jueves, 10 de diciembre de 2009

Oración Comunitaria de Adviento, 11 de Diciembre 2009




ALABANZAS AL SANTÍSIMO

CANTO AL ESPÍRITU SANTO


INTRODUCCIÓN.

¿Quién de nosotros no ha experimentado la impaciente alegría, mientras esperamos la llegada de una persona a quien amamos? .
El Tercer Domingo de Adviento nos invita a la alegría de la espera: “... Estad siempre alegres…El Señor está cerca” (Flp 4, 4-6). Pero también a vigilar para discernir los signos de los tiempos y seguir actualizando la pregunta que el pueblo hace a Juan “¿Qué hacemos?” (Lc 3, 10). La respuesta no se hace de esperar: compartid lo que sois y tenéis, tiempo, dinero, ropa, alimentos…



ORACIÓN-MEDITACIÓN: Orar es amar a Jesús
Recuerda agradecido/a a las personas que te han ayudado con su estilo de vivir a acercarte a Jesús. En todo tiempo, también en el nuestro, es vital el testimonio.
Gracias, Señor, por tantos profetas de tu amor.
Sin ellos, ¡qué oscuro queda el mundo! ¿Quién da, si no son ellos, esperanza a los más pobres?¡Cuántas pistas me han dado de Ti en medio de la noche!
Abre tu corazón a Jesús. Deja espacio a su palabra en tu vida. Confiesa tu fe en Él. No te calles lo que oyes, ves, tocas y palpas acerca de la vida. Canta y vive para Él y sentirás que Él vive para ti.
Jesús, tú eres mi luz. Jesús, tú eres mi alegría.
Jesús, tú eres mi Dios y Señor. Jesús, tú eres mi vida.
Atrévete a ser testigo de Jesús en medio del mundo que te rodea. Recuerda la valentía de Juan y de tantos testigos. Préstale tu voz, tus ojos, tus manos, tu corazón, todo tu ser.

Aquí me tienes, Señor. Toma mi vida. Muchas personas no te conocen. Quiero ser tu música, un humilde signo de tu presencia.
Dame tu Espíritu para prepararte caminos y abrirte puertas.

Estrena en el Adviento un estilo de vida sencillo, austero, sin creerte más que nadie, con la poesía y el gozo de Jesús tocando tus entrañas.

MONICIÓN AL EVANGELIO
En el evangelio de hoy, San Lucas, nos trasmite las normas de conducta que San Juan Bautista presentaba para recibir la inmensa alegría del perdón y las promesas mesiánicas. Para encontrarse con Jesús no hace falta huir del trabajo, ni de la vida diaria. La alegría cristiana consiste en compartir con el prójimo lo que hemos recibido de Dios.

EVANGELIO DE LUCAS 3, 10-18

En aquel tiempo, la gente preguntaba a Juan: - « ¿Entonces, qué hacemos?» Él contestó: - «El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo.» Vinieron también a bautizarse unos publicanos y le preguntaron: - «Maestro, ¿qué hacemos nosotros?» Él les contestó: - «No exijáis más de lo establecido.» Unos militares le preguntaron: - « ¿Qué hacemos nosotros?» Él les contestó: - «No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie, sino contentaos con la paga.» El pueblo estaba en expectación, y todos se preguntaban si no seria Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos: - «Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego; tiene en la mano el bieldo para aventar su parva y reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga.» Añadiendo otras muchas cosas, exhortaba al pueblo y le anunciaba el Evangelio.

Palabra del Señor.

PRECES
Al caer la tarde tu Hijo nos ofreció su cuerpo como alimento de vida eterna,
- acepta nuestra oración vespertina y haz que no falten en tu Iglesia vocaciones religiosas al servicio de los más necesitados.

Padre de bondad, que aceptaste la ofrenda de tu Hijo,
- suscita en nuestras parroquias jóvenes dispuestos a dar su vida por ti en servicio a sus hermanos.

Te pedimos Señor por las familias cristianas,
- para que sean “Iglesia doméstica” donde puedan nacer futuras vocaciones para la Iglesia universal.

Te pedimos Señor por los Seminarios y Noviciados
- que los jóvenes que allí se preparan vivan su formación con gozo y generosidad.

Al llegar a su término esta jornada, haz que no decline en la Iglesia la esperanza de tu Reino,
- enriquécela con numerosas vocaciones a la vida consagrada.

Dios misericordioso, que hiciste de María un modelo de entrega a los hermanos,
- haz que los jóvenes vean en ella un modelo a imitar.

Oh Cristo, que con tu sacrificio redentor purificas y elevas el amor humano,
- haz que los hogares cristianos sean cantera de vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada.

Te rogamos Señora del Adviento, por los sacerdotes,
- para que, alegres por la venida del Señor, se dediquen a la oración y súplica con acción de gracias, y que la paz de Dios llene sus pensamientos y sus corazones.

Altísimo Señor, baja a escucharnos con la bondad que te distingue,
- Para que nuestro párroco el padre Andrés y el padre Ángel sientan cercana en todo instante la especial protección de María Santísima particularmente en los instantes de sus desconsuelos y soledades en el ejercicio de sus misiones.

VUESTRA SOY, PARA VOS NACÍ...

Vuestra soy, para Vos nací,
¿qué mandáis hacer de mí?

Soberana Majestad,
eterna sabiduría,
bondad buena al alma mía;
Dios alteza, un ser, bondad,
la gran vileza mirad
que hoy os canta amor así:
¿qué mandáis hacer de mí?

Vuestra soy, pues me criasteis,
vuestra, pues me redimisteis,
vuestra, pues que me sufristeis,
vuestra pues que me llamasteis,
vuestra porque me esperasteis,
vuestra, pues no me perdí:
¿qué mandáis hacer de mí?

¿Qué mandáis, pues, buen Señor,
que haga tan vil criado?
¿Cuál oficio le habéis dado
a este esclavo pecador?
Me veis aquí, mi dulce Amor,
amor dulce, Me veis aquí:
¿qué mandáis hacer de mí?

Veis aquí mi corazón,
yo le pongo en vuestra palma,
mi cuerpo, mi vida y alma,
mis entrañas y afición;
dulce Esposo y redención,
pues por vuestra me ofrecí:
¿qué mandáis hacer de mí?

Dadme muerte, dadme vida:
dad salud o enfermedad,
honra o deshonra me dad,
dadme guerra o paz crecida,
flaqueza o fuerza cumplida,
que a todo digo que sí:
¿qué mandáis hacer de mí?

Dadme riqueza o pobreza,
dad consuelo o desconsuelo,
dadme alegría o tristeza,
dadme infierno o dadme cielo,
vida dulce, sol sin velo,
pues del todo me rendí:
¿qué mandáis hacer de mí?

Si queréis, dadme oración,
si no, dadme sequedad,
si abundancia y devoción,
y si no esterilidad.
Soberana Majestad,
sólo hallo paz aquí:
¿qué mandáis hacer de mi?...

Santa Teresa de Jesús.


El Mesías disfrazado
Había una vez un monasterio en el que la piedad había decaído. No es que los monjes fueran malos, pero sí que en la casa había una especie de gran aburrimiento, que los monjes no parecían felices; nadie quería ni estimaba a nadie y eso se notaba en la vida diaria como una capa espesa de mediocridad.
Tanto, que un día el Padre prior fue a visitar a un famoso sabio con fama de santo, quien, después de oírle y reflexionar, le dijo: "La causa, hermano, es muy clara. En vuestro monasterio habéis cometido todos un gran pecado: Resulta que entre vosotros vive el Mesías camuflado, disfrazado, y ninguno de vosotros se ha dado cuenta."
El buen prior regresó preocupadísimo a su monasterio porque, por un lado, no podía dudar de la sabiduría de aquel santo, pero, por otro, no lograba imaginarse quién de entre sus compañeros podría ser ese Mesías disfrazado.
¿Acaso el maestro de coro? Imposible. Era un hombre bueno, pero era vanidoso, creído. ¿Sería el maestro de los novicios? No, no. Era también un buen monje, pero era duro, irascible. Imposible que fuera el Mesías. ¿Y el hermano portero? ¿Y el cocinero? Repasó, uno por uno, la lista de sus monjes y a todos les encontraba llenos de defectos. Claro que -se dijo a sí mismo - si el Mesías estaba disfrazado, podía estar disfrazado detrás de algunos defectos aparentes, pero ser, por dentro, el Mesías.

Al llegar a su convento, comunicó a sus monjes el diagnóstico del santo y todos sus compañeros se pusieron a pensar quién de ellos podía ser Mesías disfrazado y todos, más o menos, llegaron a las mismas conclusiones que su prior. Pero, por si acaso, comenzaron a tratar todos mejor a sus compañeros, a todos, no sea que fueran a ofender al Mesías. Y comenzaron a ver que tenían más virtudes de las que ellos sospechaban.
Y, poco a poco, el convento fue llenándose de amor, porque cada uno trataba a su vecino como si su vecino fuese Dios mismo. Y todos empezaron a ser verdaderamente felices amando y sintiéndose amados.

Texto de José Luis Martín Descalzo

* Agradecimientos a Dª Ana Navarro.






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