“Nunca son buenos los exclusivismos. El pensar que, todo lo bueno, está y nace de nosotros y que por el contrario lo malo anida sobre las cabezas de los demás.”. ¡Ojalá que todo el pueblo profetizara y el Señor infundiera en todos su espíritu!».
Las Lecturas de hoy (Evangelio y Primera
Lectura) nos hablan del derramamiento del Espíritu Santo fuera del círculo más
íntimo de la comunidad dirigida por el Señor.
En efecto San Marcos (Mc. 9,
38-43.45.47-48) nos narra el episodio en el que el Apóstol Juan le
dice a Jesús: “‘Hemos visto a uno que expulsaba a los demonios en tu
nombre, como no es de los nuestros, se lo prohibimos’. Pero Jesús le
respondió: ‘No se lo prohiban, porque no hay ninguno que haga milagros en
mi nombre, que luego sea capaz de hablar mal de mí. Todo aquél que no
está contra nosotros, está a nuestro favor’”.
Son palabras del Señor que hay que
revisar muy bien, pues en otra oportunidad y, tratando el mismo tema de la
expulsión de demonios, dijo lo contrario: “Quien no está conmigo,
está contra mí” (Lc. 11, 23). En realidad, en el primer caso, Jesús
reconoce que sus seguidores pueden estar fuera del pequeño grupo de sus
discípulos. Pero en la segunda ocasión, está refiriéndose a un grupo que
lo atacaba, que decía -¡nada menos!- que El echaba los demonios por el poder
del mismo Demonio. ¡Acusación tremenda y definitivamente blasfema!
Hay que saber diferenciar entre unos y otros.
La Primera Lectura (Nm. 11, 25-29) nos
narra un incidente en tiempos de Moisés. Nos cuenta que el Espíritu de
Dios descendió sobre los setenta ancianos que estaban con Moisés y éstos se
pusieron a profetizar. Pero el Espíritu Santo que “sopla donde
quiere” (Jn. 3, 8), hizo algo inesperado: se posó también
sobre dos hombres que, si bien no estaban en el grupo con Moisés, estaban
también en el campamento. Y sucedió lo mismo que con el Apóstol
Juan: Josué, ayudante de Moisés, pensó que debía prohibírseles profetizar
a estos dos elegidos, que no pertenecían al grupo más íntimo. Moisés
corrige a Josué y exclama que ojalá todo el pueblo de Dios recibiera el
Espíritu del Señor.
Estos dos episodios nos revelan que el
Espíritu de Dios es libérrimo y que a veces se comunica fuera de los canales
oficiales, lejos de la autoridad. Esos instrumentos más lejanos podrán
ser genuinos siempre que sean realmente elegidos de Dios y siempre que
respondan adecuadamente a esta elección, desde luego sometiéndose siempre a la
autoridad de la Iglesia de Cristo, como vemos que sucedió en estos dos
casos que nos traen las lecturas de este domingo.
Y como viene siendo habitual, para este
domingo XXVI del Tiempo Ordinario, traemos las reflexiones de tres religiosos y
que lo hacen en nuestra lengua.
Lectura del santo
evangelio según san Marcos (9,38-43.45.47-48):
En aquel tiempo, Juan dijo a Jesús: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre y se lo hemos prohibido, porque no es de nuestro grupo.»
Jesús replicó: «No se lo prohibáis, porque nadie que haga un milagro en mi nombre puede luego hablar mal de mí. Pues el que no está contra nosotros está a favor nuestro. Os aseguro que el que os dé a beber un vaso de agua porque sois del Mesías no quedará sin recompensa. Al que sea ocasión de pecado para uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que le colgaran del cuello una piedra de molino y lo echaran al mar. Y si tu mano es ocasión de pecado para ti, córtatela. Más te vale entrar manco en la vida, que ir con las dos manos al fuego eterno que no se extingue. Y si tu pie es ocasión de pecado para ti, córtatelo. Más te vale entrar cojo en la vida, que ser arrojado con los dos pies al fuego eterno. Y si tu ojo es ocasión de pecado para ti, sácatelo. Más te vale entrar tuerto en el reino de Dios que ser arrojado con los dos ojos al fuego eterno, donde el gusano que roe no muere y el fuego no se extingue.»
Palabra del Señor
En aquel tiempo, Juan dijo a Jesús: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre y se lo hemos prohibido, porque no es de nuestro grupo.»
Jesús replicó: «No se lo prohibáis, porque nadie que haga un milagro en mi nombre puede luego hablar mal de mí. Pues el que no está contra nosotros está a favor nuestro. Os aseguro que el que os dé a beber un vaso de agua porque sois del Mesías no quedará sin recompensa. Al que sea ocasión de pecado para uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que le colgaran del cuello una piedra de molino y lo echaran al mar. Y si tu mano es ocasión de pecado para ti, córtatela. Más te vale entrar manco en la vida, que ir con las dos manos al fuego eterno que no se extingue. Y si tu pie es ocasión de pecado para ti, córtatelo. Más te vale entrar cojo en la vida, que ser arrojado con los dos pies al fuego eterno. Y si tu ojo es ocasión de pecado para ti, sácatelo. Más te vale entrar tuerto en el reino de Dios que ser arrojado con los dos ojos al fuego eterno, donde el gusano que roe no muere y el fuego no se extingue.»
Palabra del Señor
COMENTARIO.
La radicalidad de la apertura
En las dos semanas pasadas Jesús nos ha
anunciado el difícil mensaje de la Cruz. La fe vivida con coherencia implica la
disposición a aceptar persecuciones y, si llega el caso, al sacrificio de la
propia vida. Pero la disposición al martirio no debe convertirse en los
creyentes en victimismo, en cerrazón sectaria o en un rigorismo pronto a
condenar a los demás. Existe, en efecto, un rigorismo de la fe que puede llevar
al fanatismo, a la negación del distinto, a la disposición a acabar
violentamente con los “desviados”. Por desgracia, la historia ha sido generosa
en ejemplos de esta perversión de la experiencia religiosa, y hoy mismo abundan
los fundamentalismos, más prontos a matar que a dar la vida, pese que algunos
de estos matones se autodenominen “mártires”.
El Evangelio de Jesús es, por el
contrario, un espíritu de apertura que, sin renunciar a las propias
convicciones religiosas y morales, incluso estando dispuesto a dar la vida por
ellas, sabe descubrir las huellas del Dios en todo el mundo. Es esta apertura
la que nos enseña Jesús en el evangelio de hoy cuando, de modo similar a lo que
hace Moisés con Josué, corrige el exceso de celo de Juan: no se debe impedir a
otros hacer el bien en el nombre de Jesús, pues quien “no está contra nosotros,
está a favor nuestro”. Es verdad que en otros momentos Jesús parece expresar
casi lo contrario, cuando afirma que “el que no está conmigo está contra mí”
(Mt 12, 30 y Lc 11, 23). Pero esa contradicción es sólo aparente, pues la
verdadera cuestión es en qué consiste “estar con Jesús”. No se puede entender
este “estar con Jesús” como una actitud numantina, cerrada y a la defensiva,
excluyente y agresiva con toda forma de diversidad. Al contrario, desde la
experiencia del encuentro con Jesús y la confesión de él como el Cristo, el
creyente sale de sí hacia el mundo con un corazón nuevo y una mirada
transfigurada para ver las semillas del Verbo presentes en la creación, para,
como nos exhorta San Pablo, tener en cuenta “todo cuanto hay de verdadero, de
noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto es virtud y cosa
digna de elogio” (Flp 4, 8), no para condenar al mundo, sino para que el mundo
se salve por Él (Jn 3, 17), para buscar y rescatar lo que estaba perdido (cf.
Lc 19, 10).
Así pues, la confesión del nombre de Jesús
como el Mesías y el Salvador del mundo en el altar de la Cruz produce un
anuncio que no es una conquista, una campaña para hacer prosélitos para el
propio partido, esto es, para la propia parcialidad, sino una proclamación de
que el bien y la verdad y la belleza, y todo lo que de positivo hay en el
mundo, tienen una raíz (un Creador) y también una meta (un Salvador) que ha
venido a visitarnos y con el que podemos encontrarnos. Es un anuncio que no
violenta ni impone su verdad, sino que la propone desde el respeto a la
libertad de cada uno y desde el reconocimiento de la bondad presente en cada
ser humano, en cada pueblo y cultura. Sólo desde esa positividad se pueden y
deben denunciar las formas de maldad presentes también en el mundo, y que
impiden una plenitud, que ahora es posible precisamente porque la fuente del
bien y la verdad se ha encarnado y hecho cercano en Jesucristo. Este espíritu
de apertura y diálogo, que no impone sino que propone, ve en los otros no sólo
“destinatarios” de la misión, sino sobre todo “interlocutores” con los que
Dios, por medio de Jesús y de sus discípulos, quiere iniciar un diálogo. Porque
sólo de forma dialogal puede entenderse la revelación de un Dios que se nos ha
manifestado como Palabra que interpela nuestra libertad y nos llama a una
respuesta libre.
El verdadero espíritu cristiano acepta y
afirma que el bien no es patrimonio exclusivo de nadie. Ni tan siquiera Jesús
lo pretende, a tenor de su corrección a Juan. Jesús no deja que sus discípulos
hagan de él, el Maestro bueno, una propiedad privada. Pero no siendo patrimonio
exclusivo de nadie, no por eso deja de tener una fuente y una raíz: un Dios (el
único bueno), fuente de todo bien y Padre suyo. Los cristianos tenemos que
hacer nuestra la apertura universal (católica) de Jesús, renunciando a
poseerlo, pero siendo radicales en la pertenencia a su persona, tratando de
vivir como él vivió.
Esta pertenencia radical a Jesucristo, que
se abre sin límites al bien presente por doquier, es lo que nos hace entender
la aparente intransigencia con toda forma de mal que el mismo Jesús nos propone
en la segunda parte del evangelio de hoy. El contraste puede sorprendernos,
pero no debe hacerlo, pues la pertenencia radical a Cristo nos debe llevar a
romper con toda forma de mal, aunque ello nos parezca a veces, desde la lógica
de este mundo, una pérdida dolorosa. Así es como deben entenderse las llamadas
a perder un ojo, una mano o un pie. Porque la confesión de Jesús como el Cristo
es la experiencia positiva del Bien que nos viene al encuentro con rostro
humano y que quiere alcanzar a todos (apertura dialogal y universal),
precisamente por eso hay que ser intransigente con el mal, que es un espíritu
de cerrazón y de exclusión. El que está dispuesto a dar la vida por el Bien y
la Justicia, por la fe en Jesucristo y en Dios Padre, ese tiene que renunciar
(a veces con dolor) a falsas promesas de vida y felicidad que se alcanzan a
costa del bien de los demás (el escándalo de los pequeños y la explotación de
los pobres que denuncia Santiago), y, en realidad, a costa del propio y
verdadero bien: el Reino de Dios en el que merece la pena entrar tuerto o manco
o cojo.
Frente al fanatismo intransigente del que
está dispuesto a matar al que considera “infiel”, incluso llegando al extremo
de morir matando, el seguidor de Jesús se caracteriza por la radicalidad del
que está dispuesto a dar la vida por lo que cree, con el ánimo sereno de morir
sin matar.
EL BIEN, SIEMPRE ESTARÁ BIEN
“Nunca son buenos los exclusivismos. El pensar que, todo lo bueno, está y nace de nosotros y que por el contrario lo malo anida sobre las cabezas de los demás.” ¡Ojalá que todo el pueblo profetizara y el Señor infundiera en todos su espíritu!»
1.- A los más cercanos de
Jesús, les ocurría un poco eso. Comenzaban a ser un poco “creídos”. A creérselo
demasiado. A pensar que, el depósito de la fe, era sólo patrimonio de su
entorno, de sus manos, de sus labios. Todo lo que estaba fuera…era susceptible
de ser rechazado.
La sorpresa, por cierto
mayúscula, les viene de Jesús. “No se lo impidáis…El que no está contra
nosotros está a favor nuestro”. Es la lógica de Jesús. Hay que buscar el bien
en el corazón de las personas. Aceptar lo que, aparentemente nos puede parecer
perdido, inservible. Y, sobre todo, no caer en la tentación de etiquetar. La
etiqueta, entre otras cosas, produce exclusión, fanatismo. Y, el bien, haga
quien lo haga siempre será eso: un bien. El mal, venga de donde venga, siempre
tendrá el calificativo de mal.
2.- Nunca, la diferencia en el
pensamiento, puede ser un muro que nos separe. Nunca, las diferentes
sensibilidades (incluso dentro de la propia Iglesia) han de ser un motivo para
apartar de nuestro camino y de sus iniciativas a aquellos que creemos no están
en la mima línea que, nosotros, pensamos es la correcta, la adecuada, la
incontestable. Entre otras cosas porque, eso, produce empobrecimiento,
horizontes muy limitados.
Hay que buscar más lo que nos
une que aquello que nos separa. Entre otras cosas porque, la suma de personas,
de esfuerzos, de creatividad y de ideas contribuye que se haga realidad el
sueño de Jesucristo: ¡Id y proclamad el Evangelio!
3.- Desde el momento en que
somos cristianos nos hemos de emplear, y muy a fondo, con todas aquellas causas
que –como las nuestras- contribuyan en la dignidad de las personas, que
pretendan un mundo mejor, que busquen el bien de los más desfavorecidos. Eso
sí, sin olvidar, que nuestra motivación no es otra que la fuerza recibida del
Espíritu Santo. Una fuerza que, lejos de agotarse en cada acto realizado, se
renueva constantemente, se acrecienta porque –sabemos- que Dios anda detrás de
todas y cada una de nuestras actividades.
4.- Pidamos al Señor que, en
cada detalle que hacemos, en cada acción pastoral, en cada palabra pronunciada,
en cada iniciativa emprendida, lo hagamos en su nombre. Al fin y al cabo, será
entonces, cuando el criterio de lo que emprendemos y llegamos a realizar será
Jesús de Nazaret y nadie más. Y entonces, también nosotros, podremos decir que
estamos del lado del Señor.
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