CARTA PASTORAL
ASUNCIÓN DE NUESTRA SEÑORA
Mis queridos diocesanos:
La solemnidad de la Asunción de Nuestra Señora, que se celebra el 15 de agosto, es para los cristianos una invitación a la esperanza y a cantar con María y en María la gloria de Dios. Ella, terminado el curso de su vida en la tierra, por haber vivido tan íntimamente unida a su Hijo, Jesucristo, lo siguió también en su glorificación a los cielos, sin conocer la corrupción del sepulcro.
María en su gloriosa Asunción en cuerpo y alma al cielo, como reflejo y consecuencia de la Ascensión del Señor, su Hijo, es una demostración del poder y de la bondad infinita de Dios, que triunfa sobre todos los poderes de este mundo, aún sobre la misma muerte.
El pueblo cristiano, tanto de oriente como de occidente, ha creído y celebrado desde antiguo este misterio y esta fiesta de la Asunción de Nuestra Señora en cuerpo y alma al cielo, que en el oriente cristiano se denomina y representa como fiesta de la dormición de María, rodeada de los apóstoles.
La fiesta de la Asunción de Nuestra Señora a los cielos es también nuestra fiesta. No sólo porque es una gran fiesta de María, nuestra Madre, sino porque es anticipo y prenda de nuestra propia glorificación. María como primera y fidelísima discípula de su Hijo Jesús nos precede en la fe, en la esperanza y en el amor, y ahora ya también en la gloria junto a su Hijo.
El Papa Pío XII, en la Bula Dogmática Munificentissimus Deus (1-11-1950), llevó a cabo la definición dogmática de esta verdad de fe cristiana. Sus palabras fueron estas: “Por tanto, después de elevar a Dios muchas y reiteradas preces e invocar la luz del Espíritu de la Verdad...., pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma de fe divinamente revelado que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial” (n. 37).
María asunta “brilla ante el Pueblo de Dios en marcha, como señal de esperanza cierta y de consuelo” (Concilio Vaticano II, Constitución Lumen Gentium, n. 68).
La celebración de la fiesta de la Asunción de Nuestra Señora es para nosotros, por lo tanto, una invitación a la esperanza cristiana. También nosotros, como María, seremos glorificados en cuerpo y alma porque pertenecemos, como Ella, a la familia de su Hijo: somos miembros del mismo cuerpo del que su Hijo es la Cabeza. Si Él ha sido glorificado y ha hecho ya partícipe a su Madre de su gloria, también nosotros vivimos con la esperanza de que un día seremos glorificados.
Toda la humanidad y la creación entera serán definitivamente redimidas, con su condena, esclavitudes e imperfecciones, del pecado y de la muerte, cuando todo sea definitivamente recapitulado en Cristo.
Pero, sobre todo, cada uno de nosotros, que nos debatimos abrumados y condicionados por el peso de nuestra naturaleza limitada y mortal, seremos liberados de toda esclavitud y, especialmente, de la muerte y del pecado para participar con el Señor y con su santa Madre de la bienaventuranza definitiva en cuerpo y alma en la gloria.
Vivir de la esperanza y en la esperanza nos conducirá a ponernos en el camino que nos conduce a esa meta siguiendo las huellas del Señor y de su Madre y Madre nuestra, María.
La esperanza pone en marcha toda la capacidad que Dios ha colocado en nosotros para emprender y continuar el camino que conduce a la meta que el Señor y María ya han alcanzado, y que nosotros esperamos y deseamos alcanzar.
Reza por vosotros, os quiere y bendice,
+ Antonio Ceballos Atienza
Obispo de Cádiz y Ceuta
Cádiz, 2 de agosto de 2010.
Fuentes:
Obispado de Cádiz y Ceuta
Ángel Corbalán
Blog Parroquia San Garcia Abad.
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