El Adviento es un tiempo cuyo nombre (adventus) significa “venida”. Al revivir la espera gozosa del Mesías en su Encarnación, preparamos el Regreso del Señor al fin de los tiempos : Vino, Viene, Volverá.
Hay esperas y esperas. No es lo mismo la espera del padre que en la sala de espera del hospital aguarda que le comuniquen el nacimiento de su hijo que la del soldado que en la trinchera aguarda el comienzo de la batalla. No es lo mismo el adviento que el espíritu de las lecturas de estos últimos domingos que nos hablaban casi del fin del mundo con imágenes terroríficas de destrucción y cataclismos cósmicos.
Es que ya hemos comenzado el Adviento. Comienza un nuevo año litúrgico, la oportunidad de domingo a domingo volver a meditar los grandes misterios de la vida de nuestro señor Jesucristo, el centro, el Alfa y la Omega, el principio y el fin de nuestra fe. Si seguimos aquí, si somos miembros de la comunidad creyentes es porque la figura de Jesús sigue estando en el centro de nuestros pensamientos. Y su reino es el sueño que anima nuestro compromiso. Y su Padre nos hace sentirnos miembros de la misma familia de Jesús y hermanos de todos los hombres y mujeres de nuestro mundo. Y su Espíritu lo sentimos dentro de nosotros, animando nuestra vida, impulsando nuestros esfuerzos por crear fraternidad y vencer al odio y la violencia que demasiadas veces nos hacen hundirnos en el barro de la historia.
Comienza el Adviento
Y el primer misterio que hay que celebrar es el nacimiento de Jesús. No es un nacimiento más. Nos habla de la encarnación del Hijo de Dios. Nada es accidental en ese nacimiento. Todos los detalles tienen un poderoso significado para nuestra fe. Por eso no podemos llegar a celebrar la Navidad sin una adecuada preparación. El Adviento es ese tiempo que nos dispone para celebrar la Navidad, para darnos cuenta de lo que celebramos y vivimos, para que llegue a lo más hondo de nuestro corazón y entendimiento el misterio de un Dios hecho niño en un pesebre.
Adviento es tiempo de espera alegre. Lo que se nos viene encima no es una amenaza sino una gracia. La invitación a estar en vela no es para estar preparados ante el desastre final sino para disfrutar en comunidad de una espera que es casi tan alegre y gozosa como la misma celebración del hecho. En la espera anticipamos la realidad que viene, la presencia de Dios entre nosotros. En la espera nos permitimos soñar con un mundo diferente. Y ese sueño transforma ya nuestra manera de comportarnos, nos hace vivir de otra manera.
En la espera, volvemos a leer los textos de los antiguos profetas y sus palabras resuenan en nuestro corazón y pintan una sonrisa en nuestro rostro. Leemos y releemos las palabras de Isaías en la primera lectura y nos dan ganas de salir caminando hacia el monte del Señor. Es como si el Espíritu de Dios nos convocará a salir de las iglesias, de nuestras casa, a marchar por la calle anunciando a todos el gozo que se avecina. Por muchas noticias de crisis y desastres de los que están llenos nuestros telediarios, hay una noticia más importante .
Va a nacer Jesús, será el árbitro de las naciones. De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. Es el más viejo sueño de la humanidad –la paz, la felicidad, el bienestar para todos– que se atisba ya en el horizonte. Y nosotros sabemos que ese sueño se va a hacer realidad. Se ha hecho ya realidad en Jesús, cuyo nacimiento nos preparamos para celebrar.
Tiempo para estar en vela
Por eso es hora de despertarnos del sueño. O de las pesadillas en que a veces estamos tan metidos que no vemos la luz del Señor que se atisba ya en el horizonte. La realidad es que la noche está avanzada y el día se echa encima. Hay que levantarse, desperezarse, salir de casa y ponerse trabajar por un mundo mejor, como dice la lectura de la carta de Pablo a los Romanos.
Es lo mismo que nos dice el Evangelio: ya está cerca algo tan importante que va a cambiar nuestra vida cotidiana. Hasta ahora la gente comía, bebía y se casaba. Ahora viene algo nuevo. Algo que va a cambiar el color de todo lo que hacemos, que va a dar un nuevo sentido. Lo que viene es la presencia novedosa del Espíritu de Dios, la irrupción de la gracia de Dios que, como un torrente, inunda nuestro presente y nos hace vivir de otra manera: bajo la luz de la misericordia, la reconciliación, el perdón, la comprensión. En definitiva, bajo el inmenso paraguas del amor de Dios que desea la vida de todas sus criaturas.
Por eso hay que estar preparados, en vigilia, y ya desde ahora gozar de esa presencia. ¿No se dice siempre que las vísperas de una fiesta son casi mejores que la fiesta misma? Pues ya estamos en las vísperas de la Navidad. Es tiempo de disfrutar y de gozar con la preparación de la fiesta mayor del año: viene Jesús. No es tiempo de angustia sino de esperanza.
Lectura del santo Evangelio según san Mateo (24,37-44):
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando venga el Hijo del hombre, pasará como en tiempo de Noé. Antes del diluvio, la gente comía y bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre: Dos hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo: a una se la llevarán y a otra la dejarán. Por lo tanto, estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor.
Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón estaría en vela y no dejaría abrir un boquete en su casa.
Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre.»
Palabra del Señor
COMENTARIO.
Comenzamos este nuevo año litúrgico con el tiempo del Adviento. Sabéis que Adviento es una contracción de Advenimiento, que quiere decir que está por llegar Jesús. En este tiempo de adviento recordamos que Jesús viene a nosotros y nos preparamos para recibirle en Navidad y al final de la vida. Recordamos, pues, su doble venida: la primera cuando se encarnó y vivió entre nosotros como hombre; la segunda cuando venga al final de los tiempos para juzgar al mundo.
El Adviento es tiempo de preparación o de vigilancia. La segunda lectura nos dice: "La salvación está cerca. Es hora de espabilarse. Conduzcámonos como en pleno día". Y en el texto del Evangelio: "Estad en vela porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Estad preparados".
¿Cómo estar preparados o en vela? Estas expresiones hacen referencia a que tengamos conciencia del momento en que vivimos y lo vivamos con responsabilidad; es decir, asumiendo las consecuencias de nuestro vivir. Para explicar esta actitud de vigilancia recurrimos a la comparación de tener preparada la casa para recibir a una visita importante: hemos limpiado todo, hemos recogido los trastos que estorban, hemos colocado las cosas y estamos esperando que llegue la visita.
(Los párrafos siguientes están entresacados de un libro de Cáritas; y comentados por Pedro Crespo)
Velar no es estar a la expectativa y preguntarse qué va a pasar. Tampoco es mirar el horóscopo o echar las cartas de la suerte. Velar es escuchar la Palabra, mirar en profundidad a las personas, leer los signos de los tiempos, de los acontecimientos, de la historia, captar la ruta de las mociones del Espíritu. Saber interpretar los signos de los tiempos a la luz de la Palabra de Dios. Igual que el que acumula experiencia, tiene recursos ante los nuevos acontecimientos, quien conoce la Palabra de Dios, tiene criterios evangélicos ante la vida diaria.
Velar es amar. El que ama tiene siempre el corazón en vela. El amado puede venir en cualquier momento, o habrá que salir en su busca. El que ama, aunque duerma, está despierto. El que ama siempre está vivo y capta desde lejos los pasos del amado. Quien ama está siempre despierto para el ser amado: centrado en él, pendiente de sus necesidades... pero sin agobiar, dejándole espacio para el crecimiento y la libertad.
Velar es creer. El que cree tiene su mente despierta. Sabe que Dios tiene muchas formas de hablar, hasta con silencios. Quiere conocer más y mejor la verdad, acercarse al misterio, a todos los misterios, el de Dios, el de las personas, el de la historia, el de la vida. La fe capacita para la vigilia, pues nos hace ver la vida desde esta hermosa perspectiva: la venida de Jesús, el encuentro con él.
Velar es esperar, siempre y en todo esperar. No una espera pasiva, claro. Se trata de una espera activa y comprometida. Velar es comprometerse. Es la espera del agricultor o de la mujer embarazada. Saben que el fruto llegará a su tiempo. Es la espera de todos los que luchan por cambiar las cosas, soñando por el mundo nuevo, por el reino de Dios. La esperanza siempre es un acicate para el compromiso. Entre los dos siempre hay una proporción creciente.
Velar es orar, porque el objeto de nuestra esperanza no depende sólo de nosotros. La iniciativa es siempre de Dios; más que hacer cosas para estar en vela hay que dejar que Dios obre en nosotros. El mejor compromiso del vigilante es la oración, porque en ella se incluye el amor, la fe y la esperanza. El que ora, cree, ama y espera. El que ora trabaja como el primero para cambiar las cosas. El que ora se convierte en semilla del futuro. El que ora terminará adelantando el futuro.
Pues al comenzar este año el tiempo de Adviento, que encontremos momentos especiales para prepararnos y estar en vela; que fomentemos actos que potencien nuestra fe, nuestra esperanza y nuestra caridad, que saquemos tiempo para hacer oración.
Que así sea.
Fuentes:
Fernando Torres Pérez cmf
Pedro Crespo Arias
Ángel Corbalán
Blog Parroquia San Garcia Abad
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nos interesa tus sugerencias