago, mártir).
Y como viene siendo habitual, hoy traemos las reflexiones de
tres religiosos que nos hablan en nuestro idioma, del Evangelio de San Lucas,
en este Domingo XIX del Tiempo Ordinario - Ciclo "C"- .
Lectura
del santo evangelio según san Lucas (12,32-48):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No temas,
pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino. Vended
vuestros bienes y dad limosna; haceos talegas que no se echen a perder, y un
tesoro inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni roe la
polilla. Porque donde está vuestro tesoro allí estará también vuestro corazón.
Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas. Vosotros estad como los que
aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame.
Dichosos los criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela; os
aseguro que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo. Y, si
llega entrada la noche o de madrugada y los encuentra así, dichosos ellos.
Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, no le
dejaría abrir un boquete. Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora
que menos penséis viene el Hijo del hombre.»
Pedro le preguntó: «Señor, ¿has dicho esa parábola por
nosotros o por todos?»
El Señor le respondió: «¿Quién es el administrador fiel y
solícito a quien el amo ha puesto al frente de su servidumbre para que les
reparta la ración a sus horas? Dichoso el criado a quien su amo, al llegar, lo
encuentre portándose así. Os aseguro que lo pondrá al frente de todos sus
bienes. Pero si el empleado piensa: "Mi amo tarda en llegar", y
empieza a pegarles a los mozos y a las muchachas, a comer y beber y
emborracharse, llegará el amo de ese criado el día y a la hora que menos lo
espera y lo despedirá, condenándolo a la pena de los que no son fieles. El
criado que sabe lo que su amo quiere y no está dispuesto a ponerlo por obra
recibirá muchos azotes; el que no lo sabe, pero hace algo digno de castigo,
recibirá pocos. Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá; al que mucho se le
confió, más se le exigirá.»
Palabra del Señor
COMENTARIO.
La Fe es un don de Dios.
Es cierto. La Fe es una
virtud. También es cierto. La Fe es un acto de la voluntad. Cierto también. Pero la Fe es, además, de acuerdo a las
Lecturas de hoy, una actitud muy inteligente, porque por medio de la Fe
recibimos por adelantado lo que esperamos poseer. ¿Que ...
cómo es esto?
Nos dice San Pablo en la Segunda Lectura: “La fe es la forma de poseer, ya desde ahora,
lo que se espera y de conocer las realidades que no se ven” (Hb. 11, 1-2.8-19). Y ¿qué es lo que esperamos? Nada menos que el Reino de Dios. Y eso tendremos ... si creemos ... y si
actuamos de acuerdo a esa Fe. Jesús
mismo nos lo ha prometido al comienzo del Evangelio de hoy: “No temas, rebañito mío, porque mi Padre ha
tenido a bien darte el Reino” (Lc. 12,
32-48).
En las Lecturas de este domingo vemos, entonces, la conexión
entre la Fe y la Esperanza. Esperamos
porque creemos, ya que lo que esperamos no lo vemos ... al menos no
claramente. Por la Fe creemos, entonces,
en lo que no se ve. Creemos en lo que,
sin comprobar, aceptamos como verdad.
Creemos, además, en lo que esperamos recibir en la Vida que nos espera
después de esta vida, aunque no lo veamos y aunque no lo podamos comprobar.
Es decir, por la Fe podemos comenzar a gustar desde aquí lo
que vamos a recibir Allá. Podemos
comenzar a recibir por adelantado lo que luego tendremos en forma
perfecta. Podemos comenzar a disfrutar
en forma velada lo que se llama la “Visión Beatífica”, el ver a Dios “cara a
cara” (1 Cor. 13, 12), “tal cual es” (1 Jn. 3, 2). De allí que la Iglesia Católica se atreva a
decirnos en el Nuevo Catecismo: “La Fe
es, pues, ya el comienzo de la Vida Eterna” (CIC # 163).
“Ahora, sin embargo, caminamos en la Fe, sin ver
todavía” (2 Cor. 5, 7), y conocemos a Dios “como en un espejo y en
forma opaca, imperfecta, pero luego será cara a cara. Ahora solamente conozco en parte, pero
entonces le conoceré a El como El me conoce a Mí” (1 Cor. 13, 12-13). (cf. CIC #164)
Hay que vivir en Fe, aunque por ahora no podamos ver
claramente, sino en forma opaca, imperfecta.
A veces la Fe puede hacerse muy oscura.
Puede ser puesta a prueba. Las
circunstancias de nuestra vida pueden tornarse difíciles y entonces lo que
creemos por Fe y lo que esperamos por Esperanza, podría opacarse, podría hasta
esconderse. Es el momento, entonces, de
afianzar nuestra Fe.
De allí que mucha gente exclame ante ciertas situaciones: ¿Cómo se puede vivir sin Fe? ¿Cómo hubiera hecho si no tuviera Fe?
Sabemos que la Fe es un regalo de Dios. Y eso significa que tenemos toda su ayuda
para que creamos en lo que esperamos y para que nuestra Fe no desfallezca
nunca, aún en medio de las más complicadas situaciones.
Entonces nos toca imitar la Fe de la Santísima Virgen María
que tuvo Fe en el momento increíble, pero gozoso, de la Anunciación. Y esa Fe suya no desfalleció jamás, ni
siquiera en los momentos más dolorosos del sufrimiento de su Hijo, ni en el
momento de su ausencia cuando lo colocó en el sepulcro.
Nuestra Fe tiene que ser como la de la Virgen. La Fe no puede ser una actitud momentánea o
de algunos momentos. La Fe no puede ir
en marcha y contra-marcha. La Fe tiene
que ir acompañada de la perseverancia ... hasta el final. Bien lo dice Jesucristo en el Evangelio de
hoy: “Estén listos con la túnica puesta y las lámparas encendidas... También
ustedes estén preparados, porque a la hora que menos lo piensen vendrá el Hijo
del hombre” (Lc. 12, 32-48).
Es seria esta advertencia del Señor: a la hora que menos
pensemos vendrá Jesucristo, bien porque nos llegue el día de nuestra muerte,
bien porque El mismo venga en gloria a juzgar a vivos y muertos. Y tenemos que estar preparados. Tenemos que vivir cada día de nuestra vida en
la tierra como si fuera el último día de nuestra vida. Es la recomendación de ese gran Santo de la Iglesia,
San Francisco de Sales.
En el Evangelio, además de las advertencias mencionadas, el
Señor nos propone una parábola relativa a ese requerimiento de perseverancia y
de preparación constante que debemos tener.
Nos habla de dos administradores:
uno honesto y diligente, y otro descuidado y desleal. Nos dice que será dichoso aquél a quien el
jefe lo encuentre cumpliendo su deber.
Pero el otro, el incumplido, parrandero e irresponsable, “recibirá
muchos azotes”, porque, conociendo la
voluntad de su amo, no la cumplió.
Y luego Jesucristo hace la salvedad con respecto de aquéllos
que, sin conocer la voluntad de su amo hacen algo digno de castigo. Y nos informa que ésos también recibirán
azotes, pero serán pocos. ¿Qué significa
esto?
Jesús está refiriéndose al conocimiento que podemos tener
los seres humanos sobre lo que es bueno y lo que es malo. Los que no saben lo que es la Voluntad de
Dios, lo que es la Ley de Dios ¿por qué serán castigados también? Nos dice que recibirán poco castigo, pero
también serán castigados.
Veamos... Todo hombre o mujer sabe por su conciencia lo que
es bueno y lo que es malo. De hecho lo
que llamamos “conciencia” es la conexión que hay entre la Ley de Dios y
nuestros actos. Y esa Ley de Dios está
inscrita en el corazón de cada uno de nosotros.
Es lo que se llama “Ley Natural”.
La “conciencia” es, entonces, la aplicación de esa “Ley Natural” -que
Dios ha inscrito en cada corazón humano- a los pensamientos, palabras y obras
que realizamos los seres humanos.
Ahora bien, el hecho de que tengamos una “conciencia”, no
hace que esa conciencia sea necesariamente correcta. ¡Es un error pensar así! Podemos tener una conciencia correcta o podemos
tener una conciencia equivocada.
La conciencia equivocada es aquélla que, por ejemplo, considera que es permitido robar o
fornicar. Como la conciencia nuestra se
va formando por demasiadas informaciones contrapuestas -desde una propaganda en
televisión inmoral o una noticia mal interpretada, hasta una Encíclica del Papa-
es fácil ver cómo nuestra conciencia es capaz de errar. Todo esto para decir que nuestra conciencia
no siempre es infalible.
El caso que menciona Jesús en el Evangelio de hoy podría ser
el de una conciencia, que sin llegar a ser totalmente errónea, podría ser
catalogada como una conciencia “laxa”.
Este tipo de conciencia es aquélla que es permisiva, que juzga como no
tan ilícito lo ilícito, o como leve lo que es grave.
Y ¿cómo puede llegarse a esto? Pues la persona comienza por permitirse
faltas no muy graves, con lo cual va haciendo que su conciencia se haga algo
insensible a ciertos pecados. También
puede ser que lleve una vida muy mundana, frívola y sensual, o que haya
descuidado la oración y los Sacramentos.
La lujuria, por ejemplo, es un gran oscurecedor de la recta conciencia.
De allí que toda persona tenga la obligación de formarse una
conciencia recta que esté de acuerdo a la verdad y a la Ley Divina, y no dejar
que su conciencia se haga “laxa” o se desvíe completamente hacia el error.
¿Cómo lograr esto?
Haciendo todo lo contrario a lo que son causas de una conciencia
“laxa”: Evitar la mundaneidad, la
frivolidad, la sensualidad. Evitar la
lujuria. Orar con perseverancia y llevar
una vida sacramental frecuente. Como
mínimo la Misa de los domingos, pero no limitarnos a ese requerimiento.
Concluye Jesús
diciéndonos en este Evangelio que “al que mucho se le da, se le exigirá
mucho, y al que mucho se le confía, se le exigirá mucho más”.
Esto es muy justo y muy lógico, y no hay que tener temor a
las exigencias que nos vienen con las muchas gracias que nos da el Señor cuando
comenzamos a ponerlo a El en el primer lugar, cuando comenzamos a “acumular
tesoros que no se acaban para el Cielo, allá donde no llega el ladrón, ni carcome
la polilla”.
Cuando verdaderamente nos dedicamos a las cosas de Dios, a
los “tesoros para el Cielo”, Dios nos
regala muchas más cosas. Y, ciertamente,
nos exigirá según todas esas cosas que nos ha dado. Pero... ¿qué importa que nos exija? Es como el alumno, bien preparado en una
materia, a quien no le importa que lo interroguen en cosas difíciles, pues está
bien preparado.
La Primera Lectura del Libro de la Sabiduría (Sb. 18, 6-9)
nos habla también de la Fe. Nos presenta
la noche de la liberación del pueblo elegido, cautivo en Egipto.
Los egipcios no creyeron la palabra de Dios y, tal como
había anunciado Yavé a través de Moisés, vieron morir a todos sus
primogénitos. En cambio los hebreos, que
sí creyeron en Dios, fueron preservados de esta amenaza y pudieron salir en
libertad hacia el desierto, donde Yavé los guiaba para establecer su alianza
con ellos, el pueblo elegido.
Sabemos que no siempre ese pueblo suyo le creyó y le fue
fiel a Dios, pero toda la historia de Israel en el desierto es una historia
basada en la fe o falta de fe de ese pueblo en Yavé, su Dios.
En la Segunda Lectura San Pablo desarrolla el tema de la Fe
en varios momentos del pueblo elegido:
desde Abraham hasta Isaac, hijo de éste.
Y este recuento de San Pablo nos debe llevar a que, en los momentos de
dudas y de exigencias, imitemos esa fe de Abraham.
No en vano Abraham es considerado nuestro padre en la Fe,
porque creyó “esperando contra toda esperanza” (Rom. 4, 18) y, en confianza absoluta en Dios, “sin saber
a donde iba, partió hacia la tierra que
habría de recibir como herencia”.
Y cuando Dios lo puso a prueba, se dispuso a sacrificar a
Isaac, su hijo único, con el cual se debía cumplir la promesa que Dios mismo le
había hecho: una inmensísima
descendencia que llevaría su nombre y que sería tan grande como las estrellas
del cielo.
A Abraham no le importó lo que Dios le estaba pidiendo: simplemente confió en que si Dios se lo
pedía, El sabría lo que iba a hacer.
Así debe ser nuestra fe:
confiada, tan confiada como la de Abraham, quien confiaba hasta en que
Dios podía cambiar su plan, podía revertir su promesa.
Con el Salmo 32 celebramos lo que Dios hace con su pueblo
escogido, con nosotros, su Iglesia, con cada uno de nosotros. Somos dichosos porque El nos eligió. Y confiamos en que cuida a los que confían en
su bondad ... aunque haya épocas de hambre.
No importa. El Señor nos salva de
la muerte, pues en El está nuestra esperanza.
Si confiamos en El, nada importa.
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